El Mariscal Davout, o cómo ser un soso puede arruinar tu carrera

El Mariscal Davout, Louis Nicholas Davout (1770-1823), ha pasado (tímidamente) a la Historia como Mariscal del Imperio francés, duque de Aüerstadt y Príncipe de Eckmühl. A la sombra de la expansiva personalidad de Napoleón, Davout es un perfecto desconocido para el gran público.

Sucede, sin embargo, que quienes descubren a nuestro protagonista suelen sentir por él una instintiva simpatía difícil de explicar. Difícil de explicar porque la mayoría de nosotros, de haber conocido en su tiempo al Mariscal de Hierro, que así fue llamado, probablemente hubiéramos sentido un cierto rechazo o apatía por el distante, taciturno, severo, responsable y anodino (en definitiva, soso) Davout.

El Mariscal Davout, retratado por Claude Gautherot, discípulo de David.
El Mariscal Davout, retratado por Claude Gautherot, discípulo de David.

El Mariscal Davout – Un ¿simpático? tipo soso

En este artículo hablaremos de Davout, sí, pero, sobre todo, intentaremos dar respuesta a la curiosa pregunta que ya avanzábamos: ¿cómo es que cae simpático un individuo tan atípicamente soso? Quizás algo tenga que ver con ello lo injusta que ha sido la Historia con el bueno de Davout. Quizás esa simpatía sea la forma que tenemos de revolvernos contra lo que percibimos como una putada histórica.

¿Y por qué ha sido injusta la Historia con el Mariscal de Hierro? Pues porque, siendo Davout, a juicio de la mayor parte de la historiografía, el más brillante y capaz de los (26) mariscales napoleónicos, su nombre y gestas han quedado relegadas al olvido, a salvo de las lecturas de un minúsculo grupúsculo de frikis. Y lo que es peor, porque esa injusticia no es sino la repetición de la que padeciera en vida el mariscal, y porque el origen de ambas es idéntico: Davout fue un aburrido.

Otros que hicieron menos obtuvieron más reconocimiento

La Historia ha sido más benévola con otros miembros del mariscalato napoleónico, mucho más novelescos que nuestro protagonista, pero también mucho menos capaces. Frente al altivo y extravagante mariscal Murat, que en una ocasión cargó al frente de la caballería francesa con una fusta en la mano como única arma, o al iracundo y valeroso mariscal Ney, que regresó milagrosamente de lo más profundo de la estepa rusa, en plena retirada de la Grande Armée, cuando todos lo daban ya por muerto, Davout solo puede ofrecer fría y gris eficiencia en su marcial labor.

El resultado inmediato es que Murat y Ney son mucho más parte de la leyenda napoleónica de lo que lo es Davout. Puede que justamente el escaso reconocimiento al trabajo bien hecho sea lo que nos inspira esa natural simpatía.

Los comienzos del Mariscal Davout

Entrando ya en materia, Davout nace en Annoux el 10 de mayo de 1770, en el seno de una familia perteneciente a la baja nobleza y con una larga tradición militar. Al parecer, era dicho popular en aquella región que cuando un Davout nacía, una espada salía de su vaina (1). De ser cierta la historia, con nuestro Davout el dicho alcanzó un significado verdaderamente profético. Con solo quince años, después de haber comenzado una precoz carrera en el Colegio Militar de Auxerre, Davout ingresaba en el prestigioso Real Colegio Militar de París, institución de la que se había despedido hacía muy poco otro joven y prometedor alumno, de nombre Napoleón (2). Más tarde, sus destinos quedarían unidos para siempre.

Un joven Davout.
Un joven Davout, retratado por Alexis Nicolas Perignon.

Poco después de completar su formación en París, el bisoño Davout se vio en prisión durante seis semanas. ¿La razón? Que aquel joven de ilustre apellido había resultado ser un partidario demasiado entusiasta de las ideas reformistas (cada vez más, revolucionarias), que ya se extendían por Francia como la pólvora (3). Era 1790, pero la Revolución Francesa solo acababa de empezar, y un fervoroso Davout no dudó en ponerse al servicio de la Nación en aquella época de crisis y oportunidades. Llama la atención la implicación política de Davout durante aquellos años, pues contrasta poderosamente con su etapa adulta, que se caracterizó por la prudencia y la introspección en el plano ideológico. Puede que la flamante Revolución, como ocurrió con tantos otros, cautivase el gélido corazón de nuestro joven Davout, y puede también que las sombras del Terror le mostrasen más tarde las ventajas de ser comedido.

