Una de las series del momento es, sin duda, DAHMER. Monstruo: La Historia de Jeffrey Dahmer, con la que Netflix ha pegado uno de sus grandes pelotazos esta temporada. Y, honestamente, no me extraña su éxito. Es más, se lo tiene bien merecido. Esta miniserie, creada por Ryan Murphy (creador de AHS, – sí, en esta revista somos fanáticos – entre otras) (1), nos ofrece la historia ficcionada del conocido como «carnicero de Milwaukee» (2), desde un punto de vista buenísimo. Pues no se limita a relatarnos las atrocidades que cometió este tipo, ni se detiene en el morbo. – Hasta cierto punto: la crueldad de las barbaridades que cometió Dahmer es la que es –. Sino que nos brinda un análisis de la sociedad y de las circunstancias que rodearon a estos brutales asesinatos, con un punto crítico exquisito (3).
No se corta, por ejemplo, a la hora de poner sobre la mesa la homofobia y el racismo que destilaba la policía. Es más, nos muestra como dichos prejuicios impidieron que detuviesen a Jeffrey Dahmer en su momento. De haber sido diferente, se hubiesen podido evitar la mayoría de sus asesinatos. Por supuesto, la serie también ha suscitado polémica (4). Pero, cuando un producto tiene éxito, es de esperar que se abran diversos frentes y que no sea del gusto de todo el mundo. Por otro lado, la interpretación de Evan Peters – quien encarna a Jeffrey Dahmer – y de Niecy Nash – quien da vida a Glenda Cleveland, vecina de Dahmer –, así como del resto del elenco, es, simplemente, soberbia (5).
Pero no os voy a vender más la moto. Si os llama la atención, echadle un ojo y juzgar por vosotras mismas. Porque, para gustos, los colores, y yo no estoy aquí para hacer publicidad. Así que, sin más, dentro tráiler.
Jeffrey Dahmer: la historia de un asesino en serie
A lo que ha venido una servidora – si el pudor me lo permite –, es a contaros la historia real de Jeffrey Dahmer y de los brutales asesinatos y atrocidades que cometió.
Efectivamente, como nos cuentan en la serie, Dahmer cometió su primer asesinato con 18 años, en Bath (Ohio). Ocurrió en 1978. Y sí, sucedió de forma fortuita y no rindió cuentas ante la justicia. Después, durante nueve largos años, Jeffrey Dahmer no volvió a matar. Sin embargo, a partir de 1987 y hasta que lo triscaron, en 1991, el monstruo que llevaba dentro se desató sin remilgos. El horror sucedió, principalmente, en el 213 de los apartamentos Oxford, en Milwaukee (Wisconsin). ¿Cuántas fueron entonces sus víctimas? Dieciséis. Algunos eran menores de edad, unos pobres niños, vaya; otros, hombres muy jóvenes (6). Y os aseguro que llamarlo horror es quedarse corta, pues no estamos hablando de un asesino en serie sin más: al reguero de cadáveres que dejó en su camino, hay que sumarle un macabro cóctel de mutilaciones, canibalismo y necrofilia (7).
Dahmer cazaba a sus víctimas en el ambiente homosexual de Milwaukee. Les ofrecía pasta por sexo y, así, conseguía llevarles a su apartamento. Allí los drogaba con narcóticos, los asesinaba y los descuartizaba. Hasta llegaba a dormir con los cadáveres, se bañaba y mantenía relaciones sexuales con ellos y se los comía. También guardaba fetiches de sus víctimas: cabezas, torsos, manos, huesos… (8). Sí, todo un festival repulsivo y pavoroso.
Yo no quería que se fueran…
¿Que por qué lo hizo? Pues os ofreceré la respuesta que dio el propio Dahmer:
«Mis
víctimas eran ligues de una noche. Siempre me dejaban claro que tenían que
volver al trabajo. Y yo no quería que se fueran» (9).
Escalofriante, lo se. A cualquiera se le quitan las ganas de ligar y de ser promiscuo, no cabe duda. Y sí, la serie refleja a la perfección esta forma tan siniestra que Dahmer tenía de ser posesivo con sus amantes. Pero, para poder entender esta vorágine de maldad, vayamos a los orígenes del monstruo. Porque toda historia, por terrorífica que sea, tiene un principio.
A Father’s Story: Lionel Dahmer nos cuenta quién era su hijo
El mejor testimonio que tenemos para conocer la infancia de Jeffrey Dahmer, nos lo dejó por escrito su padre. Sí, como nos cuentan en la serie, Lionel Dahmer tuvo los santos bemoles de escribir un libro: A Father’s Story (10). Fue su peculiar manera de explicarle al mundo qué pasó para que su hijito acabase convirtiéndose en un monstruo (11). Desde mi punto de vista, se trató de una lavada de conciencia en toda regla. Es más, donó parte de las ganancias a las familias de las víctimas (12). Como si eso fuese a reparar el dolor infligido… Permitidme que no empatice ni un poquito con este hombre.
Y no lo hago porque este tipo escurrió el bulto en el libro de una forma majestuosa. Que no digo yo que Lionel fuese el responsable de los crímenes de su hijo, pero bien que podía haber sospechado algo, dadas las circunstancias… Ya lo dice el dicho: no hay peor ciego que el que no quiere ver. Y Lionel nunca quiso ver la realidad que tenía delante de sus narices.
¿Cómo era posible que se me hubiera ocultado todo esto, no solo la horrible evidencia física de los crímenes de mi hijo, sino la naturaleza oscura del hombre que los había cometido, este niño que había tenido en mis brazos mil veces, y cuyo rostro, cuando lo vislumbré en los periódicos, se parecía al mío?
