Los lectores de las aventuras de Astérix recordarán fácilmente al adivino; un embaucador que se aprovecha de la credulidad de la aldea gala, atemorizada por la tormenta. A priori no tiene mucho que ver con Rasputín (1), pero en ambos casos es la amenaza de un futuro incierto la que abre la puerta al pillo de turno.
Inmortalizado por Boney M , como “lover of the russian queen”y «Russia’s greatest love machine» (2); si sólo hubiera sido eso no habría trascendido más allá de la corte de San Petersburgo. Sin embargo, Rasputín es, cien años después de su muerte, un nombre reconocido.
El imperio ruso en época de Rasputín
La Rusia en la que nace este personaje es un país casi medieval; la figura del siervo era común, a pesar de su abolición oficial en 1861 (3), y la aristocracia detentaba un poder absoluto en los ámbitos social y económico. La única oposición provenía del terrorismo anarquista, que se cobró la vida del zar Alejandro II (4).
Su corte, instalada en San Petersburgo, adolecía de un grave problema, la familia real sufre por la salud del zarevitch (5) Alejandro. Aquejado de hemofilia (6), ponía en duda la continuidad dinástica, a falta de otro heredero varón para suceder al zar Nicolás II.
El pícaro de la Tundra – la biografía de Rasputín
En Siberia (7), la región más aislada de Rusia, viene al mundo en 1869 Gregori Yefimovich, más conocido como Rasputín, en la aldea de Pokrovskoie. Desde su niñez se le reconoce un gran ensimismamiento pero se difiere en la causa del trauma que lo generó (8).
Casado en 1887 con Praskovia Fiodorovna, deja su familia (mujer e hijos) en 1892 para meterse a monje del monasterio siberiano de San Nicolás de Verjoturie (9). Allí sufre una conversión radical. Esta nueva «actitud» provoca la desconfianza de toda su aldea natal. De sobra era conocido su carácter juerguista y promiscuo. A partir de ese momento, un rumor le acompañara de por vida, el de pertenecer a una secta orgiástica, la de los flagelantes (10), cuyo lema era
“Por el pecado hacia Dios”.
En cualquier caso, lo que le definiría desde entonces será su condición de «starets» (11). Emprendió así un largo peregrinaje a través de la Rusia interior que le llevó hasta Kazán, a orillas de Volga, centro religioso de la iglesia ortodoxa. Allí, gracias a su «campechanía» (nunca mejor dicho) y llano sentido del humor frente a la rigidez de la jerarquía eclesiástica, le caiga en gracia al confesor de los zares. Quien lo enviará en tren a San Petersburgo en la pascua de resurrección de 1903.
La corte de los milagros – El místico Rasputín
En San Petersburgo, Rasputín se convirtió en la sensación de la temporada para los círculos más selectos. Cansados ya de juegos de salón, mesas parlantes y espiritistas, auparon a Rasputín como showman que rompía con la monotonía del estricto protocolo (12).
Su nula educación, su apariencia desaliñada con largas barbas (desechadas de la corte desde Pedro II (13), su mirada, tan penetrante que se especula sobre si dominaba la hipnosis y su humor descarado, hicieron de él el invitado perfecto a todo convite de aquella belle epoque (14).
Así fue como en 1905 las grandes duquesas de Montenegro (15) presentaron, durante un te, a Rasputín al zar Nicolás y a la zarina Alejandra. Un matrimonio aislado por voluntad propia y muy preocupado por la salud de su príncipe heredero. Ella, alemana, convertida a la religión ortodoxa, y mortificada por la presión sufrida por alumbrar a un hijo varón (16). Su marido, traumatizado por el atentado que costó la vida a su abuelo (17) y una educación espartana.
Aquel año de 1905 resultó ser su «annus horribilis«. Se consumó la derrota de Rusia por una potencia de segundo orden como lo era entonces Japón. La humillación se tradujo en movilizaciones, una de ellas la del domingo sangriento, la cual acabó en una masacre a las puertas del palacio de invierno (18).
Este episodio acabó con la imagen paternalista del zar, pero sus desvelos seguían fijados en su heredero. A tal punto llegaba su desesperación que recurrieron a Rasputín como sanador, quien consiguió que cesase la hemorragia del príncipe (19).
Progresivamente Rasputín fue haciéndose imprescindible en palacio. Generando una dependencia, especialmente en la zarina, que le permitía pegarse una vida de excesos con borracheras y comilonas continuas (20). Además un trasiego abundante de mujeres en su apartamento (constatado por la policía secreta).
