¡Hola, bon dia! Pasad, pasad, os estaba esperando. Yo creo que entramos todos. Me presento. Soy el doctor Frederic Durán i Jordà, pero me podéis llamar “el puto amo de la sangre”. No, no, no…es broma. Además, ese honor recae en mi colega Norman Bethune (1). Yo la palmé en 1957 y hace demasiado tiempo que no hablo con nadie. Lo siento. Habéis venido para que os cuente mi vida, ¿verdad? Que es para una revista online de Historia o algo así. No sé qué significa eso de online pero me fío de vosotros. Así que sí, yo encantado.
Como os decía, hace ya mucho tiempo que no ando por el mundo de los vivos…y tampoco puedo decir que se hayan acordado de forma abrumadora de mí, visto lo visto. He estado esperando todos estos años algún pequeño reconocimiento (2). No os voy a mentir. No sé, suponía que un país democrático recordaría de una u otra forma a los que luchamos, precisamente, por esa libertad y esa democracia. Llamadme loco.
En fin, si no os importa sentaros y acompañarme, os contaré hasta donde me alcance la memoria. ¿Algo de beber? Bien, ahora apunto, que sois demasiados. Por cierto, también hace más de sesenta años que no analizo una muestra de sangre, ¿algún voluntario?
Lazos de sangre – La infancia de Frederic Durán i Jordà
Bueno, ¿por dónde íbamos? Ah sí, mi historia. Empezaremos por el principio.
Nací en 1905 en Barcelona, en el número 3 de la calle Pescadores del barrio de La Barceloneta. Un barrio humilde que miraba directamente al mar en aquella ciudad de principios del siglo XX. (3) Un barrio humilde para una familia humilde. Yo era el pequeño de los cinco hijos de mi padre, un comerciante de vinos y pescados en salazón de Martorell que se había trasladado a la capital catalana en busca de mejores oportunidades para él y para su familia.
Barcelona. ¿Sabéis como estaba Barcelona en los primeros años del siglo pasado? ¡Eso era la bomba! (4) Y nunca mejor dicho. Venga que estoy sembrado hoy. El auge del movimiento obrero de finales del siglo XIX cristalizó en un importantísimo movimiento anarquista. Las ideas libertarias habían calado hasta los huesos en una ciudad con un tejido industrial imponente. Los trabajadores, cada vez con más conciencia de clase, se agrupaban en asociaciones y sindicatos. No faltaban los disturbios. «Propaganda por el hecho» (5) lo llamaron. Después empezaron a aparecer los partidos políticos. Yo tenía solo cinco añitos cuando se funda la CNT en Barcelona. (6)
Llegados a este punto, no voy a negar mis ideas de izquierdas. Ni las catalanistas. Venía de una familia humilde, crecí en un barrio humilde y, aunque llegué a ser un médico respetado, nunca olvidé de donde venía. Incluso hoy, después de muerto, sigo levantando el puño. La cabra tira al monte.
Va a estallar el Obús – El estallido de la Guerra Civil española
Venga, que pierdo el hilo. Siempre fui un buen estudiante. Tanto que mi familia hizo un gran esfuerzo económico para que pudiese ir a la universidad a estudiar medicina (7). Se me daba bien, para qué vamos a engañarnos. Allí, con solo 26 añitos, publiqué una monografía titulada Análisis y técnica exploratoria de la glándula hepática. ¿A que dan ganas solo leyendo el título de dejar lo que estáis haciendo y correr a comprarla? Pues eso. Una delicia. La publiqué en catalán -por poner un poquito nerviosa a la plana científica de la época – y luego fue incluida en una colección médica de prestigio (8). De esas que tienen los lomos muy bonitos y quedan fetén en la estantería del salón para cuando vienen las visitas. ¿Por qué me miráis así? ¿Ya no se dice “fetén?
Después de graduarme, en 1934, entré a currar como médico municipal en el Instituto Frenopático de Les Corts. Un año después ya era el director del Instituto de Análisis Clínicos de este mismo centro. Se me daba bien, ya os lo he dicho. Trabajando aquí me pilló el estallido de la Guerra Civil. O eso dicen los libros. El “estallido”. Como si las guerras empezasen por generación espontánea. Qué coño. Estoy muerto, no me apetece ser políticamente correcto. Trabajando aquí mí pilló el golpe de Estado que un grupo de rancios generales africanistas -con el visto bueno de los que tenían el poder y la pasta- decidieron dar contra el gobierno legítimo de la República. Así mucho mejor.
Un año antes del famoso “estallido” ingresé en la Unión Socialista de Catalunya y continué militando en el PSUC (9) cuando ambos se fusionaron. Viendo que la situación política y social se nos iba de las manos, me destinaron al Hospital 18, en la montaña de Montjuic (10). Allí, las autoridades sanitarias de la República me encargaron la creación de un servicio que proporcionara sangre para los heridos. Tanto militares como civiles.
