La batalla de Accio: «Pasión de Gavilanes» a la romana

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Hay quien dice que frente a las costas de Accio (1) se libró una de esas batallas que marcan época: La batalla de Accio. Una de esas en las que, dependiendo de quién ganase, la Historia hubiera sido muy diferente. Puede, aunque lo más seguro es que no. La cuestión es que ese tres de septiembre del 31 a.C., Octaviano —hijo adoptivo de Julio César— (2) le dio tal tunda a Marco Antonio y Cleopatra (3) que éstos no tuvieron más remedio que irse a criar malvas. Bueno, seamos sinceros. Octaviano hizo poquito, el marrón se lo encargó a su Chuck Norris particular: Marco Vipsanio Agripa. O Agripa para los amigos. Y es que, en verdad, Octaviano pelear pelear, poquito. Siempre se ponía enfermo cuando tocaba dar el Do de pecho.

Y empieza el desaguisado…

Ahora bien, ¿cómo es que Octaviano se puso a darse de mamporros con los que eran por aquel entonces la pareja del siglo? Pues, como siempre, la culpa la tiene otro. Y no, no fue Yoko Ono, que ya bastante lleva. En este caso, todo recae sobre el archiconocidísimo Julio César.

Cleopatra y Marco Antonio protagonistas de la batalla de accio
Los tortolitos: Marco Antonio y Cleopatra. Fuente

«¿Qué pinta Julio César en todo esto si lo habían dejado como un colador en el 44?», te preguntarás. Bien, el cristo lo montó con su testamento. Marco Antonio daba por hecho que el heredero de César iba a ser él, que para eso había sido su mejor general. Pero no. Va César y nombra a Octaviano. ¡Cágate lorito! Como es natural, Marco Antonio se mosqueó, y él y Octaviano se lanzaron algunos improperios, aunque terminaron haciendo las paces.

Tres son multitud

Así fue como Marco Antonio, Octaviano y un pobre hombre que pasaba por ahí, Lépido, formaron el Segundo Triunvirato (4) y se repartieron el gobierno de los dominios de Roma. Vale. Lépido (5) era un personaje importante dentro de la República romana, pero es indiscutible que eran Octaviano y Marco Antonio los que cortaban el bacalao.

El buen rollito duró poco. Aunque a más de uno seguramente se le hizo bastante largo, ya que aprovecharon para liquidar a todos sus enemigos políticos, entre ellos al famoso Cicerón (6). Lépido quería una parte mayor del pastel e intentó hacerse con Sicilia. Pero el tiro le salió por la culata. Octaviano lo acusó de traición y le quitó el título de triunviro. Mientras, a Marco Antonio no se le ocurrió mejor idea que repudiar a su mujer, la hermana de Octaviano, y casarse con la irresistible Cleopatra. Lo dicho: el buen rollito, al cuerno.

Octaviano el rencoroso

Octaviano se cabreó, y mucho. Pasándose la ética, la moral y las leyes por el arco del triunfo, cogió el testamento de Marco Antonio, que las vestales (7) guardaban en su sagrado templo, y lo hizo público. En él, Marco Antonio reconocía a Cesarión como heredero legítimo de César (8), dejaba ingentes cantidades de dinero a los hijos que tuvo con Cleopatra y expresaba su deseo de ser enterrado en Alejandría junto con su amada. Hoy en día se duda bastante sobre el contenido del testamento que Octaviano leyó. Pero poco importa ya, porque por aquel entonces se lo creyeron todos.

En cualquier caso, el testamento de Marco Antonio no ayudó a la cada vez más decadente reputación de Marco Antonio. Una reputación que Octaviano se ocupó de socavar denunciando públicamente los excesos e inmoralidad del estilo de vida de Cleopatra y Marco Antonio. De paso, también aprovechó para acusarlo de un comportamiento cada vez menos romano y más oriental.

¿Y qué hay de verdad en todo cuanto dijo Octaviano? Pues, probablemente poco. Primero, porque Octaviano lo que buscaba era que el pueblo viese el enfrentamiento como si fuera contra un enemigo extranjero, no romano. Así que no le quedaba otra que poner a caldo al enamoradísimo Marco Antonio. Y segundo, el que ganó el duelo entre estos dos titanes fue Octaviano, y como escribió el aclamado George Orwell:

«La Historia la escriben los vencedores».

La batalla de Accio

La batalla de Accio no debió de ser gran cosa en sí. Agripa fue capaz de cortar los suministros del enemigo. Y unos desertores bien informados se chivaron de los planes de Marco Antonio y a la enamorada pareja le faltó tiempo para poner pies en polvorosa cuando las cosas se les estaban poniendo feas. Punto pelota. Otra cosa es la pompa que Octaviano, los propios romanos y los historiadores le dieron al asunto. Con todo, la batalla de Accio trajo dos consecuencias importantes. La primera: la trágica muerte de los tortolitos, que inspiró hasta al mismísimo Shakespeare (9). Y la segunda: Octaviano se convirtió en el emperador Augusto, dando por inaugurado el Imperio romano (10).

