Yo caí en Krasny Bor

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Eran apenas las 5 de la mañana de aquel miércoles. Un día, aparentemente, tranquilo en el frente, un día que parecía ser como otro más. Sin ninguna novedad habían realizado el cambio de guardia en aquella helada madrugada. Los soldados dormían en el campamento y la bandera española ondeaba junto a la cruz gamada alemana.

Nuestra situación la sabían los alemanes perfectamente y nuestro alto mando apenas enviaba noticias y órdenes. Todo parecía estar tranquilo. 

-Espero que no vengan esos malditos alemanes –comentaba un soldado a otro mientras hacían guardia aquel día. -siempre con su superioridad racial, estirados mientras nos miran por encima del hombro.

– ¿Y tú te lo crees? –preguntó irónicamente el otro soldado mientras bostezaba.

-Es que nos odian, nos ven como gitanos. Estoy harto de ellos, un día veras… –Zanjó el que había comenzado la conversación. –Aunque prefiero a los alemanes que a los rojos… -intentó proseguir  aunque fue interrumpido por su compañero.

-Vamos al bosque ese que me ha parecido oír algo, así nos olvidamos de los relevos alemanes. –medió el compañero.

Ambos soldados se acercaban al bosque contiguo al campamento. Aquella fría mañana en los arrabales de Krasny Bor el cielo parecía encerrarse. Las nubes, cada vez más grises, no querían dar tregua al campamento de aquellos españoles que dormían arropados como unos niños.

Los guripas cogían un termo con café y se encendían un cigarro. Se frotaban las manos mientras hacían guardia. 

-¿Dónde están los cabos González y Domínguez? –preguntó un soldado que aguardaba en el campamento.

-Les ha tocado guardia, andan haciendo la ronda fuera del campamento, ahora vendrán porque con este maldito frio no creo que tarden –contestó un soldado. 

-Pues tendremos que acompañarles, hay rumores de que los rusos andan cerca de nuestras posiciones. Así nos damos una vuelta, que no me fio de esta tranquilidad.

-Joder, es que menudo frio de mierda que hace aquí, no entiendo como los rusos pueden vivir aquí. El día que vengan a España no sé qué será de ellos –comentó el soldado bromeando.

Hacia unos 6 meses que el general Agustín Muñoz Grandes recibió la orden de trasladar a la División Azul a Vyriza para reforzar el Grupo de Ejércitos Norte. Con ello, los soldados españoles relevarían a los batallones dañados en la zona y se desplegarían para proteger el cerco de Leningrado. 

Tras relevar a la 121ª División alemana, la División Azul tenía la misión de cubrir unos 17 kilómetros de distancia en el frente del Este, desde Aleksándrova hasta Krasny Bor. Pero también los españoles debían cubrir el ferrocarril Moscú-Leningrado. En este sentido, un total de unos 15.000 soldados españoles ocupan un territorio comprendido entre los ríos Ishora y Slavianka, en el Frente de Leningrado.

Los españoles habían ocupado los búnkeres alemanes y se habían hecho a aquella dura tierra. El barro, el hielo, las congelaciones, las neumonías y un sinfín de enfermedades y problemas fueron el mayor enemigo de los españoles. Los hospitales de campaña eran el hogar de las falangistas, las cuales, con sus vestidos blancos, cuidaban de los heridos españoles. 

El general Esteban Infantes era un hombre más calmado, risueño pero con un gran sentido del honor, igual que nuestro emblemático Muñoz Grandes. 

Aquel invierno fue uno de los más duros que se recuerdan de aquella áspera tierra, aquel día los españoles se hallaban a -25 grados centígrados. Durísimo. Este mes de febrero apenas había dado una tregua y la nieve era puro hielo. Sin embargo, nuestra sopa y café nunca faltaban, aunque echábamos de menos a nuestra patria. Unos 6.000 españoles, aproximadamente nos hallábamos allí en aquella tierra perdida de la mano de Dios. Pero ninguno íbamos a renunciar a nuestras ideas, queríamos combatir al comunismo abiertamente. Solo queríamos vencer, esa era nuestra misión. De no ser así moriríamos, pues os digo que ningún español que se desplazó con la División Azul iba a rendirse, ninguno.

