Salón Kitty: el burdel de la cruz gamada

Nunca un puticlub fue tan famoso e inspiró tanto la literatura, el cine porno y, por ende, las fantasías eróticas de varias generaciones. Y es que los secretos que escucharon las paredes del mítico Salón Kitty, alimentaron el imaginario colectivo. Además, Salón Kitty era el ejemplo vivo de la eficacia alemana. Era un negocio redondo, central de espionaje y el paraíso de placeres exquisitos para hombres elegidos, durante la II Guerra Mundial.

Salón Kitty, el puticlub de los nazis
Fotograma de la película «Salón Kitty» (Tinto Brass, 1976). Fuente

El burdel oficial de la esvástica, auspiciado por la élite del Partido Nacionalsocialista alemán, podríamos decir que funcionaba como un lugar de recogida de información del SD o Servicio de Inteligencia vinculado a la Gestapo/policía secreta. Que ya sabemos que en la guerra y en el amor, todo vale

Gatita Schmidt

Este era el apelativo cariñoso de Kitty – Katherina – Schmidt, la lumi o pilingui más famosa de Berlín. Desde jovencita, se había dedicado al oficio más antiguo del mundo y sabía mejor que nadie satisfacer a caballeros exigentes. Su belleza (se sometió a varias cirugías estéticas con éxito) (1) y sus artes amatorias, le hicieron prosperar. Y así, pasó de regentar una simple pensión con derecho a señorita, a ser la madame de todo un prostíbulo con clientes VIP y a todo lujo, el Salón Kitty. O sea, mucho terciopelo rojo en la decoración, caviar y champán francés, y elegantes vestidos de fiesta para estas dieciséis (2) meretrices tan sofisticadas, mezcla de valkirias y Mata Hari. La propia Kitty era quien las aleccionaba para conseguir que los clientes se relajaran y en la cama largaran sus opiniones sobre el régimen y sus jerarcas. Y los nazis las seleccionaban.

Kitty Schmidt, del Salón Kitty, el puticlub de los nazis
Kitty Schmidt

Ni qué decir tiene que en el Salón Kitty todas tenían que ser discretas y cumplir con un pacto de silencio, so pena de muerte. Debían ser educadas, políglotas y, por supuesto, alemanas. Pero la dueña del Salón Kitty, en realidad, era muy querida por los judíos. En su local no hacía distinciones, no creía en la supremacía racial aria. E incluso se sabe que ayudó a muchos amigos (3) judíos a huir de Alemania.

Cuentan (4) que siempre aconsejaba a las chicas que debían ser como una piedra. Es decir, que para poder satisfacer a doce machos salidos en una noche, era fundamental que no gozaran con ellos. Que actuaran fríamente y pensando que lo que tenían encima era “un sucio cabrón, un cerdo hijo de zorra”…

El Salón Kitty: putas buenas, nazis malos

Muchas estaban casadas o tenían novio, y con esa actividad se sacaban un dinero extra. Además de ayudar a ganar la guerra sin pistolas Luger p-08 (pistola reglamentaria del ejército alemán), pero con las armas del amor y del sexo. Desde luego, las chicas del Salón Kitty eran mucho más bondadosas que los nazis, ya que todas las batallas terminaban con un final feliz.

Salón Kitty, el puticlub de los nazis
Escena de la película «Salón Kitty» (Tinto Brass, 1976). Fuente

La idea de incorporar el Salón Kitty dentro de la organización del Servicio de Inteligencia, surgió del cerebro retorcido de Reinhard Heydrich, uno de los mandamases del régimen y jefe de la Gestapo. Este individuo (una hache del triunvirato de poder Hitler-Himmler-Heydrich), era el mal absoluto. No en vano, el plan para acabar con los judíos de Polonia lleva su nombre: Operación Reinhard (5). También era llamado por su extrema crueldad “la bestia rubia”, “verdugo de Praga” (fue gobernador de Bohemia y Moravia), “el hombre de corazón de hierro”, “el carnicero», etc.

Sabía por su experiencia que los hombres, con alcohol y en los brazos de una bella mujer, cantan la Traviata. Y, como buen mujeriego (6) que era, quiso sacar información de la forma más sórdida y torticera. A saber, instaló micrófonos en todas las habitaciones del Salón Kitty. Un sistema de cableado llegaba hasta el sótano, y allí un equipo de expertos recepcionaba y grababa las escuchas. Sí, las confesiones entre polvo y polvo. En un principio, en discos de cera (7) y, posteriormente, reproducidas en cintas magnetofónicas. ¡Viva la intimidad!

La jodienda no tiene enmienda

Es un hecho que en la guerra se exacerba el deseo. Y que donde hay soldados, hay prostíbulos. Sin embargo, la clientela de Salón Kitty era de alto standing: diplomáticos extranjeros, altos mandos militares, políticos, etc… Las orgías del Salón Kitty eran épicas. Ya se quejaba J. Goebbels, ministro de la Propaganda, de que:

“Berlín de noche era una charca de pecado” (8).

Pura hipocresía, pues él era asiduo del Salón Kitty. Por allí pasaba la flor y nata del nazismo a darse un homenaje.

