El dominio de la oratoria y la argumentación ha sido el objetivo de numerosas personas a lo largo de la historia. Líderes políticos, religiosos, artistas o comerciantes se dieron cuenta, desde la Antigüedad clásica, de que la capacidad de persuasión de sus discursos era esencial para lograr sus objetivos.
Ser capaz de desmontar los argumentos de tu oponente, captar la atención y la confianza del público no es algo que se adquiera de forma natural. Necesita de práctica y de la adquisición de una serie de técnicas. Los griegos, pioneros en tantas otras cosas, también advirtieron la necesidad de educar a los futuros ciudadanos en este aspecto.
En la actualidad no entenderíamos la política sin las campañas electorales o los debates. No obstante, tenemos que tener en cuenta que nuestros políticos, con adoquín o constitución en mano, no se sacaron sus recursos de la manga. El arte de la persuasión y la oratoria tiene un extenso e interesante recorrido histórico, que revisaremos a continuación. Desde los sofistas en el foro ateniense hasta Chomsky y Faucault, han sido numerosos los debates que han marcado un antes y un después en la historia de la humanidad.
Grecia: cuna de la oratoria
Grecia fue la cuna de la oratoria y vio nacer el debate como competición de argumentos contrarios. Contamos con varios personajes griegos que son considerados los padres del arte de persuadir. Pero antes de entrar a conocerlos nos planteamos una pregunta clave: ¿en qué consiste exactamente la persuasión?
Pues bien, persuadir puede definirse como el intento consciente de un individuo de cambiar los actos, pensamientos, creencias o actitudes de otro, mediante la transmisión de un mensaje. Este mensaje tiene por tanto un triple objetivo: disminuir posibles resistencias psicológicas de los receptores, verificar que el mensaje se transmita correctamente y captar y retener la atención de la audiencia (1).
Protágoras de Abdera
Protágoras ha sido considerado padre del debate. Nació en Abdera alrededor del 480 a.C y se ganó la vida como profesor itinerante por toda Grecia. Se dice que sus clases tenían unas tarifas altísimas. no obstante, numerosos alumnos estaban dispuestos a pagarlas. Esto se debía a su gran fama como orador, que atrajo a importantes personalidades a sus lecciones, esperando adquirir el dominio del discurso público y mejorar sus capacidades persuasivas.
En estas clases, Protágoras proponía una serie de temas sobre los que sus alumnos debían realizar discursos, argumentaciones y refutaciones. Su fama a la hora de razonar y argumentar llegó a ser tal que el propio Pericles le encomendó elaborar las leyes de la colonia griega de Turios (2).
Córax de Siracusa
Córax, original de Siracusa, vivió en el siglo V a. C y es considerado uno de los principales padres de la oratoria. Esto se debe a que creó la primera sistematización de reglas que aplicar a la hora de realizar un discurso persuasivo, que seguían un principio fundamental:
“más vale lo que parece verdad que lo que es verdad, pues la verdad que no es creíble difícilmente se acepta” (3).
Influenció los discursos de filósofos posteriores, como Sócrates y Platón. No obstante, la finalidad de su producción en el campo de la retórica tenía un fin muy específico. Bajo la tiranía de los Deinomenidas en Siracusa (entre los años 485–465) se confiscaron las propiedades de muchos ciudadanos de a pie. Estos acudieron a los juzgados para intentar recuperarlas, pero al ser gentes no letradas tenían dificultades a la hora de defenderse ante los tribunales (4).
Por ello, Córax realizó una labor de ayuda al estructurar los discursos judiciales en una serie de partes fijas: proema, narración, exposición de argumentos, refutación de argumentos opuestos y resumen. Esta estructura servirá de modelo para toda la retórica posterior, y ayudó a las gentes de Siracusa a recuperar sus bienes en el régimen tiránico.
Aristóteles y la retórica
El célebre discípulo de Platón, Aristóteles (384-322 a.C) sistematizó el conocimiento de la antigüedad, y desarrolló el pensamiento lógico o silogístico. Convierte a la retórica en una disciplina dentro de la lógica, que sirviese para argumentar y persuadir sobre cosas probables. Los grandes oradores romanos, como veremos a continuación, tomarán la obra aristotélica como referente (5).
Roma y la oratoria: la prueba de que un imperio también se sustenta en la palabra
Si tenemos que resaltar un autor romano que contribuyese a la teoría de la retórica y la argumentación, este sin duda debe ser Cicerón (106-43 a.C). Se inspiró en la teoría de Aristóteles y en su obra “De oratoria” sistematiza las tareas del orador a la hora de plantear un discurso. Este debe basarse en cinco punto o ítems (6):
- Decidir lo que se quiere decir (o la inventio)
- Ordenar el material (o la dispositio)
- Elegir la manera de formularlo (o la elocutio)
- Memorizar el discurso (o la memoria)
- Cuidar la puesta en escena: entonación, silencios, gesticulación … (o la actio)
También sentenció que para que un discurso sea efectivo a la hora de persuadir debe contar con un exordium, una introducción que capte la atención del público. También debe tener una explicación y una argumentación donde se confirme la opinión propia y se refute la contraria. Y por último, un resumen y conclusión, que denomina peroratio (7).
