Como todo el mundo sabrá, Frankenstein o el moderno Prometeo (1) es la creación más importante de Mary Shelley (2), la famosa dramaturga británica. El impacto de esta novela en la cultura popular fue, y sigue siendo, de magnitudes extraordinarias. Podemos disfrutar de diversas adaptaciones cinematográficas de la misma. Una de las más recientes, es la llevada a cabo por la serie de televisión, Penny Dreadful (3). En ella, podemos disfrutar del doctor Víctor Frankenstein y de su criatura (o más bien de “sus criaturas”).
Lo que no es tan habitual conocer, es que la madre de Shelley fue la filósofa feminista Mary Wollstonecraft (4). Ésta, murió por complicaciones en el parto, como si al alumbrar la vida de la nueva Mary, la suya quedase extinta. Como si no pudiesen existir a la vez las dos grandes Marys. Desde luego, su genio y figura, y su talento, fueron insuflados en su hija. Pero dramas poéticos aparte, de lo que no puede caber duda es de que detrás de Mary Shelley se esconde una gran madre, que revolucionó el mundo alzando con orgullo y valentía su pluma. Una mujer rebelde frente a la dictadura ilustrada masculina, que apartaba a la mujer a un segundo plano.
Las mujeres, ni son niñas, ni están tontas
En la época de Mary, solo los hombres tenían acceso a la ciudadanía. Todos los derechos y libertades que se conquistaron gracias a la Revolución francesa y a la Ilustración, solo fueron a favor de un género: el masculino. Las mujeres eran consideradas como “menores de edad”, seres inferiores que carecían de capacidad racional para tomar sus propias decisiones. Ante su supuesta carencia de voluntad propia, los señores ilustrados defendían que ellas debían ser tuteladas por los hombres. Pero las mujeres empezaron a alzar su voz, siendo una de las primeras en manifestarse nuestra Mary.
El movimiento feminista no sería una realidad sin ella. El feminismo nació como un “hijo” precoz, totalmente adelantado a su tiempo, y radical de la Ilustración (5), pues pretendía extender las libertades y derechos ilustrados a toda la humanidad, y no sólo a los hombres. Por primera vez en la historia, se buscó la igualdad entre hombres y mujeres. Mary, al igual que hizo en Francia Olympe de Gouges (6), se negó a aceptar cualquier constitución en la que la mitad de la humanidad (las mujeres) se viese excluida por la otra mitad (los hombres) (7).
Fuertemente influenciada por la Revolución francesa (8), en su Vindicación de los derechos de la mujer (9), rechazó cualquier poder que estuviese sustentado en prejuicios (10), por considerar que éstos no eran más que opiniones mohosas y rancias, que debían ser cuestionados racionalmente: a Mary no le valía el argumento tradicional del “porque siempre ha sido así” o “porque las cosas siempre se han hecho así”.
Las niñas y los niños van a la escuela
Uno de los prejuicios irracionales más universales de su época, y tristemente de la nuestra, era el de la desigualdad de sexos, que carecía por completo de fundamento pues, a pesar de ser el prejuicio más antiguo y generalizado, no se puede demostrar que la mujer sea inferior porque siempre haya estado sometida al hombre (11). Mary gritó bien alto, convirtiéndose con ello en una pionera, que la diferencia sexual no es natural sino que es algo artificial (cultural), fruto de una educación inadecuada. La supuesta “feminidad” era una creación cultural, producto de la educación de la época, que se disfrazaba como “lo natural”. Las mujeres no son por naturaleza inferiores al hombre, sino que “parecían serlo” porque no recibían la misma educación.
Y es que, efectivamente, la educación de aquella época era diferencial y desigual para hombres y mujeres; algo realmente inapropiado y contradictorio, si se pretendía seguir y extender los principios ilustrados (12). Las mujeres debían ser educadas mediante las mismas actividades que eran empleadas para la educación de los hombres, ya que el conocimiento y la razón eran la bandera de la Ilustración (13). Mary defendió que la capacidad racional (el «buen sentido») era una característica «humana». Esto es, aplicable tanto a hombres como a mujeres. Así, se enfrentó a los ilustrados, que negaban que la mujer tuviese dicha aptitud (14). Las mujeres eran capaces de juzgar y de tomar sus propias decisiones, tenían voluntad propia; no era necesario que un hombre «supervisase» y controlase sus pasos.
La igualdad se gana trabajando
Para Wollstonecraft, el desarrollo individual era mucho más importante que el aspecto legal. Por ello, en su lucha feminista, hizo más hincapié en el concepto de “independencia” que en el de “igualdad” o en el de “representación”. De hecho, plantea la independencia como una condición sin la cual no podría darse la igualdad (15) entre géneros. Para que las mujeres pudiesen ser verdaderas ciudadanas ilustradas, iguales a los hombres, debían poder ganar su propio sustento y ser independientes respecto al género masculino (16). Es decir, que las mujeres debían tener la posibilidad de mantenerse a sí mismas. La independencia era una conquista fundamental en la lucha de la mujer; romper la cadena de la dependencia masculina se convirtió en el primer gran escalón a superar. Aunque, desde luego, este no sería el único al que se enfrentarían.
La herencia de Mary Wollstonecraft
A pesar de su muerte prematura, con 38 años de edad, Mary nos dejó un amplio legado como escritora. Desde novelas, a cuentos, ensayos, etc. Consiguió ser una profesional independiente, algo muy inusual para una mujer en el Londres de su época.
Tras su fallecimiento, su marido publicó unas memorias que tuvieron un efecto devastador para la reputación de Mary (17). De hecho, nadie la aplaudió hasta finales del siglo XIX, con la llegada del sufragismo, la primera ola del movimiento feminista.
Años más tarde, Mary Shelley revolucionó el género de terror, inmortalizando uno de los monstruos más populares y más presentes en la cultura popular de occidente. Así, siguió el ejemplo de autosuficiencia, talento y fortaleza que la memoria de su madre dejó tras de sí. La abuelita de Frankenstein fue capaz de enfrentarse al mundo, a la moral tradicional y masculina, para reivindicar los derechos de la mujer. E hizo énfasis en su independencia, dándole voz a esa media humanidad silenciada durante tantos siglos (18).
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