“El Grande”, “El Pasmado” (1) … o Felipe IV, que reinó nada más y nada menos que 44 años y 170 días (2); un Monarca con una enorme adicción, el sexo, y un gran problema, su descendencia. Porque no todo podía ser política y religión. Cada cual tiene su «afición».
Yo quiero marcha, marcha
Felipe IV nacía en Valladolid en 1605 (3). Desde muy joven amó la poesía, el teatro y las artes. Y es que a poco que nos hayan enseñado de este rey ya no podremos separarle de autores como Quevedo, Lope de Vega y desde luego, Velázquez (4).
Pero como todo ser humano, el Rey no era perfecto y, atendiendo esporádicamente a los negocios del Estado, éste dedicaba su tiempo a lo que más le gustaba: fiestas bulliciosas, comedias, deporte, cacerías y, sobre todo, aventuras amorosas. Y es que Felipe IV supo divertirse.
Olivares, mala influencia para Felipe IV
Siendo muy joven Felipe perdería a su madre, Margarita de Austria. Quedó a cargo de eclesiásticos, cuyas enseñanzas hicieron del niño un gran creyente, pero un rebelde con tempranos impulsos sexuales que, desde la adolescencia, cabalgó sin freno por todos los campos del deleite. Peor influencia fue la figura de Gaspar Guzmán, más conocido como el conde-duque de Olivares (5), quien no hizo del príncipe un monarca ideal. Olivares era una persona muy arrogante. Sobreestimaba su propio talento y despreciaba todas las opiniones, excepto la suya (6). Como se suele decir, a este señor no le hacía falta abuela. Se rumoreaba que utilizó su cargo como mentor de Felipe IV para enseñarle todo tipo de placeres. Sacándole de marcha por Madrid le introdujo en las malas compañías, lo que no dejaba en muy buen lugar la figura del rey.
El deber me llama
Ya lo dice el refrán: primero la obligación y luego la devoción. Eso le debieron decir a Felipe IV cuando con tan solo siete años firmó las capitulaciones de su enlace con Isabel de Borbón (7), que se celebró el 18 de octubre de 1615, a la edad de diez años, ¡unos niños! Éste no pudo consumarse aquella noche por la corta edad de los contrayentes. No fue hasta los quince años cuando se acordó que el príncipe comenzase a hacer vida marital. (8)
Felipe IV, como todos sus antepasados, era católico ferviente. Era frecuente ver al monarca encerrado en su Real habitación balbuceando una oración que, acabada, daba comienzo a las verdaderas bacanales del Buen Retiro (9). Eso sí, nunca falló en sus tareas matrimoniales, por el bien de la línea sucesoria del país; con Isabel tendría diez hijos, pero tan sólo dos llegarían a la edad adulta: María Teresa de Austria (10) y Baltasar Carlos (11).
Amores y amoríos: la Calderona
Para dejar un largo legado necesitaba una larga lista de mujeres. La primera amante conocida de Felipe Iv pudo ser la hija del conde de Chirel. Fruto de este amorío nacería el primer bastardo real, llamado don Fernando Francisco de Austria (12).
No faltarían los encuentros amorosos accidentados de los que Madrid se hizo eco rápido. Los escarceos de Felipe IV, aunque solían ser secretos a voces, guardaban relativamente las apariencias (13). Más de una vez el rey y el conde-duque fueron descubiertos y perseguidos por los maridos de sus amantes. En una ocasión el marido de la duquesa de Veragua, una de sus aventuras, acabó a palos con el rey, que logró escapar, aunque molesto por no haber podido pretender el más ligero placer de su mujer. Se volvió con el calentón a su palacio.
Más popular fue la aventura que tuvo el rey en su juventud con la popular actriz María Inés Calderón, conocida como “la Calderona”. Según el rumor público, «a ninguna mujer amó tanto el rey» (14). De este amor, digno de la revista HOLA, nacería Juan José de Austria, quien recibiría los más altos privilegios del Estado.
Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa
Lógicamente, tanto descuido político y banquetes de placer llevaría a España a una crisis general de la Monarquía, lo que le hizo cambiar de vida, o al menos intentarlo, prestando menos atención a sus placeres y más a sus obligaciones de soberano. Así comenzó su relación (estrictamente religiosa) con sor María de Jesús de Ágreda (15), a quien el rey transmitió su “arrepentimiento” por no poder vencer su lujuria. Su segunda esposa, Mariana de Austria, harta de sus escarceos extramatrimoniales, se fue volviendo de carácter avinagrado y monjil. ¡Y España aún sin sucesor!
En cambio, de sus bastardos se hablaba en todas partes, educados lejos de la Corte. La mayor parte de ellos ocuparon cargos religiosos. Hubo seguramente más bastardos de los que no se conservan fuentes. Ocho le asignan algunos historiadores, pero embajadores de la época hablaban de veintitrés (16) y, según otras noticias, su número alcanzó treinta y dos (17).
El secreto de la seducción
Rey de buen corazón, más pícaro que devoto y con incontinencia en el placer, cosa que le hizo toda su vida esclavo de las pasiones. En sus tiempos, la fama de Felipe IV como mujeriego, enamorado y libertino llegó a ser relativamente popular, El rey Galante le llamaban. Toda clase de mujeres eran buenas para su erótico deporte: doncellas, casadas y viudas, altas damas, sirvientas de Palacio. Parece que, en todo Madrid, no había fronteras para sus deseos.
No podemos olvidar que una consecuencia de tanta pasión fue la abundancia de enfermedades venéreas de las que se hablaba como si tal cosa. ¿Pudo contraer Felipe IV la sífilis? ¿Fue esta enfermedad culpable de las muertes prematuras de sus hijos y de los abortos de sus dos mujeres? (18) Y claro está, no podía ser de otra forma pues de tal palo tal astilla, estas aficiones serían continuadas por algunos de sus hijos, (19). Desde luego, Carlos II no fue uno de ellos.
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