Hombres curtidos por los caminos, astutos y aguerridos, dispuestos a todo con tal de salirse con la suya. Pero a la vez, caballerosos, humildes y, sobre todo, valientes (1). Su vestimenta también es fácilmente reconocible: botas de monta, pantalón oscuro sujeto por un fajín, camisa blanca abierta enseñando pecho, chaquetilla o chaleco, gorro o pañuelo para la cabeza. Son los bandoleros.
La descripción de un bandolero no estaría completa sin accesorios tan característicos como su manta que, además de dar calorcito y protección por las noches, hacía las veces de bolsillo de Doraemon, y sus armas más icónicas: el trabuco, la pistola y la navaja. Ejemplo de esto son, sin ir más lejos, los personajes de la serie Curro Jiménez (2). Pero, como en todas las cosas de la vida, no siempre es oro todo lo que reluce.
Los bandoleros, ¿héroes o villanos?
La imagen del bandolero se ha visto beneficiada por la idea del héroe popular: aquel que roba a los ricos para después repartirlo entre los pobres. En México, tenemos a Pancho Villa (3); en Inglaterra, la historia de Robin Hood (4) y más recientemente, aunque no por ello menos importante, en Star Wars contamos con el gran Harrison Ford y su inseparable Chewbacca (5).
Como vemos, el bandolerismo ha contado en todas las épocas (y mundos) con muchos representantes (6). Sin embargo, todos los bandoleros compartían una cualidad común: sus actos se vieron condicionados por una necesidad, causada, bien por la pobreza, bien por las injusticias que se daban en épocas de crisis (7). Es lo que se conoce como bandolerismo social.
La imagen del bandolero se ha visto beneficiada por la idea del héroe popular y todos ellos se vieron condicionados por una necesidad.
Así, en el siglo XIX, tras el adiós de Pepe Botella con la Guerra de Independencia española y la posterior vuelta al régimen absolutista con Fernando VII “El Deseado” (8), este fenómeno encontró el terreno perfecto para un gran auge de estos «hombres alegres” (9) y sus prácticas delictivas.
Conocidos a lo largo y ancho del país
En la Península ibérica podemos encontrar bandidos y bandoleros repartidos a lo largo y ancho del territorio. Se tienen noticias de asaltantes de renombre, como Serrallonga (10) y Roque Ginart (11) en Cataluña, Jaume “el Barbut” (Jaime el Barbudo) (12) y la cuadrilla del Tío Joan de la Marina (13) en territorio valenciano, o el vasco “Patakon” (14).
También encontramos a mujeres bandoleras, entre las que destaca por su historia Pepa La Loba (15), en Galicia. No obstante, los más conocidos, para bien o para mal, fueron y son los que perpetraron sus pillajes en el sur de España.
El caso andaluz
La zona de Andalucía, con su paisaje repleto de relieves montañosos, era perfecta para muchos de estos “fuera de la ley” (muy buena película, con Clint Eastwood en un papel de bandido, por cierto). ¡A robar a Sierra Morena!
A esto cabría sumar el abandono por parte de las autoridades, las grandes diferencias entre las distintas clases sociales y la incultura del pueblo llano, que en aquellos tiempos eran mayores que en el resto del país, al ser Andalucía una zona de ámbito rural (16).
Andalucía fue el escenario perfecto para los bandoleros por las condiciones geográficas, económicas y sociales de la época.
Most Wanted
En estos parajes encontramos a los grandes bandoleros españoles, quienes dieron, con mucho filtro artístico, las bases para dar forma a los personajes que hoy conocemos.
El rey de Sierra Morena
José María “El Tempranillo” comenzó sus andaduras intentando “lavar una afrenta”. Y, a la temprana edad de 18 años, ya contaba con su propia cuadrilla de bandidos.
Se ganó la lealtad de varios paisanos que le sirvieron como red de espías para localizar las presas más jugosas, y en sus asaltos trataba con gran decoro a las damas a las que atracaba. ¡Igual que ahora, vamos!
Por todo esto, fue llamado por algunos “el bandido bueno”, pues en sus robos procuraba no asesinar a nadie y su botín se repartía entre sus hombres y las aldeas más desfavorecidas ¡igualito que ahora, también! Sus “hazañas” llegaron a traspasar las fronteras del país, concediéndonos frases tan rimbombantes como: “En España manda el Rey, pero en Sierra Morena manda «el Tempranillo” (17). ¡Más chulo que un ocho!
Finalmente, buscando una solución al gran problema del bandidaje, el rey le concedió el indulto, pasando así de bandolero a “cazador de bandoleros». Este cambio le llevó a perder la vida a los 28 años en una lucha con un antiguo componente de su cuadrilla.
Caballero y bandolero
Juan Caballero “El Lero”, por otra parte, tras entrar en la cárcel de forma injusta, se echó al monte. De él se resalta igualmente su carácter bondadoso y pacífico, hasta el punto de socorrer a un soldado herido que lo perseguía.
Acabó sus días por una enfermedad en la tranquilidad de su casa, amparado por el indulto del “no tan Deseado” Fernando VII (18).
Crimen y castigo
Diego Corrientes, otro gran bandolero que, en este caso, operó en el siglo XVIII, no tuvo tanta suerte. A pesar de ser reconocido como un bandido generoso (déjà vu en 3, 2, 1…), tras su captura, sirvió de ejemplo bizarro para futuros ladrones.
Por aquel entonces, la pena de muerte para los bandidos, una vez ejecutados, incluía también un servicio extra de descuartizamiento y un último viaje de cada parte del cuerpo desmembrado a los lugares donde se cometieron los delitos. Una pack de vacaciones al Más Allá que pocos deseaban (19).
El Padrino de Madrid
Episodio aparte, y fuera de Andalucía, fue la vida de Luis Candelas. Nacido en una familia pudiente, pero que de noche se transformaba en el Vito Corleone del Madrid del siglo XIX. Atrapado finalmente, pero sin ningún crimen de sangre en su historial delictivo, fue condenado a garrote vil.
La verdad tras el personaje
Hablábamos antes de Curro Jiménez, pero este hombre ni siquiera existió en la vida real. Su verdadera identidad, o más bien su historia fuera de la serie, es la de Andrés López, “El Barquero de Cantillana”.
Hijo de una familia de barqueros, tras la muerte de su padre, vio cómo las autoridades le arrebataban el trabajo que por derecho debía heredar. Así, se enemistó con el alcalde de su localidad y, tras un enfrentamiento manchado de sangre, tuvo que huir a los caminos.
Fue finalmente abatido por el cuerpo militar creado para acabar con los problemas de seguridad del país, y que a día de hoy nos quitan puntos del carnet de conducir: la Guardia Civil (20).
El cristal con el que se mire
Todas estas historias, y sus personajes y escenarios, condicionados por el aire de descontento social que flotaba en la época, son solo unos pocos ejemplos que contribuyeron a crear la gran leyenda de los bandoleros españoles. Unos personajes que pasaron de villanos a héroes gracias a la literatura, al arte, y al cine. Pero, sobre todo, a las circunstancias sociales y económicas con las que el pueblo tuvo que lidiar.
No obstante, no nos engañemos:
Aunque estos personajes fueron “reconvertidos», sus actos incluían la violencia. Es decir, el secuestro, el chantaje y otras lindezas igual de reprochables (21). Pero, ¿quiénes somos nosotros para juzgar? ¿A quién no le gustaría ver su sombra recortada al atardecer sobre el sol poniente en lo alto de un desfiladero mientras monta a caballo? ¿Quién no querría vivir aventuras como lo hicieron ellos?
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