¿Susto o muerte? – Frederic Duran i Jordà durante la Guerra Civil
No tuve que pensarlo demasiado, así que acepté la misión. Pero lo que tenía toda la pinta de ser un reto se convirtió, en pocos días, en una misión imposible (11). ¿Por qué? Sencillo. Allí no paraban de llegar heridos y la cantidad de sangre disponible era ridícula. ¿El motivo? Hasta ese momento, las transfusiones de sangre se realizaban directamente del brazo del donante al brazo del receptor. Eso significa, básicamente, que si te pegaban un tiro o un obús se llevaba media pierna de recuerdo, tenías que ser trasladado desde el frente al hospital para poder apañar el estropicio. ¿Resultado? Más de la mitad de los heridos se me morían por el camino (12).
Había que hacer algo, eso estaba claro. Pero necesitaba tiempo para pensar, probar y experimentar alguna solución. Y precisamente había una cosa que no tenía: tiempo. Hicimos varios llamamientos por radio para conseguir donantes. A pesar de la penosa situación, fueron un éxito. Pero, ¿qué hacer con toda esa sangre? Se me ocurrió la idea de crear un gran Banco de sangre para almacenarla. Y así se hizo. Pero ahora me enfrentaba a otro problema. Cómo conservarla.
Sin ningún tipo de tratamiento, la sangre extraída de los donantes se coagulaba en poco tiempo y ya no servía para nada. Y no podíamos andar desperdiciando cantidades enormes de sangre en vista de la situación. Así pues, tras horas y horas leyendo ensayos de otros colegas europeos, se hizo la luz. Y así nació el llamado “método Durán” (13).
Evidentemente, ahora os parece lo más normal del mundo ir a un hospital y que se hagan maravillas con la sangre. Pues bien, hace solo ochenta años, estábamos en pañales en ese tema. No sabíamos ni conservarla ni transportarla en buenas condiciones. Pero un día –tras mucho ensayo-error (14), todo hay que decirlo- se me encendió la bombilla. Ya me daréis las gracias cuando termine.
Ahora…con conservantes y colorantes – El método que creó Frederic Durán i Jordá
El método empezaba consiguiendo una historia clínica del donante. Se le hacía un análisis de sangre, se obtenía el grupo sanguíneo y se descartaba la presencia de enfermedades transmisibles como el paludismo o la sífilis. ¿Me vais siguiendo? Bien. Si todo estaba correcto, hacíamos la extracción y la sangre se mezclaba con una solución de citrato sódico. A cada donante se le extraía una cantidad de…esperad que lo tengo por aquí…sí, aquí está. Entre 300 y 400 mililitros. Después, en un recipiente de dos litros (15), se mezclaba la sangre de seis donantes del mismo grupo y se filtraban los coágulos. Todo esto se guardaba en una nevera a una temperatura entre uno y dos grados.
Fácil, ¿no? Claro, ahora que ya está inventado. Pero a nadie se le había ocurrido hasta entonces. Como decía mi abuela: “con pólvora del rey se tiran muy buenas salvas”.
Entonces…el tema de la conservación ya estaría. Solo nos quedaba un pequeño problemilla: el transporte. Tenía muy claro que había que hacer lo que fuese para poder mandar sangre al frente y hacer las transfusiones in situ así que, me puse a ello. En agosto de 1936 se mandaron los primero vehículos adaptados para practicar transfusiones de campaña (16). ¿Qué cómo eran las ambulancias? Ambulancias dicen…eran camiones refrigerados que hasta entonces se habían utilizado para el transporte de pescado desde el País Vasco. La necesidad, que agudiza el ingenio.
Y funcionó. Ya ves que si funcionó. En 30 meses de guerra se registraron unas treinta mil donaciones, con las que fue posible hacer unas veintisiete mil transfusiones. El sistema ya os lo explico en las referencias. Porque pondréis referencias, ¿no? (17)
Yo me exilio, tú te exilias. La triste historia de siempre – La huida de Frederic Durán i Jordá
El resto…poca cosa que contar que sea muy diferente a lo que pasó con el resto de mentes brillantes de la República. A finales de 1936 me convertí casi en una estrella mediática. La Vanguardia sacó un reportaje a doble página con fotos y todo. A todo tren. En el reportaje, además de destacar la importante labor científica, se añadía que mi método se basaba en las investigaciones de un colega ruso, Serge Yudin. ¿La diferencia? Yudin solo consiguió extraer y conservar sangre de cadáveres. Yo lo conseguí con personas vivas (18).
Al acabar la guerra, como tantos otros, tuve que dejar todo atrás y exiliarme. Concretamente a Inglaterra. Allí seguí trabajando para la Cruz Roja Británica como hematólogo durante la Segunda Guerra Mundial (19). Me establecí en Manchester, donde llegué a ser director del departamento de patología del Hall Children Hospital; y en Manchester me encontró la muerte, en 1957, a causa de una leucemia que yo mismo me diagnostiqué. Hoy, en 2020, una lápida en un cementerio inglés y mi nombre en el Banco de Sangre y Tejidos de Barcelona son los dos escasos homenajes a mi memoria.
Y esta es mi historia. Solo un último consejo: memoria, memoria y más memoria. No dejéis que tantas mujeres y hombres brillantes y comprometidos caigan nunca en el olvido. Un verdadero placer. Brindaré por vosotros…y por vuestra sangre. Salud.
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