Llegado el siglo XIII (1), el Imperio mongol era imparable. Se extendía desde Ucrania hasta el oeste de Corea, y desde Siberia al norte de Irán. ¡Casi nada, vamos! Eran unos conquistadores incansables (2) que incluso derrotaron a algunos de los mejores ejércitos de Europa. Cuando conquistaron Corea, el Imperio alcanzaba los 33 millones de kilómetros cuadrados y, al fin, había llegado el momento de enfrentarse a Japón.
Japón amenazado
Los motivos para la conquista de Japón estaban claros: Japón estaba aislado (3) y era visto como un peligro en potencia (4). Así, el líder mongol envió una carta al regente de la corte imperial japonesa. Era amenazante: querían que Japón se rindiera sin luchar.
Copia de 1268 de la carta de Kublai Kan al ‘rey’ de Japón. Fuente
Estas amenazas desataron el pánico en la corte imperial japonesa, pues se sintieron terriblemente insultados. La carta resultaba ofensiva para los japoneses: los mongoles habían llamado a Japón ‘pequeño Estado’ en vez de imperio y, peor todavía, habían llamado a su emperador ‘rey’. Algo que, aunque parezca ridículo hoy en día, era muy importante en el Japón de la época, ¡peor que un insulto!
No hubo respuesta a esta carta (ni tampoco a ninguna de las que la siguieron), es más, ni siquiera fue reconocida oficialmente (5). Para empezar, la rendición era impensable y deshonrosa en la cultura samurai. Además, ellos no pensaban que fueran una ‘pequeña nación’, sino un imperio. Y para más inri, su líder no era un monarca o rey normal… ¡era el emperador de la Tierra del Sol naciente!
Finalmente, el embajador mongol fue expulsado del territorio nacional (6), y los mensajeros que trajeron las siguientes demandas de rendición, ejecutados. Así, con este panorama, la guerra era inevitable.
Catástrofe: el ejército se hunde
El emperador mongol lo tuvo claro, si no podía ser por las buenas, sería por las malas. Así que reunió todas sus fuerzas para invadir Japón, 15.000 guerreros mongoles (7), junto con 8.000 tropas coreanas y 7.000 marineros coreanos (8). ¡Casi nada!
Zarparon desde Corea, rumbo a Japón (9). ¿El destino? La bahía de Hakata, el único puerto lo suficientemente grande como para que el gigantesco ejército pudiera desembarcar. De hecho, ningún otro lugar podría haber sido utilizado por el colosal ejército.
Cuando desembarcó el ejército mongol (10), solo había un ejercito japonés con 8.000 hombres para hacerles frente (11). Prácticamente cuatro contra uno, fácil ¿no?
Como era de esperar, la resistencia japonesa fue rápidamente aplastada. Llegada la tarde, los mongoles habían tomado completamente el control de la costa y avanzaban hacia la ciudad principal de la isla, a la que prendieron fuego después (12).
La siguiente isla en el camino de los mongoles encontró un destino similar (13). La resistencia de las fuerzas japonesas locales, en su mayoría civiles, que se habían presentado voluntarios (14), fue heroica, pero las fuerzas mongolas eran demasiado grandes y la derrota fue inevitable. El ejército mongol tomó la isla utilizando a los ciudadanos y soldados cautivos como escudos humanos para facilitar la toma de su castillo. Después, prendieron fuego a la ciudad, reunieron los cadáveres de los soldados japoneses y los clavaron en los lados de sus barcos (15). ¡La estampa era bonita!
La flota mongola zarpó otra vez, esta vez hacía una de las islas principales de Japón. No obstante, la mayoría de estos barcos y soldados, milagrosamente, nunca regresarían.
Viento divino – el fracaso de la primera invasión
El gobierno japonés había reforzado los castillos de la bahía y había reunido a todos los samuráis disponibles (16) para su defensa. Al divisar la flota mongola, los japoneses salieron de sus fortificaciones para hacerles frente.
De nuevo, los japoneses perdieron los primeros combates contra las fuerzas mongolas, teniendo pérdidas numerosas (17). Sin embargo, con el paso de las horas consiguieron frenar el avance de las terroríficas fuerzas mongolas. Además, llegaron refuerzos de las ciudades cercanas.
Los mongoles se encontraron con un problema logístico: en vez de la victoria rápida que habían calculado, se verían obligados a asaltar un castillo bien fortificado y no tenían suficientes flechas. Llegada la noche los mongoles reunieron sus tropas y las retiraron a sus barcos (18); un error que significó el fin del primer intento de conquista de Japón.
Aprovechando que las fuerzas mongolas descansaban, un gran número de soldados japoneses intentó atacar la flota. Llenaron cincuenta botes pequeños de heno y les prendieron fuego, empujándolos hacia la flota mongola (19). El pánico cundió entre los mongoles al ver sus barcos arder, y los japoneses aprovecharon la confusión para comenzar un gran ataque abordando los barcos aún intactos. Los mongoles sufrieron muchas pérdidas, y a pesar de su superioridad numérica, comenzaron a ser derrotados.
El tiempo comenzó a volverse inestable. Empezaron a soplar vientos fuertes que fueron seguidos por lluvias muy intensas (20)… ¡Un tifón! Los navíos mongoles trataron de dejar el puerto, pero fueron tragados por el mar (21). Los invasores, que superaban en número la defensa japonesa, habían fracasado totalmente.
La bofetada final
El emperador mongol solo volvió a reunir un ejército lo suficientemente grande para intentar una nueva invasión años mas tarde (22).
La aproximación a Japón ocurrió de la misma manera que en la invasión anterior; entre los mongoles (23) reinaba una sensación de optimismo. Habían introducido muchas mejoras en el equipamiento de sus soldados, como la cota de malla, para hacer frente a las armas y flechas japonesas. La victoria parecía inminente, pero el fracaso de esta segunda intentona terminó ocurriendo de la misma manera que en la anterior… ¡una tormenta! ¡Como para verlo venir!
Y por fin tiraron la toalla
Las pérdidas para el ejercito mongol fueron catastróficas (24). Nunca habría ninguna otra invasión del Imperio mongol a Japón. El gran imperio había fracasado y Japón no volvería a ser invadido hasta siglos mas tarde.
Todo esto dio origen al mito de la protección divina de Japón mediante el kamikaze, el ‘viento divino’. Dicho viento era considerado una señal de que Japón era el elegido por los dioses, y que éstos se encargarían de su seguridad y supervivencia (25). Este mito terminaría formando parte del espíritu nacional japonés durante los siglos posteriores, hasta la llegada de la Segunda Guerra Mundial. Además, daría nombre a los ataques suicidas que los pilotos de la Armada imperial japonesa efectuaban contra las embarcaciones de los Aliados en la Segunda Guerra Mundial.