El arte contra el arte: el retrete que revolucionó el siglo XX

Dos americanos y un francés van caminando por la Quinta Avenida. Al poco llegan al número 118, su lugar de destino: J. L. Mott Iron Works, un negocio neoyorquino especializado en objetos de fontanería. La pareja yanqui se desternilla de risa viendo como el excéntrico francés (Duchamp) husmea entre urinarios y retretes con asombrosa avidez. Una vez fuera del almacén, apasionadamente, el europeo enseña a sus amigos su adquisición: un urinario modelo Bedfordshire.

Esta ocurrencia, que ha empezado como un chiste y no se distancia mucho de serlo, supone el nacimiento de una de las obras de arte más influyentes del siglo XX. El francés protagonista de la hazaña es ni más ni menos que Duchamp, ajedrecista, pintor y escultor. Sí, ajedrecista en primer lugar. Corría el año 1917 cuando Marcel compró su preciado objeto en el homólogo neoyorquino del señor Roca, entre todo lo que puede uno encontrarse en un almacén de fontanería, como la urraca al oro, eligió este modelo de aura resplandeciente. Podemos incluso imaginarnos el poema de su cara que decía a gritos “¡Voy a liarla parda!”, porque ni decir tiene que el señor Duchamp no iba a usar su nuevo retrete para cambiar el agua al canario. Una vez en su estudio, colocó el urinario del revés, lo firmó y fechó bajo seudónimo “R. Mutt 1917” y, ¡voilà!: lo que hasta hacía unas pocas horas había sido un objeto corriente y moliente, por la gracia de Duchamp, se había convertido en su nueva obra de arte. Antes de que penséis en la máxima del arte contemporáneo “Eso también lo hago yo”, ¡calma, dejadme que lo explique!

Con Fuente había descubierto un nuevo tipo de escultura, uno en el que cualquier objeto fabricado en masa existente con anterioridad, es decir, no creado por el artista, que no tuviera mérito artístico ninguno, liberado de su función original, o séase, volviéndolo inútil, con un nuevo título y un contexto donde nunca antes alguien se lo hubiese imaginado, podría convertirse en una obra de arte. El readymade, así bautizó a este proceso, no era una obra de arte hecha “por” un artista, sino una idea proveniente “de” un artista.

Antes de llegar a EEUU, Duchamp se dedicaba a la pintura. Con Desnudo bajando una escalera, los críticos se rieron de él, calificaron su cuadro como “una obra del diablo”, algo que no le sentó nada bien, por eso decidió que no iba a pintar nunca más, y respetó esta decisión durante el resto de su vida. Pero esto no iba a quedar así por parte del rey del sarcasmo. Fuente pretendía ser una crítica a la avaricia de los coleccionistas, especuladores y directores de museos. Dadas las avasalladoras palabras que recibió su última pintura, por las que realmente fue la última, veía a los académicos y a los críticos como unos completos incompetentes, así que estaba dispuesto a devolvérsela. Además, a Duchamp siempre le caracterizó un delicioso sentido de la ironía y un desprecio absoluto por todos los valores, digamos que estaba de vuelta de todo, así que no le iba a ser difícil cerrar la boca a una comitiva de intelectuales pomposos.

Su retrete iba a participar en la mayor muestra de arte moderno que había tenido lugar en Estados Unidos hasta la fecha: la Exposición de los Independientes de 1917. La había organizado la Sociedad de Artistas Independientes, un grupo de intelectuales que se oponían a lo convencional y lo establecido, y que abogaban por el librepensamiento y el progresismo dentro del arte. La opinión de la directiva de la sociedad a la llegada de la obra fue que, el tal señor Mutt, les estaba tomando el pelo. Por supuesto era cierto, pero el álter ego del señor Mutt, quien era miembro directivo de la asociación, estaba infiltrado en esa junta directiva para escuchar el veneno que salía de las cuerdas vocales de sus compañeros, de ahí que Duchamp utilizase un seudónimo. Estaba desafiando a la progresista organización, les estaba retando a ser fieles a los ideales que les habían unido: la oposición a lo académico y a lo establecido. La obra del señor Mutt fue considerada demasiado ofensiva y vulgar: era un urinario, algo que no entraba en la mentalidad puritana estadounidense, por muy liberal que fuera, y fue rechazada. No fue expuesta y ni siquiera la incluyeron en el catálogo.

Fuente fue destruida pero, la gran fuerza que tienen las ideas es que nadie puededesinventarlas”, y por eso la obra podría volver de entre los muertos tan sólo con acercarse a la tienda de míster Mott. Por tanto, cualquiera de nosotros puede ir a comprar un urinario y firmarlo, como hizo Duchamp. El objeto sería nuestro, pero la idea no, la idea no nos pertenece, por eso la máxima de “eso lo hace cualquiera” al hablar de arte contemporáneo a veces no es válida, pero sólo a veces, ya que no todo vale. De hecho, hay 15 copias repartidas por colecciones de arte mundiales, copias que son admiradas por hordas de visitantes que las observan con seriedad. ¡Es un urinario! ¡No hay nada más! ¡Ni siquiera es el original! ¡El arte está en la idea, no en el objeto! Duchamp se habría reído mucho ante todas estas ridículas reverencias.

Vale, todo claro, pero ¿es arte? ¿es un chiste impregnado de humor francés? Duchamp redefinió lo que era el arte. Es uno de los responsables de la existencia del debate acerca de lo que es arte y lo que no, y forma parte de un grupo de artistas que pusieron patas arriba los cánones caducos del arte anterior. Fuente, a la cabeza de sus readymades, es el origen de buena parte del arte conceptual, y con ella, Duchamp comenzó una auténtica revolución en el mundo del arte. Cien años después, el objeto (retrete) sigue provocando rechazo o fascinación, no deja lugar a la indiferencia.

Con Duchamp no hay nada simple, al fin y al cabo, fue un hombre que antes que ser artista prefería jugar al ajedrez.

Duchamp jugando al ajedrez con una señorita desconocida. Fuente

Referencias y bibliografía

Bibliografía

  • Gompertz, W., 2012, ¿Qué estás mirando? 150 años de arte moderno en un abrir y cerrar de ojos, Taurus, Madrid.
  • Mink, J., 2002, Duchamp, Taschen, Colonia.
  • Paz, O., Apariencia desnuda. La obra de Marcel Duchamp, 1973, Alianza Editorial, Madrid.
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Ana Martínez-Acitores González
Graduada en Historia del Arte por la Universidad de Valladolid. Máster en Europa y el mundo atlántico: poder, cultura y sociedad por la Universidad de Valladolid. Doctoranda y autora del libro "¿Realidad o ficción? Arte e historia en Juego de tronos".

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