Como “Joya de la Corona” del Imperio británico, la India era una de las más preciadas (y a la vez más hostigadas) posesiones imperiales del Imperio británico. Un auténtico paraíso para los colonos: economía fuerte, el territorio con más mano de obra de todas las colonias… en definitiva: el orgullo imperial. Relatos y cuentos situaban a la India como la maravilla británica. Sin embargo, para los propios indios, la idea de la India como parte británica del mundo les desagradaba cada vez más a medida que se adentraban en el siglo XX. No gustaba “ser británico” en la India, que era ya de por sí un territorio con miles de conflictos internos, rarezas y religiosidades, diversidad y conflictos internos. Es lo que ocurre cuando en una «GRAN» extensión de terreno (1.942.481 km2) se intenta agrupar a toda una maraña de singularidades milenarias en dos palabras: British Raj (que así era como llamaban los británicos a la colonia de la India). Resulta del todo imposible. Así que era de esperar que los musulmanes del Raj se rebelaran, los hindúes se rebelaran, los comerciantes adinerados se rebelaran, el virrey se rebelara… Todos se rebelaran en un momento u otro. Paradójicamente, todos ellos fueron a reunirse unánimemente en torno a una sola palabra: antibritánicos. Así pues, creció el nacionalismo indio y el deseo de independencia.
Llamarle «Joya de la Corona« al Raj era propio de los colonos británicos pues desde Londres se presumía de la India como motor económico y humano; aunque en realidad durante el siglo XIX en la India murieron millones de indios de hambre. Las muertes por hambre entre 1876 y 1878 acabaron con la vida de entre 6,1 y 10,3 millones de indios, así como otros 10 millones en la llamada “Gran hambruna India” de 1900. Estas dos son consideradas las hambrunas más letales de la historia (por volumen de muertos). A pesar del trato recibido por parte de sus colonos, los indios siguieron del lado británico hasta que las tensiones se volvieron insoportables. Durante toda la década de 1930 los indios del Raj habían luchado activamente contra el Imperio, y en 1935 consiguieron una legislación especial para la India. Tan sólo eso y a la vez tantísimo. El hecho de que se abriera un sufragio censitario masculino y femenino (podían votar todos los hombres y mujeres con un alto nivel de riqueza) hizo que en 1937 el número de votantes se elevara de 6 a 30 millones de personas para elegir ministros de las 11 provincias. El destino de todos los indios estaba condicionado hasta ese momento por el voto de los colonos británicos y por una élite india que no representaba ni de lejos al grueso de la población.
El Imperio seguía retrasando la independencia (cada vez más deseada) y parecía conseguirlo. Sin embargo, explotó la Segunda Guerra Mundial; Gran Bretaña entró en guerra –e iba perdiendo- y los soldados del Raj se opusieron a participar y así fomentar la independencia de la India. Gran Bretaña continuaba perdiendo la guerra y cada mes que pasaba se abrían más frentes en los que combatir. Al acabar la Segunda Guerra Mundial en 1945, con la caída del Tercer Reich, las islas británicas respiraron (un poco) mejor. Las tensiones diplomáticas entre Gran Bretaña y las delegaciones indias eran cada vez mayores y fue el gobierno labour de Clement Atlee el que, cumpliendo una promesa electoral, “[…] buscó promover el entendimiento mutuo y la cooperación cordial entre los Dominions de la Commonwealth y buscar el desarrollo del autogobierno responsable de la India […]” (1). Una promesa electoral cumplida. Se alinearon los astros. O Casi.
La historia de cómo y por qué se decidió esta fecha comienza con el llamado “June 3 Plan” propuesto y redactado durante el gobierno del primer ministro británico Clement Atlee en el Parlamento. El propio lord Mountbattent fue quien eligió la fecha. Sin consultar a los astros, por supuesto (sí, el destino político indio se regía por los astros). La noticia cayó como un meteorito devastador entre los astrólogos indios quienes vieron desgracia (¡DESGRACIA!), por todas partes. Ya lo dijeron Hardeoji y Suryanarain Vyas de Ujjain: La nueva nación no podía nacer en esa fecha.
Como los líderes nacionalistas ya habían aceptado por su cuenta la decisión que lord Mountbattent les había ofrecido, los astrólogos indios tuvieron que ingeniárselas para cuadrar las fechas y preparar la independencia de la India, y así evitar la desgracia. La Proclamación de Independencia se tuvo que hacer entre el 14 y el 15 de agosto, en un período de 48 minutos (exactamente) conocido como el “Abhijeet Muhurta”2. El que fuera a ser el primer presidente de la “nueva” India tendría que ajustar su discurso en ese lapso de tiempo para que al finalizar, naciera una nueva nación tras la medianoche, ya que el sol se pondría el 14 a las 6.57 pm y saldría el 15 de Agosto entre las 5:30 y 5:31 am. El tiempo justo desde la puesta del sol el 14 de Agosto y el amanecer del día 15 sería de 10 horas y 36 minutos; para hacer la cuenta precisa, la mitad de esas 10 horas y 36 minutos (5 horas y 18 minutos) se sumarían a la hora del anochecer del 14 de Agosto y darían como fecha clave las 12 horas y 15 min, «la medianoche».
Para ajustar el “Abhijeet Muhurta” se dispondrían de 24 minutos antes de las 12 y cuarto de la noche y otros 24 minutos después: un total de 48 minutos. Ése sería el único momento posible que los astrólogos concedían al gobierno para proclamar la República de la India. Si no, la desgracia caería sobre la India. Lo que se dice un destino inamovible.
Y ahí estaba Jawaharlal Nehru, el que sería primer presidente de la India, dando su discurso a medianoche, mientras el resto del mundo dormía. Un discurso que (siempre de acuerdo con los astros) es considerado uno de los más importantes del siglo XX. Un discurso que pariría una nueva nación entre el 14 y el 15 de agosto de 1947. La cita con el destino (Tryst with Destiny) (3) había esquivado la desgracia.
Mentiroso, los indios del Raj británico si participaron en la WW2.
En primer lugar, no te voy a permitir dudar con esos términos de los redactores de Khronos, todos ellos solventes historiadores; espero las disculpas que se merece. Y en segundo lugar, confío en que respaldes tus afirmaciones con fuentes fiables.
El Editor