Suma y sigue. Donald Trump, el hombre que nos ha regalado un riquísimo florilegio de despropósitos hacia mujeres, musulmanes y mexicanos, va a ocupar la silla con más caché político del mundo. Allá ellos. Quizá haya quien recuerde también a su homólogo italiano, Silvio Berlusconi -«Il Cavaliere»-, que nos dejó en su día un precioso compendio de perlas que causaron indignación y cachondeo a partes iguales. Pero no han sido los únicos, y mucho menos los primeros. Los antiguos romanos también tuvieron unos cuantos emperadores que, más que soltar perlas, fueron auténticas joyas en sí mismos –nótese la ironía-, capaces de sacarle los colores hasta al más pintado. Si es que ya lo decía Obélix: «están locos estos romanos». Sin duda, adelantados a su tiempo.
Probablemente a pocos les sonará el nombre de Cayo Julio César Germánico, pero estoy seguro de que al emperador Calígula lo conoce todo hijo de buen vecino. Bueno, pues es la misma persona. El padre del susodicho, Germánico, fue un afamado general que comandaba los ejércitos romanos del Rin, por lo que Cayo pasó algunos años de su tierna infancia disfrutando de la vida castrense. Todo apunta a que fue una monada de criatura y que se terminó convirtiendo en la mascota de los soldados, que lo mimaban y adoraban. Su madre, encantada de lo bien que trataban al chiquillo, no dudaba en presentarlo vestido de legionario y calzado con unas pequeñas sandalias reglamentarias –caligae-, lo que le terminó proporcionando el nombrecito de Calígula, es decir, «Sandalita». La típica gracia que hace tu madre con todo el amor del mundo, pero que te va a acompañar el resto de tu vida. O sea, que uno de los emperadores más chalados de Roma ha pasado a la historia con el nombre de Sandalita. Tiene bemoles.
Bueno, al asunto. Sandalita tuvo una infancia bastante enrevesada: se le murió el padre con siete años; a su madre se le fue la pelota y no cejó en su empeño de acusar a su suegro, el emperador Tiberio, de la muerte de su marido; desterrada ésta, vivió, junto con sus hermanas Livila y Drusila, primero con su bisabuela Livia, viuda de Augusto, y después con su abuela materna, Antonia; y, finalmente, acabó en casa de su abuelo Tiberio en Capri, el mismo que presuntamente asesinó a su padre y que había desterrado a su madre. Ni las telenovelas mexicanas, oye. A ello hay que añadirle, además, que era propenso a sufrir ataques de epilepsia y que no era capaz de dormir más de tres horas diarias. Con ese cuadro imagínense que tienen que gobernar el Imperio romano, no hay tu tía.
Así pues, como no puede ser de otro modo, Calígula estaba como una regadera romana(1). Debió de ser más hortera que un ataúd con pegatinas y un megalómano de cuidado (2) –dilapidó en un año la fortuna de dos mil setecientos millones de sestercios heredada de Tiberio, no pregunten a cuánto está el cambio-. Estaba más salido que el pico de una plancha: se casó hasta cuatro veces, le daba a las prostitutas –la más famosa, Piralis-, no hacía ascos a los hombres, y gustaba de violar a las mujeres de alta cuna casi a la vista de sus maridos y comentar en los banquetes las virtudes y defectos de las pobres desgraciadas (3). Fíjense hasta qué punto llegó su excéntrica vida sexual que en 1979 rodaron una película porno con su nombre, que, oye, rigor histórico poco, pero para pasar un buen rato no está mal. Era amante del teatro hasta tal punto que, en una ocasión, hizo llamar a un grupo de senadores a medianoche para él mismo bailar ante ellos al son de la música (4). Asimismo, conocida es su obsesión por las carreras de caballos –en especial su devoción por el caballo Incitatus al que, supuestamente, habría destinado al consulado-, y se dice que llegó a envenenar caballos y aurigas de las facciones rivales para hacer ganar a los sus favoritos (5).
