Hernán Cortés y la maldición del Imperio azteca, Leonardo Da Vinci y el misterio de la Gioconda, el saqueo a Roma o la publicación del Lazarrillo de Tormes. Estos acontecimientos, y muchos más, marcaron la creación de leyendas y la configuración de una Europa convulsa en el siglo XVI. Ante esta situación, y alejado de Occidente, surge la figura de Oda Nobunaga … Espera, ¿quién?
Antes de valorar la figura de Nobunaga, hemos de advertir que la historia de Japón es una gran desconocida. Más allá de los samuráis, acontecimientos de la IIº G.M. o fenómenos tan de actualidad como el manga o anime, no se le suele prestar mucha más atención al país nipón. Sin embargo, en lo que aquí nos interesa, estos acontecimientos equivaldrían a la historia moderna (1). Se produjo un hecho que cambió la historia de los orientales, provocado por una crisis interna (2) – vamos, una guerra civil –. ¿Quien tuvo la culpa? En gran parte, los daimyô – gobernadores territoriales – (3).
Estamos hablando del período Sengoku (4) – que no tiene nada que ver con Dragon Ball… –. La situación parecía que no tenía fin; numerosas personalidades intentando obtener una victoria definitiva sobre el resto… Los gobernadores territoriales que trataron de unificar los territorios sin resultados positivos… en fin, una situación para nada idílica. No será hasta la llegada de nuestro protagonista – junto a dos personalidades más que en un futuro conoceréis – cuando cesarán las hostilidades de los territorios (5).
Los inicios de nuestro héroe: de cómo imitó el suceso de Troya
Nobunaga puso la primera piedra para comenzar la unificación y la paz en Japón. Se aprovechó de las armas de fuego traídas por los portugueses y españoles y usó el diálogo para ganar influencia. Pero lo que verdaderamente hizo grande su leyenda fue la estrategia para ir ganando y anexionando los diversos territorios.
En su primera batalla fue capaz de vencer con un ejército inferior al de su enemigo y además se hizo con la cabeza de su rival, literalmente (6). Esta gesta hizo que en apenas un día su nombre se diera a conocer por todo Japón. Durante los años siguientes siguió una política progresiva de conquistas de territorios. Cuando el shôgun (7) murió «en circunstancias extrañas», -como en toda historia, nunca faltan las conspiraciones familiares-, el hermano, Yoshiaki, pidió ayuda a Nobunaga, pues era de las pocas personas que podían ayudar a consolidar su poder.
En un principio, a Nobunaga no le interesaba acceder de manera directa al poder, así que aceptó la petición para así poder dejar parte de sus tropas en la capital, Kioto – tenemos aquí la versión oriental de Troya – (8). Ambas partes cumplieron lo prometido, y como regalo por la ayuda se le ofreció un puesto como segundo al mando. Nobunaga, que no quería estar bajo el mandato de alguien, rechazó esta propuesta y pidió tener el control de dos ciudades con puerto. No era tonto Nobunaga, primero con tropas en tierra y después controlando el mar.
La religión y Nobunaga: un amor imposible
Lo que en un principio parecía una buena alianza pronto dejaría de serlo, pues el shôgun Yoshiaki vio amenazada su posición. Así que optó por hacer alianzas con los diferentes gobernadores territoriales y con sectas budistas extremistas para acabar con Nobunaga. La respuesta del mismo no se hizo esperar, y a estas últimas le tocó la peor parte. Nuestro protagonista no tuvo piedad con ellos. Acabó con la vida de más de cuatro mil monjes, y con más de tres mil edificios religiosos.
¿Le resultó tarea fácil? No, estos monjes se habían formado como auténticos guerreros, así que no fue un paseo. Este acto de crueldad vino motivado por los pensamientos de Nobunaga hacia ellos, debido a su convicción de que el poder religioso y budista tenía gran parte de culpa de la situación del país. Sea en Occidente o en Oriente, hay que ver que la religión siempre está presente…
Tras completar su objetivo de acabar con sus enemigos, a Yoshiaki, el cual había empezado esta campaña contra él, «se le invitó» a que dejara el cargo de shôgun y así quedar Nobunaga como único dueño del país (9). El tío se construyó un gran castillo para defender su posición y organizar los territorios que ya había conquistado; desde aquí podía planificar las estrategias para seguir anexionando territorios, la paz todavía no había llegado.
El final de un legado y el comienzo de otro
Como en toda historia, siempre hay un desenlace. La de nuestro protagonista no es sino una de las miles que en esta época sucedieron. El sueño que él tanto ansiaba, la unificación completa de Japón, se vio truncada por la traición de un general cercano. Cuando vio esta situación, él mismo decidió acabar con su propia vida rajándose el vientre con un puñal –el llamado sepukku (10)-.
Dejó a su paso un tercio de las provincias de Japón bajo su dominio, además de un modelo de sucesión familiar asentado para las siguientes generaciones, que unificarían Japón durante los próximos años. También impulsó una paz para el país que acabaría por llegar. Pero sobre todo, Nobunaga será recordado por el ataque a las sectas budistas y su carácter implacable, duro y temperamental.
Ahora sería el turno de Toyotomi Hideyoshi. Pero de él hablaremos en un futuro.