Con solo pensar en la Peste Negra se nos ponen los pelos como escarpias…
Querido lector, te traslado una pregunta: ¿vivimos en «el mejor de los mundos posibles»? El filósofo alemán Leibniz[1] estaba convencido de ello y eso cabreaba a su colega Voltaire[2]. El ilustrado no compartía su optimismo antropológico. Famosa es la polémica entre ambos.
El asunto crucial para este último no era Dios, sino los males que padece el hombre arrojado a su existencia.
Y es que si uno mira la Historia sin miopía se embriaga de pesimismo, pues cualquier tiempo pasado NO fue mejor. Observamos que los cuatro jinetes del Apocalipsis[3] —hambre, Peste, guerra y muerte— siempre han estado ahí para amargarnos la vida.
A continuación, vamos a viajar al pasado para conocer de cerca los estragos de la pandemia[4] más letal que ha sufrido la Humanidad. Es más, la Peste Negra casi destruye la civilización Occidental. Muchos pensaron que era el fin de mundo…
Aviso a navegantes: leeremos este artículo con guantes y mascarilla.
El oscurantismo medieval y la Peste Negra
No hay hombre más desgraciado que el de la Edad Media. Vivía en unas condiciones muy precarias. Es decir, con falta de higiene, cosechas perdidas por las plagas de langostas, hambrunas, ignorancia y superstición. Y lo más sangrante: la mayoría eran esclavos del señor feudal[5]. Sí, del chulo del castillo, que lo mismo obligaba al siervo a ir a la guerra que se tiraba a la futura esposa del mismo[6], que para eso era el puto amo. ¡Vaya mierda de vida!
En este caldo de cultivo, periódicamente una enfermedad asolaba un territorio y las personas morían como chinches, pues la ciencia médica estaba aún en pañales. Encima, los galenos[7] lo solucionaban todo con ungüentos y plantas medicinales como la menta, la mandrágora, el ricino, etc. O con minerales como el sulfato de cobre y el arsénico[8]. Vamos, dando palos de ciego.
La Peste Negra y la guerra en la Baja Edad Media
Lo más terrible llegó en el siglo XIV, durante el periodo llamado Baja Edad Media. Coincidiendo con la Guerra de los Cien Años[9], para mayor angustia de las gentes. Justo cuando nacen las primeras ciudades o burgos, y una nueva clase social emerge, la burguesía, y se inicia el capitalismo. En la época del esplendor de las catedrales góticas y de la Ruta de la Seda. Me estoy refiriendo a la Peste Negra o bubónica. Una catástrofe sin precedentes que redujo a la mitad la población europea.
Sin más preambulos, comenzamos a desentrañar la maldita enfermedad.
Miseria, suciedad y ratas: la Peste Negra
La Peste Negra estalló como una bomba en 1348, según dicen los libros. Es, sin parangón, la enfermedad infectocontagiosa más mortífera del planeta Tierra, me reitero.
En primer lugar, hay que decir que la Peste Negra es una zoonosis[10]. Hablando en plata, una enfermedad de las que saltan de los animales a los humanos. Por esa razón son tan peligrosas, pues nuestro sistema inmune no tiene defensas para combatirla. En concreto, es una enfermedad de las ratas.
Y estos roedores, cuando son plaga, crean un problema de salubridad.
Ratas negras en los barcos
El paciente cero de la Peste del siglo XIV suponemos que vivió en Florencia[11], Génova o Venecia. Estas últimas ciudades italianas contaban con florecientes puertos comerciales, no es casualidad. Allí atracaban los barcos procedentes de Oriente cargados de especias, perlas y sedas. También de ratas asiáticas, grandes y negras [12], que se multiplicaron exponencialmente y enfermaron.
Me imagino la escena: ratas muertas sangrando por el hocico, cloacas, suciedad y miseria en las calles. Espantoso.
Síntomas como estigmas
Simultáneamente, y como correlato, las ciudades se llenaron de apestados que pululaban pidiendo auxilio. Pobres criaturas sollozantes que se retorcían de dolor. Con fiebre, vómitos de sangre y bultos o bubones (ganglios linfáticos inflamados) en los sobacos y las ingles.
A veces, los infectados presentaban un color negro-azulado[13] en la piel debido a la asfixia. Eso quería decir que el mal había pasado ya a los pulmones, y la muerte llegaba en pocos días. Como vemos, son los síntomas los que dan el nombre a la pandemia que mató a 25 millones de almas en Europa.
