El nombre de Doña Urraca fue habitual entre la alta nobleza de los reinos cristianos peninsulares durante la Alta Edad Media (1). La península, en aquel entonces, estaba dividida. En el norte peninsular, estaban los reinos cristianos (2). Y el resto de la península estaba ocupado por los reinos musulmanes o reinos de Taifas (3). En el reino de León (4), surgieron dos princesas, posteriormente reinas, con el nombre de Urraca. Estas protagonizaron buena parte de los sucesos de aquella convulsa y turbulenta época. La primera, es Doña Urraca, reina de Zamora (5). Y la segunda, su sobrina, Doña Urraca I, reina de León (6).
La herencia de Fernando I
Fernando I (7) decidió repartir sus posesiones entre sus hijos, nombrándolos a todos reyes y reinas (8). A Alfonso (padre de Doña Urraca I de León) le correspondió la corona leonesa (9). Mientras que a Doña Urraca la dotó con la ciudad de Zamora, como reino «independiente». Además, mientras permaneciese soltera, gozaría del usufructo y podría gestionar los ingresos de los monasterios de todos los reinos de su padre (10).
Reinado de Alfonso VI
Disconformes con el reparto, los herederos iniciaron un sangriento conflicto entre ellos, que finalizó al fallecer dos de ellos. Así, las tres coronas (Galicia, Castilla y León) quedaron en manos de Alfonso VI de León.
Tanto en este conflicto como a lo largo de su reinado, Alfonso contó siempre con el apoyo de su hermana, Doña Urraca de Zamora. Por ello, la nombró Canciller (se podría equiparar a un Primer Ministro moderno) y fue su principal consejera hasta su muerte (11). Sin duda, fue un gran ejemplo a seguir para su sobrina y tocaya.
Ya unificado el reino, Alfonso inició una serie de campañas militares y políticas. Logró un avance sin precedentes de las fronteras meridionales, que se trasladaron inicialmente hasta el Tajo y, luego, hasta el Guadiana. Al mismo tiempo, se expandió hacia el este, conquistando Álava, Vizcaya, buena parte de Guipúzcoa, La Rioja y La Bureba (12).
Problemas dinásticos de Alfonso VI
Sin embargo, Alfonso VI fracasó a la hora de engendrar un heredero varón, al que transmitir su legado y que pudiese continuar con su labor (re)conquistadora. De sus consecutivos matrimonios y múltiples amoríos solo tenía hijas. La princesa Doña Urraca de León era su primogénita y heredera.
Tras el descalabro leonés en Sagrajas (13), que provocó la pérdida de buena parte del territorio recientemente ganado en la Meseta, el monarca leonés pidió ayuda a los familiares de su segunda esposa: Constanza de Borgoña (14). Ella era la madre de Doña Urraca de León.
El primer matrimonio de Doña Urraca I de León
Los refuerzos llegaron liderados por dos sobrinos de la reina. Y, de cara a ganarse su favor y hacer que se quedasen en la península, defendiendo los intereses leoneses, Alfonso decidió casarlos con sus dos hijas mayores (15). De esta manera, Doña Urraca se casó con Raimundo de Borgoña (16). La pareja se convirtió en los nuevos condes de Galicia, que perdió así su «status» de reino.
Una sucesión de tragedias que llevaron al trono a Doña Urraca
El rey Alfonso tuvo finalmente un hijo varón: Sancho. Este pasó a convertirse en el heredero al trono (17). Sin embargo, el joven murió prematuramente, tras la batalla de Uclés. Por ello, el camino al trono se abrió de nuevo para nuestra condesa Doña Urraca, que había enviudado. Así como para su hijo, de corta edad, Alfonso Raimúndez (18).
El reinado de doña Urraca I de León
Alfonso VI deseaba afianzar la herencia de su hija, Doña Urraca I de León. Así que concertó su boda con su más poderoso vecino: Alfonso I, «el Batallador», rey de Aragón y Navarra (19).
Primeros desencuentros entre Doña Urraca y su nuevo maridito
Contrariamente a lo buscado, esta unión provocó una larga serie de enfrentamientos entre ambos monarcas, para determinar quién detentaba el poder «real» en León. El aragonés, como esposo y regente, consideró que tenía derecho de control y gestión sobre las posesiones de su esposa. Pero Doña Urraca nunca se los quiso ceder ni permitirle realizar su voluntad sin cortapisas. Las primeras desavenencias en el matrimonio se produjeron en relación a la redistribución de cargos y puestos de importancia en Castilla y León que inició el regente (20).
La nobleza gallega, deseando evitar que el regente hiciera lo mismo en sus dominios, optó por tomar como rehén al infante Alfonso. Lo nombraron rey y se declararon independientes (21).
Desavenencias matrimoniales ¿irreconciliables?
Tras un periodo de fuertes discusiones, la reina Doña Urraca, que se consideraba ninguneada, optó por abandonar la Corte Leonesa. E inició una tórrida relación extramarital con el Conde de Candespina, con quien tendrá un hijo (22).