(…)
Nadie tenía la culpa de todas estas muertes excepto él, y no había duda de que tenía que aceptar ese hecho. Jeff lo había hecho todo. Él solo tenía la culpa (13).
El pequeño Jeffrey Dahmer: apuntando maneras
Pero Lionel Dahmer no era escritor, sino químico. Y estaba casado con Joyce Flint. El 21 de mayo de 1960 nació su primogénito: Jeffrey Lionel Dahmer (14). ¿Cuándo detectó el bueno de Lionel, según su propio testimonio, que su hijito muy normal no es que fuese? Pues cuando el retoño tenía 4 añitos, en el otoño de 1964 (15).
¿Qué leches ocurrió? Pues Lionel notó un hedor nauseabundo, que provenía de debajo de la casa familiar. Fue a echar un ojo, y encontró los restos óseos de varios roedores: se ve que las civetas de la zona (animalejos parecidos a las mofetas) estaban usando los bajos de su casa para zamparse a sus presas. De ahí el pestazo que no les dejaba vivir. Total, que Lionel se metió bajo la casa para limpiar y sacar los huesos de los roedores. Joyce y su churumbel estaban esperándolo fuera. En estas, se puso a charlar con Joyce y, mientras se descuidaba, el chiquillo se puso a toquetear los huesos, a mirarlos fijamente, totalmente fascinado, y a fliparlo con el sonidillo que hacían al caer al suelo (16). Perturbador, cuanto menos. Así nos lo muestra Ryan Murphy en el segundo episodio de la serie:
Según narra Lionel, la rareza – por llamarlo de algún modo – de Jeffrey había empezado unos meses antes: en la primavera de 1964, cuando le diagnosticaron una hernia doble y tuvieron que operarle (17). – No me preguntéis qué tiene que ver el tocino con la velocidad; no tengo respuesta –. Según Lionel, tras esa operación, Jeffrey se transformó en un niño introvertido, poco comunicativo, de rostro inexpresivo (18). Sitúa el fin de esta metamorfosis dos años después, en el otoño de 1966, cuando se mudaron de Pammel Court (Milwaukee):
este extraño y sutil oscurecimiento interior comenzó a aparecer casi físicamente (19).
Presagios del horror
Porque la anécdota con los huesos de los roedores no fue un episodio aislado. El propio Lionel narra más episodios bastante oscuros del pequeño Jeffrey. Episodios que el padre excusó, pensando que su hijo sería una eminencia en medicina o en taxidermia (20). Pero lo cierto es que a cualquiera con dos dedos de frente se le hubiesen encendido todas las luces rojas si ve que su hijo tiene estas actitudes. Leed:
Cuando tenía cuatro años, señaló su ombligo y preguntó qué pasaría si alguien se lo cortara, ¿era simplemente una pregunta ordinaria de un niño que había comenzado a explorar su propio cuerpo, o era una señal de algo morboso que ya estaba creciendo en su mente? Cuando, a los seis años, Jeff rompió varias ventanas en un edificio viejo y abandonado, ¿fue solo una típica broma infantil, o fue la señal temprana de una destructividad oscura e impulsiva? Cuando íbamos a pescar, y él parecía cautivado por el pescado eviscerado, mirando fijamente las entrañas de colores brillantes, ¿era esa la curiosidad natural de un niño o era un presagio del horror que luego se encontraría en el apartamento 213? (21).
En la serie de Murphy nos reflejan a la perfección esos momentos de obnubilación de Jeffrey Dahmer con las entrañas del pescado, en el tercer episodio:
Química + taxidermia = una combinación explosiva
El caso es que Lionel, en vez de llevar al chiquillo a una consulta psicológica para ver qué estaba pasando en esa cabecita, optó por otra opción bien distinta. No se le ocurrió otra cosa mejor que enseñarle a su hijo química (22).
Aparte, cuando Jeffrey tenía 7 u 8 años, le regalaron un juego de química. Hasta aquí todo normal. La rareza vino cuando encontró en el bosque una ardilla descompuesta y se la llevó al sótano de su casa, para diseccionarla. Y se ve que le gustó, porque, desde entonces, se dedicó a buscar animales muertos (que hubiesen sido atropellados, por ejemplo), para abrirlos, ver cómo eran sus vísceras y desmembrarlos después. Así, reunió un buen arsenal de huesos y aprendió a despellejar y conservar los restos de los animales (23). Un hobby peculiar y macabro, cuanto menos. Pero al que su padre tampoco dio la importancia que merecía, pues lo tomaba en plan: «¡hostias! este chiquillo va para taxidermista».
En la serie, Murphy nos lo cuenta como si la afición por la taxidermia se la enseñase a Jeffrey su padre (episodio 2). No fue exactamente así, pero casi. Es más, hasta hay una anécdota, durante una comida familiar, que pone los pelos de punta. Jeffrey le preguntó a su padre qué pasaría si sumergiese los huesos del pollo en lejía. Y Lionel, orgulloso de que su hijo se interesase por la ciencia, en vez de impedir esa inquietud siniestra de su hijo, le enseñó cómo blanquear y preservar los huesos de animales… (24).
Sí, todas las circunstancias se aliaban para forjar y dar forma al futuro monstruo, quien, además, crecía en un ambiente de abandono y aislamiento social, que no hizo más que alimentar la vileza del entonces pequeño Jeffrey Dahmer (25).
