¡Jefe, otro chupito! Alcohol, literatura y otros demonios

Soy alcohólico, drogadicto, puto y un genio. Esta frase no es de alguno de tus amigos después de una noche de fiesta. Es de Truman Capote, uno de los más grandes escritores norteamericanos. Sinceridad, ante todo. En honor a la verdad, no es un caso aislado, abundan los escritores alcohólicos… Si echamos cuentas, cinco de los siete premios Nobel de Literatura americanos (1) eran muy aficionados a “mover la muñeca”. Unos borrachos de manual, vaya.

La adicción al alcohol acabó por arruinar la vida -y la cartera- de muchos y hasta los llevó a la muerte antes de tiempo. Vidas trágicas. Vidas marcadas por la dependencia y el abandono. Y, sin embargo, de sus cabezas han salido algunos de los textos más jodidamente perfectos que se han escrito en este mundo. (2)

Pero tranquilos. No vamos a entrar en este artículo en investigaciones psicológicas para descubrir por qué beben los escritores. Eso ya lo definió Baudelaire. (3) O al menos lo intentó. Dijo que, para el escritor y el poeta, el alcohol era un arma para matar algo que tenía en su interior. Una lombriz que no lograba aniquilar. Cada uno calma sus demonios como quiere. Así que nos vamos a limitar a contar lo que fue. Sin entrar en juicios. Abrid una cerveza, sentaos y disfrutad.

Si saben cómo me pongo, ¿por qué me invitan?

Me gusta tomarme un Martini. Dos como mucho. Con tres estoy debajo de la mesa. Con cuatro… debajo del anfitrión”. Esta confesión no es mía, es de Dorothy Parker. Escritora, poeta, dramaturga y convencida activista de izquierdas. Si hoy es un mito de la «generación perdida» es por esa mezcla de talento y vida alcohólica y bohemia.

Dorothy Parker. Escritores alcohólicos
Dorothy Parker. Fuente

En algún momento la bebida tomó el control de su cerebro. Fue despedida de la revista en la que trabajaba por su sarcasmo y su “redacción un tanto errática a causa del alcohol”. (4). Dorothy intentaba morirse constantemente. Varias sobredosis acabaron con su cuerpo en el hospital. Después de intentar suicidarse por las muñecas y no conseguirlo, empezó a oler a muerte. Literalmente. Se perfumaba con olor a nardo, el perfume que usaban los sepultureros para los muertos en aquella época. Finalmente murió de un infarto. En su habitación, a su lado, su perro y una botella de whisky. Sus cenizas estuvieron veintiún años en el despacho de su abogado hasta que alguien fue a reclamarlas.

Escritos de un viejo indecente… otro de los escritores alcohólicos

Bukowski, otro de los grandes escritores alcohólicos, empezó a beber con 17 años. Después de una infancia marcada por las palizas de su padre, la miseria y el rechazo de sus compañeros, llegaron el alcohol y los trabajos miserables. Cuenta su único amigo que al principio no le gustó el sabor amargo del vino. Pero tras un par de botellas ya no hubo vuelta atrás. “Crecí, me expandí. Medía cuatro metros. Era un gigante y me sentía maravillosamente” (5). A partir de ahí llegaron los bares de mala muerte, las habitaciones de pensión y los personajes turbios. Y de ahí bebió toda su literatura.

Charles Bukowski. Escritores alcohólicos
Charles Bukowski. Fuente

Recibía a los periodistas medio desnudo y con un botellín de cerveza en la mano. Su vida sexual también se convirtió en una adicción. Desde jóvenes estudiantes de literatura a borrachas sin un céntimo en el bolsillo. Daba igual. El alcohol seguía trabajando. Bukowski era un hombre que decía amar a las mujeres y la bebida por igual; pero frente a las primeras se sentía un idiota y frente al alcohol sucumbía como un perdedor. (6)

Fue de los pocos que no tuvo un final digno de una de sus novelas. La leucemia lo arrastró poco a poco hasta la tumba. En su lápida, la figura de un boxeador en guardia y un epitafio: “Ni lo intentes”.

Multitoxicómano

Pero no solo de grandes escritores alcohólicos ya muertos va la cosa. Alguno aún vive para contarlo; a pesar de haber maltratado su cerebro y su hígado sin compasión. ¿O deberíamos decir que gracias a eso? La realidad está ahí. Y esa realidad nos dice que durante los años en los que estuvo colocado, la creación literaria de Stephen King tocó techo.