Una enfermedad estigmatizante al máximo…
La Peste Negra y la ignorancia, el quinto jinete del Apocalipsis
Nadie vinculaba estos dos fenómenos: la presencia de ratas muertas y los numerosos moribundos[14]. Los médicos de la época de la peste no tenían ni pajolera idea de las causas de la epidemia y utilizaron la superstición. No entendían lo que pasaba, luego este mal acaecía por culpa de la alineación de los astros[15]. Así, como prevención, aconsejaban la huida rápida de la ciudad. ¡Craso error! Pues con esta medida lo único que conseguían era propagar la enfermedad más fácilmente…
Aunque lo más prudente era tener lejos a los médicos, porque el tratamiento habitual para sanar la Peste pasaba por sangrar [16] al paciente y pincharle los bubones. ¡Menuda carnicería!
Judios, brujas y gatos: el fanatismo
Lo más imperdonable fue el fanatismo de la Iglesia, que percibía esta epidemia como una penitencia por los pecados de la carne [17]. De esta forma, la sinrazón y la ignorancia fueron la respuesta de la gente para combatir el miedo al contagio. Por lo tanto, se necesitaban chivos expiatorios [18]. Y hubo matanzas de judíos, caza de brujas [19] y quema de gatos —el animal del demonio— en fuegos sacrílegos. ¡Tontos del culo! Sin gatos aumentaban las ratas, por eso la Peste Negra nunca se fue del todo. Volvía cíclicamente, en oleadas.
La muerte en Venecia
Mención aparte exige la Serenissima República de Venecia.
La ciudad de los canales, las góndolas y los carnavales sufrió la maldición de la Peste en varias ocasiones. Su bullicioso puerto, a orillas del Adriático, era un paso entre Oriente y Occidente y, por ende, un foco de infección. Allí, los mercaderes hacían su agosto, a pesar de que las aguas estaban contaminadas y la higiene brillaba por su ausencia. Y claro, llegaban las plagas. En fin…que las ratas estaban encantadas con el aire cálido del Siroco y la humedad veneciana. ¡Pachasco!
Il dottore della Peste
En pleno Renacimiento “la muerte en Venecia” [20] era algo cotidiano. De tal magnitud, que la ciudad contaba con sus propios médicos de la Peste para frenar la epidemia.
Estos personajes eran fúnebres a más no poder. Iban ataviados con una máscara con un largo pico de pájaro, el cual rellenaban de sales y perfume para no marearse del olor que despedían los enfermos. Il dottore della Peste también lucía un abrigo de cuero negro hasta los pies [21], muy fantasmagórico. Por cierto que Nostradamus el adivino fue un reputado médico de la Peste. Sin embargo, no pudo evitar la muerte de su mujer y sus hijos por la pandemia. Tampoco fue capaz de predecir la tragedia…
La isla de los muertos
Los doctores de la Peste eran los encargados de mandar a los apestados a la isla Lazzareto[22] Vecchio a pasar la cuarentena. Así se los quitaban de en medio. Y los innumerables cadáveres que sembró la Peste eran incinerados en la isla Poveglia, terrorífico cementerio/crematorio flotante.
Divisar esta “isla de los muertos” a través de la niebla de La Laguna produce estupor. Adviertes que la belleza de Venecia tiene un lado siniestro…
El dios de la Ciencia y la solidaridad humana contra la Peste Negra
Visto lo visto, concluimos que no vivimos en “el mejor de los mundos posibles” [23]. Esto no es la Arcadia feliz y la Historia lo corrobora.
Además, la misericordia de Dios no nos basta; pero todavía nos cabe la esperanza. En 1894 Alexander Yersin se convirtió en el mesías que nos salvó de la Peste. Este científico encontró la bacteria causante de la enfermedad —Yersinia Pestis— que se transmite a través de las pulgas de la rata. Es decir, la pulga pica al hombre y le inocula el dichoso microorganismo que hace enfermar al roedor. Años más tarde, otro Alexander (Fleming) descubrió los antibióticos -penicilina- e iniciaría el camino para eliminar la Peste Negra de la faz de la Tierra. ¡Eureka!
Un monumento a las víctimas
Las pandemias no son un castigo divino sino un mal vencido, gracias a la Ciencia y la solidaridad humana. Hoy lo estamos comprobando, por eso aplaudimos por los balcones.
Muchos releemos la Peste de A. Camus en estos días difíciles. Al final de la novela, el doctor Rieux expresa su deseo de levantar un monumento para recordar a los muertos de la Peste [24]… Estamos de acuerdo: la dignidad de todas las víctimas bien merece un memorial, ¡nunca deben ser una estadística! Mientras tanto, guardemos a la misma hora un minuto de silencio.
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