Papá y mamá Dahmer
Hablo de abandono, porque, mientras esa oscuridad se abría paso dentro del pequeño Jeffrey, Lionel estaba completamente sumergido en su doctorado. Y entretanto, en sus propias palabras: «Joyce se desdibujó. Y Jeff también» (26). Acabado el doctorado, en noviembre de 1966, empezó a trabajar como investigador químico y la familia Dahmer se trasladó a Doylestown (Ohio). Entonces, Joyce estaba de nuevo embarazada y mostraba claros síntomas de ansiedad. Cuando el bebé (David) nació, en diciembre, podemos decir que Joyce estaba completamente deprimida. – Ya había padecido depresión antes, cuando estaba embarazada de Jeffrey–. ¿Y qué hizo el bueno de Lionel? Pues zambullirse en su trabajo y pasar tres kilos de su mujer y de sus dos chiquillos (27). Porque sí, Lionel se comportó como un machirulo; como un narcisista de mierda.
Jeffrey Dahmer: un niño antisocial de quien nadie se ocupa
En cuanto al pequeño Jeffrey Dahmer, de seis años, estaba cursando primaria, empezaba en un cole nuevo, donde no conocía a nadie, y estaba completamente aterrado.
Un miedo extraño había comenzado a apoderarse de su personalidad, un miedo a los demás que se combinaba con una falta general de confianza en sí mismo. (…) Había adquirido la timidez que más tarde se convertiría en un aspecto permanente de su carácter. (…) El niño que alguna vez pareció tan feliz y seguro de sí mismo había desaparecido. Había sido reemplazado por otra persona, una persona diferente, ahora profundamente tímida, distante, casi incomunicativa (28).
Su profesora advirtió a Lionel de que Jeffrey era un niño extremadamente tímido y solitario, que no interactuaba con otros niños. Pero el bueno de Lionel pensó que eran tonterías, que se acababan de mudar y que era normal que el chiquillo reaccionase así (29). Pues nada…
El caso es que tenemos a un niño completamente antisocial, con una madre incapacitada para hacerse cargo de él, pues se pasaba el día dopada, debido a su depresión aguda, con un bebé recién nacido en casa, circunstancia que aviva mucho más la tensión familiar (30), y con un padre narcisista y ausente: el caldo de cultivo perfecto para que germinase el monstruo. Por supuesto, el matrimonio Dahmer empezaba a hacer aguas por todas partes y la discusiones acaloradas eran el pan de cada día (31).
Jeff había comenzado a sufrir un aislamiento casi total (…) había comenzado a caer en las garras de una profunda perversidad (32).
Pero el bueno de Lionel, en su momento, no hizo absolutamente nada (33). Para sumar tirantez al asunto, en abril de 1967 volvieron a mudarse, esta vez a Barberton (también en Ohio) (34).
Los renacuajos de la discordia
Es en Barberton donde sucede el episodio que nos narra Murphy, sobre el afecto que Jeffrey siente por una profesora, a quien regala unos renacuajos, que acaban en manos de otro niño y, entonces, se masca la tragedia. Que os lo cuente su padre:
No era más que el regalo de un niño, un plato de renacuajos que Jeff había atrapado en un riachuelo en el campo de detrás de U. L. Light School (…). Él se los dio inocentemente, como una expresión de su afecto. Más tarde, sin embargo, se enteró de que la profesora le había dado estos mismos renacuajos a Lee. En venganza, Jeff se coló en el garaje de Lee, encontró el cuenco de renacuajos y vertió aceite de motor en el agua, matándolos. Que yo sepa, este fue el primer acto de violencia de Jeff (35).
Pero, oye, que, a pesar de que evidentemente tuvo constancia de este episodio, el bueno de Lionel tampoco supo abordar este tema con su hijo. ¿Cómo lo excusa el hombre? Pues diciendo que él era también un niño tímido e inseguro, y que le costaba adaptarse a los cambios. Así que, simplemente, pensó que Jeffrey lo acabaría superando con el tiempo (36). Evidentemente, no fue así.
En los años venideros, ese lado oscuro se volvería más poderoso en mi hijo, hasta que finalmente se adhirió a su incipiente sexualidad y, después de eso, lo consumió por completo (37).
La adolescentia de Jeffrey Dahmer en Bath
En 1968 la familia Dahmer volvió a mudarse de nuevo. Esta vez, a Bath (seguimos en Ohio). – Es, más o menos, en este punto de la historia cuando el pequeño Jeffrey se aficiona a coleccionar animales muertos –.
Allí residirían durante los siguientes diez años, hasta que Lionel y Joyce dejaron de soportarse y se divorciaron. Y Jeffrey alcanzó la adolescencia. Seguía siendo un chaval excesivamente tímido, evitaba todo contacto con los demás, pasaba las horas solo, consumiendo televisión y estaba continuamente tenso, deprimido y en estado de estupor (38).
Cuando tenía 14 o 15 años, besó a un chico del vecindario y fue cuando descubrió que era homosexual. Cosa que no asumió con normalidad, sino que se convirtió en un secreto, que ocultaría y reprimiría (39). En el colegio, las relaciones sociales ya le habían resultado algo muy difícil de afrontar, pero, en el instituto, se convirtieron para él en un auténtico infierno. Además, empezó a tener pensamientos oscuros, que no compartía con nadie, lo que sumó para que se aislara del mundo (40). La salida que encontró, ante el dolor que le producía reprimir su orientación sexual y sus fantasías perversas, fue la botella: abusaba del alcohol desde los 13 años y hasta iba a clase borracho (41). Su constante estado de embriaguez y su actitud distante hacia los demás, lo convirtieron en el blanco perfecto para los abusones del instituto (42).
My friend Dahmer
De esta parte de la biografía de Jeffrey Dahmer, también tenemos un testimonio directo y por escrito. Se trata de la novela gráfica My Friend Dahmer, escrita por Derf Backderf, un compañero de Jeffrey, en el instituto Revere High School. En ella, Backderf describe a Jeffrey como una figura trágica, y relata, por ejemplo, cómo recibía palizas durante su primer año de instituto (43).