En el Medievo no todo era oscuridad y dogmatismo… También le daban a la oratoria y se debatía
En la enseñanza medieval, desarrollada casi exclusivamente en el seno eclesiástico, el estudio de la retórica tenía gran importancia. Tanto para aquellos que estudiaban una carrera eclesiástica y debían prepararse para predicar desde el púlpito, como para los juristas o cargos públicos (8).
La retórica es en este momento considerada el arte de enseñar a hablar de manera adecuada y ornamentada y se enseñaba en las aulas. El debate y la retórica quedaron reflejados también de manera escrita. Surgen así los debates literarios, obras donde dos personajes (reales o imaginarios) se enfrentan a disputas y pelean dialécticamente. En muchas ocasiones, no se alcanza una resolución, pues lo realmente importante era la discusión en sí y los mecanismos empleados en la misma (9).
Nuevos descubrimientos suponen nuevos debates
Cuando en 1493 Colón regresa de su viaje a América son muchos los interrogantes que trae consigo. Nuevas cuestiones entran en el debate jurídico y teológico. ¿Son los «indios» igual de humanos que el resto de occidentales? ¿Deben tener los mismos derechos?
Estas preguntas enfrentaron en 1550 a Bartolomé de Las Casas y Juan Ginés de Sepúlveda en un histórico debate que tuvo lugar en Valladolid. Este debate supone un hecho único, pues por primera vez (y podría decirse que también última) un imperio permite cuestionar públicamente la moralidad y legitimidad de sus estrategias expansionistas. Bartolomé de las Casas defendió en su discurso la idea de que “todas las gentes del mundo son hombres” y por ello, la explotación hacia los habitantes de América debía cesar (10).
Oratoria: argumentando desde la Edad Moderna hasta la actualidad
El fin del Antiguo Régimen y los inicios de la historia de la democracia vienen acompañados de grandes debates sociales y políticos. Se impulsa el raciocinio como herramienta para guiar la trayectoria de la humanidad. El ciudadano (que deja de ser súbdito a partir de las revoluciones liberales de finales del siglo XVIII y el XIX) consigue voz y gradualmente voto.
El debate se convierte así en uno de los instrumentos fundamentales en la política. Pues, cuando en el siglo XX ya existen varias democracias propiamente asentadas, los líderes de los distintos partidos deben demostrar de manera bien argumentada por qué merecen el voto de la población.
En septiembre de 1960 tuvo lugar el primer debate entre dos candidatos a la presidencia de Estados Unidos transmitido por la televisión. Los participantes fueron Richard Nixon y John Fitzgerald Kennedy, y contó con una audiencia de unos 60 millones de espectadores (11) . Este debate, además de marcar un antes y un después en el desarrollo de las campañas electorales, demostró la importancia de la actio de la que nos hablaba Cicerón.
Kennedy se mostró más seguro, sonriente y decidido en su discurso. Incluso su presencia física fue determinante. A diferencia de Nixon, quien se negó a usar maquillaje, JFK no tuvo ningún reparo en aplicarse cosméticos que disimularan el cansancio que conlleva una larga campaña a la presidencia (12).
La Filosofía a debate
En el año 1971 se vuelve a transmitir por televisión otro debate histórico, que en esta ocasión enfrentaba a dos figuras clave en la filosofía contemporánea: Noam Chomsky y Foucault. En esta ocasión, las cuestiones sobre las que discrepaban eran de índole epistemológico y político (13).
Ambos oradores presentaron sus distintas versiones en relación a la naturaleza humana, el lenguaje, el conocimiento y la política. Sus argumentaciones son complejas y necesitaríamos un artículo entero para analizarlas. Pero podemos sacar una conclusión de esta discusión entre filósofos y es que, en muchas ocasiones, un debate no se puede declarar ganado o perdido. En la mayoría de casos, simplemente la presentación y discusión de ideas es suficiente para que otras nuevas surjan, teniendo así el debate un valor intrínseco.
En conclusión…
Dominar el uso de la palabra en el discurso público y saber razonar y refutar críticamente los argumentos de un oponente, han sido habilidades buscadas desde la Antigüedad hasta nuestros días. Aunque es imposible poseer la verdad absoluta, los grandes oradores a lo largo de la historia han buscado maneras de defender su verdad sobre la de otros.
Identificar las estrategias de persuasión en los discursos políticos o propagandísticos es de gran utilidad para tomar decisiones de forma crítica. Y quizás, en tu próxima presentación oral, entrevista laboral o discusión de bar con tus amigos puedas recordar alguna estrategia de Cicerón o Protágoras que te sea de utilidad.
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