La Corona de Aragón, una de las principales potencias de la Península ibérica, se encontraba en plena expansión por el Mediterráneo del siglo XIV. Sin embargo, la situación se presentaba complicada. Desde el año 1333, conocido por los catalanes como «lo mal any primer«, los acontecimientos se fueron presentando de manera contundente y desafortunada. Ciclos de pestes constantes, la interrupción de la expansión territorial y las malas cosechas fueron parte del contexto de la famosa crisis del siglo XIV.
La coyuntura no era fácil para la monarquía. Se sucedían diversos problemas: la pérdida de los ducados de Atenas y Neopatria (1), la oleada de violencia contra los judíos en 1391, el cisma de la Iglesia entre Roma y Aviñón… Sin olvidar el desorden causado por familias nobles, que pretendían aumentar su poder a costa del propio del rey (2). Todo ello presentaba un complicado porvenir.
Reinar y morir en tiempos revueltos
Reinaba Martín I y lo peor estaba por llegar. En el verano de 1409, el monarca, viudo y con una salud delicada, confirmaba a su sucesor. El nuevo heredero de la Corona sería su único hijo legítimo, Martín “el joven”, nombrado como rey de Sicilia (3). En estos momentos, Martín “el joven” se encontraba sofocando una rebelión en Cerdeña. Alcanzó la victoria en Sanluri, algo que le servía para mejorar su imagen como heredero. Muchos le veían como un futuro esperanzador para la Corona de Aragón.
En plenos festejos y celebraciones por el triunfo, Martín “el joven” cayó enfermo súbitamente y, unos días después, se notificaría al rey la repentina muerte del heredero. El proyecto monárquico quedaba sumido en la incertidumbre (4) y la dinastía se truncaba en caso de no haber sucesor legítimo, más aún al no haber superado la crisis general ocurrida en el siglo XIV (5).
Mientras aguante el cuerpo, se buscará otro heredero
La pérdida de su heredero obligó a Martín I a buscar un sucesor a la Corona de Aragón. Así, apenas dos meses después del fallecimiento de su hijo, contrajo matrimonio con Margarita de Prades (6). El plan principal consistía en procurar que el rey Martín engendrase un hijo varón, algo que podría parecer sencillo, en principio, de no ser porque al rey ya se le estaba pasando el arroz.
La desesperación del monarca le llevó a intentar otras opciones, como el nombramiento de su nieto bastardo como heredero. Martín organizó una ceremonia en la que Benedicto XIII, el Papa Luna, debía legitimar a su nieto, con la finalidad de que al menos pudiese regir los destinos de Sicilia con título de rey. Sin embargo, el pontífice no dio su brazo a torcer. En cualquier caso, una rápida e inesperada enfermedad del monarca impidió que la legitimación se llevase a cabo, precipitándose los acontecimientos (7). Martín fallecía el 31 de mayo de 1410.
Abierto el casting: se busca monarca
Quedaba inaugurado un período en el que se debía elegir al sucesor, mientras los representantes de los estamentos de los principales territorios de la Corona (Aragón, Cataluña y Valencia) quedaban al cargo. Apirantes al trono no faltaron (8). Desde las instituciones de gobierno se respondió a todos ellos determinando que el derecho de sucesión se asignaría a quien perteneciese por justicia y que se decidiría con la mayor rapidez posible (9).
El tiempo transcurría. La rivalidad por la corona parecía reducirse a los dos candidatos con más derecho al trono: Jaime de Urgel y Fernando de Castilla (10). El asesinato del arzobispo de Zaragoza (11) a manos de Antón de Luna (12) supuso un antes y un después. Se había cometido con la intención de culminar con una rápida proclamación de Jaime de Urgel como rey, pero la opinión pública rechazó el crimen y propició una imagen negativa de Antón de Luna, siendo excomulgado (13).
La tensión iba en aumento y Fernando de Castilla no se quedaba quieto. Aprovechando su labia, se ganó a la nobleza aragonesa y presionó militarmente las fronteras (14). La situación, al borde de una guerra civil, produjo incluso algunas batallas entre partidarios de un bando y del otro (15). Definitivamente, las decisiones se tomaron en la Concordia de Alcañiz. Allí, se estableció que nueve compromisarios serían los encargados de elegir al nuevo monarca. Algo que se realizaría anteponiendo los intereses personales al interés general de la Corona (16).
Habemus rey: el Compromiso de Caspe
Sería en Caspe donde se realizaría la elección definitiva. Con mayoría de votos, Fernando I, era el nuevo rey de la Corona de Aragón. Se instauraba una nueva dinastía: la Trastámara. En cualquier caso, el nuevo rey era considerado de la familia, aunque lejana (17). Este hecho fue fundamental para la formación del poder hegemónico de esta familia real castellana en la Península ibérica. Años atrás, tomó el trono por la fuerza en Castilla, en 1369, y accedería al poder en la Corona de Aragón con el Compromiso de Caspe. Algo que culminaría en 1469 con el matrimonio de los Reyes Católicos (18).
La proclamación de Fernando I acabó, temporalmente, con el periodo de incertidumbre política y social anterior. Algo que permitiría dar paso a una fase de intensa actividad institucional (19). El Compromiso de Caspe nos presenta un claro ejemplo de una solución relativamente pacífica ante un problema tradicionalmente solucionado mediante la violencia, como lo eran los conflictos por la sucesión. Pero no debemos olvidar que esta resolución mediante el pacto, la concordia y el compromiso no implicó que fuese resuelto de manera totalmente pacífica. (20). De hecho, las tensiones desembocarían, en el año 1462, en una guerra civil entre los apoyos de la monarquía y los partidarios de la Generalitat de Cataluña. Un conflicto que se saldaría con la victoria monárquica, reforzando su poder.
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