Durante el siglo de las luces, la nueva cosmovisión de la propia vida iba a tomar un nuevo rumbo respecto de etapas anteriores. Llegaba a España la Ilustración de la mano del rey Carlos III de Borbón. Sus ministros ilustrados llevaron a cabo las tareas políticas dictadas desde la Corte. Aunque, por otro lado, también hubo unos cuantos ilustrados que acabaron mal parados. Algunos fueron víctimas colaterales, y otros, víctimas directas del absolutismo regio. Sin duda, por encima de todos los personajes ilustres e ilustrados, destaca don Pablo de Olavide y Jáuregui: víctima colateral de la Ilustración.
Entérate de las luchas internas que mantenían en la Corte los grandes Ministros y Secretarios de Estado. ¡Un auténtico “Juego de Tronos”! Pablo de Olavide flirteó con el fuego eterno, aunque por suerte, no acabó quemándose. ¿O sí?
Los orígenes de Don Pablo de Olavide
La historia de nuestro protagonista comienza en Lima, capital del Perú español articulado todavía como un Virreinato. De padre navarro y madre limeña, los miembros de su familia desempeñaron puestos importantes en la administración del Estado virreinal. Esto le valió para cursar estudios en una escuela escolástica y en la escuela jesuítica de San Martín, cercana a la Universidad de San Marcos (1).
Un profe jovencito
No perdería el tiempo d. Pablo, pues a los dieciséis años ya era profesor de la citada universidad. Y, un año más tarde, obtuvo la Cátedra de Maestro de las Sentencias (2). Igual que nuestros políticos actuales. Su ascenso académico seria paralelo al institucional. Pues subiría en la jerarquía social del momento, gracias a los puestos obtenidos primero como abogado en la Audiencia de Lima y Asesor General del Cabildo de Lima, y segundo, cuando el rey Fernando VI lo nombró “oidor” (3) de la Audiencia de Lima.
Y un tanto listillo
Pero su vertiginosa carrera pública se vio interrumpida por una serie de actividades fraudulentas (4). También, por la pasividad en cuanto a sus obligaciones como oidor de la Audiencia, que bien le valieron un despido fulminante de sus funciones. Momento en el cual D. Pablo dejaría la política durante diecisiete años y se dedicaría al comercio, que es donde estaba la guita.
Una visita a la cárcel
En este largo periodo de tiempo, d. Pablo pisaría por primera vez la cárcel en 1754 –algo irrisorio ante lo que años más tarde le esperaba. Tras su despido como oidor, consecuencia del proceso de la propia destitución.
“El braguetazo” de la vida de Pablo de Olavide
Se casó con María Isabel de los Ríos, una mujer millonaria dos veces viuda. Esta aportó el capital para los negocios comerciales de Olavide, generando pingües beneficios para el matrimonio. Y, de paso, su entrada como Caballero en la Orden de Santiago. Ahí es ná. Calderilla para D. Pablo.
A partir de este momento, comienza un periplo europeo por Ginebra, la península itálica y Francia. Por supuesto, sería en París donde entrara en contacto con las nuevas corrientes filosóficas. Entabló una amistad con Voltaire (5) y residió en la capital del Sena durante ocho años.
Llegada a la Corte de Madrid
Sería en 1765 cuando D. Pablo de Olavide recale en Madrid procedente de París. En estos momentos, Don Pablo ya es un afrancesado de espíritu libre. Caballero, rico, “guapo” y con dinero -“pa´ mí te quiero”-. Se convertiría en el hombre de moda en la capital del Reino. Y, por si fuera poco, portó tras de sí miles de libros prohibidos por el Santo Oficio. Con ellos, quería fundar una biblioteca…. ¡Pública!. Bueno bueno bueno, que me estas contado Mari Trini.
Olavide nunca había mostrado interés alguno por la política, pero cuando llegó a Madrid, la ciudad era un hervidero politico y social. Y llegó el famoso Motín de Esquilache (6), donde los grandes de España mostraban su malestar con el rey. Y, como consecuencia directa, llegó el Conde de Aranda (7). Este fue el personaje más descollante de la grandeza en alcanzar la presidencia del Consejo de Castilla (8). Adeás, fue el gran valedor y protector de Olavide.
Y de Pablo de Olavide alcanzó la cima
En 1766, la primera tarea de D. Pablo sería la dirección del Real Hospicio de Madrid. Puesto que le valió para ser visto públicamente como lo que era. Esto es: un filántropo ilustrado, moderno y que siempre mostró un especial interés por los pobres. Con tal curriculum -y lo más importante-, su libre pensamiento, hizo que sus valedores en la Corte contaran con el peruano para ocupar la Superintendencia de la obra ilustrada más importante del siglo XVIII: Las Nuevas Poblaciones de Andalucía.
