No, queridos lectores, no es una leyenda. Al contrario que en otros artículos, en esta ocasión no se trata de refutar un mito. Ocurrió de verdad. Efectivamente, hubo un tiempo en el que la ciudad de Cartagena se puso en contacto con el Gobierno de Estados Unidos para solicitar ingresar en el país. Estaréis pensando… “¡Que me aspen si eso es cierto! ¿Qué demonios pudo ocurrir para llegar a esa situación?” Me alegra que me hagáis esa pregunta. Os contaré la historia.
La llegada de la Primera República
Para empezar, hemos de remontarnos hasta el reinado de un monarca con muy buena rima: Amadeo de Saboya. En 1873, Amadeo I, cansado de intentar tomar las riendas de un país que se peleaba consigo mismo, abdica del trono de España. Tan solo un día después se proclama la Primera República (1). Faltaba por decidir si se iba a tratar de una república unitaria (España como un único territorio) o federal (España como un conjunto de cantones, esto es, regiones o Estados independientes).
Tras unos meses de espera, gana las elecciones el Partido Republicano Federal, así que se declaró a España como república democrática federal. La idea era dividir el país en 17 regiones: 15 en la Península + Cuba y Puerto Rico.
Muy a grandes rasgos, dentro del Partido Republicano Federal había 2 sectores: los “intransigentes”(2), que defendían que la República se debía construir de abajo arriba, formando primero los cantones y elaborando después una Constitución federal, y los “centristas”(3) y “moderados”(4), que querían crear una República al revés, de arriba a abajo.
La situación política en España era tan inestable que llegó a haber cuatro presidentes distintos en menos de un año. Para no agobiar al lector con demasiados nombres, simplemente daremos un número a cada presidente. El primer cambio se produjo cuando el «presi» nº 1 dimitió/huyó a Francia (5). De inmediato se nombró al «presi» nº 2 (6).
La insurrección de Cartagena
Para sacar su programa de gobierno adelante, el «presi» nº 2 tuvo que sustituir a los ministros “intransigentes” por otros “centristas” y “moderados” (7).
Los ministros “intransigentes” se cogieron una rabieta, abandonaron las Cortes y crearon en Madrid un comité desde el que incitaron a la rebelión y a la inmediata formación de cantones -¿que no me dejas jugar? Pues me voy y le digo a todo el mundo que no te junte…-. En pocos días se extendió la rebelión desde Cataluña hasta Andalucía. El Comité pensó trasladarse a la ciudad de Cartagena por sus defensas, su ubicación estratégica y por ser base naval de la armada.
Siguiendo instrucciones desde Madrid, Cartagena se suma a la insurrección, dando comienzo la Revolución cantonal. De madrugada, un cañonazo desde el castillo de Galeras anunciaba la rebelión, a la que enseguida se unió la flota española. En el ayuntamiento se izó la bandera del cantón de Cartagena: les cogió tan despistados esto de la revolución que tuvieron que inventarse una bandera sobre la marcha: tiñeron con sangre la media luna y la estrella de una bandera turca para tener una bandera entera roja.
La respuesta del Gobierno
El «presi» nº 2 pidió elaborar de inmediato la nueva Constitución para intentar calmar los ánimos y frenar la rebelión. Tres días después se presenta el Proyecto de Constitución que se había redactado en tan solo ¡24h! –eso sí que es eficacia y rapidez; parece que no hay nada como una amenaza de fracturar España para poner las pilas a los de arriba… a no ser que seas Rajoy… que ni por esas-. Sin embargo, algunos diputados “intransigentes” presentan también un proyecto alternativo. Ante esta división se propone votar un nuevo Gobierno y aparece el «presi» nº 3 (8).
Para salvar la República había que acabar de una vez por todas con los carlistas (9) y los cantonales. Así que el nuevo «presi» tomó duras medidas, como sustituir a todo aquel que hubiera favorecido la rebelión y nombrar a generales(10) ¡contrarios a la República! -con un par…- para encabezar expediciones militares a Andalucía y Valencia. Llegó a declarar piratas a los barcos de guerra cantonales, por lo que cualquier embarcación podía abatirlos, estuvieran o no en aguas españolas. Las medidas surtieron efecto y, uno tras otro, los cantones fueron sometidos. Todos menos uno: Cartagena -si es que los murcianos tienen mucha tela; nada que envidiar a la aldea de Astérix y Obélix-.
