Relegadas a un segundo plano, ocultas por los destellos de admiración que despiertan los hoplitas espartanos, (poderosos y perfectamente adiestrados, en las pantallas de los cines), el universo de las ciudadanas espartanas pasa totalmente inadvertido. ¿Quién iba a fijarse en las mujeres viendo semejantes pectorales? Odiadas y envidiadas por sus contemporáneos; libertinas, perfectas matronas o reducidas a meras máquinas de engendrar guerreros, la condición social de la mujer en Esparta se escribe rozando el ámbito de la leyenda. Entonces, ¿cuál fue la realidad de estas mujeres?, ¿esclavas o guerreras?
Las mujeres espartanas
Ha llovido mucho desde entonces, pero la idea contrapuesta de mundos separados (polis/oikos – ciudad/casa), sigue vigente en nuestros días. Poner en valor la vida de estas mujeres solo se consigue desde un acercamiento a su particular situación política.
Las espartanas, como el resto de mujeres griegas, no tenían acceso a la ciudadanía, no podían participar en la Asamblea ni acceder a las magistraturas o cargos públicos. ¿Cuál era entonces la forma de demostrar su valía, de hacerse imprescindibles? Pues como tantas veces en la Historia, de manera silenciosa y silenciada. Debemos preguntarnos entonces algunas cosas. ¿De dónde salían los alimentos que mantenían a un ejército con tanto músculo? ¿Quién se ocupaba de la limpieza de las calles, el cuidado de los ancianos y de los niños o gestionaba sequías, inundaciones y demás “castigos de los dioses”?
Los lacedemonios y sus mujeres
La especial condición política y social de los lacedemonios (1), afectaba, como no, de forma directa a sus mujeres. Lo mismo que los varones, pasaban un control de calidad física al nacer; al igual que los chicos, el entrenamiento físico de las niñas era muy exigente. No en vano, el fin último de la férrea disciplina y de los entrenamientos físicos extremos era conseguir ciudadanos sanos y fuertes, y para ello debían serlo tanto el padre como la madre.
Como los hombres, acudían a escuelas y a gimnasios públicos para fortalecer su cuerpo, despuntaban con notoriedad en la danza, y además… cultivaban en sus casas y bajo supervisión femenina, tanto las letras como las artes. Los romanos las consideraban excelentes matronas, reclamadas desde todos los rincones de Grecia, con especial predilección de los atenienses. Pero ¿qué pasaba cuando Leónidas y sus hombres se lanzaban a defender el paso de las Termópilas o cuando Cleómbroto I se enfrentaba a Epiminondas durante la llamada Guerra del Peloponeso?
Las mujeres espartanas manejando el dinero
Liberadas de las tareas domésticas (realizadas por los ilotas (2)), se convertían en administradoras de las haciendas de sus maridos. Esta labor suponía mucho más que el sustento de la economía familiar. Estaba en juego el privilegio de mantener la ciudadanía. Si no podían pagar los impuestos, la familia quedaba fuera del Estado. Junto a la tutela de las niñas y de los niños (ellos hasta los siete años que empezaba su particular educación), las mujeres administraban la casa y las tierras, comerciaban con los excedentes y fomentaban la cultura. Además se permitían intervenir en ámbitos plenamente masculinos como las carreras de caballos; Cinisca, hermana del rey Agesilao, pasó a ser considerada con honores al convertirse en la primera vencedora femenina en Olimpia en las carreras de cuadrigas.
El resultado de todo este trabajo hizo que las espartanas gozasen de mayor autoridad y respeto que otras ciudadanas griegas. En dicho contexto, tenemos la mítica historia de la reina Gorgo de Esparta, la esposa de Leónidas.
Las espartanas: unas mujeres muy especiales
La singularidad de la vida de estas mujeres está plenamente justificada. El valor de una espartana residía en la facultad de engendrar ciudadanos sanos y fuertes. (Sí, todos seguimos visualizando los músculos de Leónidas). El orgullo de las madres espartanas era, por tanto, sus hijos. Podían exigir entonces a los hombres que se comportasen con honor y valor. Así que eran ellas las que despedían la marcha del ejército con una seria advertencia: ¡regresad con el escudo o sobre él! Con ello se entendía que si perdían su escudo (lo que significaba una derrota), más les valía no volver. A cambio, el Estado asignaba el privilegio de inscribir su nombre en la tumba en caso de morir en las labores de parto. Honor solo concedido a los guerreros caídos en combate. Una muerte heroica semejante al padecimiento del soldado.
Como cualquier ciudadano sufrieron las restricciones que suponía un Estado militarizado. Las medidas austeras impuestas para acabar con la desigualdad: la redistribución de la tierra, la desaparición de las monedas de oro y plata y el uso del hierro como moneda de cambio, o la prohibición de hacer ostentación de las riquezas, no hubieran sido posibles sin su contribución.
Para ser justos, las espartanas no solo lucían físicos envidiables, que también. Si no que cumplían con las premisas de cualquier empresario dedicado a cuidar de sus negocios y de su prole. ¡Nada que envidiar a uno de los 300…!
¿Quieres leer más artículos sobre curiosidades históricas? ¿sabías que los «varoniles» espartanos desde un óptica actual serían homosexuales y llevarían a cabo prácticas pederastas?
«más les valía no volver» la cobardía no era una práctica frecuente entre los pueblos helénicos. Más bien refiere a volver muerto en la batalla, cargado por sus compañeros sobre eln escudo.
Yo sabía que las mujeres de Esparta SÍ tenían acceso a la ciudadanía, incluso Licurgo permitió que accedieran a las magistraturas.
Lo de «regresad con vuestro escudo o sobre él» creo que hace referencia a que volvieran empuñándolo (victoriosos) o tendidos sobre el donde eran transportados por algunos de sus compañeros (es decir, muertos).
hoy día pasa lo mismo… paren y dejan al bebé en day-care… a pelear para ganar dinero!
maldito capitalismo espartano!
[…] Con todo ello, no es de extrañar, que a más de un espartano se le “pasara el arroz” y decidiera quedarse soltero de por vida; o como se conoce en mi tierra, “mocico viejo”. La guerra casi continua, los entrenamientos diarios, las comidas colectivas y el amor entre soldados, hacían que a muchos espartanos no les “rentara” lo de formar una familia. Aunque las jóvenes solteras se desnudaban y ejercitaban provocando a los varones (literalmente) (11)… ¡no había manera! Incluso el Estado se vio obligado a ofrecer unos cheques “recién casados” y por paternidad (12), crujir a impuestos a los mozos solteros o tolerar las relaciones extraconyugales (por lo que en Esparta no existía el adulterio); e incluso se piensa que se permitió a las mujeres casarse con varios varones (13). Sobre las mujeres espartanas… […]
[…] me olvido, aunque lo parezca, de la mitad de la población, la mujeres espartanas, que como era normal estuvieron relegadas a un segundo plano; aunque tuvieron mayores privilegios […]