Casandra y Clitemnestra son dos personajes de la mitología griega con muchas más cosas en común de lo que a simple vista parece. Ambas transgreden las normas patriarcales impuestas a las mujeres. Por un lado, Casandra se atreve a alzar su voz y osa decirle a los hombretones que la están cagando de mala manera en temas bélicos. ¡Ni más ni menos! Por otro, Clitemnestra no acepta al marido que le han impuesto, al que detesta. Y hasta se atreve a enamorarse de otro, ponerle los cuernos y gobernar en su ausencia.
Además, Casandra y Clitemnestra pagarán caro su atrevimiento y serán víctimas de la violencia de los hombres. ¿El motivo? Dejar clarito a las mujeres griegas que debían ser sumisas, obedecer a los hombres y quedarse recluidas en el espacio doméstico. ¿Si no? Lo pagarían bien caro, como le sucedió a Casandra, o serían convertidas en unas auténticas villanas sin corazón, como fue el caso de Clitemnestra.
En un mundo donde la mujer era, literalmente, una propiedad del varón que estaba encerrada en el hogar (1), no convenía que las oprimidas se rebelasen y sacasen los pies del tiesto. Siempre es mucho más fácil dominar si no te oponen resistencia. Y para eso estaban los mitos: para educar e implantar el patriarcado (2). En ellos, cualquier artimaña violenta es buena para convertir a las mujeres en meros objetos invisibles, a los que los hombres manejan a su antojo (3). Además, para rematar la jugada, estaban estos contraejemplos, como Casandra y Clitemnestra, subversivos y transgresores, de lo que debía ser una buena mujer. Porque:
“El arte no es un espejo para reflejar el mundo, sino un martillo con el cual darle forma” (4).
El cruel mito de la adivina Casandra
Casandra (5) era la hija de Hécuba (6) y de Príamo (7), el rey de Troya, y la hermanica gemela de Héleno – sí, también es hermana del famoso Paris – (8). Y ¿qué pasó justo cuando su papi reinaba? Pues que estalló la famosa guerra. Y si por algo ha pasado a la Historia nuestra amiga Casandra es por las famosas profecías que lanzó – y que nadie escuchó – a lo largo de esta dichosa guerra (9). Para qué iban a escuchar a una mujer, ¿verdad? Porque el drama de Casandra era acojonante: tenía el don de ver el futuro, pero nadie le hacía ni puto caso. ¡No me digáis que la impotencia que debía sentir la princesa troyana no era una condena!
Pero, ¿cómo obtuvo ese don profético que tantos dolores de cabeza le acarreó? Pues hay dos versiones.
“La fiesta del bebé” se nos ha ido de las manos…
La primera nos cuenta que, al poco de nacer, sus papis montaron un fiestorro en el templo de Apolo Timbreo. Y oye, que se ve que la fiestuqui dio para largo, porque, cuando anocheció, los papis se piraron a palacio y se dejaron olvidados a Casandra y a su gemelo en el templo. Y a la mañana siguiente, imaginaos: “Príamo, escúchame, ¡¿y los chiquillos!?”. “¡Ostras Hécuba! Yo tengo un resacón que ni conozco… ¡Volvamos al templo a buscarlos! ¡La que hemos liado! ¡No vuelvo a beber!”. Total, que cuando llegaron al templo se encontraron a los dos churumbeles dormiditos, mientras unas serpientes les estaban chupeteando – ¡no veáis que estampa! –. Pero, tras el shock inicial de ver a los reptiles sobando a los críos, se dieron cuenta de que les estaban purificando y otorgándoles el don de la profecía (10). ¡Que todos los sustos se queden en eso!
