Sobre Isabel Báthory:
«Ya no quedaban niñas en las alquerías. Ni pastorcillas cuidando de sus rebaños en el sotobosque y los prados. Todo alrededor de Erzsébet se desmonoraba. Y lo hacía con mansedumbre, sin apenas estruendo. Sólo los gritos de aquellas chicas, algunas noches, indicaban que en su entorno aún latía la vida» (1).
Las leyendas, historias y toda forma de novelas llevadas tanto a la literatura como a la gran pantalla acerca de los vampiros están en pleno auge. Lo cierto es que, como ya sabemos, a veces la realidad supera la ficción y si la industria cinematográfica se ciñera a la pura realidad, la ficción ni siquiera existiría. Con la protagonista de hoy la realidad supera con creces la ficción.
Cuando pensamos en vampiros generalmente se nos viene a la mente el típico Drácula de Bram Stoker, aunque puede que no, debido al boom del vampiro famoso este que es rubio, adolescente y vegetariano (¡acabáramos!, un vampiro «vegetariano» y con problemas hormonales, ¡dónde vamos a llegar…!), Isabel Báthory (Erzsébet Báthory -no castellanizado-), nuestra dama de hoy, es una vampiresa de las de verdad.
Isabel Báthory es considerada como la primera asesina en serie y depredadora de la historia del crimen (2). En la Hungría del siglo XVII, aún congelada en las “tinieblas medievales” (3), Báthory era condesa y ama de la vida de cuantos la rodeaban. Y más que ama de la vida, sería más correcto decir que amaba la vida femenina de cuantas se topaban con ella.
Es apodada como la “condesa sangrienta», apodo que le viene al pelo pues es la encarnación de la crueldad en su forma más absoluta. En un periodo de 8 años (5), mató a más de 650 mujeres con el objetivo de conseguir la belleza permanente. Era un “híbrido de horror y belleza”(4). Vaya que nuestro querido Drácula no le llega ni a la suela de los zapatos.
Isabel nació en 1560 en Byrbathor, en el seno de una de las familias más importantes de Transilvania. Su tío era príncipe de la región, convertido en rey de Polonia en el s. XVI (Esteban I Báthory). Pero además de provenir de una familia de importantes aristócratas, lo hacía de la rama más extravagante de los Báthory, como consecuencia de matrimonios consanguíneos -de hecho sus padres eran primos hermanos, y ya sabemos lo que pasa con estos vástagos – (8).
Educada con suma precisión (hablaba 4 idiomas), en 1575, cuando contaba con 15 años de edad, se casó con el conde Ferecz Nádasy, soldado que pasaba largas temporadas en los combates y guerras que asolaban el país (9). Por lo que la Condesa en esos tiempos de ausencia de su marido hacía y deshacía a su antojo. Además se rodeó de un amplio abanico de sirvientes -“haiducos”- a cual más peculiar: un enano medio cojo, Ficzkó; y dos mujeres que podemos decir que eran de todo menos sencillas, János (típica ama de llaves cual madrastra de Blancanieves) y Dorkó, decrépita anciana de la que se cuenta que era hechicera (10). Tras los muros del castillo, Isabel experimentó la alquimia, la magia negra y la hechicería, junto a la locura y el sadismo radical, llevándolos hasta los límites más inhumanos. Además administraba el castillo con “mano de hierro” y con brutales palizas a las sirvientas. Sus castigos eran de lo más variopintos, iban desde pinchazos con agujas debajo de las uñas , hasta hacerlas desnudar y untarlas en miel dejándolas en mitad del bosque para ser carne de todo tipo de insectos y alimañas (10). Una perla de persona.
Con la muerte de su esposo en 1604, la condesa se vio totalmente libre, sola e impune para descargar toda su locura, lujuria y psicopatía hasta el fin de sus días; “una vez que sintió en sus manos el poder, se dejó llevar…Tan solo eso, se soltó…” (11). A Isabel, sabedora de que su belleza le permitía un plus de poder en su vida diaria, le asaltó la idea de que debía conseguir a toda costa la fuente de la eterna juventud (no le importaba matar a diestro y siniestro, pero las patas de gallo, eso ya eran palabras mayores…). Aconsejada por su séquito de hechiceros, experimentó la toma de sangre de mujeres jóvenes para conseguir mantenerse bella, poderosa y, lo que era más importante, viva. Pretendía conseguir la inmortalidad mediante el crimen (11).