«Para ti, Dahmer era un demonio depravado, pero para mí era un niño con el que me sentaba en la sala de estudio y pasaba el rato en la sala de la banda» (44).
El cómic cuenta la historia de Jeffrey Dahmer durante su adolescencia, hasta antes de que cometiese su primer asesinato, con 18 años, en su vivienda, en Bath (45).
En su último año de instituto, Jeffrey ya era un alcohólico, y su actitud oscilaba entre la soledad absoluta y una necesidad imperiosa de llamar la atención. Y empezó a ser cada vez más provocador, por lo que la dirección del instituto tuvo que darle más de un toque (46). ¿Esa escena que nos relata Murphy en la que Dahmer se cuela en la foto para el anuario de los alumnos con mejores notas? Tan real como la vida misma (47). Que no es más que una gamberrada, sin aparente importancia. Pero lo serio es que, en esta época, Jeffrey ya empezó a fantasear con mantener relaciones sexuales con hombres muertos o inconscientes. E incluso planeó llevar estas fantasías oscuras a la práctica (48).
Y la fantasía macabra se hizo realidad: el primer asesinato de Jeffrey Dahmer
Estamos en 1978. Lionel y Joyce ya no se aguantan y, tras meses de peleas continuas e insoportables, deciden divorciarse. Jeffrey tiene 18 años. Lionel se pira de la casa familiar, para evitar más follón, y Joyce gana la custodia del hijo pequeño. Y, sin más, coge al chiquillo y se las pira también del domicilio familiar. Total, que Jeffrey se queda allí plantado, solo, y sin ninguno de sus progenitores que atendiese si quiera sus necesidades de alimento. Estuvo absolutamente abandonado, durante semanas, aquel verano. Y su manera de mitigar esa sensación de desamparo, fue fantasear (macabramente, ese era su estilo, claro). Así que empezó a imaginarse que recogía a un autoestopista y que mantenía relaciones sexuales con él, de diversa índole y de intensidad suprema. Y aquella fantasía se convirtió en realidad, para desgracia del autoestopista (49).
El 18 de junio, Dahmer estaba dándose un pirulo con el coche, cuando se topó con Steven Hicks, que estaba haciendo autostop. El joven era blanco y tenía 18 años, los mismos que Jeffrey, y se dirigía a un festival de música. Total, que Jeffrey se ofreció a llevarle pero, antes, le invitaría a unas birras, en su casa. El chaval aceptó el trato. Cuando Steven se quiso marchar de la casa, Jeffrey trató de impedírselo, se puso farruco y sucedió la desgracia. Jeffrey golpeó a Steve en la cabeza con una pesa, y el joven falleció. Así, Jeffrey Dahmer asesinó por primera vez. Siempre «explicó» este primer asesinato alegando que fue un impuso. Que pretendía no quedarse solo en aquella casa, durante más tiempo (50).
Pero no fue un trágico accidente, sino una fantasía perversa hecha realidad. Solo hay que atender a lo que sucedió después de la muerte de Steven para darse cuenta…
Si aquel agente hubiese revisado las bolsas…
Al ver que Steve estaba muerto, a Jeffrey Dahmer no le dio por llamar a la policía, a sus padres… ¡Qué va! Lo que hizo fue descuartizar al pobre joven (ya tenía experiencia, de sus correrías con animales muertos) y meter sus restos en bolsas de basura. Su intención era tirarlas, lejos de su casa, pero, cuando se disponía a ello, un agente de tráfico lo paró, por invadir con su coche la línea continua. Al ver las bolsas, el agente le preguntó por ellas, pero Jeffrey le dijo, muy pancho, que era basura, que no había tenido tiempo de tirarla, y ahí quedó la cosa. Una oportunidad perfecta para detener al monstruo, si ese agente las hubiese revisado. Pero eso nunca sucedió… (51).
Finalmente, Jeffrey enterró los restos mortales de Steve en los alrededores de su casa. Se sabe que, pasados los años, los desenterró y machacó los huesos, hasta convertirlos en polvo, que esparció por el bosque (52).
Durante semanas, Jeffrey estuvo acojonado, pensando que lo detendrían en cualquier momento. Pero eso tampoco sucedió. Así, se coscó de que iba a quedar impune por asesinar a aquel muchacho. Y, sin más, se prometió a sí mismo que algo así no volvería a suceder jamás y siguió con su vida. Durante 9 años, consiguió mantener a raya a su bestia interior (53).
La vida de Jeffrey Dahmer hasta que el monstruo vuelve a asomar la patita
En diciembre, Lionel Dahmer se volvió a casar y se acordó de que tenía un hijo de 18 años. Así que se llevó a Jeffrey a vivir con él y su nueva esposa, quien, casi de inmediato, se percató de que el chaval tenía un problema bastante severo de alcoholismo. – Se ve que el padre ni se había coscado –. Lionel recurrió judicialmente la custodia de su hijo pequeño, ganó el recurso y volvió a reunir a los dos hermanos bajo el mismo techo. Aunque por poco tiempo. Jeffrey se matriculó en la Universidad Estatal de Ohio, pero duró un solo semestre, ya que lo expulsaron porque no asistía a clase, debido a su adicción. Total, que como Lionel ya estaba hasta las narices, decidió que lo mejor era alistarlo en el ejército (54). Para qué se iba a molestar el hombre en llevarlo a rehabilitación…
Y, oye, caprichos de la vida, o mala baba, el caso es que, dentro del ejército, Jeffrey Dahmer acabó en los servicios médicos. Cosa que le valió para adquirir más conocimientos en anatomía. Pero tampoco os penséis que llegó muy lejos sirviendo a su nación: en marzo de 1981, lo expulsaron con deshonor, porque su problema de alcoholismo, aunque su padre pensase que la disciplina militar lo solventaría, seguía más on fire que nunca (55). Es lo que sucede con una adicción, cuando no se trata.