Cuando un dios pretende fornicarte sea como sea
La segunda versión, afirma que fue el dios Apolo (11) quien le regaló el don a Casandra. ¿Por qué era muy generoso? ¡Já! Un dios griego no va por ahí regalando sin pedir nada a cambio. Resulta que el muy mamón se había encaprichado de Casandra y, como buen dios del patriarcado, decidió hacerle un chantajillo sexual: Casandra, bonita, ¿qué te parece si te enseño a adivinar el futuro y a persuadir? Sería la leche, ¿verdad? Pues, a cambio, solo tienes que acostarte conmigo, princesa… ¡Prométemelo! Casandra aceptó, pero fue muy cuca: una vez que aprendió a profetizar, se negó a mantener relaciones sexuales con Apolo. ¿Cuál fue la reacción de este mangarrián? Pues vengarse: le escupió en la boca – que se note la finura – y además, con ello, le retiró el don de la persuasión (12).
Así, no nos debe extrañar que Casandra fuese capaz de ver el futuro y predecir todo lo que iba a acontecerse durante la guerra de Troya. Pero, al haber sido castigada por Apolo, de poco le servía, pues nadie tenía en cuenta ni una sola de sus palabras. Adivinación ya has aprendido, vale, pero, con mi escupitajo, olvídate de “persuadir”; vamos, de que te crean (13). Es más, hasta hay una versión del mito de Casandra donde se cuenta que su padre, Príamo, totalmente avergonzado por el don de su hija, la encierra bajo la custodia de un vigilante (14).
Lo que el mito de Casandra esconde: enseñando y difundiendo sumisión y violencia sexual
Pero este no es un cuentecillo sin más importancia – como no lo es ninguno de los mitos griegos –. Con los mitos lo que se pretendía era culturizar y educar. Y había un sistema de opresión, vigente en nuestros días, que tenían que inculcar fuese como fuese: el patriarcado, la supremacía del varón y la sumisión de la mujer. Los mitos mostraban cómo debía comportarse cada quién según su sexo, por lo que servían para perpetuarlo. Y legitimaron la dominación masculina a través de la violencia ejercida sobre las mujeres: física, sexual, psicológica y simbólica (15). Así, la mitología fue un instrumento ideológico esencial para crear y perpetuar los roles y estereotipos de género – que no son una realidad biológica, sino una construcción sociocultural que impone quien domina y quien se somete – (16).
¿Qué nos enseña el mito de Casandra? Primero, se legitima que si un hombre se encapricha de ti, tu voluntad importa poco, o más bien nada, porque todas las artimañas que dicho hombre ponga en práctica para arrastrarte al catre, se aceptan. En el caso de Casandra, un chantaje puro y duro. En otros mitos, como os contamos en nuestra obra, directamente los dioses y héroes optan por la violación (17). Ya que estamos hablando de Troya, el “rapto” – eufemismo que ofende – de Helena es un ejemplo de ello (18). Así, las mujeres dejan se ser sujetos para convertirse en objetos a disposición de los hombres (19).
¿Una mujer opinando públicamente? ¡Por los dioses!
Por otro lado, como Casandra osa desobedecer a Apolo, es decir, transgredir las normas patriarcales y desafiar al varón, se le impone un castigo. Y dicho castigo también conlleva un mensaje clarísimo: mujer, no te metas en los asuntos públicos, no te pronuncies, porque nadie te hará caso. Es más, te tacharán de loca. Así, se deslegitima a Casandra, la ningunean, ignoran su sabiduría; silencian su voz. Y, aunque bien podría haberles salvado de una derrota aplastante contra los griegos, pues incluso advirtió del peligro de dejar pasar el icónico caballito, con Odiseo al frente (20), era preferible perder y morir que hacerle caso a una mujer. Así, dejaban clarito que el sitio de la mujer estaba en la casa, en el espacio doméstico, y que la política y los problemas públicos eran cosa de machotes (21). Misoginia en estado puro, amigas.
