No voy a ser yo quien contradiga a los amantes del vino, aunque por gustos personales, prefiero la cerveza. El vino, tal y como lo conocemos hoy en día, es una bebida alcohólica procedente de la fermentación del zumo de la uva. Los arqueólogos admiten que el cultivo de la vid (1) se produce ya en la Edad de Bronce (2), con indicios que fijan el origen de la primera cosecha en Sumer (no, no es un marca). Han pasado los siglos y todavía esconde unos cuantos «secretillos». Cosecha, añada, gradación, taninos, son palabras que se han ido incorporando a nuestro lenguaje y que, ¡tranquilo todo el mundo!, no vamos a explicar aquí.
El Antiguo Egipto: necesario para comprender los jeroglíficos
Considerado un lujo reservado a sacerdotes y a nobles, en Egipto rivalizaba con el consumo de cerveza, sin embargo, durante los periodos festivos lo escanciaban hasta los egipcios de las clases más bajas. (3) Creo que en esto poco hemos avanzado, siempre ha existido el vino a granel y las fiestas populares. Como ya sabemos, el primer sistema para extraer el zumo o mosto de los racimos de uvas fue pisarlos. Los egipcios mejoraron el procedimiento envolviendo las uvas en telas de lino, de cuyos extremos tiraban para extraer el mosto y después lo fermentaban en grandes vasijas de barro (4). El vino se convirtió en símbolo del estatus social, utilizado en ritos religiosos y festividades paganas. Lo usaban también para lavar los cadáveres durante el proceso de embalsamado y para “regular el vientre”, por supuesto, con receta médica.
La Antigua Grecia: el vino humedece el alma y calma las penas
Una de las primeras prensas de vino conocidas fue descubierta en Creta (5). Los griegos practicaron una forma primitiva de pisado de la uva (6). Tras el prensado, las uvas se introducían en grandes ánforas (7) para que fermentasen. Pero no os imaginéis el vino con el aspecto que tiene en la actualidad, pues en la Antigua Grecia era dulce y aromático. Parece ser que no tenían depurada la técnica de filtrado, y como consecuencia, el vino griego era una cosa pastosa y bastante fuerte, de tal manera que había que aguarlo (con agua caliente…).
En pocas ocasiones se usaba puro: como ofrenda para libar a los dioses, o incluso para untar en el pan del desayuno. La oxidación era un defecto frecuente y muchos vinos no duraban más allá de la siguiente cosecha. Y si estaban en plena canícula, lo mezclaban con nieve para servirlo frío. ¡Creían que sólo los bárbaros bebían vino sin mezclar!
Los cristianos no fueron los primeros…
El vino desempeñaba un papel religioso ya antes de la llegada de los cristianos. De hecho, el culto a Dionisos, dios del vino, era muy activo (8); en sus fiestas dionisias se incluían incluso representaciones teatrales.
Por otro lado, las Antesteria se celebraban en Atenas hacia el mes de febrero y señalaban la apertura de las jarras de vino de la vendimia del otoño anterior.
Además del componente festivo ganó fama como uso medicinal (lo estudió Hipócrates), como cura para las fiebres y también como antiséptico. En la Antigüedad eran muy conscientes de algunos efectos negativos para la salud, especialmente cuando se consumía sin moderación. ¡Ya conocían la resaca!
La Antigua Roma: ingeniería aplicada
La elaboración de vino se introduce en Italia en el 200 a.C. Los romanos hicieron gala de su gran capacidad para el conocimiento tecnológico y comenzaron a experimentar con los injertos de vides. Introdujeron el uso de cubas de madera para transportar el vino (9), incluso mejoraron el sistema de extracción del vino inventando una especie de colador-exprimidor. Les encantaban los cócteles: vinos y licores se mezclaban con perfumes, miel, áloes, tomillo, bayas de mirto, mirra e incluso con agua de mar.
Blanco, tinto y…rosado
El vino fue substituyendo a otras bebidas alcohólicas fermentadas como el hidromiel, ya que los romanos no eran muy aficionados de la cerveza. Celebraban, eso sí, cada año la fiesta de la vendimia. (10) Adoptaron al dios griego del vino cambiándole de nombre, así, Dionisos se convierte en Baco. Muy práctico: para que iban a molestarse en inventarse un dios, si ya lo habían hecho los griegos. Símbolo de riqueza, poder y lujo, el vino blanco se servía en copas de cristal en las casas de los nobles, mientras que el vino tinto se servía en las tabernas populares (11). El vino se popularizó y pasó a estar disponible para todas las clases sociales, desde los aristócratas hasta los esclavos, soldados o colonos (12); los romanos creían que el vino era una necesidad vital diaria. ¡Vino para todos!
¡Qué ojo para los negocios!
El vino acabó convirtiéndose en una importante actividad económica; desde Italia, se extendió hacia la Galia (Francia). Los galos imitaron a sus vecinos del norte de Europa, quienes usaban barricas de madera para conservar la cerveza; así ellos emplearon estas barricas para almacenar el vino. Con ello se facilitaba el transporte y servía de escondite.
Los cartagineses y los fenicios fueron los primeros que introdujeron la viticultura en la Península Ibérica, pero fue con los romanos con los que se elevó la producción del vino, gracias a nuevas técnicas de cultivo y al desarrollo de las calzadas; así, los vinos «españoles» se extendieron por el Imperio. No faltaba en las mesas de los emperadores a los que servían en botellas de fina talla.(13).
¡Cómo no!, siempre se estrellan contra nosotras
Durante la época de Catón el Viejo se prohibió beber vino a las mujeres, bajo pena capital. Preferían que las mujeres se inclinasen hacia una “decocción de pasas” denominada passum que se solía servir con algún postre, como los niños. ¡Cuánto nos va costar alcanzar la mayoría de edad!
Durante el Imperio romano ocurrió un acontecimiento novedoso: la llegada de una nueva religión: el cristianismo. El rito principal de los cristianos tiene como núcleo el vino, otorgándole un poder místico y sanador. Por lo que no tardará en extenderse por el Imperio y más allá de sus fronteras. Ritos que, por supuesto, también se nos negaron a las mujeres.
La caída de Roma: y no estaba borracha
Durante la progresiva caída del Imperio romano, diversos pueblos fueron ocupando y expandiéndose por los territorios europeos hacia el sur. No obstante, algunos de los invasores eran cristianos y, por lo tanto, amantes de la viticultura. Los visigodos heredaron la costumbre romana del cultivo del vino. Los viñedos pasaron entonces a ser propiedad de los reyes o de los conventos y monasterios. En las ciudades o los pueblos en los que se instalaban, los monjes poseían tierras, además de paciencia y abundante mano de obra barata, lo que garantizaba el éxito de los cultivos. A Dios rogando y con el mazo dando, en esta ocasión, con la bota o el porrón.
En el Imperio romano de Oriente las diaconisas comulgaban con vino y daban de comulgar ellas mismas, además de celebrar la misa si era menester. Y eso hasta el siglo XIII. Por cierto en Oriente no se perdió nada de la tradición vinícola, ni helena ni romana. Y lograron desarrollarlo aún más con mezclas de diferentes especias. Para saber más sobre este tema conviene leer el manual bizantino «Geoponika». El vino cretense, el Romania (especialmente el peloponeso, donde los viñedos eran muchos y d ela mejor calidad) y el Malvasía eran de los más costosos, sino los que más durante toda la Edad Media….para los occidentales, claro.