Corrían los primeros años del siglo III a.C., parecía que fuera a ser una noche tranquila de verano como otra cualquiera, o al menos así lo creía el faraón egipcio, Ptolomeo I Sóter (el “Salvador”), pero esa noche se encontraría con el dios Serapis. Este faraón fue uno de los generales de Alejandro Magno que se repartieron su Imperio tras su muerte (323 a.C.), precisamente la zona de Egipto. Para los más despistados, Ptolomeo I fue el tatarabuelo del tatarabuelo de la famosa Cleopatra, sí, la de los baños de leche.
Un nuevo dios para gobernarlos a todos
Se encontraba Ptolomeo I Sóter plácidamente durmiendo, cuando apareció en sus sueños una estatua colosal de Plutón, dios del Inframundo (1). Esta estatua, le exigió que ipso facto fuera transportada a la capital del Imperio ptolemaico, a Alejandría. A la mañana siguiente, el faraón estaba desconcertado, no sabía si el sueño había sido real, o es que le habían echado algo en el vino la noche anterior… Desesperado, contó su paranoico encuentro con esa extraña estatua «parlante» a sus colegas. Andaba por allí un “hombre de mundo” llamado Sosibio, que tras escuchar el relato, le aseguró conocer el paradero de esa estatua (2).
Ptolomeo no dudó en enviar a dos de sus mejores hombres (Sóteles y Dionisio) a buscar la estatua. Vivieron mil y una aventuras hasta dar con ella y finalmente, como personas solidarias que eran, ¡robarla!
Ptolomeo, al ver la estatua, la expuso al público para que todos la contemplaran. Algunos sacerdotes señalaron rápidamente que se trataba de una estatua de Plutón/Hades ya que estaba acompañada de Cerbero y una serpiente. Aunque Ptolomeo I nunca fue un chico fácil de convencer e insistía en que todos se equivocaban. Ptolomeo cayó en la cuenta de que se trataba de una estatua del dios Serapis (3). Sí, sí, ¡Serapis!, un dios sospechosamente desconocido para todos, hasta ese momento.
Lo que la verdad esconde…
No sabemos muy bien como la explicación de Ptolomeo I fue capaz de convencer a sus compatriotas. Pero parece muy claro que, la explicación de todo este meollo reside en la política religiosa perseguida por el faraón. Ptolomeo, era de origen griego (de Macedonia), y gobernó Egipto apoyado en una pequeña élite también griega. Este nuevo faraón podía ser observado por la población egipcia autóctona como un gobernante extranjero, al que no debían rendir honores. Y como todos sabemos, ¿qué mejor que la religión para ganarse a toda la población de un país?
Con este nuevo dios, Serapis, Ptolomeo pretendía aglutinar bajo su corona a toda la minoría dominante griega y a la mayoría nativa egipcia. Pese al mito fantasioso de Serapis, la realidad es que no fue creado ex novo. Lo bueno de inventarse un nuevo Dios Supremo es que puedes escoger elementos atractivos de otros dioses; ya que inventas… Que sea dios de la resurrección como Osiris (a todos nos gusta resucitar una vez muertos); algunos rasgos del culto al toro sagrado Apis; un poquito de cultos mistéricos (que estaban de moda); y una «chispa» de Asclepio (para que tenga «superpoderes» de curación) (4) .
Con todo este jaleo, Serapis vendría a sustituir a uno de los dioses principales egipcios, Osiris, como benefactor del Más Allá y encima le robaría a su esposa, ya que sería el nuevo consorte de Isis; y ambos serían los nuevos dioses nacionales. Pero claro, los griegos no veían muy «normal» representar a los dioses con cabezas de animales (perros, gatos, cocodrilos o pájaros varios), ellos preferían representarlos como humanos idealizados con sus partes sexuales al fresco; por ello, a Serapis se le dotó de atributos físicos helénicos. A este proceso de fusión y readaptación de diferentes deidades, se le denomina sincretismo religioso. Sin embargo, pese a los esfuerzos de Ptolomeo, la devoción de los nativos egipcios a Serapis es bastante cuestionable.
Serapis, incordiando tus sueños desde el siglo III a.C.