Un hombre con privilegios
A partir de 1767, don Pablo ocuparía los puestos de superintendente de las Nuevas Poblaciones. Sería asistente de Sevilla e intendente del ejército de Andalucía. Es decir, nadie anteriormente había tenido tanto poder como él en una región tan grande de España
The fucking máster of the universe
Pero, como suele ocurrir cuando se escala tan rápido, en la Corte del XVIII –y a Olavide que no hacía falta que le tocaran las palmas-, siguió comprando libros –prohibidos en España- en Francia. Y dejándose ver públicamente siempre filosofando. Todo esto empezaba a ser un problema para todos aquellos recelosos de las reformas, las luces y las influencias extranjeras.
¡Ay don Pablo de Olavide! ¡Que me da la risa!
Eran hombres ilustrados, de una especie rara en España, que sin ser exactamente sabios, estaban por encima de los prejuicios religiosos, porque no solo no temían reírse de ellos en público, sino que trabajaban abiertamente por destruirlos (9).
A mesa puesta y a cuerpo rey
La vida de Olavide discurría entre Sevilla y su querido palacio en La Carolina, Jaén, –capital de las Nuevas Poblaciones-. Allí, se montaban unos saraos dignos de su personalidad y espíritu. A mesa puesta y a cuerpo rey. En una estancia repleta de libros (10) y cuadros colgados por todas las paredes, el jefazo Olavide se mostraba ante sus ilustres invitados pletórico, divertido, mordaz y cínico. Pero, por si fuera poco el café, don Pablo iba a poner dos tazas más, invitando a sus famosas tertulias nocturnas a algunas mujeres. Entre ellas, destacan la guapa y culta Gracia de Olavide, o Tomasita de Arellano (11).
Por encima del bien y del mal
Olavide se reía de todo, como decía uno de sus ilustres invitados: el fraile capuchino Romualdo de Friburgo (12) . Los amigos nobles, ricos e ilustrados con los que don Pablo se burlaban abiertamente de las prácticas y costumbres de la iglesia, iban a tener frente a ellos, o mejor dicho, únicamente frente a él, a un fraile alemán, cerrado, dogmático, profundamente conservador… casi medieval (13).
La Inquisición al acecho de Pablo de Olavide
Ante tales faltas de respeto hacia la Iglesia católica, no le faltó tiempo a fray Romualdo para delatar ante la Santa Inquisición el comportamiento del intendente y los miles de libros prohibidos que almacenaba. Reírse de todo era una de las máximas denuncias que el fraile argumentaba, en un primer intento por derrocar no solo a la persona, sino también sus ideales.
¡Esto no es libertad, es libertinaje!
Pensaría fray Romualdo,pero finalmente, las denuncias iniciales pudieron ser frustradas por los excelentes contactos que Olavide mantenía en la corte madrileña (12). Aunque a partir de ahora, la sombra de la Inquisición acechará muy cerca a don Pablo, quizás, para no reírse nunca más.
Pablo de Olavide y sus reformas en las Nuevas Poblaciones
La empresa repobladora estaba bendecida por la monarquía, contaba con dinero suficiente para llevarse a cabo, y además, era una mandato real puesto en marcha por los ministros ilustrados de su majestad.
Olavide se había convertido en el primer “hombre del rey” en una ciudad tan reaccionaria como Sevilla (15), haciéndose fuerte y pavoneándose desde su palacio en la capital Carolina. No es de extrañar, que un individuo de tan baja alcurnia se elevara tanto en la jerarquía social del momento, por lo que la posición y vida que Olavide practicaba, solo iba a provocar que sus enemigos aumentaran. Sobre todo porque su primera medida sería abordar dos temas que siempre despertaban los enfrentamientos entre iglesia y reformistas, es decir, la Universidad y el Teatro.
Nuevos planes universitarios
Olavide redactó un nuevo plan de estudios universitarios, lo que sería un duro revés para una Universidad dominada por la Iglesia –algo que muchos claustrales nunca iban olvidar-. La iconografía cambiaría por completo. Ahora, el escudo real con el retrato del rey Carlos III sería el símbolo en las Nuevas Poblaciones, pues el rey era el promotor de las reformas… ¿o lo eran sus ministros?
