En 1852, en el juzgado de Allariz, se abrió causa criminal contra Manuel Blanco Romasanta, llamado el “hombre lobo” y el “sacamantecas” (1), por nueve asesinatos perpetrados entre 1846 y 1851.
Si en el artículo anterior hablé de una vampiresa real digna de Bram Stoker, en este, irremediablemente, no podía dejarme atrás a los hombres lobo y así tener la película completa. Aunque este ni es guapo, ni es alto, ni está fuerte. De hecho, podemos decir que estaba un poco enclenque. Y como sabemos que la realidad siempre supera a la ficción… nuestro hombre lobo es tan existente como la vida misma y español hasta la médula. Vaya, un «españolito de a pie».
El caso de este asesino múltiple estuvo sembrado de incógnitas desde el principio (2), pues dio lugar a un proceso judicial sin parangón en la España de esos tiempos -ya que fue el primer caso de un juicio por licantropía instruido en el país-. Obtuvo tal repercusión en todos los niveles de la sociedad de la época, que hasta la mismísima Isabel II acabó indultando la pena de muerte que se le impuso al condenado.
Romasanta, el hombre lobo español, nació en 1809 en O Regueiro, aldea de Santa Olaia de Esgos -Ourense, Galicia-(3). Buhonero de profesión (vendedor ambulante), se casó con veintiún años, en 1831. Y quedó viudo tres años después; hecho que dará comienzo a la historia del “hombre lobo español”.
Muy contrario a lo que se pueda pensar en un primer momento sobre la personalidad de Romasanta, lo cierto es que éste siempre ha sido descrito como una persona amable y religiosa(4), dispuesto a ayudar a sus vecinos; de hecho, podemos decir que es el típico asesino de apariencia normal e integrado en el barrio del que luego, cuando aparece la noticia de sus asesinatos en la televisión, los vecinos comentan aquello de que: «imposible, en la vida lo hubiese imaginado, ¡pero si es un hombre normal!». Ya se sabe, las apariencias engañan. Pero estas características son fundamentales para este tipo de asesinos. A Romasanta le valieron para pulular libremente y sin levantar sospechas durante bastante tiempo, ganándose con su simpatía la confianza necesaria para conseguir una fuente continua de víctimas.
Entre 1846 y 1851 desaparecieron nueve personas, todas mujeres, y sus hijos. Aunque, a Romasanta, previamente a estas desapariciones -y digo bien desapariciones pues nunca se hallaron los cadáveres-, se le atribuyen también otros asesinatos: el de un criado de un prior de su pueblo natal, el de un vendedor ambulante con el que viajó a Portugal -poco después de enviudar (5)- y el de un alguacil de León cuando se dedicaba a recorrer pueblos con su tienda ambulante. Lo cierto es que, los matase o no, y sin pruebas, a Manuel Blanco lo condenaron a 10 años de prisión por el suceso en tierras leonesas. Por este hecho decide huir a Rebordechau (6), lugar en el que comienza su peregrinaje.
El modus operandi de Manuel Blanco fue el de la embaucación. Un fino y meditado engaño. Manuel escogía a sus “presas” y después las engañaba con la promesa de un futuro mejor sirviendo en casas de familias adineradas de Ourense, que él conocía por su profesión. No le fueron difíciles los engaños gracias a su don de gentes entre los parroquianos.
Las mujeres, alentadas por la idea de mejorar su suerte, no dudaban en ponerse en manos del buen vecino Romasanta, que las iba a ayudar desinteresadamente a ir en busca de una nueva vida. En este plan, no faltaron cartas falsificadas que realizaba el propio Romasanta, que llegaban a los familiares de las víctimas para dar las buenas nuevas de los utópicos trabajos y, por qué no, incitar a embarcarse en el mismo viaje a nuevas víctimas ilusas. Éste lobo procuraba no quedarse con hambre.
Sin embargo, llegó el error, quizás por descuido, quizás por intentar aprovechar para matar dos pájaros de un tiro… y es que se le vio vender prendas y objetos personales de las vecinas emprendedoras. Su «hambre» no estaba reñida con seguir ganándose la vida.