A principios de 1943 la URSS lanzó una gran ofensiva militar contra la Wehrmacht, la Operación Estrella Polar, que pretendía cercar Leningrado. Esta operación fue una gran operación soviética que se concibió con la esperanza de establecer una conexión terrestre con Leningrado, la primera desde que comenzó el cerco a la ciudad. 

En el horizonte se vislumbraba las sombras de dos personas cada vez más cercanas. Dos soldados salieron en su ayuda y distinguieron, a medida que estas se acercaban, a los cabos que montaban guardia.

-¡Alto! ¿Quién vive? –preguntó el soldado que salió al observar las siluetas.

-Son Domínguez y González –acertó a decir otro soldado.

-Pero, ¿Qué pasa?, vienen corriendo –un tercer compañero se adelantó, también sobresaltado ante los gritos de sus compañeros. 

-No me gusta nada esto. -Zanjó de repente el primero, quien ya estaba a medio camino.

Las sombras ya eran visibles entre la brisa blanquecina del temporal de nieve y frio. 

-Vienen los rusos -gritaba Domínguez.

-Mi sargento, es una trampa –Intentaba pronunciar palabra González mientras jadeaba fruto de la carrera que se habían dado.

-Pero, ¿Qué cojones pasa? –Preguntaba alterado y conmovido el sargento.

-Joder que vienen los rusos, avisar a todo el campamento ostias… Vienen muchos, maldita sea. Casi nos descubren, aunque da igual eso ya. Vienen directos hacia aquí mi superior. –Mientras proseguía Domínguez. Han estado toda la noche con los motores de los tanques encendidos y funcionando para que no se congelasen. Son por lo menos 4 divisiones. No hemos visto aviación pero traen bastantes tanques. A ojo pueden ser fácilmente unos 50.000 soldados. Están a tres kilómetros de camino aproximadamente, vienen directos desde Kolpino. 

Eran las 6.45 de la mañana de aquel día 10 de febrero de 1943 cuando las tropas españolas de la División 250 de la Wehrmacht recibían una inesperada sorpresa en aquella localidad de Krasny Bor. 

-Maldita sea, joder. Todos a sus puestos ya. Quiero las minas antitanques preparadas, las armas engrasadas y los todos los hombres listos. ¡Yaaaa!

Las órdenes eran claras. 

El campamento español fue alertado y desplegado en aquellos arrabales. El frio era estremecedor. La nieve se había congelado y muchos no paraban de toser. Ya no había tiempo para el café y poco importaban ya aquellos refuerzos alemanes. Se congelaban hasta los huesos. Sin embargo, los españoles se mantenían a la espera, a sus puestos, con la cabeza alta y sus armas cargadas. 

Aquella ofensiva pronto se iba a convertir en un infierno para los nuestros. Stalin lo había previsto todo, quería cercar la ciudad y establecer una cabeza de puente en Leningrado. Su propósito era la aniquilación de aquellos soldados que allí se desplegaban. 

Muchos españoles se santiguaban, otros besaban la santa cruz que colgaba de sus cuellos y otros miraban al cielo sabiendo que allí seria su trágico final. A pesar de todo ello, tenían la orden de no ceder ni un palmo de terreno. Aquella tierra era ya española por el mero hecho de que allí estaban los nuestros. Y bien que la iban a defender. 

-Malditos comunistas, ¿Dónde están?

-Calla y estate atento al bosque.

Un ligero temblor recorrió los cuerpos de los españoles aquella fría madrugada. La estepa rusa estaba en calma. El aire congelado recorría aquellas trincheras. El viento, de repente dejó de soplar como sabiendo que algo pasaba, como queriendo huir de aquella morgue improvisada. 5.900 españoles se mantenían a la espera. 

-Mi señor, avanzan 44.000 soviéticos hasta nuestra posición. 

-Lo sé. Pero aquí nos van a tener, como nos tuvieron en frente en España. 

-Traen 100 tanques y unos 800 cañones de artillería. 

Los guripas se habían dispuesto en una formación en forma de herradura. Con ello, quizá, se pretendía rodear al enemigo. Sin embargo, aquel día se convertiría en un verdadero infierno.