En ese ambiente de cotilleo, Rasputín seguía ganando posiciones y levantando recelos entre la oligarquía cortesana. Así pues, fue considerada una ofensa para la aristocracia y la cúpula de la iglesia ortodoxa, la posición relevante del “monje loco”, junto a los zares por delante de nobles y popes, en la catedral de San Basilio en Moscú en 1913 con ocasión de la misa de celebración del tercer centenario de la dinastía Romanov en el trono de Rusia.
Rasputín el pacifista: «haz el amor, no la guerra»
Fruto de una macabra coincidencia, Rasputín fue apuñalado por una tal Guseva (21), el día exacto en que fue asesinado el archiduque Francisco Fernando por Gavrilo Princip (22). Aquel atentado contra Rasputín tuvo lugar en su aldea natal, donde había acudido huyendo de las intrigas palaciegas. Aunque no consiguió acabar con él, si que logró alejarle de la corte del zar durante esos 37 días que separan el magnicidio de Sarajevo del estallido de la Primera Guerra Mundial.
Rasputín era contrario a la entrada de Rusia en guerra, de la mano de los republicanos franceses, el regicida de Serbia y los liberales ingleses. Nicolás II desoyó sus predicciones (23) y entró en guerra; quizá por seguir con el rol de protector de los eslavos, o por acabar con su rival tradicional otomano, o por defenderse de la amenaza alemana.
Primeramente una oleada patriótica recordó a los tiempos de lucha contra Napoleón, pero a medida que cundía el desabastecimiento y la retirada, la moral se desplomaba. Así fue como el zar Nicolás II decide trasladarse a primera línea de frente, para demostrar que daba la cara con su pueblo.
Rasputín vuelve a San Petersburgo (24), y aprovecha la ausencia del zar para ganar aún más influencia si cabe sobre la zarina, quien le consideraba un profeta.
El dúo zarina-Rasputín alimentaba mutuamente su impopularidad. Alejandra (25) levantaba recelos por ser alemana, igual que la pasó a María Antonieta en la revolución francesa con esa mezcla de misoginia y xenofobia. Rasputín había degenerado más en su conducta sexual y fue detenido por exhibicionismo, incluso un pope intentó castrarlo (26).
Las especulaciones de un romance entre ellos se dispararon con la publicación de unas cartas (27). En ellas la zarina se deshacía en elogios hacia el siberiano, quien seguía con su gran tren de vida a pesar de las restricciones económicas. Mientras tanto el pueblo sufría auténticas penurias para alimentarse, los bolcheviques prometiendo pan y paz estaban ganando popularidad usando su ideólogo Trotsky a Rasputín como símbolo de la decadencia zarista. (28)
Este muerto está muy vivo – ¿Cómo murió Rasputín?
Sabedora de la frágil situación de la monarquía, la aristocracia se plantea acabar con Rasputín, y así frenar la nefasta imagen que daba de los zares.
Las razones fueron varias: políticas, recuperar la influencia de los nobles como asesores de los zares, y personales, sobre todo los celos, suscitados por las infidelidades de esposas de la alta sociedad con Rasputín.
El elegido para llevar a cabo el plan fue el duque Félix Yusupov (28). En la gélida noche del 16 de diciembre de 1916, Rasputín acudió al palacio del duque Yusupov, esperando encontrarse con la joven duquesa. Es llevado a la parte inferior del edificio, donde se le agasaja con licores y pasteles, ambos impregnados de cianuro. en la parte superior de palacio los demás integrantes del complot esperan noticias. Pero no llegan, Rasputin engulle y bebe desaforadamente sin que nada pase.
Los confabulados se impacientan ya que, si Rasputín les denuncia, sus cabezas rodarían. Consciente de ello, Yusupov desenfunda su revolver (29) y asesta una ráfaga a Rasputín, el cual se desploma, pero al ir a comprobar si respiraba, el monje loco intenta estrangularle, Yusupov dispara reiteradamente contra Rasputín, que acaba tendido en el suelo. El asesino sube las escaleras para avisar al resto. Sorprendentemente, cuando bajan para deshacerse del cadáver comprueban que no está allí. Rasputín es visto corriendo malherido por los nevados jardines del palacio. Tiroteado de nuevo, cae y su cuerpo es arrojado a las heladas aguas del río Neva .
Su cuerpo congelado fue rescatado al día siguiente. Su cadáver fue profanado e incinerado durante la revolución rusa (30) salvo una parte: su miembro viril. Presuntamente, está conservado en formol y expuesto en el museo erótico de San Petersburgo (31).
Una de sus más fatales profecías (32), que vinculaba su destino al de la familia real, se cumplió. Apenas dos años después del asesinato de Rasputín, tuvo lugar en Ekaterimburgo el aniquilamiento de la dinastía Romanov (33).
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