Los que sabían el asunto del espionaje, apagaban los micrófonos durante su visita al Salón Kitty, como era el caso del mismísimo Reinhard Heydrich, putero mayor del Reich. Aunque bueno, no todos se dejaban caer por el Salón Kitty… Hitler era el gran ausente. El Führer no tenía pasiones carnales. Era un hombre sin mujeres, casado con la patria. Si acaso le acompañaba la pavisosa de Eva Braun, pero nada más. Es por eso que sus detractores decían que era homosexual, invertido, e incluso impotente. Nunca sabremos si realmente lo era, o simplemente su alejamiento del mundo femenino respondiera a una estrategia de la propaganda del III Reich: deshumanizarlo para poder divinizarlo.

Lo cierto es que un conocido periodista británico, publicó en el Daily Express:

“si una rubia inquietara el sueño del señor Hitler, Europa dormiría mucho más tranquila” (9).

A juicio de sus biógrafos, solo una rubia le quitaba el sueño. Pero no era una mujer, era su perra Blondie (rubita en inglés). Y es que ningún nazi tenía corazón.

«Lo cerramos. A partir de ahora, el que quiera vicios que se los pague…»

La frase (10) la soltó con vehemencia el Reichführer, H. Himmler, en 1943, pues salía bastante caro costear esas juergas. Por no hablar de los destrozos de las bombas de la aviación Aliada sobre el edificio del Salón Kitty, cuando iban perdiendo la guerra. Y una de ellas lo derrumbó definitivamente en 1944. Todo Berlín se llenó de escombros.

Reinhard Heydrich, usuario de Salón Kitty, el puticlub de los nazis
Reinhard Heydrich

En resumen, Reinhard Heydrich lo creó y Heinrich Himmler lo cerró.

Pero es necesario definir conceptos: puta solo es la que hace putadas. Y, aunque es cierto que tenía fama de avara y que vendía su cuerpo, Kitty Schmidt, la dueña del Salón Kitty, nunca hizo mal a nadie. La gran putada la hicieron los nazis.

En el fondo, Kitty Schmidt era una princesa en un lodazal. Una víctima más de la prepotencia del Tercer Reich. De hecho, nunca se ganó la confianza de la Gestapo y siempre se sintió presionada y con miedo sabiendo que su vida pendía de un hilo (11). Esto es, bajo la amenaza del campo de concentración. Aun así, no fue una colaboracionista cobarde.

Un dato significativo: el entierro de Kitty Schmidt fue memorable en Berlín, y acudieron miles de personas. Sin embargo, Reinhard Heydrich murió asesinado en Praga (12). En un atentado, cuando circulaba, todo chulo, en su Mercedes-Benz descapotable. Lo puso muy fácil. Y, como dice el refrán, a cada cerdo le llega su San Martín.

Hoy en día, en el número 11 de Giesebrechtstrasse ya no está el Salón Kitty. En su lugar hay una academia de guitarra, ¡paradojas de la vida! Porque nada mejor que la música para borrar los malos recuerdos.


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Referencias y bibliografía

Referencias

(1) Norden, 1976, p. 29.

(2) Norden, 1976, p. 8.

(3) Norden, 1976, p. 30 y p. 95.

(4) Vereiter, 1976, p. 127.

(5) También llamada Solución Final, eufemismo surgido en la Conferencia de Wannsee (enero de 1942) y que refiere al exterminio sistemático de los judíos.

(6) En 1931, Reinhard Heydrich fue expulsado de la marina, acusado de violar a la hija del director del astillero. Poco después se afilió al NSDAP o Partido Nacionasocialista Obrero Alemán y trepó por su crueldad manifiesta.

(7) Eslava Galán, 2016, p. 228.

(8) Gallego, 2016, p. 174.

(9) Fontrodona, 1978, p. 88.

(10) Eslava Galán, 2016, p. 228.

(11) Norden, 1975, p. 8.

(12) Se denomina Operación Antropoide a este atentado/magnicidio que acabó con la vida de Reinhard Heydrich. Dos paracaidistas checos, adiestrados en Londres, lanzaron una bomba de mano al coche (el 27 de mayo de 1942) e hirieron al “carnicero” mortalmente. Como era el niño bonito de Hitler y Himmler, la venganza fue terrible… Se dio la orden de arrasar dos pueblos cercanos y masacrar a todos sus habitantes.


Bibliografía

  • Eslava Galán, J., 2016, La segunda Guerra Mundial contada para escépticos, Planeta, Barcelona.
  • Fontrodona, M., 1978, «Los posibles hijos de Hitler», Historia y vida, nº 119, pp. 67-71, Barcelona.
  • Gallego, F., 2016, Todos los hombres del Führer, Penguin Random House, Barcelona.
  • Norden, P., 1975, SALON KITTY, el burdel político del régimen nazi, Bruguera, Barcelona.
  • Von Vereiter, K., 1976, SALON KITTY, burdel SS, Producciones Editoriales, Barcelona.
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1 COMENTARIO

  1. Que manera de tirar bolazos. Así cualquiera puede ensuciar a otro. Sin fundamento ni prueba alguna se arman juicios de valor que perduran como verdades absolutas. Otra perla mas en la ya cansadora maquina de difamacion contra el Nacional Socialismo. Dificil que la gente siga creyendo estos cuentitos inventados