A veces, un acontecimiento aparentemente intrascendente puede marcar el curso de la Historia. Eso fue lo que sucedió cuando una escaramuza entre un puñado de pastores astures liderados por un caudillo godo derrotaron a un ejército expedicionario musulmán (1). Este hecho fue conocido como la batalla de Covadonga. Así comenzó el inicio de un largo proceso de ocho siglos que se ha conocido durante mucho tiempo como la Reconquista. Este deseo de conquistar el territorio musulmán se llamó entonces la Restauratio Hispaniæ, la restauración de España, casi ná (2). Así, se creaba una justificación, ya que no es lo mismo conquistar que recuperar lo que es tuyo.
Llegan los bárbaros
Antes de nada, pongámonos en contexto. En la vieja provincia romana de Hispania y parte de la Galia se había establecido varios siglos atrás el Reino visigodo de Toledo. Los godos eran un pueblo de origen germánico que se había asentado en el sur de la Galia. Desde allí entraron en Hispania como aliados del Imperio romano para tratar de restaurar el dominio romano sobre la Península ibérica. Esta había sido invadida por los suevos, vándalos y alanos. Tras la caída del Imperio romano occidental (3), los godos se convirtieron en los amos de Hispania. Poco después, tras ser derrotados por los francos en Vouillé (4) abandonaron la mayor parte de sus dominios en la Galia y establecieron su capital primero en Barcelona y después en Toledo. (5)
Una patria, diversas gentes: el Reino visigodo
A pesar de que los que mandaban eran los godos, la Hispania de la época era un mosaico de gentes, cada una de su padre y de su madre. Además de los bárbaros tenemos a la población local civilizada, los hispanorromanos. También tenemos a los pueblos norteños que siempre habían estado a su bola en las montañas. Ni los romanos, ni los godos habían logrado someterlos del todo. Estos pueblos indómitos eran los galaicos, astures, cántabros y los vascones. (6)
A este cóctel hay que añadir la religión. Los hispanorromanos eran sobre todo católicos mientras que los germanos eran arrianos. También había alguna que otra herejía por estas tierras, como el priscilianismo. Por no contar que a estas alturas del Medievo la mayoría de la población rural era más pagana que otra cosa. Además, los bizantinos estaban intentando reconquistar el Imperio occidental. Ya nos podemos imaginar por qué la historia del Reino visigodo (como la de toda la Europa de la época) estuvo llena de guerras civiles, traiciones, asesinatos y ese tipo de cosas.
Hubo dos reyes que calmaron un poco las cosas. Uno de ellos fue Leovigildo, que unificó políticamente el Reino visigodo. El otro su hijo Recaredo, que se convirtió al catolicismo romano (7) y persiguió duramente a paganos y herejes varios. Vamos, que Recaredo se empeñó en ser más romano que los romanos y había una minoría religiosa a la que los romanos le habían tenido especial tirria siempre, los judíos.
El ocaso de una estirpe
En esas estaban los godos, peleando católicos contra arrianos, unos nobles contra otros y de vez en cuando pelándose con los francos o los bizantinos. Entonces llegó al norte de África un imperio joven en plena expansión, el Califato omeya. Evidentemente los musulmanes vieron al Reino visigodo enfrentada como un caramelo. Como era de esperar, tarde o temprano hubo una lucha por el poder entre los godos y una de las facciones pidió ayuda a los mauros (8). Así fue como los partidarios de los hijos de Witiza (9) traicionaron el rey Rodrigo en la batalla de Guadalete (10).
Lo que había empezado siendo una alianza acabó siendo una conquista. Una vez en tierra hispana los moros decidieron que sí, que lo de entronizar a los hijos de Witiza estaba muy bien pero que ya si eso otro día. La mayoría de los nobles godos firmaron pactos con ellos. Además tenían el apoyo de los judíos que vieron el cielo abierto con el nuevo conquistador. Así es que en un par de años se apoderaron de Hispania sin apenas oposición. La población hispanogoda tuvo tres opciones: quedarse en el territorio musulmán como cristianos y pagar un impuesto especial (los llamados mozárabes), convertirse al islam (los llamados muladíes) o emigrar al norte. Algunos emigraron a lo que quedaba del Reino godo en la Galia (11) y nuestros protagonistas lo hicieron a las montañas cántabras. (12)
Al-Ándalus
El territorio musulmán se convirtió en una provincia del Imperio omeya, al-Ándalus. Con el tiempo se convertiría en un emirato independiente. Pero al igual que los godos habían estado peleándose entre sí antes de la conquista, los conquistadores tampoco tardaron mucho en liarse a palos. Árabes y bereberes pelearon por las mejores tierras. Si la mayoría de los nobles godos firma un pacto contigo tienes la ventaja de que conquistas el país en poco tiempo; la parte mala es que tienes pocas tierras para repartirte. Estas guerras implicaban un gasto militar y eso a su vez implicaba subir los impuestos ¿a quién? Pues efectivamente, a los cristianos que acabas de conquistar. Si al principio estos aceptaron la conquista más o menos bien, ya estaban empezando a mosquearse. (13)
Nace el Reino de Asturias
En el norte, como hemos visto antes, los pueblos que allí habitaban eran poco dados a dejarse conquistar. Los astures eligieron como su líder a don Pelayo (14), un noble godo que había sido el conde de los gardingos, la guardia personal de los reyes godos. Pelayo había casado a su hija con el hijo del duque Pedro de Cantabria, forjando una alianza entre cántabros y astures. Los pueblos célticos de las montañas, con los godos allí refugiados, decidieron echarse al monte. Montaron una rebelión contra el gobernador musulmán de Gijón, Munuza, quien en teoría gobernaba aquellas tierras. (15)
Evidentemente que un puñado de pastores de las montañas se sublevara contra el imperio más poderoso de su época era algo suicida. No obstante a veces la fortuna favorece a los audaces y este fue uno de esos casos. Munuza pidió ayuda al gobernador de al-Ándalus, que le envió un ejército desde Córdoba bajo el mando de al-Qama. Una fuerza de varios miles de hombres contra un centenar de rebeldes mal armados. Pero los rebeldes luchaban por sus granjas, sus vacas y sus familias. Eso, a la hora de repartir manteca, motiva bastante. Así es que, con más corazón que cabeza, ese puñado de rebeldes resistió al ejército musulmán en una cueva que hoy se conoce como Covadonga. Cuando la batalla estaba casi perdida hubo un corrimiento de tierra. Eso al menos cuentan las crónicas. Los musulmanes salieron de allí como buenamente pudieron, esquivando peñascos colina abajo. (16)
Empieza la resistencia
En circunstancias normales, aquella escaramuza habría tenido una respuesta contundente por parte de los musulmanes. Pero por aquel entonces estaban más interesados en conquistar Francia y después en pelearse entre ellos. Un cronista musulmán diría que los gobernantes de al-Ándalus consideraron a estos rebeldes como treinta asnos salvajes que no podían hacerles ningún daño. Los siguientes siglos demostrarían que esos asnos salvajes podían hacer daño, y mucho. De aquel núcleo primitivo surgiría el Reino de León. Más tarde, de este se desgajaría el de Galicia y el condado de Castilla. Del Reino de Galicia nacería Portugal y Castilla pasó de condado a reino. Aprovechando las rencillas internas de los musulmanes, estos rebeldes norteños les acabaron comiendo la tostada. (17)
No te pierdas más artículos interesantes de historia en Khronos Historia