Hemos escuchado infinitas veces las mismas historias de amor. No hay nadie que no conozca los relatos clásicos del romanticismo, como el de Romeo y Julieta, Cleopatra y Marco Antonio o Salvador Dalí y Gala. No obstante, muy poca gente conoce el apasionado romance que vivieron Abelardo y Eloísa, en plena Edad Media.
Pero, ¿quiénes fueron? ¿Qué les ocurrió para que se recuerde todavía su historia? ¿Por qué se llegaron a convertir en un símbolo de la literatura de la Edad Media? Si quieres conocer las respuestas a estas preguntas, sigue leyendo este artículo.
Conociendo a los protagonistas: Abelardo y Eloísa
Abelardo y Eloísa fueron una pareja de enamorados que dio rienda suelta a la pasión en la Francia del siglo XII. Gracias a las cartas que ambos se enviaron a lo largo de su vida, y que son un referente literario medieval, sabemos que comenzaron su romántica historia de forma muy apasionada y excitante. Aunque todo cambió cuando se hizo público su amor. Fue entonces cuando su relación cogió los tintes dramáticos necesarios para que se convirtiese en una hermosa y desdichada historia de amor.
Abelardo, una gran seductor
Nacido a finales del siglo XI, en Bretaña, Abelardo era hijo de un caballero de la baja nobleza culta. En un principio, todo parecía indicar que Abelardo se dedicaría a la carrera militar. Pero, con la ayuda de su madre, consiguió evadir este futuro para dedicarse a la enseñanza. Como el que algo quiere algo le cuesta, esto no fue gratuito. Así, para conseguir este sueño tuvo que renunciar a su herencia y a sus tierras. Tras este decisivo episodio de su vida, marchó a París, donde fundó su escuela (1).
Además, todo parece indicar que Abelardo era un gran seductor. Sí, de esos con mirada penetrante y un “piquito de oro”. Sabía cautivar perfectamente a las mujeres, a través de su cultura e inteligencia. Esto le convertía en el “Don Juan” de su época (2).
La bella y culta Eloísa
Claro que Eloísa, 22 años menor que su futuro enamorado, no se quedaba atrás. A pesar de que tenemos menos información sobre ella, sabemos que también era una bellísima dama, con una gran educación y formación. Eloísa hablaba tres lenguas (hebreo, latín y griego), lo que para su época era todo un récord entre las mujeres. Residente en París, era una huérfana que había quedado en las manos de su tío, Fulberto (3).
Saltó la chispa del amor
Según cuenta el propio Abelardo en sus escritos, nada más verla supo que sería su próxima conquista. Es decir, que en un principio no pasaría de ser un simple ligue. Una más que, ipso facto, caería rendida en sus brazos. Pero se enamoró de ella perdidamente. Así que, como no podía ser de otro modo, Abelardo aprovechó su gran reputación como profesor para ofrecerle a Fulberto dar clases a su sobrina. Éste, obsesionado con darle una gran formación cultural a Eloísa, no dudó en aceptar la propuesta (4).
Abelardo y Eloísa, conviviendo bajo el mismo techo, no tardaron en comenzar una relación amorosa completamente secreta. Esto último era muy importante ya que, en la Francia del siglo XII, la docencia solo estaba destinada a aquellos que guardasen celibato. Evidentemente, este requisito no fue cumplido por Abelardo. Pues la carne es débil y le fue imposible contenerse. Esto supuso un gran riesgo para su prometedora carrera (5).
La verdad siempre sale a la luz
Pronto, el rumor sobre la historia de amor entre Abelardo y Eloísa empezó a circular por todo París. Todo el mundo conocía este secreto a voces y, como era de esperar, también llego a oídos del tío de Eloísa. Sin embargo, como no hay peor ciego que el que no quiere ver, Fulberto siguió felizmente sumergido en la ignorancia. Hizo caso omiso de estas habladurías (6).
Tras tantos apasionados encuentros secretos, Eloísa descubrió que estaba embarazada. Es entonces cuando Abelardo decidió, sin decir nada a nadie, marchar junto a su amada a Bretaña. Allí, se alojaron en la casa de la hermana de Abelardo, la cual les dio cobijo hasta el alumbramiento. Como presagio de lo que se les avecinaba, el bebé nació muerto. Y, tras el trágico parto, Abelardo y Eloísa decidieron regresar a París. El tío de Eloísa les esperaba muy enfadado allí, con la solución al «problema»: el matrimonio. Pero, si recordamos, los profesores no podían casarse y esto dañaría mucho la carrera e imagen de Abelardo (7).
En un principio, Eloísa rechazó esa opción. Pero, finalmente, accedió con la condición de que ese casamiento fuese un secreto. Sin embargo, esta solución solo favorecía a Abelardo. Y es que, al ser un matrimonio oculto, no “limpiaba” la reputación familiar de Eloísa. Así que, como era de esperar, Fulberto, tras la celebración religiosa, no cumplió su parte. Ni corto ni perezoso, se dedicó a difundir la noticia del casamiento por todos lados (8).
La gran venganza: ¡Adiós genitales!
Además de no mantener la boca cerrada, Fulberto empezó a tratar mal a su sobrina. Fue entonces cuando, por miedo a que les echasen a perder todos sus planes, Abelardo alejó a su amada de esa convivencia infernal, cobijándola en la abadía de Argentivil. El tío de Eloísa interpretó esta decisión como un grandísimo ultraje, porque el hombre pensaba que el verdadero motivo de Abelardo era “lavarse las manos” con su sobrina (9).
Es en este momento cuando el tío de Eloísa planeó su mayor venganza. Todo sucedió una noche, tras haber sobornado con dinero al sirviente de Abelardo. Este se prestó a ayudar a Fulberto, dejando entrar a cinco sicarios a la habitación de su amo. Se introdujeron en dicha alcoba y cortaron con una navaja los genitales de nuestro amado protagonista. Esto le condujo a una depresión. Y aunque la justicia consiguió castigar a los culpables, incluido el sirviente traidor, con la pena del Talión (10), Abelardo no conseguiría curar sus heridas físicas ni psíquicas tan fácilmente (11).
Final de la historia: al convento
Tras esta despiadada venganza, tanto Eloísa como Abelardo decidieron tomar los votos. Ambos dedicaron el resto de su vida a amar a Dios. Y aunque solo volvieron a verse una vez más, nunca dejaron de amarse en secreto y de enviarse esas famosas cartas que hoy en día mantienen vivo su amor.
Finalmente, Abelardo murió de fiebres en la abadía de San Marcelo, en 1142. Eloísa lo haría 21 años más tarde, no sin antes ordenar que su cuerpo fuese enterrado junto al de su esposo. Cuenta la leyenda que, cuando se abrió la tumba de Abelardo para depositar el cuerpo de Eloísa, este extendió sus brazos para recibir a su amada con un romántico abrazo (12).
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