Como todos sabemos, tras la Segunda Guerra Mundial dos fueron los “imperios” que se posicionaron como dominadores del devenir mundial, en un mundo que se podría llamar “bipolar”: EEUU y la URSS. Sin embargo, lo que en principio resultó ser una alianza para combatir a un enemigo común (Hitler), tras esta conflagración, motivos principalmente económicos y geoestratégicos quedaban de manifiesto. En ese contexto una convivencia pacífica entre ambas superpotencias era cuanto menos, complicada, por no decir, imposible (1).
No obstante, jamás se produjo un enfrentamiento directo entre ambos colosos, sino que los conflictos se disputaron en otros escenarios, aquello que los historiadores llaman “espacios calientes de la Guerra Fría” (2). En este sentido, se prolongaría desde la segunda mitad del siglo XX hasta casi finales de la centuria la llamada Guerra Fría, un periodo marcado por la continua y permanente tensión entre EEUU y la Unión Soviética.
Siempre se ha identificado el fin de la Guerra Fría con la caída del muro de Berlín, la desintegración de la URSS y el derrumbamiento de aquella lejana idea del Socialismo Real (3), pero lo cierto es que el debate actualmente se está dirigiendo hacia otra incógnita que tiene mucho que ver con el título de este artículo: ¿realmente la Guerra Fría acabó? Además de esta pregunta, seguro que nos surgen otras más, como por ejemplo, ¿Rusia aceptó la “derrota”? ¿Realmente se puede decir que cayó la URSS, o más bien que creó regiones herederas, gobernadas por burócratas comunistas que decidieron imponer estructuras y sistemas similares? (4) ¿Moscú pretende retomar el diálogo de hace 50 años para volver a tratar «de tú a tú» con EEUU? ¿Qué papel juegan en todo esto Ucrania y Siria?
Tomando como referencia esos dos lugares, hoy problemáticos, una de las primeras conclusiones que sacamos desde un punto de vista general es que Rusia pretende recuperar su protagonismo como potencia mundial (5) y volver a situarse en régimen de igualdad y competencia con EEUU; por ello, cobran especial relevancia el conflicto ucraniano y las intervenciones militares en Siria.
Empecemos por Ucrania. Son tantos los acontecimientos, revueltas populares y aconteceres de dirigentes (pro-rusos/pro-occidentales) que nos daría para otro artículo sin duda alguna. Digamos que, en el contexto de Crimea, la base de Sebastopol o la misma invasión rusa en Ucrania, se presenta un panorama en el que Rusia no olvida su antigua categoría de “imperio”. En consecuencia, ambiciona recuperar de alguna forma su influencia sobre, en este caso, la segunda exrepública soviética más grande. Usa para ello su poder sobre el monopolio energético que, sin ánimo de ser atrevidos, puede ser una base importante para recuperar su poderío militar y económico y, de esta forma, reescribir la historia desde su colapso hace ya varias décadas.
Al mismo tiempo, la crisis de Ucrania, lejos de ser solucionada, se presenta como el germen de la inseguridad en el panorama europeo. Sánchez Herráez, en el contexto de Ucrania afirma que “según crecen las crisis, las cadenas de mando y control tienen más eslabones, se incrementa exponencialmente la posibilidad de que uno se rompa…y al final e inevitablemente, como dice el adagio, una cadena es tan fuerte como el más débil de sus eslabones” (6).
Lo que queda claro es que, para algunos, Ucrania podría ser la clave para el inicio de una nueva Guerra Fría; debemos hacer el esfuerzo por no emplear el término pues ese discurso puede repercutir de forma negativa en la búsqueda de una solución inmediata al conflicto. No obstante, seamos conscientes de que si esto sigue así, llegará un momento de no retorno en el que tengamos que lamentarnos. Baste recordar que para que se efectúe una guerra o un conflicto concreto, ni la tecnología ni el armamento son los elementos más importantes, pues a veces es la palabra, la provocación, la que incita a encender la mecha. Y esa palabra es la que emana del dirigente que, a fin de cuentas, tiene el poder para hacer y deshacer. A veces, resulta bastante paradójico pensar que nuestros destinos estén en manos de personas a las que poco les puede importar la humanidad.
Y, ¿qué decir tiene lo que está ocurriendo actualmente en Siria? No hay más que ver el “bombardeo” al que estamos sometidos diariamente en los noticiarios en los que la sangre, muerte y destrucción están a la orden del día. Pero no son solamente estos acontecimientos los que nos pueden dirigir la mirada varias décadas atrás, sino que son los discursos, la dialéctica de la diplomacia rusa y estadounidense, los que nos recuerdan cada vez más a la Guerra Fría. Y si no, fijémonos en el cruce de acusaciones que ha tenido lugar hace relativamente poco tiempo en el contexto de la Conferencia de Seguridad de Múnich (menuda ironía, empezar una nueva Guerra Fría en una Conferencia de Seguridad, desde luego estos dirigentes tienen mucha chispa): el primer ministro ruso Dimitri Medvedev ya parece haber considerado que las relaciones de la madre Rusia con EEUU y la OTAN se han visto recrudecidas, puesto que él mismo ha llegado a hablar de “una nueva Guerra Fría” (7). De una parte, tenemos a EEUU, que considera que los bombardeos rusos en Siria responden a intereses rusos, aprovechándose de los recientes ataques terroristas; por otra parte, Francia, que acusa a Rusia de bombardear a poblaciones civiles; y en última instancia tenemos a Rusia, que niega todas las afirmaciones anteriores. En resumidas cuentas, cada cual echa la culpa a otro país, mientras que él mismo, en lugar de entonar el «mea culpa» se lava las manos. Desde Poncio Pilatos la humanidad no ha mejorado mucho en cuestiones de responsabilidad.
Teniendo presente este panorama, ahora es cuando realmente nos preguntamos: ¿la Guerra Fría concluyó, o más bien quedó aparcada y desde hace un tiempo han vuelto a rebrotar esos discursos acusatorios? También puede que nos planteemos otra pregunta aún más profunda: ¿qué pasará? Desgraciadamente el arte de adivinar el futuro no es tarea del historiador, pero sí que es cierto que el camino que han decidido emprender ciertos dirigentes políticos no es el más correcto. Aunque parezca complicado, lo que debe predominar es el sentido de la responsabilidad por parte de estos líderes (algo en lo que el pueblo no deposita mucha confianza), que no olviden la importancia de sus palabras y acciones y que, por supuesto, pase lo que pase, sean conscientes de que el planeta es el principal damnificado. Pensemos, por tanto, en la humanidad, pues esa debería ser nuestra verdadera nacionalidad y que, como cierto dirigente dijo una vez, «si la civilización ha de sobrevivir, debemos cultivar la ciencia de las relaciones humanas, la capacidad de todos los pueblos, de todo tipo, a vivir juntos, en el mismo mundo en paz» (8).
los libros de historia lo decian, pero el motivo fue por la disolucion de la urss, para dar paso a la segunda parte de la guerra fria
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