Viviendo con la yaya Dahmer y despertando a la bestia
Tras este nuevo fracaso, Jeffrey terminó viviendo con su yaya, cerca de la ciudad de Milwaukee (Wisconsin) (56). Allí, se refugió en la religión: leía la Biblia, acompañaba a la yaya a misa y reprimió su homosexualidad. Pero seguía teniendo serios problemas con el alcohol: en agosto de 1982 lo detuvieron por embriaguez, en la Feria Estatal de Wisconsin. En septiembre de 1986, la cosa fue a mayores: lo detuvieron por masturbarse en público delante de dos menores y lo condenaron a un año de libertad vigilada. Aparte de empezar a masturbarse compulsivamente, robó un maniquí de una tienda, que le servía de compañero sexual. Mientras tanto, se invertía trabajando en una fábrica de chocolate (57).
Pero, ¿con qué excusa la bestia que llevaba dentro salió de una vez por todas a la luz? Pues resulta que fue una nota lo que hizo que el depredador sexual que era Jeffrey Dahmer se activase. Estaba en la biblioteca y recibió una nota de un desconocido, proponiéndole sexo en el baño del edificio. Dahmer no acudió al encuentro, pero sus fantasías perversas se activaron de nuevo. Y aquella proposición, en un baño, le dio la clave para actuar. Desde entonces, se dedicó a frecuentar las saunas gais de Milwaukee. Pero, como no era capaz de relacionarse con otros hombres de manera sana y, además, lo que en el fondo deseaba era tener experiencias cercanas a la necrofilia, se dedicó a drogar a sus ligues ocasionales. Los dejaba inconscientes, por lo que podía controlarlos físicamente y, así, satisfacía sus fantasías de dominación (58).
Pronto se dio la voz de alarma sobre sus perversas prácticas sexuales y le impidieron la entrada en todas las saunas de los alrededores. Así que se buscó otro lugar para perpetuar sus depravaciones: el Hotel Ambassador de Milwaukee (59).
Jeffrey Dahmer: el carnicero de Milwaukee
Corría septiembre de 1987, cuando Jeffrey Dahmer conoció a Steven Tuomi (25 años; de los pocos de la larga lista de víctimas de Dahmer que le sucederán, que era blanco) en un bar de ambiente. Ambos se pimplaron y se fueron a una habitación del Hotel Ambassador a seguir la juerga. Se ve que a Jeffrey el colocón se le fue de las manos, porque llegó a perder el conocimiento – según su propio testimonio – y se despertó a la mañana siguiente sin recordar haber atacado a Steve… Sin embargo, el cadáver de Steve yacía a su lado: lo asesinó golpeándolo hasta causarle la muerte (60). La excusa de es que la noche me confunde no cuadra mucho, la verdad. Porque la reacción de Jeffrey, al ver el cadáver, una vez más, nos lo dice todo…
Bajó a unos grandes almacenes, situados en frente del hotel, y compró una maleta grande. En ella, metió el cuerpo sin vida de Steve. Un botones del hotel le ayudó a bajarla hasta un taxi, que le llevó a la casa de su abuela. Allí, en el sótano, Jeffrey Dahmer mantuvo relaciones sexuales con el cadáver, antes de deshacerse para siempre del cuerpo. Jamás se hallaron los restos mortales de Steven. Y así dieron comienzo las andanzas macabras del carnicero de Milwaukee, que cayó en la cuenta de que el sótano de la casa de su abuela era el lugar ideal para perpetrar sus crímenes. Sus siguientes víctimas fueron James Doxtator (14 años; indio americano) y Richard Guerrero (25 años; hispano). Los conoció en el Club 219 (un bar gay) en enero y marzo de 1988. Los drogó y después los estranguló, en la casa de la yaya (61).
Una denuncia y abuso de menores: cuando podrían haber frenado a la bestia
Hubo un tercer hombre a quien Dahmer drogó en casa de su abuela, que consiguió escapar: Ronald Flowers, afroamericano de 25 años. Pero, aunque denunció, la policía no investigó ni hizo un seguimiento del caso. Otra oportunidad desperdiciada para frenar al carnicero de Milwaukee. El propio Ronald declaró que logró salvarse gracias a la abuela de Dahmer (tal y como nos lo muestran en la serie) (62).
La abuela, cansada del ruido y del olor pestilente que salía del sótano, mandó al carajo a Jeffrey, quien tuvo que buscar un nuevo hogar. Así, se mudó a un apartamento, en el 808 North 24th Street, en septiembre de 1988. Un día después de la mudanza, cometió su primer crimen (aunque hay fuentes que sitúan este crimen en el Hotel Ambassador): intentó abusar sexualmente de un menor. Le ofreció 50 dólares a un chico de 13 años (Somsack Sinthasomphone), de origen laosiano (asiático), para que fuese con él a su apartamento y se dejase fotografiar. Una vez allí, Jeffrey diluyó tranquilizantes en una bebida, se la ofreció al chaval, logró que este se desnudase parcialmente y empezó a toquetearle de manera obscena. El chico, que, por suerte, no perdió el conocimiento, se asustó muchísimo y consiguió escapar de allí (63).
