Cuando el calendario marcaba el año 1894, la Tercera República Francesa (1) ya cargaba con veinticuatro años de antigüedad. Un logro que a punto estuvo de venirse abajo tras el denominado affaire Dreyfus (2). Este escándalo vino a sumarse a los problemas que el sistema republicano francés arrastró en los años finales del siglo XIX (3). Por un lado, el boulangismo (4) en 1889, el escándalo del Canal de Panamá (5) en 1892, y la siempre presente amenaza anarquista (6), que ese año llegaría a su punto más álgido tras el asesinato del presidente Marie François Sadi Carnot (7).
Las elecciones del año anterior, supuestamente centradas en la cuestión social (8), terminarían por revolver el avispero francés. Los republicanos progresistas obtuvieron una victoria clara (9) superando a los republicanos radicales de Clemenceau (10), a la derecha conservadora monárquica y a los socialistas (11).
Gasolina al avispero francés
Sin embargo, el gobierno no fue sencillo, la férrea oposición de radiales y socialistas (12) obligó al presidente de la República, el progresista Félix Faure (13) y a su recién nombrado Primer Ministro Julés Meline (14), a dejar de lado la ya manida cuestión social, y centrarse en desarrollar una política de gobierno orientada al proteccionismo económico, así como a intentar romper el aislamiento internacional en que se encontraba el país con una alianza con Rusia (15).
La derrota ante Prusia escocía mucho
Por otro lado, el país vivía un momento de clara exaltación nacionalista después de la última perdida de Alsacia y Lorena (16) en el año 1871 (17). El fin de la contienda Franco-Prusiana (18), provocó una guerra de espionaje y contraespionaje entre los dos países enfrentados. Mientras los germanos buscaban información jugosa para desestabilizar a Francia, el Estado Mayor francés intentaba introducir a sus mejores agentes en las instituciones alemanas (19).
Será de ese modo como se llegue al punto de inflexión que abrirá la caja de los truenos en Francia. Ese momento ocurrirá en el otoño de 1894, cuando una espía francesa, que trabajaba en la embajada germánica en París como mujer de la limpieza, encontró un mensaje roto en seis grandes pedazos. En el papel, se podía leer una oferta para revelar a los alemanes los últimos movimientos del Estado Mayor francés (20).
El cabeza de turco perfecto: Alfred Dreyfus
Esta espía, conocida como Madame Bastian (21), entregó la nota a su enlace el coronel Hubert Henry (22) quién prosiguió la cadena de mando hasta llegar a los más altos capitostes del país. A partir de ese momento comenzaron los nervios en el gobierno francés, lo que desató una caza de brujas entre los hombres que tenían relación con los diferentes departamentos de las Fuerzas Armadas. De la docena de sospechosos, resultó elegido un joven capitán llamado Alfred Dreyfus (23).
¿Qué pruebas tenían contra él? Ser judío y además haber nacido en Alsacia, o lo que era lo mismo para los altos mandos militares y políticos más nacionalistas: ser alemán (24). Para los jefes del Estado Mayor francés Dreyfus era el culpable. No había otra posibilidad, pues lo ocurrido solo podía ser obra de un mal francés (25).
Dreyfus – Judío y alsaciano
Dreyfus tenía un expediente inmaculado, dato irrelevante porque era el perfecto cabeza de turco para reforzar el creciente nacionalismo galo. De paso, además, cargaron el muerto a los judíos, dando la razón a muchos franceses radicales que los consideraban una raza de traidores, y libraban al ejército de cualquier tipo de acusación de traición al Estado (26).
Las cloacas del Estado se lanzan contra Dreyfus
Incluso se decidió llevar a cabo un movimiento inaudito hasta la época: crear una campaña de prensa, totalmente manipulada, para convencer a la sociedad francesa de la culpabilidad del acusado de espionaje. Por supuesto la maniobra dio el efecto deseado, y Dreyfus fue condenado socialmente por sus compatriotas (27).