El «presi» nº 3 dimite para no tener que firmar la sentencia de muerte de ocho soldados que se habían pasado al bando carlista. Pese a que no le temblaba la voz para mandar acabar con los cantonales a base de fusil, era contrario a la pena de muerte(11) -si hay que matar, se mata; pero matar como castigo… igual es mucho-.
La petición de ayuda a Estados Unidos
Ya solo quedaba por someter Cartagena, y para ello el presi nº 4 (12) sacó la artillería pesada, literalmente.
En noviembre, sin previo aviso, comienza el bombardeo de la ciudad, lo que desmoralizó mucho a la población. Los proyectiles no dejaron de caer hasta el último día, ya en enero. Se calcula que se utilizaron más de 27.000 proyectiles -se ve que estaba barata la munición entonces…- En toda Cartagena solo quedaron intactas 27 casas.
Es ahora cuando tiene lugar la curiosa anécdota que nos acontece. Con el inicio del intenso bombardeo, se envió una carta al presidente de Estados Unidos: Ulysses S. Grant. En ella pedían ingresar en EE.UU. y poder izar la bandera estadounidense para evitar el bombardeo y mantener su independencia. La oferta era muy jugosa, porque habría permitido a EE.UU. tener una base naval en Cartagena, un enclave importante del Mediterráneo. Sin embargo, aunque se dice que el presidente estadounidense prometió estudiar la oferta, no hubo respuesta alguna -el típico «sí sí, gracias por venir. Ya te llamaremos…», y luego nunca llaman-.
Ante la dificultad de aprovisionamiento en otras ciudades, Cartagena tomó la decisión de acuñar su propia moneda para sufragar los gastos de la insurrección -¿que me quedo sin dinero? Pues me lo invento-. Así surgieron los duros cantonales, hechos de plata. Además, se editó un nuevo periódico, El Cantón Murciano. Durante el periodo cantonal en Cartagena se pusieron en prácticas varias de las reivindicaciones que pedían: se permitió el divorcio, se abolió la pena de muerte, se prohibió la enseñanza religiosa, se confiscaron bienes a la Iglesia, se reconoció el derecho al trabajo, se establecieron jornadas de 8 horas, e incluso se diseñó un plan educativo propio, aunque no hubo tiempo de ponerlo en marcha. Para ser la segunda mitad del siglo XIX, las medidas eran verdaderamente revolucionarias. Quién sabe hasta dónde habríamos llegado hoy día si se hubieran aplicado entonces…
El final de la Revolución cantonal
Después de un par de meses venga a tirar bombas, venga a tirar bombas… el «presi» nº 4 fue derrotado en votación. Si ya era inestable la situación política, ahora para colmo vienen y dan un golpe de Estado -lo que nos faltaba, vamos…-. Ofrecieron al «presi» nº 4 seguir en su puesto, pero se negó a utilizar medios antidemocráticos. En su lugar, comenzó una dictadura que apenas encontró resistencia popular.
Cuando la noticia llegó a Cartagena se perdió toda esperanza de que su causa triunfara, así que se celebró una asamblea en la que decidieron que había llegado la hora de rendirse -señores, hasta aquí hemos llegado… porque no nos van a dar ni los «buenos días»-. Se ondeó bandera blanca y se negociaron los términos de la rendición. Con la entrada de las tropas gubernamentales en la ciudad termina la Revolución cantonal.
Quién sabe, de haber contestado EE.UU., quizá Cartagena podría haber sido un estado libre asociado como hoy día lo es Puerto Rico. Estaría bien ver a Donald Trump comiéndose un pisto o unos paparajotes, seguro que le cambiaba hasta el color de la cara.
Genial. Muy didáctico. Qué fácil se ve contar la historia… Enhorabuena!!!