Sin embargo, pese a todo, de tonto no tenía un pelo. Con ayuda de su prefecto, anuló el testamento de Tiberio, que convertía a Calígula y al nieto de Tiberio, Gemelo, en candidatos al trono (6) y logró, en sus primeros meses de gobierno, meterse a todo el mundo en el bolsillo: duplicó el salario de los pretorianos (7), abolió los procesos de lesa majestad (8) –aunque poco después se volvieron a poner de moda-, decretó una amnistía, devolvió las elecciones de magistrados al pueblo, hizo un leve intento de divinizar a Tiberio –digo leve porque se quedó en agua de borrajas por su propia falta de interés-, organizó espectáculos y juegos para el pueblo… En suma, fue un vendedor de humo profesional. Hasta que se hartó, claro está, y comenzó a hacer la vida un poquito imposible a senadores, aristócratas y a todo al que se le ponía a tiro. Terminó divinizándose a sí mismo e, incluso, hizo un par de mamarrachadas en Germania y Britania para poder decir que él también había combatido contra los bárbaros y celebrar una ovatio (9). Para hacernos una idea: en Britania, presuntamente, habría hecho desembarcar a las tropas para recoger conchas en la playa a modo de botín y volver por donde habían venido (10).
Con este palmarés no es de extrañar que hubiese cola para asesinarlo. Los dos primeros intentos se fueron a hacer gárgaras y, a raíz de ellos, Calígula se dedicó en cuerpo y alma a humillar, vejar, asesinar e invitar al suicidio –una bonita forma de decir «mátate tú que yo no me quiero manchar»- a todo el orden senatorial. Pero, como se suele decir, a la tercera va la vencida, y así fue en esta ocasión. El 24 de enero del 41, aprovechando que se celebraban los Juegos Palatinos, le endiñaron treinta espadazos y lo dejaron en el sitio. Ni su mujer Cesonia ni su hija de dos años, Drusila, se libraron, no fuese a ser que lo de Sandalita fuese contagioso (11).
Efectivamente, como has aludido, lo primero que hago es dejar claro que se hizo mala prensa de este personaje. Es por ello que hablo de supuestos, no hago afirmaciones. Lo de que me dejé llevar más por la película que por lo que leí de él? No sé yo. Cuando el río suena, agua lleva. Como ves (y como ex-alumno que ya se especializó), parto de unos antecedentes que me hacen pensar que el chaval no tenía todas consigo (problemas en casa, infancia difícil…). O es que también es mentira que trataba a su tío Claudio o a Casio Querea como memos? Además, la damnatio memoriae hay que ganarsela a pulso. El pueblo le adoraba, la aristocracia ya no tanto. En cualquier caso, no pretendo hacer un análisis clínico sobre su estado mental. Contrasté las fuentes y aquellos hechos sólidos los narré. Los demás o bien los deseché o advertí de su posible falta de veracidad (como lo de su caballo). Pero bueno, agradezco tu punto de vista y tu comentario. Un consejo: la siguente vez es mejor intentar ser amable (no estoy conspirando contra nadie) y exponer tus ideas y tus puntos de vista. Intentar menospreciar el trabajo que otros han hecho denostando al autor «by the face», no es bonito.
En mi humilde opinión creo que has visto más la película que se hizo sobre este personaje que estudiado su historia. Como aclaras, la historiografía que se hizo de él, o si lo quieres llamar así, la mala prensa, fue a raíz de las malas relaciones con el Senado romano. Conservamos las críticas negativas y positivas según fueran las relaciones del Emperador con los miembros del Senado. Creo que, como estudiante de un máster especializado en ello, debías haber analizado. Su supuesta «locura» se debía a un entorno repleto de enemigos y, evidentemente, deshacerse de unos cuantos aristócratas le repercutían unas sumas de dinero a las arcas nada menospreciadas.
Tiempo al tiempo,lo de Trump creo que es exagerado ha sido elegido o es que sólo debemos soportar a los profesionales de la política los cuales sólo tienen beneficios muy gordos cuando acupan cargos públicos. Las luchas por el poder eran con sangre antes del régimen democrático y el sistema de Gobierno representativo.