En los dos últimos meses, una de las medidas estrellas del nuevo presidente de los EE.UU., ha tenido un gran eco mediático, obviando otros muros, como la parte concluida el siglo pasado por la administración Clinton o el israelí para separar los territorios palestinos. Sin embargo, a lo largo de la historia hemos tenido múltiples ejemplos de construcciones similares a la que propone el showman presidencial Donald Trump. Tenemos el caso de la Gran Muralla china, o la famosa línea Maginot (1). Podemos hablar también del Muro de Berlín y del famoso Telón de Acero (2). Muros y torres «atalayas» que los han vigilado… Como vemos, nada nuevo bajo el sol.
No obstante, en la Edad Moderna, tenemos un caso hasta cierto punto cercano, que ha pasado al lenguaje coloquial español con el refrán de «no hay moros en la costa». Nos referimos a la pretensión de Felipe II de crear un sistema de torres atalayas de alerta temprana para evitar los ataques de los corsarios berberiscos y turcos sobre las costas del Levante hispano y las posesiones italianas de la Monarquía Hispánica, en especial durante el reinado de Felipe II (3). Se trató, fundamentalmente, de una línea de torres atalayas.
Las torres atalayas del antiguo reino de Granada
Con todo esto, en la actualidad quien viaje por la N-340 entre las provincias de Almería y Málaga, podrá deleitarse además de con un espectacular paisaje, al borde del Mediterráneo en ocasiones, con la visión de distintos tipos de atalayas.
De una parte tenemos atalayas que están muchos metros adentro de la línea de costa, por la colmatación de sedimentos que hicieron avanzar la línea de costa (4). Por otro lado, otras se han convertido en viviendas. Además, algunas son de origen musulmán reutilizadas tras la conquista de Granada, y otras cristianas tras pasar estas tierras a la Corona de Castilla.
Hay atalayas troncocónicas que solo servían para alojar a un observador que encendiese un fuego o corriese a la más cercana para dar el aviso -como en la espectacular secuencia de las almenaras que aparece en El Retorno del Rey-. De otro lado están las que eran denominadas como de planta del pezuña, donde se podían alojar tropas y defender su sector de un ataque enemigo (5).
Como vemos, la diversidad de las atalayas daría para un texto mucho más extenso que este (6). En cualquiera de los casos, el objetivo de todas estas estructuras, era mantener informada tanto a la población de la costa, como a las milicias y fuerzas que defendían las mismas. En el primer caso, para que la población pudiera escapar tierra adentro; así se evitaba ser hechos prisioneros y vendidos en puertos como Argel o Túnez. En el segundo, para organizar la defensa de la playa o la zona donde desembarcasen estas fuerzas, repeler la agresión o evitar que huyeran con el botín del ataque (7).
Los moriscos, ¿infiltrados al servicio de los turcos?
Al igual que en el turbulento presente, donde se culpa de muchos problemas al emigrante y se habla del peligro de células durmientes terroristas o de lobos solitarios, en los siglos XVI y XVII había un importante brote de paranoia en las zonas cercanas a la costa y en las que había presencia morisca (8).
Es evidente que en nuestro caso, esta población era la antigua mudéjar, es decir, musulmana que por pactos y acuerdos vivía en territorio cristiano. Sin embargo, fueron bautizados de forma forzosa, pasando a ser conocidos como moriscos, sin respetarse las capitulaciones y acuerdos que habían llevado a su rendición.
Por esta razón, existía entre la población cristiana, la sensación de que todos estos moriscos eran en realidad poco menos que agentes y células durmientes de los turcos y berberiscos, que ayudaban a sus correligionarios, al ser falsos conversos, a la hora de asaltar los pueblos costeros. Sin embargo, en cierta medida, esta sensación tenía un toque de realidad, ya que había partidas de monfíes o bandidos que actuaban con saña contra la población cristiana al negarse a perder sus costumbres, lengua y religión. Por eso, una de las consecuencias de esta mala o nula adaptación fue el estallido de la Guerra de las Alpujarras y su final con la expulsión de los moriscos (9). Una de las justificaciones fue lo que hoy día llamaríamos el ser “agentes durmientes” a la espera de recibir apoyo de Estambul (10).
La realidad morisca…
Con independencia de que la acción de los monfíes no fuese mayoritaria y que, como se vio en el conflicto Alpujarreño, la aportación corsaria y turca fue más simbólica que real. En realidad, este miedo al «otro», al cristiano nuevo, fue un elemento constante a lo largo de los siglos XVI y XVII (11).
Aunque es cierto que fue en Almería, conocida como la «Costa de los Piratas», donde más peso tuvieron estos ataques por la falta de esta estructura de alerta temprana, la intensidad de los mismos disminuyó por varios factores (12).
Primero por la batalla de Lepanto, que supuso un freno para la expansión turca por el Mediterráneo. Eso es cierto. Aunque también que al igual que para el caso de la conocida como «Armada invencible” y la armada de la Monarquía Hispánica, los turcos se repusieron rápidamente de la derrota (13). Segundo, un factor que no se suele tener en cuenta, que tanto Felipe II como el sultán otomano tuvieron un segundo frente que les obligó a derivar grandes cantidades de recursos. De una parte en el caso hispano, Flandes. De otra parte, en el caso turco, su enfrentamiento con los persas.
Nuevo siglo. Nuevos enemigos
Otro factor a tener en cuenta, fue la aparición en el siglo XVII de nuevas potencias que ocuparon el papel de los turcos en el Mediterráneo occidental, como fue el caso de ingleses y franceses. Además, en el primer caso, con amenazas directas sobre el puerto de Cádiz y la sombra del ataque constante sobre Málaga (14). Por otro lado, en el segundo caso, con el ataque de Tourville y la colaboración del Cabildo malagueño para evitar males mayores (15).
La aparición de estos nuevos protagonistas hizo se tuvieran que replantear las medidas de carácter defensivo. En el caso de los turcos y berberiscos solían ser casi «acciones de comando» que terminaban al amanecer de la jornada, tras saquear los pueblos al pie del mar y llevarse como cautivos a la población. Sin embargo, los nuevos enemigos suponían una amenaza directa para los puertos hispanos. Se trataban de auténticas flotas de guerra, con capacidad para asaltar una ciudad e intentar mantenerla, como se vera durante la Guerra de Sucesión. El sistema de atalayas podría servir para avisar del riesgo de asalto naval. Pero eran necesarias mayores infraestructuras, en un momento de grave crisis en todos los sentidos.
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