Durante la década de los ochenta, el de Maine, otro de los grandes escritores alcohólicos, le echó un pulso al alcohol y a las drogas. En aquellos años nacieron de su máquina de escribir sus mejores obras (7), pero el precio de mirar a los ojos a la muerte era demasiado caro. El autor de El Resplandor admitía que se bebía unas 24 o 25 latas de cerveza… a diario. Pero no solo de zumo de cebada vive el hombre. O al menos, no el maestro de la literatura de terror. Tomé todo lo que pueda imaginarse. Cocaína, Valium, Xanax, lejía, jarabe para la tos… digamos que era multitoxicómano (8). Pues no hay más preguntas, señoría.

Más Jack Daniel’s, por favor

En una entrevista, le preguntaron a William Faulkner por qué eran tan caóticas sus novelas. El autor de El ruido y la furia solo acertó a decir que eso era porque siempre que escribía tenía al lado una botella de whisky. A poder ser Jack Daniel’s. Lo solía beber en un cóctel llamado Mint Julep con azúcar, hielo y hojas de menta machacadas. (9) La receta aún está en su casa. El vaso donde solía beberlo, también. 

Igual que a Bukowski, a Faulkner la bebida le hacía sentirse grande; cosas de los grandes escritores alcohólicos. Su lista de la compra era muy sencilla: “La experiencia me ha demostrado que lo único que necesito para trabajar es papel, tabaco y un poco de whisky”. Claro y sencillo. Cortita y al pie. Además, el de Mississippi creía firmemente en los poderes curativos del alcohol. Para un catarro, ¿paracetamol y mucha agua? Ni de coña. Él se preparaba un mejunje casero llamado Hod Toddy que consistía en whisky con limón y agua hervida. (10)

En los aniversarios de su muerte, sus seguidores se acercan hasta el pequeño cementerio donde está enterrado. Allí, en una especia de ceremonia mística, los fieles del escritor derraman whisky sobre su tumba y brindan por su memoria. Eso sí, siempre Jack Daniel’s, por favor.

Hermosos y malditos

Para conseguir su completa autodestrucción, el genial Scott Fitzgerald tuvo ayuda extra. Zelda, su mujer. Los dos jugaban a ver quién se empapaba antes en alcohol. Una carrera de fondo con un sacrificio y una disciplina espartana. Mejor que ir al gimnasio.

El París de entreguerras era una fiesta con forma de aceituna del Martini (11), ideal para escritores alcohólicos. Gastaban todo su dinero en bebida. Quemaban la vida. Nadie como él supo contar la pompa de ilusión en la que vivía la alta sociedad de los años veinte. Una pompa donde sonaba jazz, corría el alcohol y las fiestas nunca terminaban. Pero un buen día, la orquesta dejó de tocar. Y después, la nada. La música terminó. A Scott Fitzgerald aun le quedaba algo de sangre en el alcohol que corría por sus venas. Zelda comenzaba a dar señales de esquizofrenia.

Escritores alcohólicos
Leonardo DiCaprio en la adaptación al cine de «El Gran Gatsby». Fuente

Antes de devorarse del todo se separaron. El escritor murió de un ataque al corazón, mientras escribía guiones que nunca verían la luz (12). Su mujer le sobrevivió unos cuantos años.

Ingresada en un hospital psiquiátrico, en 1948 el sanatorio ardió y Zelda murió abrasada. Se volvieron a encontrar en la tumba. Enterrados juntos, su epitafio sobre el mármol es la última frase de El Gran Gatsby: “Y así vamos adelante, botes que reman contra la corriente, incesantemente arrastrados hacia el pasado”.

Brindemos por la literatura

Tennessee Williams, enorme dramaturgo, el último de nuestros escritores alcohólicos, bebía tanto a causa de la depresión que llegó a rozar el delirio. Solo consiguió alcanzarlo al morir su pareja, Frank Merlo. Empezó entonces su particular operación bikini. Una dieta estricta a base de café, alcohol y barbitúricos hasta el final de su vida. (13)

Echemos mano ahora -de nuevo- de tópicos de cine americano. El autor de La gata sobre el tejado de zinc pasó sus últimos días consumido entre drogas y alcohol en una habitación de hotel. Os suena, ¿verdad? Elegid el que más os guste. Decidió suicidarse vaciando un bote entero de pastillas en su boca. Por aquello del honor. Su cadáver se encontró al día siguiente, pero ni siquiera pudo poner un final digno a su miseria. El informe del forense era claro. ¿Causa de la muerte? Asfixia provocada por el tapón que se atascó en su garganta después de intentar abrir el bote con la boca. (14). Williams quería un final colocado e inconsciente y se encontró con una muerte violenta y un tanto ridícula.

Puta vida.


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Referencias y bibliografía

Referencias

(1) A saber: Hemingway, Sinclair Lewis, Faulkner, Eugene O’Neill y Steinbeck.

