Imponente. Es la primera palabra que nos puede venir a la mente cuando pensamos en el Partenón de Atenas y en su historia. Desde las alturas de la Acrópolis, vigilante, este monumento continúa ejerciendo el papel protector (1) que se le concedió en la época de su construcción. Además, si algo podemos sacar en claro de esta edificación, es la técnica y la maestría de los arquitectos griegos (2). Por favor, ¿a alguien se le ocurre otra imagen que no sea la de esta obra de arte cuando se nombra un templo griego?
Seguro que en tu mente estás montando el triangulito del tejado, con cuatro palitroques para hacer las columnas. Dos líneas debajo de todo este esbozo para formar las escaleritas y, ¡listo!, un templo griego. Sin embargo esta construcción comprende mucho más que un pequeño croquis mental. Si hubiese sido tan fácil crear tales maravillas, cualquiera se habría podido liar la túnica al hombro y, ¡ale, pa la obra!. Y, por aquel entonces, sin saber lo que era la burbuja inmobiliaria, se habrían construido más templos que apartamentos en primera línea de playa en Benidorm.
Claro, siendo una construcción tan antigua, no es de extrañar que, para que podamos contemplarlo de la forma más fidedigna posible actualmente, el Partenón haya pasado por varias restauraciones (3). A todos nos viene bien una visita al taller de chapa y pintura de vez en cuando. Pero puede que, tal y como iremos desarrollando a continuación, este monumento se haya visto obligado a hacerse más «retoquitos» de los que cabría esperar. Y es que, la historia del Partenón, ha sido de todo, menos tranquila.
Los inicios de la historia del Partenón: la fundación de Atenas
Pongamos nuestra atención en la Antigua Grecia. Escenario de grandes batallas, como la de los 300 (más o menos, ¿o más que menos?) espartanos de las Termópilas (4). Trasfondo de grandes mitos protagonizados por valerosos héroes y no menos terroríficos seres, como Perseo y Medusa (5). Episodios que, al igual que el superpoder de las gorgonas, nos siguen dejando de piedra a día de hoy por lo épicos que resultan. Seguro que, teniendo esto en cuenta, la historia del Partenón, y de Atenas, también tienen detrás un gran relato con dioses y demás maravillas de por medio. Pues sí y… no.
Todo tiene su explicación, queridos lectores. Si hacemos caso al mito de la fundación (6) de la actual capital de Grecia, debemos traer del gran Olimpo a dos dioses. Poseidón, el gruñón dios de los mares, y Atenea, su sobrina, diosa de la guerra estratégica, de las ciencias y de la sabiduría. Estos dos se jugaron, según las leyendas, el patronazgo de la ciudad de Atenas. El ganador sería quien consiguiera poner a los habitantes de su parte (7). Para lo cual, y como no podía ser de otra manera, recurrieron a la poderosa y arcaica magia del soborno.
Poseidón y Atenea
Poseidón, por su parte, hizo brotar una fuente de agua en la ciudad (8). Pero claro, dios del mar, fuente de agua… Aquello no fue Lanjarón, ni mucho menos. Y es que, de esa fuente, manaba agua salada. Como broma estuvo bien, pero a la gente no parece hacerle mucha gracia el humor divino. Atenea, en cambio, y ya con idea de lo que sería la dieta mediterránea, hizo brotar el primer olivo al lado de esta fuente (9), por lo que la decisión fue fácil para los ciudadanos que, en honor a esta diosa, nombraron a la ciudad Atenas (10).
De fortaleza a centro de culto
¿Cómo se llamaba la ciudad antes de que ocurriera esto? Pues el mito esto no lo aclara, la verdad… Tampoco se aclara cómo un olivo pudo sobrevivir al lado de una fuente de agua salada, ni si, al estar cerca del agua salada, las aceitunas de este olivo estarían rellenas de anchoa. Sin embargo, sí que nos deja patente que, en el lugar donde se plantó este primer olivo, se erigiría un templo en honor a Atenea, también llamada Partenos (virgen) (11). Saliendo del mítico mundo de los dioses, debemos enfocarnos ahora en los descubrimientos arqueológicos de la zona para llegar a una explicación histórica.
Según estos hallazgos, en el lugar donde ahora podemos encontrar el Partenón, se erigía anteriormente una fortaleza de la antigua cultura micénica (12). Lo cual tiene sentido, puesto que el lugar más alto de Atenas, la Acrópolis, servía como último bastión de defensa en caso de ataques a la ciudad (13). Más adelante, se convertiría en un centro de culto donde, antes de la construcción del Partenón, se encontraría otro templo: el llamado Hecatompedón (14).