¡Directo al estrellato! El ascenso de Davout

A lomos de la Revolución, el brillante Davout, como tantos otros, protagonizará una carrera militar meteórica. No en vano, el mismísimo Napoleón popularizó aquel dicho según el cual cada soldado lleva en su mochila un bastón de mariscal (4), toda una oda a la meritocracia bélica que tanto le gustaba al corso.

Volviendo con Davout, si el 1 de noviembre de 1792 era nombrado capitán del ejército francés, para el 2 de septiembre de 1974 había sido ya confirmado como general de división. No siendo del todo raro en aquella turbulenta época, no puede dejar de llamarnos la atención el hecho de que para cuando fue nombrado general, Davout tenía unos tiernos 25 años. Para entonces, ya eran evidentes las virtudes que elevarían a nuestro amigo al mariscalato (y que le regalarían unos cuantos enemigos): Davout era implacable en su trabajo, y no tenía la más mínima paciencia o compasión con quienes no lo eran. Una mezcla explosiva que le granjearía respeto, enemistad, suspicacia y malestar.

Retrato a lápiz del Mariscal Davout
Retrato a lápiz del Mariscal Davout con su célebre cara de pocos amigos.

En 1795 Davout conoció a uno de sus pocos amigos, el general Desaix (muerto heroicamente años después en la batalla de Marengo), que sería su pasaporte directo a la gloria. Daba la casualidad de que Desaix también era uno de los pocos auténticos amigos del por entonces famosete general Bonaparte. Gracias a su recomendación, en 1798 se vio Davout embarcado camino de Egipto (5). Aquella campaña en Oriente pondría a Davout en el mapa mental de Napoleón. La relación entre aquellos dos hombres, sin embargo, no pasó de cordial, siendo generosos.

Yo, Mariscal Davout

Los siguientes años fueron relativamente tranquilos. Es probable que Davout dedicase aquel tiempo de inactividad a su familia. En esto, también sin sorpresas: en línea con su carácter, parece que Davout tuvo un matrimonio (aparentemente) feliz y sin sorpresas con Louise-Aimée-Julie Leclerc (6), del que nacieron ocho hijos. No se le conoce al soso Davout ni una sola amante o algún bochornoso episodio de cama.

En 1804, para sorpresa general, después de una carrera que aún no llamaba demasiado la atención, Davout fue recompensado con el bastón de mariscal, la máxima distinción militar del recién fundado Imperio Francés. Para muchos, aquel no fue sino el resultado de haberse emparentado lejanamente con el Emperador gracias a su matrimonio con Louise-Aimée, la hermana del general Leclerc, esposo este de una de las hermanas de Napoleón. Sin embargo, Davout no tardaría mucho en demostrar su valía, y con ello, lo merecido de su ascenso.

Bastón de mariscal de Davout
El Bastón de Mariscal de Davout, hoy expuesto en el parisino Museo del Ejército de los Inválidos.

Los años dorados del Mariscal Davout

En los bastones de mariscal del Primer Imperio Francés estaba inscrita la expresión
Terror Belli, Decus Pacis” (Terror en la Guerra, Ornamento en la Paz). El torpe, feucho,
miope, calvo y físicamente descuidado Davout no fue, que digamos, un ejemplo de
ornamento. Davout era y parecía soso. En la guerra, sin embargo, estaba en su salsa, y lo demostraría sobradamente los siguientes años, sembrando el terror entre los enemigos del Emperador.

En 1805, durante la guerra de la Tercera Coalición, al frente de su célebre III Cuerpo del Ejército, Davout se desempeñó brillantemente. Su sobresaliente papel en la batalla de Austerlitz cimentó la mayor de las victorias de Napoleón. El Emperador, sin embargo, jamás le reconocería suficientemente su talento. Nunca sabremos, en cuanto a la razón, cuanto había de envidia y cuanto de antipatía. Lo que es seguro es que a Napoleón el Mariscal de Hierro nunca le cayó demasiado bien (7). El carácter de Davout, lisa y llanamente, le desagradaba, y daría igual cuan leal o brillante se mostrase el mariscal, que eso no cambiaría. Pobre Davout.

La batalla que lo catapultó a los Anales de la Historia

En 1806, Davout se ganó su lugar en la Historia, al asestar un golpe mortal a la Cuarta
Coalición con su victoria sobre los prusianos en la batalla de Aüerstadt, su obra maestra. Así, mientras Napoleón combatía paralelamente en la batalla de Jena a una sección del ejército prusiano con el grueso de las tropas francesas, Davout, aislado, se enfrentaba con una pequeña porción del ejército francés a la mayor parte del enemigo. 26.000 franceses contra 64.000 prusianos. Una batalla imposible. Y, aun así, Davout se impuso y aplastó a los prusianos en una asombrosa e inexplicable victoria.