Mapa de la batalla de Accio
Mapa de la batalla. Fuente

Y si…

Pero, ¿qué hubiese pasado si en la batalla de Accio en vez de Octaviano hubiese ganado Marco Antonio? Como he dicho al comienzo, probablemente nada. Existe una curiosa anécdota de la época que da fe de que ni siquiera los propios romanos se tragaban nada de lo que estaba pasando.

Según la historia, Octaviano, a su regreso dela batalla de Accio, se encontró con un hombre que había enseñado a su cuervo a decir: «Salve, César, nuestro comandante victorioso». Quedó tan impresionado que Octaviano dio al hombre una considerable recompensa. Sin embargo, el adiestrador tenía un socio con quien no quiso compartir la recompensa. Así que el socio, en venganza, instó a Octaviano a que hiciese hablar al otro cuervo que el adiestrador tenía. Cuando sacó al segundo cuervo, éste dijo: «Salve, Marco Antonio, nuestro comandante victorioso». Por suerte, parece ser que a Octaviano le hizo gracia el asunto y simplemente insistió en que compartiera la recompensa (11).


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Referencias y bibliografía

Referencias

(1) El asentamiento no existe hoy en día, pero hace un porrón de años estaba situado en la actual —e histórica— región de Acarnania, en el extremo occidental de la península griega.

(2) Lo de Octaviano tiene tela. Para empezar, cuando se asomó por primera vez a este mundo lo hizo bajo el nombre de Cayo Octavio Turino. Después de que el divino Julio César lo adoptara, pasó a llamarse Cayo Julio César Octaviano. Finalmente y tras ser nombrado emperador, se convirtió en César Augusto. Vamos, que cambiaba más de nombre que de toga.

(3) Para aclararnos. Julio César antes de morir adoptó a Octaviano como hijo. En lo que respecta a Marco Antonio, éste fue un importante general de Julio César durante la Guerra de las Galias y la guerra civil que enfrentó a César con Pompeyo Magno. Cleopatra, por su parte, pidió a Julio César ayuda para destronar a su hermano Ptolomeo XIII de Egipto y, de paso, tuvieron un hijo juntos: Cesarión. Pues eso, una telenovela.

(4) El Primer Triunvirato es el que formaron Pompeyo Magno, Julio César y Marco Craso.

(5) Lépido pertenecía a una ilustre familia romana. Combatió bajo las órdenes de César durante la guerra civil que lo enfrentó a Pompeyo Magno y fue nombrado gobernador de la Hispania Citerior.

(6) Cicerón cometió un error de los gordos: tomó partido en la trifulca entre Marco Antonio y Octaviano. En sus famosas Filipicas, Cicerón se dedicó a poner a caldo a Marco Antonio con el objetivo de que el Senado declarase enemigo público al cónsul. Peor no le pudo haber salido. Cuando Octaviano y Marco Antonio hicieron las paces y formaron el triunvirato, Octaviano dejó de lado a su aliado y entregó a Cicerón a Marco Antonio. A Cicerón le cortaron la cabeza, la mano derecha y la lengua.

(7) Las vestales eran una especie de monjas supermodelos de época romana. Eran sacerdotisas consagradas a la diosa Vesta. De ahí lo de «vestales». Debían ser —y mantenerse, claro— vírgenes, de progenitores reconocidos y de gran belleza. Se las escogía a la edad de 10 años y su cometido fundamental era guardar el fuego sagrado de Vesta.

(8) Para ser más concretos, el hijo que César tuvo con Cleopatra. La misma Cleopatra que le hacía perder la cabeza al pobre Marco Antonio. Si es que el mundo es un pañuelo.

(9) La obra Antony and Cleopatra, para ser exactos.

(10) Antes de esta época se habla de República romana, donde el máximo órgano de gobierno era el Senado. En el momento en que Octaviano es proclamado emperador, el Senado empieza a convertirse en una panda de pintamonas que se dedicaba a decir «amén» a todo cuanto el emperador decía.

(11) Macrobio, Saturnales 2, 4.


Bibliografía

  • Beard, M., 2016, SPQR. Una Historia de la Antigua Roma, Crítica, Barcelona.
  • Barja de Quiroga, P. L., Lomas Salmonte, F. J., 2004, Historia de Roma, Akal Textos, Madrid.
  • Roldán Hervás, J. M., 2008, Césares. Julio César, Augusto, Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón. La Primera Dinastía de la Roma Imperial,  La Esfera de los Libros, Madrid.
  • Sheppard, S., 2009, Actium 31 BC: Downfall of Antony and Cleopatra, Osprey Publishing, Oxford.
  • Uyá Esteban, M., 2014, “La lucha entre Octavio y Sexto Pompeyo, Revista Historia Rei Militaris, pp. 42-50.
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Ibon Herrero Egia
Graduado en Humanidades por la Universidad de Deusto, Máster en Historia y Ciencias de la Antigüedad por la UCM y UAM. Interesado en las pequeñas historias de la historia.