El chico llegó a su casa aun narcotizado, sus padres lo llevaron al hospital y denunciaron lo sucedido. Al día siguiente, la policía detuvo a Jeffrey Dahmer, acusado de abuso de menores. Se declaró no culpable, su padre pagó la fianza y quedó en libertad, hasta el juicio, en mayo de 1989. Mientras esperaba el juicio, Jeffrey cambió su declaración y se declaró culpable: admitió que sí había querido mantener relaciones sexuales con el chico, pero pensando que era mayor de edad (64). Y, también, mientras esperaba, cometió otro asesinato…
Las famosas Polaroid de Jeffrey Dahmer y su poder de persuasión
Conoció a Anthony Sears (24 años; un afroamericano que aspiraba a ser modelo) en La Cage Aux Folles (otro bar de ambiente), en marzo. Jeffrey le ofreció dinero, para que posase para él y lo llevó a casa de su yaya (donde se estaba cobijando, mientras se resolvía el juicio pendiente). Allí, en el sótano, lo drogó con píldoras para dormir disueltas en una bebida y lo estranguló. Tras asesinarle, le penetró analmente, lo desmembró y sacó fotografías Polaroid de la carnicería (65). Llegó a conservar la calavera de Anthony durante dos años; también conservó su pene (66). Es espantoso, lo sé.
Y así llegamos al juicio por abuso de menores, en mayo de 1989. El ayudante del fiscal pidió una pena de al menos 5 años de cárcel, porque la acusación consideraba que aquella actitud cooperativa que demostraba Jeffrey Dahmer no era honesta, y que era más que evidente que Dahmer tenía problemas mentales profundos. Se le realizaron exámenes psicológicos, que arrojaban a la luz que era terriblemente manipulador y evasivo, por lo que recomendaron su hospitalización y que le tratasen psiquiátricamente. Y a esto se acogió el abogado de Dahmer, para que no entrase a prisión. Además, el propio Dahmer culpó a la bebida de su conducta e hizo su alegato en la sala, jurando y perjurando que jamás volvería a infringir la ley (67).
Si la víctima no es blanca, importa entre poco y nada
Total, que, aunque lo declararon culpable, lo condenaron a cinco años de libertad condicional y un año de cárcel en régimen abierto (solo pernoctaría en prisión), condena de la cual, solo cumplió diez meses. El juez terminó indultándolo, a pesar de que Lionel Dahmer (esta vez, el hombre actuó bien) le escribió rogándole que no le concediese la libertad a Jeffrey, sin que antes le obligase a recibir tratamiento psiquiátrico (68).
¿Por qué la justicia actuó tan laxamente? Pues, a mi entender, el enfoque que nos da Murphy en la serie es bastante acertado. Por un lado, tenemos a un acusado blando y apuesto, con poder de persuasión. Y, por otro, a una víctima procedente de Laos que, en un país tan racista como Estados Unidos, ya os podéis imaginar lo que importa… Las conclusiones se sacan solas. Lo que nadie puede negarme es que fue una oportunidad de oro para frenar a Jeffrey Dahmer, que, una vez más, se desperdició (69).
Dahmer, tras el indulto, volvió a vivir momentáneamente con su abuela, hasta que encontró el hogar que sería su particular templo del horror: el apartamento 213, en el edificio Oxford, inmerso en una barriada afroamericana de Milwaukee, donde se mudó en mayo de 1990 (70).
El monstruo de Milwaukee desatado en el apartamento 213
En el apartamento 213 encontró la intimidad que necesitaba para perpetuar los crímenes más vomitivos y perversos. Desde convivir con los cadáveres, mantener relaciones sexuales con ellos y comerse partes de sus cuerpos, hasta inyectarles en los cráneos a su víctimas, mientras estaban inconscientes, ácido muriático, con el fin de convertirlos en «zombis», para que le satisficieran sexualmente sin oponer resistencia. En cuestión de 15 meses, asesinó a 12 hombres. La mayoría de ellos, eran afroamericanos – cuestión que no se explica porque Jeffrey Dahmer fuese racista, sino porque vivía en una barriada pobre, habitada, principalmente por afroamericanos: eran las víctimas que el muy cabrón tenía más a mano – (71).
Su modus operandi, que ya venía ejecutando y puliendo desde hacía tiempo, era ir a bares gais y sentarse a beber solo, hasta que fichaba a alguien que le atrajese. Entonces, le entraba y le proponía ir a su apartamento. También solía hacerse pasar por fotógrafo y les ofrecía pasta, si se dejaban fotografiar. La mayoría de sus víctimas eran homosexuales, aunque no todas (72).
El caso es que, una vez que cruzaban el umbral del apartamento 213, Jeffrey Dahmer se transformaba en un ser dominante y agresivo. Inmediatamente, les ofrecía una bebida alcohólica, previamente adulterada con alguna droga, y los dejaba inconscientes. Así empezaba su macabro festín. Les practicaba sexo oral, se tumbaba para escuchar sus latidos y, en cuanto percibía que se iban a despertar, los estrangulaba. Después, mantenía relaciones sexuales con los cadáveres, los desmembraba y los colocaba en determinadas posturas, para fotografiar los cuerpos. Solía guardar en la nevera sus partes favoritas (cabeza, corazón, pene…) (73).
La evolución del monstruo
Al principio, conservaba durante semanas los cuerpos en la bañera, cubiertos con hielo, para poder mantener relaciones sexuales con ellos, cuando terminaba su jornada laboral. El siguiente paso de su perversión, fue abrir los cuerpos en canal y masturbarse con las vísceras. Después, pasó a comerse los restos de sus víctimas que guardaba en el congelador. Necrófilo y caníbal, sí; parafilias que satisfacían la necesidad de control de Jeffrey Dahmer. Porque todo lo que hacía, desde fotografiar los cuerpos hasta «crear zombis», pasando por la necrofilia y el canibalismo, respondía a ese deseo de control absoluto. Y no es que disfrutase infligiendo dolor y asesinando, es que esa violencia era para él necesaria, para poder disponer de un cadáver con el que dar rienda suelta a sus impulsos sexuales (74).