Este antiguo templo se vio dañado durante la primera guerra médica, por lo que se decidió construir uno nuevo para reemplazarlo. No obstante, la tranquilidad duraría poco, y estas obras se paralizaron con la llegada de la segunda guerra médica. La derrota de los hombres de Leónidas resultaría, finalmente, en la invasión de Grecia por parte de los persas de Jerjes I (15). Por suerte, todo tiene su fin, y tras finalizar esta contienda, el Partenón comenzó a afianzar sus cimientos en la historia.
Con la llegada de la democracia ateniense, daría comienzo la construcción del partenón que ha llegado a nuestros días
Democracia real ya, o el plan de Pericles
Gracias a la paz lograda, y bajo el gobierno del estratego Pericles (16), la sociedad ateniense comenzó a fraguar lo que hoy conocemos como democracia (17). Al amparo de esta nueva forma de gobierno, la ciudad de Atenas lograría convertirse en la gran potencia económica de la Grecia Clásica, así como en el principal centro cultural de la época. Para dar fe de este tiempo de bonanza, Pericles se propuso reconstruir toda la ciudad (18), tratando de borrar así los oscuros episodios de la guerra.
Pero este ambicioso proyecto tenía un segundo objetivo: dejar patente al resto de urbes el poder de la nueva Atenas y el auge cultural que se daría en la ciudad (19). Para ello, se planteó retomar la construcción de un nuevo templo para la diosa protectora de la ciudad, al que, en honor al sobrenombre de Atenea que citamos anteriormente, llamarían Partenón (20).
Esta construcción supone el mejor ejemplo de templo dórico encontrado hasta la fecha (21). Se trata de un templo rodeado de columnas (períptero) y con entradas a ambos lados (anfipróstilo), construido completamente en mármol blanco. Además, es el único templo de Grecia con 8 columnas en su fachada (octástilo) (22).
Para ahorrar gastos, se emplearían los materiales de las obras paralizadas que comentamos anteriormente. Esta obra no era otra que la del conocido como Prepartenón (23), templo que se comenzó a erigir tras la victoria en Maratón (24) en la primera guerra médica. Esto, sumado a la gran mano de obra necesaria para levantar tal monumento (25), contentó a la población. ¡Claro, de ahí vendrá lo de Siglo de Oro ateniense (26)! Si es que este Pericles estaba en todo.
Las obras del Partenón: historia y mito grabados en mármol pentélico
Para este proyecto, el jefe de obra elegido fue Fidias (27) quien, con la ayuda de los arquitectos Ictino y Calícrates (28), levantaría esta edificación, además de otros templos recogidos también en la Acrópolis, como son el Erecteion (en honor a Erecteo, rey de Atenas) (29), o el templo de Atenea Niké (que no significa Just Do It, como nos hace creer la marca de ropa deportiva, sino victoriosa) (30).
Por toda la edificación, podríamos encontrar diferentes relieves en mármol que representarían episodios importantes de la historia ateniense. En sus metopas encontraríamos la Gigantomaquia, la Centauromaquia, la Amazonomaquia, y la guerra de Troya (31). Todos ellos episodios bélicos del mito griego en los que Atenas tomó parte directa o indirectamente. En los frisos interiores, se podía ver el desfile de las Panateneas (32), una procesión festiva en honor de la diosa.
Los frontones del templo, además, representaban el nacimiento de Atenea y el mito del patronazgo de la ciudad que ya hemos explicado (33). Todo bien proyectado para que, cuando viniera alguien de visita, alucinara con la belleza y la historia de la ciudad.
Además de dirigir toda la construcción, Fidias aportó al conjunto la creación de una estatua de madera forrada con oro y marfil de la diosa Atenea ¡de casi 12 metros de alto! (34). Di que sí, ¡que se vea bien el poderío y el lujo, Fidias!
La mano negra tras la historia del Partenón
Todas estas magníficas obras se vieron ensombrecidas en cierta medida por lo de siempre, los dineros. Los enemigos políticos de Pericles acusaron a Fidias de haberse embolsado parte del oro destinado a la imagen de la diosa (35). Además, sostenían los detractores, el escultor había tenido la desfachatez de grabar su rostro y el de Pericles en el escudo de la imagen de la diosa (36). ¿Qué es esto Fidias, unos selfies de colegueo para la posteridad?