Así, los sótanos de su castillo fueron los laboratorios de magia, sadismo, horror y perversión más reales de la historia. Un verdadero infierno, pues Isabel ataba de pies y manos a muchachas jóvenes y las introducía en lo que se conoce como la “Dama de Hierro”, cubículo con pinchos de hierro que cuando cerraba sus puertas estando dentro la víctima, provocaba desgarros y heridas de tal magnitud, que causaba su desangro inmediato; sangre con la cual posteriormente Bathóry tomaba un tonificador baño. Ésta, junto a otra práctica habitual en el sistema de recogida de sangre, el despellejamiento, hicieron de Isabel un verdadera psicópata (sin arrugas, eso si), pero monstruosa al fin y al cabo.
¿Pero qué ocurre para que tras ocho años impunes de asesinatos diarios y baños tonificadores, se destape el macabro plan de Isabel Báthory? Pues que se terminó la fuente primaria de sus prácticas. Ya no había muchachas infelices en busca de una vida mejor sirviendo en el castillo de una condesa. Se acabaron. Pero Isabel seguía teniendo sed de sangre (12), por lo que no dudó en conseguir muchachas en la aristocracia. Y ese fue su error. Si desaparecían mujeres campesinas abocadas a la muerte de una forma u otra, no suponía mayor preocupación; pero si lo hacían mujeres nobles, aquello empezaba a llamar la atención.
Un buen día, hombres del Rey, dirigidos por el palatino Thurzó (13), alarmados por las desapariciones constantes de mujeres en la corte, decidieron investigar el caso, llevándoles hasta el castillo de Isabel Báthory, donde nada más llegar y atravesar los muros se encontraron con una escena depravadora: los cadáveres torturados y despellejados se amonVisita tonaban en los patios sin mayor pudor (13).
La sentencia se publicó el 17 de abril de 1611, condenando a la “condesa sangrienta” a ser emparedada en su propio castillo. Su séquito de cómplices fue ejecutado. Ella muere tres años después de ser encerrada (14), y lo mejor de todo, sin arrepentimiento y en su culmen máximo de psicopatía.
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Sobre ella escribió «La condesa sangrienta» la autora argentina Alejandra Pizarnik.
[…] crímenes (8); aunque siempre hay excepciones que confirman la regla: recordemos a nuestra querida Isabel Báthory y sus 650 víctimas despellejadas vivas. En el caso de Pilar, tuvo la suficiente paciencia […]
Hay otro asesino en serie, es el noble francés Giles de Rais, héroe de guerra, uno de los hombres más ricos de su país, ayudó a Juana de Arco en su campaña y fue un gran colaborador en expulsar a los ingleses al final de La Guerra de los Cien Años.
Pero fue el final de la guerra lo que acabó con él. Al parecer su locura le fue muy útil para ser un gran soldado y comandante, pero fue completamente incapaz de vivir en la paz. Se dedicó a dilapidar su, alguna vez, extensa fortuna. Una vez sin dinero, contrató a un alquimista para que le hiciera oro, pero parece que este le dijo que solo mediante un pacto con el diablo lograría fabricar el oro, y para eso eran necesarios sacrificios humanos. Así que empezó a torturar, violar y asesinar a cientos de niños y jovencitos. Vivió de 1405 a 1440, así que es muy anterior a Erzsébet
Antes de todo gracias por tu comentario Adán.
Ciertamente la historia de este tipo de psicopatía nos da claros ejemplos de asesinos en serie que matan por una obsesión. Erzsébet se bañaba y bebía la sangre de mujeres jóvenes porque ansiaba la eterna juventud (de ahí que la llame «vampiresa»). En el ejemplo que nos comentas ocurre igual, matar por la obsesión de poder y dinero. Muchas gracias por tu aportación, estudiaré la vida de este noble, no tan noble. Saludos.