Porque Jeffrey Dahmer era absolutamente incapaz de relacionarse normalmente con otros seres humanos. Necesitaba acabar con la voluntad de sus parejas sexuales, hasta para poder excitarse. De ahí sus asquerosos experimentos, trepanando cráneos e inyectando ácido, para crear «zombis» sumisos y obedientes. Casi muertos, no opondrían resistencia y le servirían para perpetuar sus perversiones (75).
Para lograr deshacerse de los cuerpos, cuando ya había tenido bastante, probó con distintos tipos de ácidos. Lógicamente, de su apartamento salía un pestazo insoportable y los vecinos se quejaban constantemente (76).
Las siguientes 7 víctimas de Jeffrey Dahmer
Sus siguientes víctimas, en 1990, fueron Raymond Smith (en mayo; afroamericano de 32 años, prostituto, de quien Jeffrey conservó el cráneo) y Eddie Smith (en junio; afroamericano de 28 años, a quien había conocido en The Phoenix Bar) (77).
Después, en septiembre, cometió dos asesinatos. Primero, asesinó a Ernest Márquez Miller, un estudiante de baile afroamericano, de 22 años. En esta ocasión, no le estranguló, sino que le cortó el cuello. Conservó su esqueleto y, en el congelador, su corazón, sus bíceps y sus piernas, para comerlos con posterioridad. Luego asesinó a David Courtney Thomas, también afroamericano de 22 años, quien acudió al apartamento de Jeffrey engatusado con que recibiría una suculenta suma de dinero por posar desnudo para él (78).
En febrero de 1991, Jeffrey Dahmer asesinó a Curtis Durrell Straughter, un chico afroamericano de 17 años, a quien recogió en una parada de autobús. Conservó, a modo de trofeos, su cráneo, sus manos y sus genitales. En abril, asesinó a Errol Lindsay, otro chico afroamericano, de 19 años, a quien perforó el cráneo para inyectarle ácido clorhídrico en el cerebro (uno de sus experimentos «zombis»). Después, lo asfixió, lo desolló y conservó su piel y su cráneo (79).
En mayo, Anthony Hughes se cruzó en la vida del despiadado Jeffrey Dahmer. Era un afroamericano sordo, de 31 años – en la serie, se le da mucho protagonismo para reflejar cómo actuaba Dahmer, a modo de recurso cinematográfico –. Consiguió que le acompañase a su apartamento, con la excusa de realizarle unas fotografías artísticas. Lo estranguló y dejó su cadáver en el suelo de la habitación durante 3 días. Después, se deshizo del cuerpo, conservando solo su cráneo (80).
Su siguiente víctima, estuvo a punto de salvar la vida y de detener este horror…
Señor policía, he visto a un menor huyendo…
Ahora toca hablar de Konerak Sinthasomphone, de 14 años. Era el hermano de Somsack, aquel chico del que intentó abusar Jeffrey, delito por el que le juzgaron. – Se que esto es absolutamente perverso; y puede ser peor, creedme –. En mayo de 1991, una vecina de Jeffrey alertó a la policía de que había visto a un menor asiático, desorientado y desnudo, en la calle, huyendo de un hombre blanco. Cuando los policías llegaron, se encontraron a un chico incoherente, atendido por dos jóvenes afroamericanas, y a un «hombre blanco», que llegó poco después, que explicó que aquel chico era su novio y que tenía 19 años. Muy educadamente, Dahmer les contó que «su novio» se pasaba mucho con el alcohol… En realidad, Dahmer había convertido a Konerak en uno de sus «zombis», inyectándole ácido en el cerebro, de ahí la desorientación del pobre chaval (81).
A pesar de las protestas de las jóvenes, que insistían en que aquel chico era menor y estaba muy asustado, los agentes creyeron a Dahmer y le acompañaron con el chico, de vuelta a su apartamento. Una vez que llegaron, aunque la vivienda apestaba, los policías ni se molestaron en investigar más. Si lo hubiesen hecho, habrían encontrado el cadáver de Anthony Hughes… Cuando la policía desapareció, Dahmer estranguló a Konerak y conservó su cabeza en la nevera durante meses (82). Efectivamente, como bien señala Murphy en la serie, el racismo y la homofobia de los agentes es más que palpable. Evidentemente, si hubiesen hecho bien su trabajo, habrían finalizado el horror desatado por Jeffrey Dahmer. Pero esta es otra de esas cosas en esta historia que nunca sucedieron.
Si os sirve de consuelo, aunque lo dudo, cuando se destaparon los crímenes de Dahmer, los dos agentes que acudieron esa noche fueron suspendidos (83).
Y el horror continuó en el apartamento 213
Jeffrey Dahmer asesinó a cuatro jóvenes más. En junio, se cruzó en la vida de Matt Turner, un afroamericano de 20 años, de Chicago, a quien conoció en el Desfile del Orgullo Gay. Lo llevó a su apartamento, con la excusa de fotografiarle, lo drogó y lo estranguló. Después, lo descuartizó, se comió sus órganos y conservó su cabeza. Para conservar su torso, que también pensaba comerse, compró un gran barril de plástico (84).