Por ello, fue juzgado y condenado a la cárcel. Aquí la cosa se enturbia un poco ya que, según las fuentes, Fidias moriría en su encierro o sería exiliado y moriría fuera de Atenas (37). ¿Y qué pasó con la estatua de oro al final? Pues, como caramelito dulce que era, acabaría siendo pelada por los posteriores gobernantes de la ciudad, como si de una manzana se tratara, para aprovechar los ricos materiales que la formaban (38). La cuestión que nos atañe, no obstante, es que con esta acusación daría comienzo una serie de episodios desastrosos para la ciudad de Atenas y, particularmente, para el Partenón.
Pocos años después de finalizar la construcción total del Partenón, la ciudad se vio azotada por una peste (39). Uno de los contagiados fue el gran Pericles, quien acabaría sucumbiendo ante ella (40). Con el paso del tiempo, este monumento se consolidó como imagen de la ciudad. Es por ello que, a pesar de los cambios de gobernantes y civilizaciones que pasaron por Atenas, este templo se mantuvo más o menos intacto.
De todas las religiones…
Y decimos bien, pues en algún momento no especificado de la Antigüedad tardía (41), un incendio provocaría la fisura de varios de los relieves de la estructura, así como la pérdida total de la cubierta. Aquí comenzarían los primeros «arreglillos» de este edificio, que lo harían seguir operativo como centro religioso pagano hasta la entrada en vigor del Edicto de Tesalónica de Teodosio en época romana (42).
En este momento, el cristianismo pasaría a ser la religión oficial del Imperio, por lo que, tras un largo periodo de abandono, el Partenón se acabaría convirtiendo en una iglesia (43). Pero claro, ahora era la casa de Dios, el Único, por lo que no podía estar medio Olimpo allí, de okupa.
Este fue el motivo de que se retiraran la gran mayoría de los relieves que representaban los episodios mitológicos griegos (44). Y si ya estaban tocados por un incendio, el paso del tiempo y los efectos de la intemperie terminarían de deteriorarlos.
Con la conquista de Atenas en el siglo XV por los turcos, el monumento pasó a ser una mezquita (45). Allí ya tenías que preguntar a quién se rezaba antes de entrar, no fueran a mirarte raro.
la sucesión de cambios de gobierno y de ideología en atenas provocaron grandes desperfectos en el partenón
… y de ninguna
Más adelante, durante el asedio de la ciudad por parte de los venecianos, el Partenón explotó. Literalmente. Los turcos, en un alarde de originalidad, lo habían convertido en polvorín (46) y, el que juega con fuego, pues se acaba quemando. Lo poco que quedaba intacto se fue al garete, y la llegada de los venecianos al lugar conquistado no ayudó mucho a la conservación de las pocas piezas restantes (47).
Ya para colmo, llegaron los ingleses y expoliaron los pocos relieves que quedaban «enteros», transportándolos al Museo Británico de Londres (48). ¡Adelante, pasen, pasen! Si ya total, para lo que queda… Tan centrada estaba Atenea en proteger a su ciudad, que se olvidó de poner orden en su casa. Por suerte, la historia del Partenón se acabaría encarrilando.
La independencia y creación de la Grecia Moderna trajeron consigo el inicio de varias restauraciones en todo el recinto de la Acrópolis (49). En 1987, finalmente, el Partenón fue nombrado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco (50). Ya nadie lo podría tocar para mal pero, desde luego, qué vida más perra…
Pensamientos clásicos para el futuro
No deja de ser curioso como, este templo, edificio destinado a cobijar a la deidad protectora de una ciudad tan importante como lo fue Atenas, haya sido el foco de todas estas «katastrophes» (51), que dirían los griegos. Una serie de desgracias y desastres que nos deberían hacer recapacitar sobre la fragilidad de la existencia.
Y es que, si un edificio de tal calibre como el Partenón, ha visto peligrar su estructura en tantas ocasiones, ¿acaso hay algo que pueda quedar impune ante el paso del tiempo y la destrucción? Quizá tenga razón aquella antigua afirmación, y el hombre sea realmente un lobo para el hombre (52). Puede que no seamos más que un virus, que deja su marca en todo lo que toca, desde lo natural a lo artificial, sin importar lo bello y puro que sea.
No está mal eso de ser la medida de todas las cosas (53), como dirían los filósofos griegos. Pero, tal y como también podemos sustraer de estos pensadores, la virtud siempre está en los términos medios (54) y, quizá, sea el momento de que la humanidad tenga ese «eureka« tan necesario, y empiece a echar menos peso a una bañera que, esperemos, tarde mucho en desbordarse (55).
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