Casandra se atreve a transgredir las normas, soltando sus adivinaciones públicamente, y sin control masculino, por lo que es castigada con violencia simbólica: silencian su discurso, al tratarla de loca y no hacerle ni mijita de caso (22). – Que traten a una mujer de loca si se mete a debatir entre hombres, tampoco nos debe sonar muy raro –. Mujer silenciada, mujer invisible (23). Pero, ¿por qué? Pues porque que una mujer alzase su voz sin el control y la autorización masculina desestabilizaba el orden social; ese orden patriarcal en el que la mujer quedaba subordinada al hombre (24).
El castigo de Casandra, la transgresora, aún no había concluido…
Pero para una mujer que osaba transgredir las normas, desafiar a un dios y opinar en asuntos de hombres, todo castigo era poco. Llámese castigo o, más bien, violencia de género (25). Como los troyanos no hicieron ni caso a las advertencias de Casandra, los griegos lograron colarles en la ciudad el famoso caballo (26). Y este fue el fin para los troyanos. Los griegos los masacraron sin piedad y saquearon la ciudad a conciencia, antes de culminar prendiéndole fuego a todo (27). Y fue durante el saqueo de Troya cuando Casandra padeció un infierno. La condena más cruel.
Casandra, acojonada ante la que estaban liando los griegos, corrió a refugiarse en el templo de Atenea, sin percatarse de que un machote, Áyax el Locrio (28), la persiguió hasta allí. Cuando Casandra se coscó, se abrazó a la estatua de Atenea, implorándole a la diosa que la salvase de aquél violador que pretendía destrozarla. Pero de nada le sirvió, porque Áyax, literalmente, la arrancó de la estatua de manera tan brutal que hasta la imagen de Atenea se tambaleó. La pobre Casandra, aún virgen, se limitó a levantar su mirada al cielo, mientras aquel violador la ultrajaba (29). Por ofender el altar de Atenea – en ningún caso por haber violado a una mujer – los griegos estuvieron a puntito de lapidar a Áyax (30). Este logró salvar el culo, pero no conseguirá escapar de la furia de la diosa (31).
Los destinos de Casandra y Clitemnestra se entrecruzan malamente
Sin embargo, la condena de Casandra por ser una mujer que se sale de la norma tampoco acaba con esta violación. Una vez que los griegos terminaron de saquear Troya, tocó repartirse el botín. Y Casandra, como mujer que era, era parte de ese botín. Así que, como si fuese un trofeo de guerra, se la entregaron a Agamenón (32), como esclava y concubina, quien “se enamoró de ella con violento amor” (33). Es decir, que Agamenón también la violó, y con todo el derecho del mundo, pues era su botín, su premio, una cosa de su posesión. Una vez más, violencia sexual legitimada by the face. De esta violación, nacieron dos gemelos: Teledamo y Pélope (34).
Y para poner la guinda a este pastel amargo que fue la vida de Casandra, cuando llegó con Agamenón a Micenas, la esposa de éste se los cargó a los dos, supuestamente, por celos (35). ¡Qué casualidad! El verdugo final de Casandra fue otra mujer, muerta de celos (36). Qué cosas, ¿verdad? Y resulta que esta mujer tan “malvada” que mató a Casandra era Clitemnestra (37), otra transgresora. Por supuesto, la mitología griega no nos iba a mostrar unión y sororidad entre dos mujeres subversivas. Para nada. Qué mejor manera de olvidarse de todos los hombres que machacaron a Casandra que asesinándola a manos de otra mujer.
Pero la muerte de Casandra también puede verse como una manera de expiar su culpa por haber desobedecido a Apolo. Un castigo más en la lista, por haber osado transgredir las normas (38).
El mito misógino de la reina Clitemnestra
Clitemnestra era la hija de Tindáreo (39) y de Leda (40), y ya desde el momento de su concepción se avecinaron los líos…
Resulta que Zeus (41) “se encaprichó” de su madre, Leda, y, para conseguir violarla, se transformó en un cisne – el ingenio del gran dios para violentar sexualmente a las mujeres no tenía límites (42) –. Y, caprichos del destino, la misma noche que Zeus violó a Leda, esta había yacido con su marido – con el que, por cierto, la habían obligado a casarse –. Total, que el resultado de esa noche horripilante (como comprenderéis, tener que acostarte con un maromo que te han impuesto y que encima llegue otro gañán y te viole, es bastante terrorífico), fue que Leda tuvo cuatro retoños, dos pares de gemelos: Clitemnestra y Helena, y Cástor y Pólux. ¡No veas que lío se montan en los mitos para repartir a los chiquillos y asignarles un progenitor! Pero, fuera como fuese, Clitemnestra se acepta siempre como hija de Tindáreo (43).