A sus últimas tres víctimas mortales, las cazó en julio; uno por semana. A Jeremiah Weinberger, puertorriqueño de 23 años, le perforó la cabeza para inyectarle agua hirviendo. Encontraron su torso junto al de Matt, en aquel barril de plástico. El siguiente, fue Oliver Lacy, un afroamericano de 23 años. Dahmer guardó en el congelador su cabeza y su corazón, y conservó su esqueleto para una especie de altar que tenía pensado hacer. Su última víctima fue Joseph Bradehoft (blanco; 25 años). Procedente de Illinois, se mudó a Milwaukee en busca de trabajo, para mantener a sus tres hijos. Supuestamente, Dahmer le ofreció dinero, para que posase para él, y así accedió a acompañarle al apartamento macabro. Jeffrey lo asfixió, lo decapitó y los desmembró dos días después. Cuando le detuvieron, la policía encontró la cabeza de Joseph en la nevera y su torso en el barril de plástico (85).
El hombre que consiguió escapar de Jeffrey Dahmer
Tracy Edwards (afroamericano heterosexual, de 31 años) estaba buscado en Mississippi por agredir sexualmente a una menor (86). Y, digamos que, el 22 de julio de 1991, el karma se la jugó…
Estaba de copas con unos amigotes, cuando apareció en escena Jeffrey Dahmer y le ofreció pasta, por posar desnudo para él. Cuando llegó al apartamento 213, un fuerte hedor casi lo tira para atrás. Vio polaroids de hombres desnudos y desmembrados, posters de pelis de terror (la obsesión de Dahmer por El Exorcista es real; de hecho, se la puso a Edwards; sí, también se compró unas lentillas amarillas para parecerse a Darth Sidious, de Star Wars) y un enorme recipiente de plástico, que le dio un yuyu de cágate y no te muevas. La cosa se puso tensa, Dahmer le esposó, le enseñó un cráneo humano y le soltó que se lo iba a cepillar y a comer. Pero el tipo consiguió escapar del apartamento. Se topó en la calle con una patrulla de polis y les convenció para que acudiesen al apartamento (87).
Cuando los agentes llegaron a casa de Jeffrey Dahmer, el olor nauseabundo que de allí salía ya los alertó. Le pidieron que soltase a Tracy, quien seguía esposado. Cuando pasaron al apartamento, descubrieron las polaroids, el barril con los torsos, una cabeza humana en la nevera… No había ninguna duda: estaban ante un monstruo. Así que detuvieron ipso facto a Jeffrey Dahmer. Al principio, Dahmer se resistió y negó sus crímenes, pero, ante las evidencias que la policía encontró, decidió dar una descripción detallada de los asesinatos, así como de las prácticas depravadas que había llevado a cabo. El fin del carnicero de Milwaukee había llegado (88).
Jeffrey Dahmer ante la justicia y el destino
El juicio comenzó en enero de 1992 y Jeffrey Dahmer se declaró «culpable, pero con enajenación mental». Aunque asesinó a 17 jóvenes, solo fue juzgado por 15 asesinatos (por aquellos de los que se encontraron pruebas materiales). Durante el juicio, las protestas de las minorías raciales se agolparon en la puerta del juzgado y la prensa acudió como hormigas a la miel. Total, que se trató de un juicio absolutamente mediático. La defensa trató de demostrar por todos los medios que Dahmer estaba loco, para evitar la prisión. La carta principal que usó su abogado fue precisamente la necrofilia y el canibalismo, como pruebas de que Dahmer era incapaz de controlar sus impulsos. Sin embargo, la acusación se centró en demostrar que los asesinatos habían sido fríamente calculados y medidos al detalle, utilizando las declaraciones del propio Dahmer, durante los interrogatorios policiales (89).
En febrero, el jurado consideró que Jeffrey Dahmer estaba más que cuerdo y, por tanto, lo declaró culpable de los quince asesinatos por los que se le juzgó. Lo condenaron a quince cadenas perpetuas. Entró en prisión – en la Columbia Correctional Institution, en Portage (Wisconsin) – y se convirtió al cristianismo. Dos años después, el 28 de noviembre de 1994, Jeffrey Dahmer fue asesinado a manos de otro preso, tras recibir una paliza (90). Justicia poética lo llaman. Él mismo dijo, al final de su juicio, que deseaba la muerte (91); pues concedido.
El edificio de los apartamentos Oxford fue demolido y, aunque, supuestamente, iban a construir un jardín en memoria de las víctimas del apartamento 213, actualmente sigue siendo un solar vacío (92).
Jeffrey Dahmer: un monstruo despiadado
Se que ha sido una historia larga, desagradable a más no poder y horrenda. Y que las conclusiones sobre quien fue Jeffrey Dahmer, se sacan solas. Básicamente, este cabronazo se dedicó a drogar, abusar sexualmente, asesinar y mutilar a hombres pobres, en situación de exclusión social y de marginalidad. Las víctimas perfectas, por las que nadie preguntaría y por las que el sistema no movería ni un dedo. Esa fue la clave para que Jeffrey Dahmer pudiese desatar este horror, con total impunidad (93). Cabe señalar, por si las moscas, que sí, que Dahmer bebía a más no poder, pero que el consumo de alcohol y/u otras drogas no es la causa de ningún acto criminal (94). No echemos balones fuera, porque este tipo de excusas o justificaciones no son reales y hacen muchísimo daño.
Solo cabe preguntar si el monstruo nace o si de hace y, a mi parecer, la respuesta es clara: se hace, sin duda, se hace. Así que, aunque sé que dan ganas de meter esta historia para siempre en el cajón del olvido y borrarla del disco duro, quizás nos debería servir para tomar nota, aprender e impedir que algo tan atroz vuelva a suceder. Porque se pudo evitar; hubo muchas oportunidades para frenar al carnicero de Milwaukee (95).
Sin más, os dejo con el testimonio de Nicole Childress, sobrina de la vecina de Jeffrey Dahmer, Glenda Cleveland (96); una de las «Casandras» de esta historia, a quien la policía no escuchó.
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