La Revolución Francesa de 1789 fue un conflicto social y político que supuso el mayor cambio político de la historia de Europa y marcó el inicio del periodo contemporáneo. El proceso revolucionario tiene sus orígenes en la reunión de los Estados Generales en Francia después de más de un siglo sin haber sido llamados. Ahora bien, lo que poca gente conoce es que éstos no se convocaron por la presión de las clases populares, sino por la de la nobleza. Intentaré explicar por qué la nobleza impulsó el llamamiento a unos Estados Generales que desencadenarían la Revolución Francesa.
Para comprender como se llegó a la situación de convocatoria de Estados Generales(1) hace falta tener una perspectiva de la situación del reino de Francia a lo largo de la década de 1780. Primero, la situación financiera del país se encontraba en un punto crítico. El endeudamiento contribuido por Francia para sufragar la ayuda que dio a las colonias americanas inglesas en su guerra de independencia llevó a las arcas del país a una situación catastrófica. Por otro lado, el sistema fiscal estaba organizado de tal manera que tanto la nobleza como el clero no pagaran ningún impuesto y toda la contribución recayera en el resto de la población. A este hecho se le sumó un período de malas cosechas que dificultaba la supervivencia de la población campesina y conllevó el descenso de las contribuciones. Estos factores, según el ministro de finanzas Jacques Necker, llevarían a la bancarrota de Francia y a la pérdida de su superioridad continental. La única solución a esta situación era hacer pagar impuestos a aquellos que hasta al momento estaban exentos de pagarlos.
Así pues, el rey Luis XVI, a instancias de Necker, intentó negociar con una “Asamblea de Notables”(2) entre 1787 y 1789 que la nobleza y el clero tuvieran un pequeño impuesto en sus tierras para mejorar la recaudación. Los nobles rechazaron de plano cualquier tipo de negociación sobre pagar impuestos y plantearon que esta aplicación de impuestos sólo podía ser aprobada por los Estados Generales. Para resolver este punto muerto, el rey no tuvo más opción que convocarlos para la primavera de 1789. Con los Estados Generales, la nobleza pretendía imponer su criterio al rey puesto que la votación se hacía con un voto para cada estamento: 1 de nobles, 1 de eclesiásticos y 1 del Tercer Estado (3). Con el inestimable apoyo del sector eclesiástico, los nobles pretendían poner fin a los planteamientos impositivos del rey y recuperar su antiguo poder feudal que había quedado eclipsado por el poder absolutista de los reyes franceses desde Luis XIV. Ante la ofensiva nobiliaria que planteaba arrebatarle sus poderes, Luis XVI buscó el apoyo del estamento contrario al crecimiento de los poderes nobiliarios: el Tercer Estado.
La convocatoria de los Estados Generales fue vista por las clases populares como una oportunidad para conseguir llevar a cabo una reforma profunda del país y conseguir, por fin, que el gobierno fuera sensible a las preocupaciones de la mayoría de la población. Por otro lado, ahora contaban con el apoyo del rey, punto clave para poder conseguir protagonismo e influencia en el gobierno de Francia. Los representantes del Tercer Estado y el rey llegaron a un acuerdo para que el estamento popular tuviera el doble de representantes que los de la nobleza y el clero, y que la votación se llevara a cabo mediante un sistema de voto por cabeza. Así, la nobleza perdía la hegemonía en los Estados Generales, se podrían aprobar leyes a pesar de los votos en contra de los otros dos estamentos y se conseguía que los grupos minoritarios progresistas dentro de la nobleza y el clero pudieran apoyar algunos planteamientos del Tercer Estado.
Ahora bien, cuando el rey vio las transformaciones radicales que planteaban los diputados de las clases populares, que podían ser convertidas en leyes por su hegemonía en los Estados Generales, decidió abandonar su conflicto con la nobleza y evitar la posible revolución que se gestaba. Este cambio de postura no evitó el conflicto puesto que el estamento popular decidió aprobar una moción en junio de 1789 por la cual si los otros dos estados no querían reunirse con él, podía actuar en solitario. Los sectores populares, hasta entonces marginados de las decisiones políticas, no querían renunciar a sus aspiraciones: la Revolución Francesa había comenzado.