El caso es que Clitemnestra se casó y tuvo prole (44), pero llegó el malnacido de Agamenón, rey de Argos y de Micenas, – sí, ese que tomó a Casandra como su botín de guerra – y se cargó al marido y a su bebé recién nacido (45). Así que los hermanos de Clitemnestra, Cástor y Pólux, se pusieron a perseguir a Agamenón… ¿Para matarlo por venganza? ¡Qué va! Para obligarle a casarse con Clitemnestra, que eso de que su hermana se hubiese quedado sin marido que la custodiase no podía ser. Con hermanos así, para qué quiere una enemigos, ¿verdad? Así que la pobre Clitemnestra no solo perdió a su familia, sino que tuvo que casarse con el cabrón que los había asesinado. Con Agamenón, Clitemnestra tuvo varios hijos (46).
Clitemnestra, Helena, Agamenón y Menelao: dos hermanas para dos hermanos
Resulta que Agamenón era el hermano de Menelao, el marido de Helena, la hermana gemela de Clitemnestra (47). Como ya sabréis, porque es de sobra conocido, Paris – hermano de Casandra; sí, aquí todo queda en familia – “raptó” a Helena. Así que Menelao le pidió ayuda a su hermano Agamenón y así fue como se lio pardísima y se desencadenó la Guerra de Troya (48). Agamenón se piró a combatir y Clitemnestra, la mujer, se quedó descansando (en Micenas o en Argos), pues os podéis imaginar el ascazo que le tenía a su maridito (49). Pero la calma le duró poco a la pobre…
La Guerra de Troya fue cruel con Casandra y también con Clitemnestra: el dolor de una madre
Un adivino le dijo a Agamenón que, para ganar terreno a los troyanos, necesitaban un sacrificio. Y no uno cualquiera: tenía que sacrificar a su hija, Ifigenia (50). Y Agamenón accedió sin temblarle el pulso: ¿qué vale más la vida de una mujer, aunque sea mi hija, o ganar una guerra? ¡No tengo ni que pensarlo! (51). Así que mandó a llamar a Clitemnestra y a sus retoños, con la excusa perfecta: les dijo que iba a prometer a Ifigenia con el buenorro de Aquiles – estáis pensando en Brad Pitt, lo sé; la peli es un bodrio, también os lo digo – (52).
Así que Clitemnestra y la chavala acudieron tan gustosas, mientras el cabronazo de Agamenón preparaba el sacrificio, en secreto. Al final, inmoló a la pobre Ifigenia ante el altar de la diosa Ártemis, y con esto se deja claro que el destino de las hijas estaba en manos de los padres, y que la voluntad de la madre importaba un pimiento. Y es que, sí, las madres parían y eso, pero desde la mitología lo que se enseñaba es que el verdadero engendrador era papá. Mamá era simplemente un recipiente, una vasija, en el que el hombre ponía su semillita. – ¿Os suena? –. Por eso la madre siempre jugará un rol pasivo respecto a los hijos – bueno, la mujer será pasiva en todos los ámbitos de la vida – (53).
Después, mandaron a Clitemnestra de vuelta a palacio, llenita de ira contra su maridito. Es de cajón, el odio y la sed de venganza de Clitemnestra contra Agamenón crecieron hasta niveles desorbitados (54). ¡Que ya había asesinado a dos de sus hijos!
¡Los cuernos que te van a caer, Agamenón, querido!