Mapa de la batalla de Auerstadt
Un curioso mapa de la batalla de Auerstädt

Napoleón, con una mezcla de admiración y cautela, convertiría a Davout en duque de
Aüerstadt tiempo después y alabaría su destreza (8), pero se cuidaría muy mucho de que a la Historia pasase, no el nombre de Aüerstadt, sino el de Jena.

Aüerstadt alumbró también al mayor enemigo que tuvo Davout, el también mariscal
Bernadotte (que, casualidades de la vida, terminaría siendo rey de Suecia, dando
comienzo a una dinastía que llega hasta nuestros días). Esto porque, durante la batalla, Bernadotte se hizo el loco para no acudir en la ayuda del acorralado Davout, por quien sentía algo más que antipatía. Cuando los dos mariscales se encontraron tras la batalla, la cosa escaló hasta el punto de que ambos estuvieron a punto de batirse en duelo. Davout jamás perdonaría el episodio a Bernadotte, y este último perdería el favor de Napoleón y estaría a punto de enfrentarse a un pelotón de fusilamiento por su feliz ocurrencia (9).

Fidélité jusqu’à la mort

Los años siguientes, desde 1806 hasta 1812, las peripecias de Davout estarán ligadas
a las campañas del Emperador por toda Europa. Desde Eylau hasta Wargram, pasando
por Friedland. Estos serán los buenos años de Davout, en que sus habilidades le
concedieron, al fin, el favor (que no el aprecio) de Napoleón.

Son también los años de la ambición, en que Davout, se dice, llegó a aspirar a la corona de una Polonia independiente bajo el ala del Imperio Francés. Quizás suene alocado, pero hay que recordar que Napoleón ya había obsequiado a otro de sus mariscales, su cuñado Murat (que, por cierto, también estaba en la nutrida lista de enemigos declarados de Davout), con la corona de Nápoles. Vaya, que Napoleón tenía un largo historial de quitar y poner reyes por Europa, y Davout no quería ser menos que sus menos capaces compañeros. Al final, el sueño de Davout se quedó en agua de borrajas, pero, al menos, nos permite añadir otro rasgo a la personalidad del Mariscal de Hierro: era ambicioso.

Malos tiempos para el Mariscal Davout

Pero, todos lo sabemos, lo bueno no dura, y 1812, además de alumbrar la legendaria invasión napoleónica de Rusia, trajo consigo malos tiempos para el invencible Davout. El dramático ocaso del Emperador y la enconada enemistad (sí, otra más) con el mariscal Berthier (11), la mano derecha de Napoleón, pondrán bajo sospecha la lealtad y competencia de Davout, que será visto con cada vez más recelo (y desagrado) por Napoleón.  Parece que este nuevo clima hostil hará además que Davout se desencante con Bonaparte. Sin embargo, su lealtad no se moverá ni un palmo, y nuestro protagonista terminará sus días identificando a Napoleón con Francia. Puede, en fin, que a Davout se le acabara el amor, pero su lealtad no flaqueó jamás.

La batalla del Berezina
La batalla del Berezina, epílogo de la trágica invasión napoleónica de Rusia, pintada por January Suchodolski.

Al desastre de Rusia que todos conocemos, siguió la desintegración del poderío francés en Alemania. Es 1813, y un Davout cada vez más aislado en el mariscalato (que funcionaba a todos los efectos como una corte), participa en los compases finales del Imperio. En aquella campaña decisiva, a Davout se le encomienda asediar, tomar y conservar la ciudad de Hamburgo. Cumplirá con su acostumbrada eficacia el encargo, y contra viento y marea, resistirá en la ciudad alemana hasta la primera caída de Napoleón. Para hacernos una idea de la magnitud de la defensa, téngase en cuenta que, para cuando los cosacos ya se paseaban por ¡París!, Davout seguía repeliendo al enemigo, muy superior numéricamente, en Hamburgo. Solo cuando supo a ciencia cierta de la primera abdicación de Napoleón, rindió Davout la ciudad al enemigo.

Los últimos coletazos del Mariscal de Hierro

Derrotado Napoleón y asentado el Borbón Luis XVIII en el trono francés, Davout optó por retirarse de la vida pública. Su rechazo al nuevo régimen es notorio. Será uno de los pocos mariscales de Napoleón que, poniendo su carrera (y su vida) en riesgo, no se postren ante el nuevo rey. Todo indicaba que aquel era el final de Davout. Game over.