Por eso mismo el juicio no se hizo esperar. Se realizó a puerta cerrada, y del sumario de la causa, supuestamente voluminoso, solo se llegó a conocer el llamado documento bordereau (28). A pesar de todos los intentos para demostrar la inocencia de Dreyfus, el joven fue condenado a cadena perpetua. Una pena que debía cumplir en la isla del Infierno (29).
Sin embargo, a pesar de la rapidez con la que se intentó cerrar el caso, o precisamente por eso mismo, no todos los altos mandos del ejército francés se creyeron la versión oficial. El coronel Georges Picquart (30) consiguió en julio de 1895 ocupar el puesto de jefe de la Sección de Estadística del Estado Mayor (31), y desde ese lugar privilegiado se puso a investigar lo que había ocurrido con el caso Dreyfus (32).
Picquart no se lo tragó
No tardó en encontrar un mensaje en el que Max von Schwarztkoppen, agregado militar alemán en París, comunicaba al comandante francés Ferdinand Walsin Esterhazy (33) su despido como informante al considerar insuficientes sus aportaciones. Seis meses después de conseguir esta prueba, que claramente beneficiaba a Dreyfus, Picquart fue destinado a un peligroso puesto en Túnez (34).
El asunto saltaría a la prensa nacional ese mismo año de 1895, de la mano de Bernard Lazare, representante de los hermanos de Dreyfus (35). En noviembre de 1897, Clemenceau, como miembro de la oposición, comenzó su lucha por la revisión del caso, convenciendo a Émile Zola (36) para que escribiera un artículo, rotundo y directo, para sacudir a la opinión pública (37).
Zola al rescate
Así fue como su famosa carta dirigida al presidente de la República, conocida por su título, «J´accuse…!», apareció en la portada del diario L’Aurore del 13 de enero de 1898 (38). El efecto fue inmediato, y aquella portada desencadenó una batalla entre los que apoyaban a Dreyfus (dreyfusards) y los que seguían viéndolo como un traidor a la patria (antidreyfusards).
Conmigo, o contra mí
El problema, cada vez más enquistado, amenazaba con deglutir a la famélica Tercera República Francesa, acusada, ya internacionalmente, de antisemita y antigermánica (39). Zola pagaría el pato de la grieta social en su propia carne, teniendo que exiliarse de su país tras tomar partido (40).
En agosto de 1898, el supuesto traidor, Ferdinand Walsin Esterház Esterhazy, fue expulsado del ejército francés acusado de desfalco (41). Inmediatamente fue en busca de un periodista británico, y a cambio de la suma de dinero que necesitaba para pagar sus deudas, confesó que él era el autor de la famosa bordereau (42). Había falsificado la letra de Dreyfus por orden del coronel Sandherr (43), su superior y antiguo jefe de la Sección de Contraespionaje (44)(45).
El presidente y su muerte por felación…
Mientras esto sucedía, ocurrió un hecho tan curioso como crucial para la resolución del caso: el presidente de la República, Félix Faure, murió mientras su amante le practicaba una felación en el palacio del Elíseo (46). Aquella anécdota hizo que corrieran ríos de tinta en la prensa local, nacional e incluso internacional, por lo que, para intentar tapar las informaciones jocosas sobre las prácticas sexuales del ya desaparecido presidente, su sustituto, Émile Loubet, decidió reabrir el caso Dreyfus (47).
Nuevo juicio a Dreyfus
Así fue como Dreyfus regresó a Francia para ser juzgado por un nuevo tribunal militar que, a pesar de contar todas las pruebas exculpatorias, lo condenó por segunda vez en agosto de 1899 (48). Una afrenta para el acusado, y para una gran parte del país, que el presidente de la República solucionó diez días después al conceder el indulto a Dreyfus (49).
Aunque el proceso de rehabilitación no finalizaría hasta el año 1906, cuando en el mismo patio de armas en el que se le habían arrebatado las armas y las insignias muchos años antes, el vilipendiado Dreyfus fue ascendido a teniente coronel (50) al mismo tiempo que era condecorado con la Legión de Honor (51).
A pesar del tiempo, la manipulación y corrupción política, militar y judicial que supuso el caso Dreyfus, sigue siendo una pesada losa en la historiografía francesa.
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