A partir de aquí, aunque os parezca difícil dado el nivel que hemos visto, la misoginia en torno a la figura de Clitemnestra, por transgresora, se acrecienta desproporcionadamente. Hasta el punto de convertirla en una villana (55). Curioso, pues Clitemnestra es una víctima clarísima del malnacido de Agamenón. Pero nada como darle la vuelta a la tortilla y convertirla en malvada, para deslegitimarla y eximir de toda responsabilidad a Agamenón. También para dejar claro que las mujeres deben someterse a los hombres.
Mientras el padre impío seguía batallando contra los troyanos, puso a Clitemnestra un vigilante, para que la controlase y le chivase todos los chismes que se cocían en su ausencia (56). Que a una mujer hay que tenerla bien atada y vigilada, ¡faltaría más! Pero, entonces, apareció Egisto (57) en escena y se enamoró perdidamente de Clitemnestra. ¿Problema? Que el vigilante que le había puesto Agamenón a la mujer no le dejaba ni acercarse a ella; hasta que Egisto consiguió quitárselo de encima (58). ¡No veáis que cansino era el corre ve y dile! Así que, al final, Clitemnestra sucumbió a los encantos de Egisto. Hasta tuvieron dos hijos (59). Pero claro, la mitología griega tiene una forma bastante misógina de explicar estos cuernos que Clitemnestra le puso al cabrón de Agamenón.
Nos cuentan que lo hizo o por venganza contra Agamenón por haber asesinado a su hija, o por celos, pues conocía las correrías de Agamenón con una esclava, o bien nos dicen que cayó en los brazos de Egisto porque un hombre que buscaba venganza contra los griegos se dedicaba a corromper a las mujeres y le comió la bola (60). Así que el retrato que nos ofrecen de Clitemnestra, por serle infiel a Agamenón, es el de una mujer vengativa, celosa y manipulada.
Vayamos por partes… ¡Un respeto a la reina Clitemnestra!
Teniendo en cuenta que Egisto no fue el polvete de una noche, sino que se quedó al lado de Clitemnestra hasta que terminó la Guerra de Troya y regresó Agamenón, como dueño y señor del palacio, vamos, como pareja legítima de Clitemnestra (61), es difícil concebir que la motivación de la mujer fuese la venganza contra el malnacido de Agamenón. No sé, Rick, parece falso… Por otro lado, teniendo en cuenta que Clitemnestra detestaba profundamente a Agamenón, pues asesinó a su familia, la obligaron a casarse con él y, no contento, también asesinó a su hija Ifigenia, ¿qué más le daba a Clitemnestra si Agamenón tenía o dejaba de tener amantes? Suena bastante ridículo…. Y, finalmente, ¿de verdad les resultaba a los griegos más fácil de creer que Clitemnestra fuese manipulada y corrompida que, simplemente, pensar que se había enamorado y había tomado las riendas de su reino?
Sí, Clitemnestra se enamoró de otro hombre mientras estaba casada con Agamenón y desempeñó un papel dominante en su reino. Así, pasó a ser parte visible del espacio público y a desempeñar roles que les eran destinados solo a los hombres (ser infiel y gobernar), transgrediendo por completo las normas patriarcales. De ahí que se le suela representar “masculinizada”. Y es que Clitemnestra, además de ser infiel, manejó el arte de la oratoria que daba gusto. Así se hizo con el poder político durante la larga ausencia de Agamenón y hasta se metió en el bolsillo al consejo de ancianos. Logró imponer su voz y su voluntad sobre todos los hombres que la rodeaban (62). Y ya sabéis que esto los griegos no lo podían permitir. ¡Había que tirar por tierra la imagen de Clitemnestra! Por si a las mujeres griegas se les ocurría tomarla como ejemplo…
Ensuciando la figura de Clitemnestra para deslegitimarla
Así, la explicación – y enseñanza – que los mitos transmiten es que si una mujer toma el mando (tanto de su sexualidad como de la esfera pública), es vengativa (malvada), celosa, corrupta y manipulable. Para dejarle bien claro a las mujeres griegas qué líneas no había que cruzar. Si tu marido es un cabrón, te jode la vida y se las pira, tú te aguantas y, encima, le esperas sentada, metidita en casa, como debe ser. No se te ocurra rehacer tu vida, ni quejarte, ni coger las riendas de tu finca, ¡que eso es de ser una villana, como la Clitemnestra! (63).