La construcción política de un hereje: el «caso Pablo de Olavide»
Mientras las colonias serranas comenzaban a dar sus primeras cosechas, se instalaban los primeros regadíos y comenzaba una incipiente manufactura fabril, a partir de este momento, a don Pablo se le abren dos frentes con los que no podrá lidiar. Por un lado, la dichosa vida de Olavide en La Carolina iba a verse truncada por las constantes luchas de partidos –o facciones- políticos en la corte (16) Y por otro, la Santa Madre Iglesia a través de su brazo ejecutor: La Santa Inquisición.
En 1769, los hilos de las relaciones clientelares en la corte -forzados por aquellas personas oportunistas en desacreditar la empresa repobladora y de paso, a todo el que presentara como un éxito las reformas de los poderosos ministros amigos de don Pablo-; iba a reunir en bloque a toda la oposición, descontenta con las reformas ilustradas.
Don Pablo, agárrate que viene curvas
No fueron pocas las voces colonas que dieron buena cuenta de las pésimas condiciones en las que se encontraban los primeros años, voces que fueron alimentadas por la oposición política desde Madrid. Este hecho hizo que el conde de Aranda autorizara el viaje de un visitador oficial (17) con plenos poderes para comprobar la veracidad de las denuncias, lo que dejaba la posición de Olavide sin autoridad alguna sobre las Nuevas Poblaciones. Por si fuera poco, el cerco se estrechaba, ya que la patriótica sinceridad de Aranda (18) bien le valió su destierro a la embajada de París (19), lo que alejaba a su protector de la corte.
Víctima colateral de la Ilustración
Uno de los grandes errores de don Pablo sería sentar en su mesa a fray Romualdo de Friburgo -aunque fuera para reírse de él (20)-, ya que el fraile iba anotando todo lo que veía y oía. Todos los agravios sufridos, las largas noches en el palacio de La Carolina, las ideas y el espíritu de nuestro protagonista quedaron por escrito bajo la pluma del fraile alemán. Estos escritos, que se cuentan por cientos, los iba enviando a la corte de Madrid. Concretamente, al padre Eleta (21) -Fray Alpargatilla para los Ilustrados-, nada más y nada menos que el confesor de su majestad el rey Carlos III de Borbón. Cuando Olavide fue consciente de la delación que estaba sufriendo, ya era demasiado tarde.
De libertino
Don Pablo trató que sus amigos de Madrid transmitieran al rey que él era un auténtico y ferviente católico, incluso que haría penitencia si fuera necesario, pero pobre don Pablo, -como suele ocurrir en estos casos de “puñaladas traperas”- era el único que todavía no se había enterado de la trama política que representaba su caso.
A hereje
El fraile capuchino elaboró 21 cargos –los más cercanos a la herejía- contra don Pablo. Según Friburgo, Olavide no cumplía con los mandamientos, las Nuevas Poblaciones se habían convertido prácticamente en Sodoma y Gomorra, iba en contra del Papa –argumento que no podía faltar-, de la liturgia católica, de las costumbres, no creía en el sacramento de la penitencia y por si fuera poco, no quería ni entierros ni misas a difuntos.
¿Un correctivo que siente cátedra?: que lo consienta el Rey
La derrota militar de la campaña de Argel en 1775 provocó que el conde de Aranda, desde su embajada/exilio en París pusiera en marcha la maquinaría del partido aragonés, en forma de una tormenta de pasquines que inundaban Madrid. “El plan”, consistía en enarbolar el sentimiento españolista en la figura del conde de Aranda y de paso, desprestigiar y ensuciar la imagen de Grimaldi junto con todos los golillas que estaban llevando al desastre de la Nación, y lo más importante, del rey.
Se masca la tragedia
El ministro italiano comenzó a sentirse presionado ante la intensa actividad que el partido aragonés estaba dirigiendo contra él, por lo que no le quedó otro remedio que finalmente presentar su dimisión como Secretario de Estado, no sin antes solicitar un castigo ejemplar para el causante de la misma:
Tras estos [disturbios] vendrán otros, si no hace algún ejemplar con alguno; no se trata de sangre, pero un destierro, un castillo: militares, pelucas o galones. En proponiéndolo al rey, seguramente su majestad lo aprobará (22).
Y se llevó a cabo la venganza
pero no contra el conde Aranda –prácticamente intocable dada su posición en la jerarquía social, dos veces Grande de España-, sino contra su amigo y protegido, el que menos culpa tenía, don Pablo de Olavide y Jáuregui.
Pablo de Olavide en Madrid
En noviembre de 1775, Olavide recibió la orden de mudarse a Madrid, pues tenía que “tratar negocios de su Real Servicio” en las Nuevas Poblaciones, ahora que el rey conocía toda la información que su confesor «el alpargatilla» le susurraba procedente de Sevilla. Olavide cambió por completo su actitud mientras paseaba por la capital, portando rosario en mano y escapulario en pecho, exhibiéndose como un hombre de fe; ya no solo por su dudosa reputación, sino por la de su protector Aranda. Sin duda la decisión fue la acertada, pero ya era demasiado tarde en la domus regia.
