Ve a decir a los espartanos, caminante que pasas por aquí, que, obedientes a sus leyes, aquí yacemos. (1)
La cita anterior quizás sea uno de los epitafios más famosos de la historia. Obedientes a sus leyes, aquí yacemos. Esa frase explica totalmente la forma de ser de una ciudad, de una polis, que influyó de una manera determinante el devenir de Grecia. Seguro que todos conocéis la historia de la batalla de las Termópilas y sus 300 guerreros que se dejaron la vida contra el invasor persa, o su guerra encarnizada contra sus enemigos atenienses. Pero hoy no vamos a hablar de ello, hoy toca hablar de la vida tan particular de esas gentes de Esparta.
Toda su forma de vida tiene un origen, que la tradición histórica dice que fue tras una batalla (2), donde perdieron de forma calamitosa y se vieron con el agua al cuello. Tan mal estaban que tuvieron que tomar una decisión drástica, cambiar su forma de ser o desaparecer para siempre de la historia. Para ello, un legislador llamado Licurgo (3) redactó la nueva ley y con ella en mano se fue de viaje por Grecia hasta el santuario de Apolo en Delfos. Una vez allí le consultó si esa debería ser la forma de vida de sus compatriotas y el oráculo le dio su aprobación. Quien dice consultó, dice sobornó, como dijo Quevedo «poderoso caballero es don Dinero».
Con este beneplácito divino, se plantó ante los lacedemonios (espartanos en plan cultureta) y les dijo que el dios quería esa ley, así que o la aceptaban o serían considerados unos impíos; vamos, lo que es un chantaje de toda la vida. Los pobres ciudadanos lo aceptaron y su vida ya no volvió a ser la misma.
Aunque sé que es un poco aburridillo tengo que contaros como era su administración antes de entrar en algo más interesante. Para empezar, eran más chulos que un ocho y no tenían un rey, tenían dos, a este tipo de gobierno se le llama diarquía, que tenían diferentes poderes. Tenían carácter divino como descendientes de Cástor y Pólux (4) y sus funciones podían ser tanto religiosas como civiles: tanto podían iniciar las libaciones (5) en honor al dios que tocara como intervenir en cuestiones matrimoniales. Pero eso sí, donde más atribuciones tenían era en el plano militar, donde eran jefes militares permanentemente.
La Gerusía era el consejo de ancianos del Estado, ellos se encargaban de crear las nuevas leyes e intervenir en materia judicial. Una vez que se redactaba una ley, ésta pasaba a la Apella, la asamblea ciudadana, que decidía si se aprobaba o no; pero solo hacía eso, no había lugar al debate y poder cambiar algo, o se aceptaba o se rechazaba completamente. Los espartanos nunca fueron de medias tintas.
Pero el órgano de gobierno más importante y que con el paso de los años obtuvo más poder fue el de los éforos. Eran los supervisores del Estado y su función era controlar que todo se realizaba conforme a las leyes; lo que viene siendo un Tribunal Constitucional en versión clásica.
Había tres clases sociales: los espartíatas, los periecos y los hilotas. Los hilotas (6) eran básicamente los esclavos y soportaban una de perrerías que no me extraña que se sublevaran varias veces a lo largo de los siglos (7). No tenían prácticamente ningún derecho y se dedicaban a cultivar o a ser ayudantes en las guerras de los espartanos. La mayoría eran de la ciudad de Mesenia, que fue subyugada en el siglo VIII a. C. y estuvo gran parte de su historia esclavizada por Esparta. Nota importante aquí, los 300 espartanos de las Termópilas realmente no eran solo 300, siempre se olvida a los pobres hilotas que también se partieron el pecho como el que más en esa batalla (8). Eso sí, se lo partían obligados, igual ellos veían a los persas como liberadores, lástima que eso sea algo que nunca sabremos.
En el otro extremo se encontraban los espartíatas (9) (o los «putos amos») ciudadanos de pleno derecho. Aunque eran los auténticos amos y señores tenían una vida nada deseable para alguien del siglo XXI. Para empezar, más te valía no tener ninguna minusvalía, porque de ser así tus queridos «papis» te abandonaban en el monte Taigeto (10). Superada esa primera prueba podías estar hasta los siete años con tu madre, pero una vez cumplida esa edad, comenzaba la agogé.
Desde los siete a los doce se recibía una formación colectiva, y desde los doce a los veinte se tenía a un educador particular. Se les enseñaba a escribir, a leer, música y gimnasia, pero sobre todo al manejo de las armas. Esto puede sonar muy bien, salvo que estaban a tu cargo unos hombres llamados portadores del látigo (11), que desde luego no eran demasiado comprensivos. Las privaciones estaban a la orden del día y existían ritos que consistían en robar unos quesos colocados en un altar (12); pero no era un simple robo, defendiendo dichos quesos había unos adultos con muy malas pulgas y un látigo, que te azotaban si te pillaban. Muchos murieron en ese rito de iniciación.
El objetivo fundamental era el endurecimiento de los futuros guerreros. Y siempre estaban juntos, eso era casi lo más importante, el sentido de la comunidad, el ser una piña y adorar a tus compañeros y al Estado más que a nada. Y cuando acababa este entrenamiento, se escogía a un pequeño grupo al cual se abandonaba sin nada en el campo, completamente desnudos y solos durante un año en el que tenían que sobrevivir, robar y matar sin que nadie los pillara; los pobres hilotas los sufrieron en sus carnes a menudo. Una vez pasado el año, si habían sobrevivido, pasaban a formar parte de la guardia de honor del rey.
Cuando cumplían 30 años, ya eran ciudadanos de pleno derecho y podían casarse. Aunque lo de casarse era un mero trámite para tener hijos, porque la vida transcurría siempre con sus compañeros, a los que en ocasiones solían «dar cariño»; y claro a la larga lo pagaron con una baja demografía que los arrastró a la derrota y la decadencia.
También, estaban los periecos o los habitantes de la periferia. En realidad, eran los que mejor vivían, sin las privaciones autoimpuestas de los espartíatas o la esclavitud de los hilotas. No podían tomar decisiones en el gobierno de la polis y tenían una serie de obligaciones como ayudar con aportes de guerreros o impuestos. A cambio tenían una situación económica bastante decente, llegando muchos a forrarse a costa de los espartíatas.
No me olvido, aunque lo parezca, de la mitad de la población, la mujeres espartanas, que como era normal estuvieron relegadas a un segundo plano; aunque tuvieron mayores privilegios que el resto de mujeres de su tiempo.
Como veis no era una vida precisamente sencilla. Era muy dura, enteramente dedicada a la guerra y al respeto absoluto de las leyes, la dedicación total al Estado y la prácticamente nula libertad individual e intimidad del individuo. Eran otros tiempos y otras gentes y desde luego, los espartanos fueron únicos en la historia del mundo. Hoy en día se les venera en todo el mundo, sobre todo en el ambiente militar, debido a su amor por la guerra. God of war o 300 de Frank Miller son vivos ejemplos de que aún les queda cuerda para rato.
[…] Estado intervenía en todos los aspectos de la vida de los espartanos desde el momento del nacimiento, cuando el bebé era introducido en una tinaja […]