Por otro lado, jamás se cuestiona que Agamenón maltrate a Clitemnestra – violencia vicaria – ni que le sea infiel. Y es que si los hombres violaban a esclavas (lo que fue Casandra para Agamenón) o prostitutas, ni se consideraba adulterio ni estaba penado. ¡Eso eran cosas de hombres y para eso estaban las esclavas y las prostitutas! Eso sí, que una mujer casada se echase un amante era intolerable. De ahí que Clitemnestra ejemplifique el contraejemplo de la esposa fiel (64). Así, se perpetúa y se legitima, una vez más, tanto la violencia como la opresión contra la mujer. Misoginia en estado puro. Pero aún se podía tirar más por tierra la imagen de Clitemnestra.
El asesinato de Agamenón y Casandra, o cómo convertir a Clitemnestra en una perversa
En cuanto al asesinato de Agamenón, hay varias versiones. Según la más antigua, la de Homero en su Odisea, fue Egisto quien ideó el asesinato y Clitemnestra ni siquiera participó en el asunto. Aunque sí narra que contó son su beneplácito y que asesinó a Casandra. Egisto recibió al rey con un gran banquete, haciéndole la pelotilla y agasajándole, para darle matarile cuando más relajado estaba. Cuando ya estaba muerto, es cuando aparece en escena Clitemnestra para cargarse a Casandra (65). Y oye, que las lindezas que le dedica Homero, en boca de Agamenón, son dignas de leer:
“Egisto había tramado mi muerte y mi final y me mató con ayuda de mi maldita esposa (…) la traicionera Clitemnestra. (…) La de ojos de perra se alejó (…) No hay nada más cruel ni más perro que una mujer que trama en su mente acciones tales como las que ella planeó (…) ella, experta en maldades hasta el fondo, derramó ignominia sobre sí y sobre las mujeres que van a vivir después, incluso sobre la que sea decente” (66).
Así, ya desde la Odisea, Clitemnestra queda señalada como “la esposa traidora”, un estereotipo o modelo de mujer que no se debía imitar. ¡Qué era eso de rebelarse contra el marido, ante el que se debía ser sumisa y acatar sus órdenes sin rechistar! Además, si atendemos a la última frase que le dedica Homero en la cita anterior, vemos cómo con el “pecado” de Clitemnestra quedan marcadas y ensuciadas todas las mujeres (67). Os habéis acordado de Eva y el pecado original, normal.
En el mito de Clitemnestra aún se puede ser más machista que Homero
Sin embargo, después llegaron los autores trágicos – más misóginos que el anterior –, para convertir a Clitemnestra en cómplice e incluso en la mano ejecutora del crimen contra Agamenón. Nos dicen que le preparó un vestido con las mangas y el cuello cosidos, y cuando Agamenón fue a ponérselo al salir de su baño, quedó atrapado, con la picha echa un lío, y así Clitemnestra pudo asestarle unos golpes certeros, sin riesgo de que Agamenón se defendiera (68). Así lo narra Esquilo, en Agamenón, por boca de la propia Clitemnestra:
“Lo hice de modo – no voy a negarlo – que no pudiera evitar la muerte ni defenderse. Lo envolví en una red inextricable, como para peces: un suntuoso manto pérfido. Dos veces lo herí, y con dos gemidos dobló sus rodillas. Una vez caído, le di el tercer golpe, como ofrenda de gracias al Zeus subterráneo salvador de los muertos. De esta manera, una vez caído, fue perdiendo el calor de su corazón y exhalando en su aliento con ímpetu la sangre al brotar del degüello. Me salpicaron las negras gotas del sangriento rocío, y no me puse menos alegre que la sementera del trigo cuando empieza a brotar con la lluvia que Zeus concede” (69).