(2) Verdaderas joyas de la literatura como Las uvas de la ira de Steinbeck, La senda del perdedor de Bukowski, El ruido y la furia de Faulkner, El gran Gatsby de Scott Fitzgerald, A sangre fría de Capote o Las flores del mal de Baudelaire han salido de cerebros empapados en alcohol.

(3) Consultado Baudelaire sobre la adicción de Poe (que en realidad ni siquiera bebía tanto, tenía poca resistencia al alcohol e inmediatamente tras un par de tragos quedaba completamente borracho). Y el autor de Las flores del mal sabía de qué hablaba: se perdía él mismo en laberintos de absenta junto a su amado Rimbaud.

(4) Dorothy Parker escribió varios años para la revista Vanity Fair. En su artículos, desde críticas literarias a recetas para la elaboración de cócteles.

(5) Bukowski empezó a beber con apenas 17 años, inducido por su amigo Baldy, hijo de un prestigioso cirujano que había perdido la licencia por ser alcohólico. El padre de Baldy había dejado de beber por entonces pero aún conservaba numerosos toneles de vino en la bodega. En aquel sitio Baldy invitó al escritor a probar, le enseñó a poner la cabeza bajo la espita y a beber como un cosaco. Ver Cherkovski, 1993.

(6) Una vida caracterizada por la bebida, las apuestas, la misoginia, la rebeldía y el rechazo generalizado. Esa relación amor – odio con sus pasiones convirtió a Bukowski en uno de los escritores underground que más ha influido en nuestros tiempos. Completa biografía en Cherkovski, 1993.

(7) En esta época nacen libros como Misery, Carrie, El Resplandor o Cujo. De este último, SK afirma que ni siquiera recuerda cómo lo escribió.

(8) En su autobiografía como escritor, SK cuenta su adicción a cualquier tipo de sustancia estimulante. También como los peores sucesos de su vida llegaron a convertirle en la persona que es hoy: desde la muerte de su madre o los problemas para llegar a fin de mes, hasta su adicción a la cocaína y el alcohol. Para más información ver King, 2016.

(9) Cóctel típico del sur de Estado Unidos, especialmente de la zona de Kentucky, de donde es originario el Bourbon. Ver Jiménez Morato, 2014.

(10) Interesante artículo sobre Faulkner y las propiedades medicinales del alcohol en: https://www.poemas-del-alma.com/blog/especiales/william-faulkner-propiedades

(11) La expresión «generación perdida» caracteriza a una generación de escritores estadounidenses que visitan París durante el periodo de entreguerras. Hemingway, Fiztgerald, Steinbeck o Sherwood Anderson son sus principales representantes. Todos vivieron la Primera Guerra Mundial y comparten su desesperación. La «generación perdida» trata de hacer desaparecer está melancolía en la exuberancia de los años locos. Ver Hemingway, 2014.

(12) El escritor se encerró un cubículo de la Metro en Hollywood donde escribía a tanto el folio unos guiones que nunca se rodarían, adornando el cuchitril con decenas de botellas vacías en el suelo. El día 21 de diciembre de 1940 murió de un ataque al corazón

(13) Hacia el final de su obra La gata sobre el tejado de zinc, Williams muestra a Brick, quien había sido un héroe del fútbol americano, hablando con su padre mientras le explica que necesita beber hasta sentir «ese click. Un click que escucho en mi cabeza y me da paz. Tengo que beber hasta llegar ahí».

(14) Tennessee Williams dotó a sus obras de una carga social, en la que destaca una fuerte presencia de la homosexualidad. El propio autor, criado en un hogar con un padre dominante y alcohólico que se burlaba de él llamándole “Miss Nancy”, descubrió tardíamente que era gay, y siempre le acompañó un profundo sentimiento de culpa, probablemente influido por la estricta moral inculcada por su madre, hija de un pastor episcopaliano. Para más información sobre su biografía ver: https://elcultural.com/noticias/escenarios/Tennessee-Williams-fantasma-de-un-escritor/4393


Bibliografía

  • Barreiro, J., 2017, Alcohol y literatura, Menoscuarto, Madrid.
  • Cherkovski, N., 1993, Hank: La vida de Charles Bukowski, Anagrama, Madrid.
  • Hemingway, E., 2014, París era una fiesta, DeBolsillo, Barcelona.
  • Jiménez Morato, A., 2014, Mezclados y agitados: Los escritores y sus cócteles, DeBolsillo, Barcelona.
  • King, S., 2016, Mientras escribo, DeBolsillo, Barcelona.
  • Laing, O., 2016, El viaje a Echo Spring, Ático de los Libros, Madrid.
  • Mayoral, C., 2016, Etílico, Libros.com
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Jesús Martínez Ruiz del Pozo
Historiador. Cosecha del '86. Máster en Historia de España contemporánea en el contexto internacional Experto en Memoria Social y Derechos Humanos.