Esto, unido a que ya en las aldeas cercanas empezaron a despertarse rumores, pues nadie nunca volvió a saber nada de las mujeres que fueron a buscar mejor suerte, y a que las noticias que llegaban siempre eran por boca de Romasanta (7), no hizo nada más que intensificar las sospechas, haciendo que el sacamantecas –uno de los rumores que se despertó entre la gente era que Manuel Blanco mataba a sus víctimas, las despellejaba y vendía su grasa corporal, de ahí el apodo de sacamantecas-, tuviera que volver a huir.
Poco le duró la huida, pues después de esfumarse de Rebordechau y esconderse en Castilla, lo reconocieron y lo detuvieron. En un primer momento lo negó todo cuando lo interrogaron, pero cuando lo trasladaron a tierras gallegas, confesó ser el autor de las muertes, promovido por la “maldición del hombre lobo”:
“Me encontré con dos lobos grandes con aspecto feroz. De pronto, me caí al suelo, comencé a sentir convulsiones, me revolqué tres veces sin control y a los pocos segundos yo mismo era un lobo. Estuve cinco días merodeando con los otros dos, hasta que volví a recuperar mi cuerpo. El que ve usted ahora, señor juez [….]. Sufrí una maldición. Junto a Antonio y don Genaro, atacamos y nos comimos a varias personas porque teníamos hambre” (8)(Confesión de Manuel Blanco en el Juzgado de Verín. Versión que mantuvo siempre desde ese momento hasta el final de sus días) (9).
Tras esta confesión, Romasanta fue trasladado al Juzgado de Allariz, donde el juez encargaría un informe sobre el estado mental del reo. Este informe fue la pieza fundamental y más polémica del juicio pues:
“Manuel Blanco calcula medios, mide y combina tiempos, modos y circunstancias. No mata sin motivo, ni acomete sin oportunidad. […] no es loco ni imbécil, es un ser perverso, frío y sereno, un consumado criminal, que actúa con libertad y conocimiento. Su confesión explícita fue efecto de la sorpresa, creyendo que lo habían descubierto [….](10)”
Por lo tanto, y según este informe, Romasanta no estaba loco, ni padecía enfermedad mental alguna que le alterase la realidad. Pero sí tenía un trastorno de la personalidad tal, que lo proyectó en beneficio propio y para su satisfacción personal. Era lo que actualmente conocemos como un psicópata. Fue condenado a garrote vil en 1853.
Lo cierto es que el caso revistió tal magnitud que entraron en escena múltiples personajes pintorescos, como el profesor Mr. Philips(11), que dotaron a Romasanta de un halo misterioso de licantropía real… Creyendo que era un hombre lobo de verdad, patología que hacía que no supiese dar cuenta de sus actos. Estos datos no sirvieron nada más que para aumentar la leyenda del sacamantecas, aunque sí sirvieron para que la reina Isabel II le conmutase la pena de muerte por la de cadena perpetua. Muy loco no podría estar cuando cuando fue consciente de que hacerse pasar por tal, podría hacer que le conmutaran la pena.
Hoy por hoy sigue siendo un caso de la historia del crimen que se sigue estudiando y analizando en profundidad, a pesar de que aparecen nuevas pistas e indagaciones sobre la personalidad de Romasanta que quieren justificar sus hechos. Lo último que se ha llegado a estudiar, desde el Instituto de Medicina Legal de Galicia (12), es que Manuel Blanco nació mujer y fue apuntada como «Manuela» en su partida de nacimiento, creyéndose por lo tanto que éste padecía un trastorno genético de intersexualidad -vamos que no se sabe si es un hombre o una mujer-, lo que daría algunas razones de su supuesto trastorno de personalidad.
Lo seguro es que, aquel vecino amable y simpático, poseía un hambre voraz que no pudo controlar.
[…] bestia? Pedro tenía hipertricosis congénita (6) (o síndrome de hombre lobo, que se queda mejor) si te interesan los hombres lobo . Las investigaciones apuntan a que pudo ser capturado en Tenerife y vendido posteriormente. […]