Y entonces… el zumbido de los aviones soviéticos  se apoderó de aquel frente. El sonido ensordecedor  era insoportable. Los aviones, en un primer momento, realizaron una avanzadilla. El cielo gris se cerraba. A los 10 minutos el grueso de la aviación comenzó a descargar sus proyectiles sobre el frente español. A ras del suelo volaban los aviones soviéticos. Los españoles aguantaban en las trincheras de aquel invierno. Aquello era solamente un aviso. De pronto, aparecieron los soviéticos, mientras dejaban aquel bosque a sus espaldas. 

Aquello solo tenía un significado, sagrado, para los españoles: luchar hasta la muerte, resistir anclados al helado suelo, no desistir. Aquellos hombres cumplirían las órdenes a la perfección. 

Un asombroso y gigantesco ejército soviético hizo aparición. El 55º ejército soviético contaba en aquel momento con 4 divisiones y unos 44.000 soldados. Los españoles, por el contrario, dentro del 50º Cuerpo alemán del Grupo de Ejércitos Norte contaban con 5.900 soldados. Además, estos últimos tenían solamente armamento ligero en contraposición al de los soviéticos que contaban con 100 tanques, 800 cañones, dos batallones de morteros así como Katyusha de 156 mm., aparte de las dos baterías que portaban piezas de 203 y 124 mm. Una situación totalmente desequilibrada, desigual, a la cual los españoles mirarían de frente. 

No se trataba de una simple operación de desgaste, no. Esta vez Stalin pretendía la aniquilación total del Frente de Leningrado. Quería quebrar la zona de unión hispano-germana penetrando en Krasny Bor. Pero no sabían que en frente tenían a aquellos hombres del sur de Europa. No lo sabían. 

El general Zukov pretendía sembrar el terror, el caos, la discordia…

Un grupo de españoles se hallaban expuestos sin saberlo cerca del bosque donde aguardaban. Sin embargo, hizo aparición un tanque soviético a sus espaldas sin ser visto. Recuerdo como un hombre dejó todo, cogió una mina anticarro y salió corriendo hacia el tanque mientras el cañón de este giraba hacia el grupo de aquellos españoles. El hombre gritó ¡Arriba España! mientras volaba por los aires. Este hecho hizo que aquel grupo de españoles volviera a la realidad y se diera cuenta. El tanque seria lo último que haría ese día pues rápidamente quedó inutilizado. 

El capellán que nos acompañaba aquel día, dejó la sotana, bendijo a toda la unidad, y cogió un fusil. 

Llegó un momento que los rusos estaban por todas partes. La nieve ya no era blanca sino negra, gris, roja. La cubrían cráteres, humo y cuerpos destrozados. Sesos, tripas, piernas, dedos, ropa humeante… vísceras y más vísceras. 

-Soldados. Abandonar las trincheras. Hay que salir. ¡Arriba España! ¡Arriba Europa!

-Señor apenas nos queda munición.

-Pues hacer bolas de nieve, pero aquí no pasan los comunistas hoy ¿entendido?

-Si mi señor.

Los españoles se hallaban solos en aquel caótico y moribundo lugar. Habían perdido la fe de que los refuerzos alemanes llegasen pronto. Pero, tristemente no fue así. Los españoles resistieron. Cada vez con menos armas. Combatían con palos y cuchillos mientras al fondo se oía estallar algún tanque soviético. Las bombas caían cada vez más cerca de las posiciones. A los soviéticos les daba igual que hubiera soldados suyos cerca, el caso era ganar a cualquier precio. Los españoles resistían, sin fuerzas pero en pie.

Cuerpos de enemigos eran usados de trincheras. Hombres aplastados entre amasijos de hierro y acero. No se apreciaba nada. Caos y más caos. Las bajas españolas eran sobrecogedoras, caíamos como moscas. A unos se les veía agonizar fusil en mano en suelo, otros sin piernas seguían disparando desde el suelo, otros camaradas devolvían fruto de aquella situación. Pero ninguno retrocedía. Tocábamos a 10 soviéticos por español. Y ahí seguíamos. 

Mientras transcurren los acontecimientos, los soviéticos, convencidos de que el bombardeo artillero que han empleado ha destruido cualquier posición o resistencia, deciden avanzar frontalmente contra el sector que sigue defendiendo la División Azul. Ante tal situación, los españoles deciden salir de sus trincheras y bunkers y se intentan reagrupar con el resto de unidades que sobreviven a las aterradoras embestidas soviéticas. Al carecer de trincheras estables, destruidas todas ellas por la artillería soviética, toman posiciones en los cráteres que han producido las bombas con la esperanza de frenar el avance soviético.