Y la tragedia continúa maldiciendo a Clitemnestra, ya convertida en un ser diabólico:
“¿Qué mala hierba nacida de la tierra, dulce de comer, has probado, mujer? ¿O qué bebida salida del mar ondulante, para que te hayas puesto a este sacrificio y despreciado las maldiciones que gritará el pueblo? Tú has cortado; ¡pero serás un ser sin ciudad, objeto de odio implacable para los ciudadanos!” (70).
Clitemnestra, enemiga de la pobre Casandra: ¡sumémosle más maldad, que quede claro que es una villana!
Pero los trágicos no se quedaron a gusto, así que, como ya hizo Homero, también sumaron a los crímenes de la “malvada” Clitemnestra el asesinato de la pobre Casandra – a quien, como no, insultó y vejó (que si esclava, que si extranjera) antes de matarla (71) –. ¿El motivo? Celos, ¡qué si no! Agamenón había secuestrado a Casandra como botín de guerra y violado, mientras Clitemnestra estaba tan pichi con Egisto, pero oye, fue verla y morirse de celos. Súper lógico, ¿verdad? Y, además, para terminar de convertirla en una villana malísima, también narran como Clitemnestra, consumida por el odio hacia Agamenón, persiguió a sus propios hijos (72): encerró a Electra (73) en un calabozo y casi se carga a Orestes (74). ¡Echémosle a la espalda también el mito de la “mala madre”! (75).
De esta manera, el cuento de un padre que asesina a su hija se transformó en el cuento de una madre que castiga y maltrata a sus hijos. Así, el verdugo Agamenón se convierte en víctima de Clitemnestra, mientras la víctima Clitemnestra pasa a ser el verdugo de todo quisqui. Cuentecillo patriarcal redondo, donde la maldad de Clitemnestra no radica en el asesinato, no nos equivoquemos; sino en que no se deja dominar por su marido: el hombre al que pertenece (76).
En el arte griego, las representaciones de Clitemnestra también nos enseñan cómo la veía el hombre griego: o como una mujer despreciable, traidora y asesina, o como una mujer frágil y débil, seducida y engatusada por su amante (77). Ambas visiones, absolutamente estereotipadas y misóginas: o era un mal bicho, o una pobrecita manipulada. Esa imagen de pobrecita, ¿dónde vas sin la protección de un hombre – tu dueño, tu marido –? ¡No ves que te pasarán cosas malísimas!, también nos la ofrecieron de Casandra.
Como para Casandra, el destino es cruel con Clitemnestra: asesinada por su propio hijo
Quitado del medio Agamenón, Clitemnestra tomó el poder y quedó investida como soberana (78). Durante siete años, los ya “malvados” Clitemnestra y Egisto reinaron en Micenas, tan a gustico, hasta que Orestes se los cargó para vengar a su padre (79).
Está la versión de que fue el dios Apolo quien le ordenó a Orestes vengar a Agamenón, y la versión de que fue su hermana Electra quien se lo pidió. Pero, en cualquier caso, tenemos a madre e hijos enfrentados, con el beneplácito del dios para llevar a cabo la venganza. ¿Por qué? Pues porque Clitemnestra había sido infiel a su marido y cualquier hombre de la familia podía castigar a la mujer que osase disponer libremente de su propio cuerpo (de su sexualidad). Porque era el hombre quien controlaba el cuerpo de la mujer, así que ser infiel era una auténtica transgresión (80). Porque la historia va de eso: del control sobre las mujeres.
Orestes se hizo pasar por un viajero que tenía la misión de comunicar la muerte de Orestes y preguntar si debía trasladar a la ciudad las cenizas. No se olvidan de relatar cómo Clitemnestra saltó de alegría al recibir la noticia y llamó en seguida a Egisto. Orestes se lo cargó y, entonces, Clitemnestra le suplicó por su vida, mostrándole un seno, a modo de recordarle que era su madre (81).