Con la Iglesia hemos topado
En septiembre del año siguiente, el Tribunal publicaba: Que este sujeto sea preso en las cárceles secretas deste Santo Oficio, con secuestro de todos sus libros, bienes y papeles, y se siga su causa hasta definitiva (23). Daba comienzo el proceso inquisitorial al que se enfrentaría don Pablo, pero desde las sombras, pues durante dos años “desaparecería del mundo de los vivos”.
Y se quedó solo
Atrás quedaban los años en su palacio de La Carolina, las noches ilustradas y risas exacerbadas. Ahora tan solo era un prisionero en un lúgubre calabozo, sin luz ni estufa, que con las piernas hinchadas y una obesidad extrema….casi enlocqueció, pero eso sí, nadie movió un dedo por él (24). Todos los ministros sabían de lo que el rey era capaz. Por eso mismo, todos callaron y todos prefirieron que solo hubiera una víctima. ¿El perro el mío?
El silencio Pablo de Olavide
Tras dos años de silencio sepulcral en torno al “caso Olavide”, se encontró la solución contra el reo, algo que no era nada fácil de articular. Por un lado, si era considerado un hereje formal, lógicamente tendría que correr la misma suerte que todos los anteriores, expiando sus pecados en el fuego abrasador de la hoguera; pero si no era un hereje, habría que dar explicaciones por los dos años de prisión secreta, todo ello en un acto público (25).
Pablo de Olavide se convirtitió en «autillo»
Finalmente, la solución fue la celebración de un “autillo” en 1778. Un acto público pero privado a la vez, es decir, un acto público sí, pero solo para el reo, ministros delatores, inquisidores y el rey, donde se expondría teatralmente la sentencia, “todo al gusto de Su Majestad (26)”.
El rey decide
Pablo de Olvide entró en la estancia para la celebración de su autillo como marcaban los cánones del Santo Oficio: vestido con un paño pardo, sin la cruz de Santiago – pues estaba degradado-, no portaba Sambenito ni tampoco el Aspa de San Andrés (27), pero sí la ignominiosa vela verde en la mano.
El secretario comenzó a leer las acusaciones que pesaban contra don Pablo, tardando varias horas en leerlas todas, pues eran más de 170 artículos y 78 testigos los que componían su causa. Pese a la condiciones de su cautiverio, Olavide estaba más que preparado para defenderse de las acusaciones, sobre todo de las de la dupla formada por Friburgo y «el alpargatilla». Leer libros prohibidos y reírse de cuatro frailes podía ser algo altisonante y de mal gusto, pero nada que no se pudiera reparar implorado penitencia y reparando el daño mediante la oración.
la Inquisición ejecuta
Pero lo que no se esperaba don Pablo sería el doble o nada que el rey pondría sobre la mesa en la última mano, es decir, las conclusiones finales. El Tribunal lo acusaba “formalmente de hereje” y “miembro podrido [de la iglesia]”. Al oír el veredicto -don Pablo sabía perfectamente que su final era la llama eterna-, Olavide no aguantó la presión y cayó rendido al suelo, arrodillado y casi desvanecido espetó: “no, eso no (28)”
¿Y ahora que….?
Delante de todos sus ministros amigos (29), el alto clero Inquisidor y Su Majestad, Olavide hizo “la protestación de la fe bañado en lágrimas (30)”, lo que le valió para que se creyera en su “arrepentimiento”. De este modo, el Santo Tribunal rescataría de las tinieblas de la herejía a un descarriado del rebaño, y además, para gusto del rex gloriosus, sin necesidad de martirios o piras expiatorias. Como si los dos años en las cárceles secretas no hubieran sido suficientes.
Pablo de Olavide inhabilitado y desterrado
Pablo de Olavide y Jáuregui quedaba desposeído de todos sus honores. Inhabilitado de por vida y desterrado de Madrid, de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena y Andalucía, Sitios Reales y Lima. Pasaría una temporada en Francia y en 1798 volvería a España, a la ciudad de Baeza –con Tomasita de Arellano-, donde moriría en 1803.
Olavide, señor y dueño de La Carolina, sería el castigo ejemplar y el aviso a navegantes para el resto de la minoría ilustrada. Un escarmiento del rey a la conjuras del partido aragonés y a las luchas intestinas por el control en la corte madrileña. Y lo hizo utilizando a la Inquisición como el arma política para su venganza final.
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