Sucedió, sin embargo, que Napoleón, acostumbrado a guiar el destino del mundo, no se resignó a su exilio en la isla de Elba. Así, en un periplo propio de película hollywoodiense, regresó a Francia en una barcaza con un puñado de leales, y, en cuestión de días, alcanzó Paris y recuperó la corona imperial sin disparar un solo tiro. Y allí que acudió el soso y leal Davout, dispuesto a servir una vez más a Francia y a su Emperador. Quien hacía meses era poco más que un exiliado, se vio ahora como Ministro de la Guerra y comandante militar de París. Napoleón, en aquel momento de crisis, recordó la gloria del mejor de sus mariscales.

El retorno de Napoleón
Napoleón se dirige a sus fieles tras su inesperado retorno a Francia, en 1815.

El defensor de París

Davout, sin embargo, no acompañaría a su señor a la guerra, y no pondría un pie en el campo de batalla de Waterloo. Mucho se ha elucubrado acerca de si el resultado hubiera sido el mismo si el Mariscal de Hierro hubiera estado de cuerpo presente, al frente de las tropas, en aquel recóndito lugar de Bélgica. Sobre los motivos por los que Napoleón decidió prescindir de los servicios de Davout en la campaña, parece que consideró que solo el indudablemente leal Davout le garantizaba el control de París (12), donde había mucha gente poderosa mosqueada con el Emperador y deseosa de quitárselo de encima. Quien sabe si aquella decisión fue el error que selló su final.

Un final injusto para el Mariscal Davout

Los días que siguieron a Waterloo, Davout prestó a Francia y Napoleón sus últimos servicios. Organizó lo que quedaba del ejército francés para mejorar la posición negociadora frente al enemigo, cubrió la fallida huida de Napoleón y mantuvo el orden en la capital.

Esos servicios fueron recompensados por el retornado Luis XVIII con una bonita orden de exilio, la retirada de todos sus cargos y honores y la privación de su remuneración. Vaya, que el nuevo régimen dejó a Davout con una mano delante y la otra detrás. Recuperó salario y dignidades paulatinamente los años siguientes, conforme la represión del bonapartismo se fue atemperando, pero jamás regresó al servicio activo, y se negó a trabajar para los Borbones. Pasó sus últimos años en la más absoluta oscuridad, ayudando a antiguos compañeros a escapar de la represión del nuevo régimen, hasta que le alcanzó la muerte en 1823. Se lo llevó la tuberculosis.

El Mariscal de Hierro fue llorado por muchos de los que sirvieron bajo su mando, y por pocos de sus compañeros del mariscalato. Su capacidad y carácter generaron antipatía, odio, envidia, respeto y admiración a partes iguales durante toda su vida. Cuando esta tocó a su fin, quedaron dos verdades: Primero, y citando a Napoleón, “Davout ha sido una de las glorias más puras de Francia”. Segundo, cosecha propia, Davout jamás pasaría a la Historia como una de las mayores glorias de Francia, lisa y llanamente porque fue un aburrido de cojones.

Tumba de Davout
La tumba de Davout, en el famoso cementerio Pere-Lachaise de Paris.


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Referencias y bibliografía

Referencias

(1) Chandler, 1987, p. 94.

(2) Roberts, 2015, p. 25.

(3) Chandler, 1987, p. 95.

(4) Tulard, 2012, p. 227.

(5) Chandler, 2015, p. 180.

(6) Chandler, 1987, p. 98.

(7) Chandler, 2015, p. 554.

(8) Roberts, 2015, p. 331.

(9) Roberts, 2015, p. 331.

(10) Flavius Stilicho, 2011.

(11) Chandler, 1987, p. 105.

(12) Chandler, 2015, p. 1072.

Bibliografía

  • Chandler, D., 1987, Napoleon’s Marshals, Londres, Macmillan USA.
  • Roberts, A., 2015, Napoleón, una vida, Madrid, Ediciones Palabra.
  • Tulard, J., 2012, Napoleón, Barcelona, Crítica.
  • Chandler, D., 2015, Las Campañas de Napoleón, Madrid, La Esfera de los Libros.
  • Hernández Yunta, R., 2017, Jena-Auerstadt: la victoria de un mariscal olvidado, https://archivoshistoria.com/ . En línea (disponible en https://archivoshistoria.com/jena-auerstadt-la-victoria-de-un-mariscal-olvidado/).
  • Pseudónimo: Flavius Stilicho, 2011, Las campañas de Davout, el Mariscal de Hierro, http://www.mundohistoria.org/ . En línea (disponible en http://www.mundohistoria.org/blog/articulos_web/las-campa-davout-mariscal-hierro).
  • Paschall, R., 2007, The Youngest Marshal Saves the Day for Napoleon, https://www.historynet.com/ . En línea (disponible en https://www.historynet.com/the-youngest-marshal-saves-the-day-for-napoleon.htm#:~:text=Davout%20was%20an%20unlikely%20marshal,named%20a%20marshal%20until%201809).
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