A mediodía los soviéticos habían conseguido romper el frente español por varios sitios pero, sin embargo, los españoles a duras penas y sin esperanza de un milagro continuaron resistiendo. Como el avance soviético era rápido los españoles llegaron a solicitar fuego de artillería incluso sobre sus propias posiciones, donde luchaban encarnizadamente cuerpo a cuerpo y hasta la última bala.

El 11 de febrero los españoles seguían entre aquellas ruinas. El frio no importaba. 

En torno al 21 de febrero, diez días después, el frente queda estabilizado evitando con ello el cerco completo a la División Azul. Los españoles consiguen establecer varias líneas defensivas.

Sin embargo, un último ataque se produjo el 19 de marzo, el día de San José, y dejo unos 80 españoles muertos. A partir de este momento, los españoles logran frenar a los soviéticos y la ofensiva disminuye en Krasny Bor. Las posiciones españolas quedan establecidas. 

Durante los días 10 y 11 de Febrero las bajas de los españoles que resistían fueron muy elevadas y se calcula que solo en estos días perdieron la vida unos 1.150 españoles y quedaron heridos otros 1.035, poniendo de manifiesto la brutalidad y la descompensación del combate. Las bajas totales de Krasny Bor ascienden por parte de los españoles a 3.125 y cerca de 350 españoles cayeron prisioneros mientras que las soviéticas se establecen en torno a 14.000, de las cuales unas 5.000 fueron soldados heridos.

Tras el fracaso del ataque soviético, el frente hispano-germano solamente retrocedió 3 km, en algún tramo del sector. Tras Krasny Bor, Leningrado sigue sin caer en manos soviéticas. El mando soviético ordenó pasar a la defensiva quedando el frente estabilizado momentáneamente y fracasando la Operación Estrella Polar. La División Azul había conseguido frenar la ofensiva soviética en el frente de Krasny Bor. La batalla fue una victoria para las tropas alemanas ya que pudieron reorganizarse e impedir momentáneamente nuevos ataques en el Frente de Leningrado.

-Domínguez aguanta, no bajes la cabeza.

-¿A dónde nos llevan?

-No sé somos prisioneros suyos. Resiste amigo.

-No nos han doblegado.

-Claro que no. Por lo visto los soviéticos han tenido que retroceder ante las bajas que les hemos provocado.

-Nuestra gesta la conocen hasta en las Américas.

-No sé qué se creía ese maldito Stalin.

La fila de los cautivos avanzaba lentamente. Los españoles atados andaban a duras penas mientras la nieve tenía un metro de profundidad en algunas zonas.  Los soviéticos custodiaban a los cautivos. 

En aquel largo camino a Rusia, muchos españoles cayeron congelados o muertos por agotamiento. Otros, no quisieron continuar y fueron ejecutados delante de sus camaradas. Ante ello, los españoles que vencieron en Krasny Bor iban cantando para levantarse la moral unos a otros mientras eran agredidos con las culatas de las armas de los soldados soviéticos, mientras eran empujados y sometidos a todo tipo de órdenes. 

“Entraremos en la Estepa gritando “Viva la Pepa”, tómala si, un día, tómala si, un dos;

Cuando estemos en Moscú tomaremos un vermut, tómala si, un día, tómala si, un dos…”

Los soviéticos no entendían nada. ¿Cómo era posible que aquellos hombres cantasen en su situación?

-espero que aquella carnicería haya servido para algo.

-Yo pienso igual.

-Allí quedan los cuerpos destrozados de nuestros camaradas, pero sobre todo hemos derrochado nuestros “cojones” por nuestro estilo de vida, nuestras ideas… contra su materialismo… No lo olvides nunca.

-¿Y que será de nuestras esposas e hijos? ¿Les volveremos a ver?

-Silencio fascistas. –Zanjó un comisario soviético español que trabajaba para los comunistas. –Ahora estáis en la URSS, sois presos políticos y os vamos a tener muy vigilados. Esto no es como os lo imaginabais, ¿eh? Me encargaré personalmente de que vuestra estancia aquí sea inolvidable, putos perros….


Autor/a: Alvaro1840


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