Ante todo, Serapis era un dios sanador y oracular (podía ser todo lo que Ptolomeo quisiera, que para eso se lo inventó él). Manifestaba su sabiduría mediante el ritual de la incubatio o sueño profético (5). La incubatio consistía en que el enfermo debía dormir en el cómodo suelo del templo. Incitándose a tener un sueño «significativo». Cualquiera puede soñar con cosas muy raras… pero afortunadamente, estos templos disponían de unos sacerdotes de «oficio» que interpretarían tus sueños, para comprender cuales debían ser las pautas que el dios indicaba para solucionar tu problema (6).
Existieron tres tipos de curación:
-La directa: el dios aparecía en el sueño y tocaba al soñador, que despertaba sano. ¡Milagro! ¡Milagro!
-La receta: el dios, en el sueño, comunicaba al enfermo la medicina que debería tomar; algunas veces con ingredientes muy «fáciles» de encontrar en cualquier ultramarinos: beber sangre de toro, comer carne de asno, caminar descalzo, cortarse un dedo… elementos dignos de la poción multijugos de Harry Potter.
-La simbólica: el dios transmitía la receta, pero a través de un mensaje alegórico difícil de comprender y que precisaba de interpretación posterior por los sacerdotes. Al dios a veces, le daba por ser poético…
Testimonios reales que demostraban su poder…
En este contexto encontramos el siguiente testimonio «real»: había una vez un señor llamado Ciso que, presuntamente, tenía «más cuernos que un saco de caracoles»; desconocemos la importancia de este dato, pero así consta en el testimonio… Un día cualquiera, Ciso se comió unos huevos de serpiente y le entró un fuerte dolor de barriga; en ese punto, su precavida mujer ya estaba sacando la mortaja de la cómoda. Ciso además de cornudo, era un fiel devoto de Serapis. Así, acudió al dios para le «recetara» una solución para el cólico. El dios, tan poeta como siempre, le recetó que comprara una morena viva y metiera la mano en la pecera.
Con este sencillo truco serapeico la morena se llevó la enfermedad de nuestro protagonista (7); ¡lo de los cuernos parece ser que incurable! ¡Ya sabes un remedio bonito y barato por si te ocurre! ¡Ah! y puede que doloroso…
Con este éxito, no debe sorprendernos que el nuevo Serapeo de Alejandría se convirtiera en un famoso santuario «internacional». El culto de Serapis e Isis incluso alcanzó nuestra Península (siglo I-III d.C.) en la ciudades de Ampurias y Cartago Nova.
Ya nunca sueño con Serapis
¿Si tan importante era este dios, cómo desapareció? Finalmente, con la extensión de la nueva fe cristiana (siglo IV), Serapis corrió la misma suerte que el resto de dioses paganos. Precisamente un hito en la violencia cristiana, fue la destrucción del famoso Serapeo de Alejandría (391 d.C.). Pero no había de que preocuparse. Judíos, cristianos y musulmanes, también tuvieron imaginación para generar un sustituto perfecto, José; el undécimo hijo de Jacob, “el Príncipe de los sueños”, pero eso es otro tema.
Desde nuestra visión actual, estos sueños curativos o premonitorios parecen falsos bulos y sus intérpretes unos farsantes «sacacuartos». Antes de afirmarlo, recuerda cuando le contaste ese sueño tan raro a tu vecina Juana, y ella, decidida, fue a consultar su «Diccionario de Sueños» comprado en la Feria del Libro:
-No puede ser tía… “Si soñaste con ratas, es síntoma de traición. Estarás expuesta a peligros. Debes desconfiar de aquellos que se acerquen a ti”. Quien sabe… puede que los autores de estas «guías» sean almas reencarnadas de los antiguos sacerdotes serapeicos, o puede que como sospechaba Ptolomeo, alguien les haya echado algo en la bebida…
[…] un nuevo tipo de adivinación a través de los números y la aritmética o incluso tuvo sueños proféticos… (3). Pitágoras representó, en cierto modo, a un hombre “santo”, un filósofo […]
[…] un nuevo tipo de adivinación a través de los números y la aritmética o incluso tuvo sueños proféticos… (3). Pitágoras representó, en cierto modo, a un hombre “santo”, un filósofo […]
Muy buena gente esa tal juana que lo mismo te limpia el colegio o un hotel, que te lee un diccionario de sueños, esa mujer no tiene limites, como el autor de este gran articulo.