El regente decidió entonces utilizar la fuerza para doblegar a los nobles «rebeldes», que consideraban a su esposa con mayores derechos de gobierno que los suyos. Además, y aprovechando las pruebas de su infidelidad, ordenó que Doña Urraca fuera hecha prisionera y retenida bajo vigilancia. Sin embargo, la reina logró burlar a sus captores y unirse, junto con su amante, a varios nobles leales a su causa. Con ellos, organizó un ejercito para enfrentarse al de su marido (23).
Guerra civil entre marido y mujer
La suerte de la batalla favoreció al regente, que venció a las tropas de Urraca. Además, resultó muerto el comandante de las mismas, el amante de la reina, el Conde de Candespina (24).
Todo parecía indicar la completa y definitiva derrota de Doña Urraca. Pero esta recibió el inesperado apoyo de su hermanastra y su cuñado, los condes de Portugal. Estos estaban molestos porque el regente no había cumplido con una cesión de territorios. La guerra podía continuar.
Un matrimonio de ida y vuelta
Sin embargo, la reina optó por reconciliarse con su esposo. Y, claro, esto provocó la furia de sus aliados portugueses (25).
La reina Doña Urraca, tratando de resolver el cisma gallego y recuperar a su hijo, inició un nuevo conflicto con su marido. Pues, sin siquiera haberlo consultado previamente con este, decidió otorgar «excesivas concesiones» a los rebeldes gallegos. Las demandas de la nobleza gallega fueron la confirmación del reconocimiento de Galicia como reino. Además de la promesa de que Alfonso Raimundez era el único heredero al trono de Urraca.
Doña Urraca I de León y «El Batallador»: ni contigo, ni sin ti
El regente optó, nuevamente, por la acción directa. Así, atacó a los «rebeldes”, sorpresivamente, ya que estos acababan de firmar las paces con la reina. Pero el regente mató o hizo prisioneros a la mayoría de los nobles gallegos. Unos pocos lograron escapar hacia las zonas montañosas, llevándose con ellos al heredero. Por ello, Doña Urraca abandonó nuevamente a su marido para ir a reunirse con su hijo. Una vez juntos, Urraca decidió reunir a todos los nobles descontentos con el modo de actuación de su marido y volver a hacerle frente militarmente.
Entre los rebeldes, destacaba el favorito y nuevo amante de la reina, don Pedro, Conde de Lara, con el que tendrá dos hijos más. La ira del regente por estos escandalosos actos de traición se hizo sentir cuando inició una nueva campaña de castigo contra tierras leonesas.
La disolución del matrimonio de Doña Urraca
Tras algunas batallas de poca importancia, en las que los rebeldes se dieron cuenta de que no podían vencer a las tropas reales, y en las que «el Batallador» se dio cuenta de que tampoco iba a resultar sencillo aplastar por completo a los «rebeldes», ambas partes acordaron una nueva tregua, con un nuevo intento de reconciliación de la pareja. Pero el matrimonio duró tan solo unos pocos meses más, ya que las desavenencias entre ellos eran insalvables. Además de que cada uno contaba ya con su propia Corte y que Doña Urraca no escondía el hecho de tener nuevos amantes.
Las acciones de la reina habían puesto en ridículo al aragonés y sus represalias le habían alejado por completo de la fidelidad de la mayor parte de la nobleza leonesa, gallega y castellana.
Como si de una telenovela se tratara, se iniciaron de nuevo las hostilidades entre los seguidores de cada bando. Si bien muy pronto llegaron a un nuevo punto muerto, lo que forzó a que, nuevamente, se produjese un nuevo intento de reconciliación. Esta vez, ya la última, pues «el Batallador» estaba harto de su incontrolable esposa y de la gestión de sus reinos. Así, optó por iniciar el proceso de repudio, si bien llegará antes la nulidad matrimonial por parte del papado (26).
Doña Urraca I de León: una reina, sola contra todos
En estos momentos, la situación leonesa era desesperada. Por un lado, la intermitente guerra civil había erosionado la capacidad de defensa de las fronteras frente a los siempre belicosos reinos vecinos. Por otro lado, y ya en materias de política interior, había una importante facción nobiliaria que seguía insistiendo en imitar a los portugueses y separar al reino gallego de León, mientras que otros consideraban que sus injerencias y comportamiento eran aberrantes y deseaban la unificación con Aragón y Navarra (27).
Doña Urraca, sin embargo, supo negociar con unos y otros y mantenerse firme en el trono. Por un lado, le cedió a su exmarido el derecho de conquista sobre la Taifa de Zaragoza (28), a cambio de la renuncia expresa a intervenir nuevamente en los asuntos leoneses (29). Así, mató a dos pájaros de un mismo tiro.
Por otro lado, los independentistas gallegos fueron sometidos al firmarse el acuerdo que nombró heredero universal a su hijo, Alfonso Raimúndez. Esto supuso, de hecho, la victoria independentista de facto. Respecto a Portugal, León no fue capaz de forzar al nuevo reino a someterse, por lo que este quedó definitivamente desvinculado.
Más artículos muy interesantes en Khronos Historia
________________________________________________________________________