Hola y bienvenidos una vez más a Cruzadoconomía, el programa en el cuál nobles y plebeyos tratan de que sus riquezas invertidas consigan el ansiado objetivo de recuperar los santos lugares. Hoy, queridos lectores, traemos un ejemplo claro de qué no hay que hacer con vuestras rentas si queréis poner vuestra bandera en Jerusalén. Así que, sin más preámbulos, pasemos a analizar el sindiós que fue la Cuarta Cruzada.
Las cruzadas: deus vult
Para las damas y caballeros que se han perdido los anteriores programas, haremos un breve resumen. A comienzos del siglo XI (1), el papa (2) convocó la Primera Cruzada. El emperador bizantino (3) pidió ayuda a Roma para proteger a los cristianos de oriente, ya que los turcos (selyúcidas) (4) hostigaban las fronteras imperiales. También estaba la espinita de que Jerusalén estaba bajo control musulmán.
Ambas Iglesias -la católica y la ortodoxa– se habían separado en el gran cisma de 1054. Por ello, el papa decidió movilizar a los caballeros europeos con el fin de demostrar que la Iglesia católica mandaba más que la ortodoxa. Los nobles europeos marcharon a la guerra, no sólo por motivos religiosos. Las rutas comerciales de Asia eran un rico terreno a controlar. Así que muchos caballeros, que no iban a heredar nada de sus padres, vieron en esta expedición una oportunidad para ganarse el pan. Y además, la salvación de su alma, ¡todos ganaban!
La Cuarta Cruzada: tres nobles y un plan
No puedo extenderme en los resultados de las anteriores cruzadas. Eso, podéis leerlo en la Wiki sin problema alguno. Vamos a centrarnos en la historia de la Cuarta Cruzada. A comienzos del siglo XIII, tres nobles se unieron (5) con el objetivo de recuperar Jerusalén. Estos jóvenes emprendedores tenían en mente dar a luz a la cruzada 2.0. El trayecto a Jerusalén se solía hacer andando o a caballo, y eso llevaba una cantidad de tiempo enorme. Por eso ahora el ejército, que iba contar con unos 35.000 hombres, iría en barco. Claro, el problema es que habría que contar con una flota enorme y ellos no disponían de tal elemento… Por lo que habría que pedir ayuda a cierta región italiana.
Dandolo: Dux y “honrado” hombre de negocios
Venecia era la mayor potencia marítima europea, así que nuestros protagonistas pidieron ayuda al gobernante de Venecia, el Dux (6). Este hombre, de 90 años y ciego, les propuso lo siguiente. Construiría la armada, alimentaría durante nueve meses al ejército y los transportaría. Todo esto, por el módico precio de 85.000 marcos, dos veces la renta anual del rey francés (7). Y por ser una santa guerra, lo podrían pagar a plazos. Los entusiastas nobles pagaron un adelanto de 5.000 marcos y se aprestaron a reunir tropas. Y así comenzaba la Cuarta Cruzada, una historia digna de los Monty Python.
La cláusula secreta, un detalle sin importancia
Amigos, hay que leer siempre todo lo que firméis, si no podéis caer en trampas terribles. Nuestros nobles no lo hicieron y el Dux se aprovechó de ello. Resulta que la cláusula estipulaba que se atracaría en Alejandría, ciudad controlada por los musulmanes. Si la tomaban, el prestigio y riqueza de Venecia aumentaría. Además la ruta, ciertamente, era más corta hacia Jerusalén. Todos contentos.
Pero estos planes se truncaron antes de empezar. Uno de los nobles (8) murió, y con su muerte el reclutamiento de soldados cayó en picado. Fue prontamente sustituido (9), pero el nuevo noble no tenía tanto carisma. Los líderes cruzados contemplaron con horror que solo habían podido reclutar 12.000 hombres. El coste del transporte se multiplicó por tres debido a esto. Además, el Dux no quiso rebajar el precio, un trato era un trato. Total, que los cruzados pusieron todas sus riquezas sobre la mesa y les faltaban 35.000 marcos para poder condonar la deuda. ¡Vaya negocio fue la Cuarta Cruzada!
Una nueva oferta que no podrían rechazar
Tras este último revés, el ejército cruzado estaba muy cerca de disolverse. Pero es que ni tenían comida para volver a sus hogares después de los pagos al Dux. Para que luego nos quejemos cuando nos cancelan un vuelo. El Dux alimentó a los cruzados y les presentó una nueva oferta con la que saldarían su deuda. Debían tomar la ciudad de Zara, que Venecia había perdido unos años atrás. Con el botín del saqueo, podrían pagar lo que le adeudaban.
Que Venecia recuperase Zara era un detalle sin importancia. Solo había un pequeñísimo inconveniente: Zara era una ciudad católica. En un principio, los líderes cruzados se negaron. Iban a liberar Jerusalén, no a robar a sus hermanos cristianos. Pero el Dux presionó y presionó. Además, también hizo voto de cruzada en la iglesia de San Marcos, pasando a ser un guerrero comprometido para recuperar Jerusalén ante los ojos de Dios. Esto terminó de convencer a los cruzados, que zarparon hacia Zara con un sonriente Dux a la cabeza.
¿Pero qué narices estáis haciendo? El papa mosqueado
Las noticias de las evoluciones de la Cuarta Cruzada llegaron al papa. La idea de tomar Zara violaba claramente el espíritu de la guerra santa. Obviamente, saquear ciudades cristianas no era algo muy loable. El papa mandó un emisario pidiendo que el ataque a Zara se quedara en una simple idea. Pero claro, los cruzados estaban entre volverse a casa como unos fracasados, o atacar y quizás poder tomar Jerusalén. La decisión no era fácil.
El papa tomó una medida para ayudarles a decidir. Mandó una misiva. En ella, se detallaba que todo aquel que atacara Zara sería excomulgado. Sufrirían la condena eterna en el noveno círculo infernal -esto lo añado yo, que Dante todavía no había nacido- junto a los musulmanes, los herejes, los ortodoxos y Lucifer. Vamos, la créme de la créme del otro mundo. En 1202, los cruzados llegaron a Zara y recibieron la carta papal. Pronto estallaron las discusiones. Un bando optaba por desistir, pues iban a la Cuarta Cruzada a limpiar sus pecados, no a cometerlos. Mientras tanto, el Dux argumentaba que su contrato estaba vigente y que se le tenía que pagar. Finalmente, pesó más la vergüenza de volver sin haber pisado Tierra Santa ni haber luchado contra el infiel y se procedió a atacar Zara.
De mal en peor
Tras dos semanas de combates, la ciudad de Zara terminó cayendo. Los cruzados procedieron a saquearla y ver si la deuda quedaba saldada de una maldita vez. Ironías del destino, no reunieron suficiente dinero para pagar la deuda. Su única ganancia fue un billete de ida al infierno. Efectivamente, el papa procedió a excomulgar a toda la expedición. Pero, finalmente, los cruzados demandaron clemencia al papa, así que la excomunión solo afectó a los venecianos, los instigadores de la toma de Zara. Desolados, sin dinero y condenados al infierno, los cruzados no sabían qué hacer para poder llegar a Jerusalén. En esto que en nuestra historia entra un nuevo actor: un príncipe pretendiente al Trono imperial bizantino (10). Traía una solución a sus problemas, a cambio de un favorcillo. En este artículo podéis ver como acaba la historia.
Como siempre, os dejo algo de música para ambientar, si tenéis sugerencias, dejad un comentario en cualquiera de nuestras redes sociales. ¡Un saludo!
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