Clitemnestra, como Casandra, también pagó cara su transgresión
Así, el “bueno” de Agamenón queda vengado y la “malvada” Clitemnestra es asesinada a manos de su hijo. De nuevo, una mujer es castigada por transgredir las normas. Clitemnestra, aunque se vio obligada a casarse con Agamenón, siempre lo detestó y se mostró reacia al maltrato que este le hizo sufrir. Incluso se atrevió a enamorarse en su ausencia. Conductas más que reprobables desde la perspectiva de la misoginia griega. Porque a Clitemnestra por lo que se le asesina es por adúltera, porque al ser infiel había perdido su honra y dejado por los suelos la dignidad de la familia. Y, además, lo que su asesinato pone sobre la mesa es que el patriarcado consiguió asentarse en la sociedad mediante el uso de la violencia física contra las mujeres (82).
Una vez más, los mitos plasman cómo si una mujer no era sumisa, se recluía en casa ocupándose de las “tareas que les eran propias” y acataba sin rechistar los mandatos de los hombres, sería castigada. En este caso, además, sería convertida en una perversa villana (83).
Así, Clitemnestra fue recreada por el imaginario masculino como un antimodelo de referencia para las mujeres (84). Representaba lo que no debía hacer ni ser una mujer, pues es la antítesis de la esposa casta y sumisa (representada en la mitología, por ejemplo, por Penélope), tan necesaria para el buen funcionamiento del patriarcado. Clitemnestra reflejaba el miedo de los hombres a que una mujer se rebelase y tomase el poder. Y la usaron como ejemplo de que no se podía dejar el poder público en manos de una mujer, ¡que mira la que había liado Clitemnestra en ausencia de Agamenón! (85). Porque Clitemnestra es la “antimujer”: inteligente, con iniciativa, “masculina”, rebelde, agresiva, adúltera, perversa e implacable (86).
Casandra y Clitemnestra: unidas para siempre como mujeres subversivas
A pesar de que la mitología griega nos las presenta como clarísimas rivales – de hecho, Casandra es la víctima y Clitemnestra su verdugo –, ambas tienen en común que no se asemejan lo más mínimo al modelo de mujer ideal para los griegos: la esposa y madre sumisa, fiel y domesticada (87). Por un lado, ambas destacan por alzar la voz sin autorización ni control masculino, rebelándose ante eso de que “calladitas estaban más guapas”. Y ambas serán castigadas por esta transgresión. Eso sí, mientras que el castigo para Casandra fue silenciarla y tacharla de loca, la manera de deslegitimar a Clitemnestra fue convertirla en una villana (88).
Por otro lado, sexualmente hablando y cada una a su manera, también estaban fuera de las normas. Casandra decidió permanecer virgen y pasarse por donde no le daba el sol el apetito sexual del dios Apolo y Clitemnestra, siendo infiel, eligió vivir su sexualidad libremente, alejándose de lo que se esperaba de la esposa del mismísimo rey de Micenas. Así, ambas escaparon del dominio masculino de su sexualidad. Y ambas pagaron caro por ello, pues suponían un peligro para el orden patriarcal: la primera, será chantajeada, castigada, violada y asesinada; la segunda, será asesinada y convertida en el mal encarnado (89).
De esta manera, las aparentes enemigas irreconciliables se unen tanto en su subversión como en el caro peaje que tuvieron que pagar por salirse de las normas que los hombres imponían a las mujeres (90). Así, releamos y reinterpretemos las figuras de Casandra y Clitemnestra y démosles el poder que los hombres les arrebataron, silenciándolas y desprestigiándolas. Contemos el cuento de aquellas mujeres que no se dejaron dominar. Que Casandra y Clitemnestra dejen de ser un peligro, para convertirse en un ejemplo.
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