“Hey, hola, ¿qué tal? Os estaba esperando para contaros qué se me vino a la cabeza el otro día. Era de cuando yo era joven ¿sabéis? Esa época donde uno no tiene arrugas y todo es perfecto. No tiene desperdicio, os lo prometo. Seguidme, por favor. Pongámonos cómodos. Por cierto, ¿recordáis quién soy? Me llamo Lope, ¿sabéis? ¿Lope de Vega, Siglo de oro español, teatro, Fuenteovejuna? Sí, ¿no? Venga, vamos allá. Mmm… decir he que estoy muy descontento con esta foto. No me hace justicia.
Al principio eran amigos
Era un día soleado e iba por la calle de Lavapiés, en Madrid, a visitar a mi adorada, bella, maravillosa, encantadora y preciosa Elena, y me acuerdo de verlo entrar allí. Al principio, apenas, lo conocía, ¿sabéis?, pero hubo una época en que llegamos a ser buenos amigos y lo admiré, y, bueno, para ser sinceros, al final, lo odié(1). Fue una relación de amor-odio-admiración. Fue más o menos como la relación que Chuck Norris y Bruce Lee tuvieron. Estoy seguro de que los conocéis más a ellos que a mí y a mi amiguete.
Nosotros éramos vecinos del mismo barrio, íbamos a las mismas tertulias e incluso nos tomábamos birras juntos. La persona de la que estoy hablando se llama Miguel de Cervantes, ¿os acordáis del tío que no tuvo nada mejor que hacer que escribir un libro con dos partes sobre un loco que no quería acordarse del lugar de la Mancha donde vivía? (2) Mira que me llevó tiempo leerlo. Pues fue ese tiparraco, pero más joven.
Cervantes: demasiado culto para gustos vulgares
Por aquel entonces, el teatro estaba en boga. Todo el mundo adoraba ir al teatro. Era la mayor atracción de la época áurea española, incluida para las clases más bajas. A la gente le gustaba reírse en los corrales de comedias y las mujeres se hacían películas como las que pasaban en las tablas. “Eh, ese es mi hombre! ¡Ay, lo que haría yo con él!” se podría haber oído en la cazuela. Pues, a lo que vamos: resulta que el comprador de comedias, Jerónimo Velázquez, el que debió haber sido mi suegro, recibía a Miguelito y éste no quería nada más y nada menos que que le comprase una de sus obras teatrales. Que sí, muy buenas, de mucha calidad, perfectas, pero un tostón que no hay ni Dios que se lo trague (3).
Al tío le gustaba escribir cosas para cultos, para los inteligentes, pero ¿qué pasaba con el vulgo (4)? Ningún comprador de comedias un poco listo, como Jerónimo, le compraría sus comedias porque ¡sería la ruina! Eso ya estaba pasado de moda. Ahora se llevaba la comedia nueva, lo que solía escribir yo, las comedias que hacen reír a la gente. Pero, a ver, también tenía en cuenta a los «listillos», así que siempre introducía algo en las obras como un guiño para ellos. Yo era un poco más general: pensaba un poco en todos y escribía para todos. Era algo fácil, la verdad. Se me daba bien. El público estaba conmigo y con mis seguidores. ¿Quién iba a querer ir a una obra cervantina? Pues, nadie. Para eso estaban las mías, ¿no?
Cervantes el envidioso
Supongo que todo ese éxito le molestó a Miguelín, que era un poco más clasicista y el tono de sus comedias era elevado. Así pues, el rechazo que debió haber sufrido porque nadie quería sus comedias debió haber sido enorme. El problema era que, bueno, yo creo que a él le gustaba mucho el teatro, le gustaba escribir y tenía la ambición de ser un escritor total: es decir, ser recordado por haber cultivado, con éxito, los géneros del teatro, la novela y la poesía. Y, bueno, se fue al teatro, que era el género popular en la época. Fácil de entender, ¿no? La mayoría de la gente no sabía leer. Por lo tanto, iban al teatro donde se usaba la oralidad.
Supongo que, porque yo tuve éxito como escritor de comedias, a él le molestó y me empezó a odiar un «poquitito». Quizá por el año 1602 ya no pudo aguantarme más y en vez de lanzarme halagos (5) y que yo le alabase su calidad literaria, me empezó a criticar y yo no me quedé atrás. Y entonces, ¡bam! , empezaron las bullas literarias.
Se empieza con cuatro pullas y se acaba a palos
Imagina que estas en Facebook y ves un poema que habla de ti y está escrito por esa persona, la que te odia. Pues tú no te quedas atrás y escribes otro para contestarle y decirle “¡eh, colega, que lo he recibido! Éste lo he hecho pa’ ti, con cariño (risa falsa)”. Y así, poema tras poema. Pero es que, a ver, se había ido al cautiverio de Argel (6) y cuando volvió, el teatro había cambiado. Quien fue a Sevilla, perdió su silla, ¿no es así el dicho? Algunas de sus comedias sí fueron representadas antes de 1600 pero bah, ni Dios le iba. Y bueno, yo conseguí publicar La Arcadia (7), una novela de pas
tores que se iban al campo a llorar sus penas de amores, y tuve éxito. ¡Cómo no!
Lope ataca, Lope se defiende
Poco a poco, Cervantes se debió haber sentido más y más frustrado, porque yo me adelantaba con los diferentes géneros. Lo iba dejando sin nada. Pero es que, jolín, se metía mucho conmigo. Si hasta en su libraco, el quijotuelo, ¡se burló de mi Arcadia! ¿Sabéis lo que hizo? Él se mostró superior a mí en el ámbito de la narración así que dedicó el episodio de la penitencia de don quijotín en Sierra Morena a burlarse del prota de mi Arcadia, de Anfriso, que era el que me representaba. ¡El comportamiento disparatado de don Quijano fue abominable! (8)
Pues a mí eso me enfureció y en la publicación de El Peregrino en su patria (9) lo provoqué: en la portada había un grabado con el escudo de 19 torres de Bernardo del Carpio, con una estatuilla de la Envidia, y una leyenda en latín que decía “Quieras o no, Envidia, Lope es o único o muy raro”. Ale, ale. Pero antes de hacer esto, yo le escribí una carta a un amigo mío. Ya no podía más. Mi odio había estallado contra Cervantín. Y a mi amigo le dije que “de poetas, muchos están en ciernes para el año que viene; pero ninguno hay tan malo como Cervantes ni tan necio que alabe a Don Quijote”.
En el fondo se querían
El tío estaba en contra de todas mis publicaciones no dramáticas. Atacaba todo cuanto veía. Y yo no me quedaba atrás. Me acuerdo un día que estábamos todos juntos en una reunión literaria y le tuve que pedir a Miguelito sus gafas para poder leer un texto. Dios mío, ¡eran horribles! Más tarde le escribí una carta a mi amigo relatándole qué me había pasado y le conté que tuve que usar esas gafas que parecían “huevos estrellados”.
Si me llamaban Fénix de los ingenios sería por algo, ¿no? Yo era bueno. Él me había apodado Monstruo de la naturaleza. Yo era algo no muy normal. Pero, entre nosotros, Cervi también era bueno. Lo que pasa es que nació en la época equivocada para triunfar tal y cómo quería. Y bueno, éramos diferentes caracteres. Chocamos mucho. Una pena. Nos lo pasamos bien y vivimos, yo mucho mejor que él. Ya sabéis a qué me refiero. Y él, pues, murió solo y manco, pues el brazo izquierdo lo había perdido en la batalla de Lepanto. La vida es injusta pero siglos más tarde, Cervantes fue recordado, ¿no? Así que ambos hemos ganado algo.