Un soldado, una misión imposible, un héroe que la supera. Sí, esa peli ya la has visto, y seguro que ese sentido del honor y del deber del Capitán América no pasa inadvertido. Él es el supersoldado, el héroe americano por excelencia, que salva al mundo sin despeinarse. Pero, ¿qué ocurre cuando en vez de ser un héroe norteamericano -los que ganaron la guerra-, es uno alemán o japonés, un héroe de los perdedores y vencidos?
A día de hoy todo el mundo conoce al cariñosamente llamado «Capi», a Iron Man, Thor… y están más que aceptados, a una escala prácticamente mundial. Sin embargo, si os hablo de Seita, Pazu, Sheeta, ¿cuántos de vosotros sabrían decirme quiénes son? Y si os digo que nacen de la mente del mismo creador de, por ejemplo, Heidi o Marco. ¿Cómo os quedáis?. Y voy más allá. ¿Y si os digo qué, además, muchos de vosotros seguramente habéis estado «consumiendo» anime, esa cosa de «frikis», sin daros cuenta. Sí amigos, todos somos «frikis», y quien diga lo contrario, miente. Bienvenidos a Japón.
«Inventando» lo que el pueblo recuerda
El sentimiento de patriotismo heroico al que estamos tan acostumbrados en las películas americanas, no es igual de aceptado y respetado cuando los «héroes» son japoneses. Y tanto unos como otros no dejan de ser símbolos de la memoria de un país. Algunos creados en un momento concreto como es el caso de la 2ª Guerra Mundial, otros a posteriori. Pero todos ellos responden a un mismo objetivo. Todos son símbolos en la memoria de un pueblo y le recuerda a una determinada comunidad quienes son, al mismo tiempo que inculcan unos valores.
Aunque la memoria (1) es una facultad individual, los colectivos también recuerdan. Lo hacen a través de “prácticas del recuerdo”: atribuyen un valor simbólico a elementos del paisaje, crean monumentos, películas… Así, aquello que los define como colectivo no cae en el olvido.
El anime que enseña a ser, obra de Miyazaki
Son las películas del Studio Ghibli (2), icono de la animación japonesa a día de hoy, una “práctica del recuerdo” del pueblo japonés. Este pueblo que fue víctima de la bomba atómica, que supuso su inmediata rendición en el periodo de la 2ª Guerra Mundial. Nos encontramos, entonces, ante la historia contada por uno de los países perdedores. Una historia que comienza con una película: El Castillo en el Cielo (3).
El mensaje de este film es claro: la unión tanto solidaria como espiritual. Como se suele decir, “la unión hace la fuerza”. Esta idea está influida por la visita de Hayao Miyazaki a Gales y al sur de Inglaterra en los años 80. Por entonces estaban en una huelga minera británica (4). Esta tuvo como consecuencia inmediata el debilitamiento del movimiento sindical británico.
Una visita que pone al descubierto a un Miyazaki de ideales marxistas, que ya mostraba durante su juventud, y firme defensor de la praxis socialista.
Los sucesos de Gran Bretaña empapan esta primera obra del Studio Ghibli. Se refleja la impresión de las luchas obreras del momento en el carácter de algunos personajes de la obra, así como en la secuencia de una pelea callejera. Así se observa, por lo tanto, la importancia que le conceden en Japón a la animación. No sólo se usa para contar una historia que llegue a entretener a los más pequeños de la casa, sino que también se envía un mensaje a los adultos.
Japón, el país que recuerda que perdió la guerra con anime
Llegamos de esta forma a una fecha difícil de olvidar: «el 21 de septiembre de 1945 yo morí». De esta forma tan demoledora e impactante comienza la película La Tumba de las luciérnagas (5). Esta se sitúa en uno de los marcos históricos más dramáticos de todos los tiempos, la Segunda Guerra Mundial.
Nos plantea un drama vivido por los japoneses adultos en plena guerra. En este punto cabría mencionar otra de las más representativas películas del estudio, Mi vecino Totoro (6). En esta se nos cuenta la visión infantil del mismo suceso unos años después, en plena posguerra. Bien es cierto que en ella el marco histórico no tiene una relevancia especial. Aquí la idea que predomina es la defensa de la naturaleza y el ecologismo.
Con estas películas, Ghibli alcanza su esplendor en el arte de contar historias. A la vez, rompe una lanza ante la idea equivocada, y aún muy extendida, de que «todos los dibujos son para niños». También se vuelve a reafirmar el pilar fundamental del ideario de Miyazaki, la unión y la solidaridad frente al conflicto. Aquí deja de lado la fantasía y presenta un mundo real y cruel. Y reivindica, entre otros temas, la lucha social y la defensa del feminismo (7).
En este punto cabe recordar que «el poder de la animación ya se había manifestado durante el periodo de la Segunda Guerra Mundial, donde los diferentes frentes se esforzaron en producir obras que promoviesen determinados valores, como es el caso de Momotarō, dios de las olas (Japón)». (8)
Uno de los grandes momentos de La tumba de las luciérnagas es el juego de los dos hermanos con las luciérnagas. A través de este, el hermano mayor, empieza a recordar a su padre, un militar que está combatiendo en el frente. En un momento dado, se ve inundado por un desbordante sentimiento patriótico al que le pone voz cantando: «Atacad, enemigo, atacad, que lo pagaréis muy caro. Los hijos del Emperador no bajarán la mano… ¡Todos a las armas!» Brillante escena que de la misma forma que nos acerca a la guerra que está ocurriendo en ese mismo instante, también hace recordar a nuestro protagonista que su guerra no es la de las armas sino la de la supervivencia.
A pesar de ser un firme defensor del pacifismo, tema que, como hemos visto, se repite en sus películas, existen grupos que lo acusan de enaltecer el imperialismo japonés. Algo parecido ocurre con una de sus últimas películas, El viento se levanta (9). En esta se centra en la historia del ingeniero aeronáutico que diseñó el caza Zero (10), emblema aéreo del Japón en la 2ª Guerra Mundial. Es más, dicho ingeniero, representa «la miopía moral de los ciudadanos del imperio japonés». Y la película «la obsesión de todo un país por alterar la memoria de un pasado profundamente doloroso y extraordinariamente violento.» (11)
Otra forma de contar la historia
Por lo tanto, la creación de una conciencia histórica no es una labor que se desarrolle exclusivamente a través de la historiografía. También se despliega a través de instrumentos como la literatura, el arte o la animación. Se persigue con ella la construcción de una experiencia colectiva. El objetivo es dotar a la conciencia de un grupo de significado. Hacer entender nuestro presente y preparar el futuro. Todo ello, lo realiza el maestro Miyazaki presentando el legado histórico de su pueblo en sus películas.
Es así que en muchas ocasiones se encuentra con escoyos y acusaciones. Son tachadas de pecar de nacionalistas. De ser un nuevo canto al mito de la indestructible capacidad de recuperación del pueblo japonés… O una glorificación de la armada imperial nipona… Sin embargo, cuando lo realiza otro país (no hace falta decir nombres) eso se obvia. Todos estos prejuicios pierden relevancia frente a otros aspectos. Bien es cierto que a día de hoy la popularidad del anime está en auge. Como también lo es que las referencias y la vinculación de ciertas películas de occidente (12) a este mundillo es palpable.