Este 2020 se celebran 200 años de un hecho que, en muchas ocasiones, se menosprecia en la historia española: el pronunciamiento de Riego de 1820, que dio pie al llamado Trienio Liberal. Esta revolución puso fin al absolutismo y supuso la aplicación de la Constitución de 1812 en España. La monarquía constitucional no duraría ni tres años, pero pondría la primera piedra del futuro desarrollo del estado liberal español. También seria uno de los primeros episodios de una eterna guerra civil entre la modernidad y la tradición, que ocuparía gran parte de los siglos XIX y XX de la historia hispánica. En este artículo, veremos qué fue esta revolución de 1820 en España.
La Guerra de Independencia ¡Contigo empezó todo!
La invasión napoleónica de España (1), y la consecuente guerra de guerrillas entre españoles y franceses, puso patas arriba al Antiguo Régimen. La nobleza y la alta administración no movieron un dedo para defender la nación y prefirieron asumir un rey extranjero (2), que ponerse de parte del pueblo. Así pues, fue el pueblo el que echó mano de los fusiles. A falta de un ejército que mereciera ese nombre, campesinos, clérigos e incluso algún que otro burgués, se echaron al monte para parar los pies a los franceses. Por primera vez, tomaba forma una conciencia nacional, que no tenía nada que ver con ser un niño de papá (3).
Entonces, ¿quién mandaba en España? Por el lado francés, Pepe Botella (4) intentaba imponer a sus colaboradores. En el bando español, cada territorio se manejaba como podía, creando juntas independientes (5), que se encargaban de repartir armas y defender a la población de los invasores. El sinfín de juntas provinciales consiguió ponerse de acuerdo en convocar unas Cortes, que asumieran el gobierno conjunto del país. Con ese objetivo, se abrieron las Cortes de Cádiz en 1810. Nacía así el primer parlamento en España desvinculado del monarca y con una mayoría de diputados de pensamiento liberal (6).
¡Viva la Pepa! Todo el poder para las Cortes
Estas Cortes establecieron que los diputados representaban a la nación (o lo que quedaba de ella), la separación de poderes y que Fernando VII (que pasó a ser conocido como «el Deseado») se convertiría en el rey legítimo. La obra legislativa de Cádiz intentó llevar adelante una renovación nacional, o sea, que se pusieron a hacer una limpieza a fondo del país. Así, se petaron la Inquisición, los gremios se iban a hacer gárgaras y las Cortes tomaban las riendas de los presupuestos, la política exterior y militar y la enseñanza. También se creó la Milicia Nacional, un cuerpo militar encargado de sostener las leyes (7).
En marzo de 1812, se promulgó la Constitución que ponía por escrito todas las ideas planteadas en las Cortes. La Constitución decía que la nación española no era patrimonio de ninguna familia, la soberanía residía en la Nación y que había que proteger las libertades y derechos de sus individuos (8). Está claro que las Cortes de Cádiz hicieron mucho ruido, pero ¿qué consiguieron materialmente?
El regreso de Fernando VII, «el Deseado»
Cuando en 1814 Fernando VII recuperó el trono y regresó a España, le debió de dar un ataque de risa cuando leyó la Constitución. Al poco de cruzar la frontera firmó un decreto que acababa con el rollo liberal y mandaba a tomar por saco las Cortes. Como la mayoría del pueblo no entendía muy bien esas cosas reformadoras que atacaban a la tradición, Fernando VII no tuvo oposición. Prueba de ello fue que cuando su carroza entró en Madrid, la gente desenganchó los caballos y fueron sustituidos por personas (9).
La experiencia de Cádiz fue todo lo preciosa que queramos, pero no se trató más que de un ejercicio teórico por parte de un puñado de pensadores y políticos. Una vez la tormenta francesa desapareció, a nadie le importaban los papeles constitucionales. Fernando se aseguró que todo siguiera como debía: expulsó a todos los afrancesados y cazó y ejecutó a un gran número de militares, guerrilleros y políticos de confesión liberal (10).
¿Y qué izo el nuevo gobierno absolutista del Deseado? Digamos que la situación no andaba nada bien. La guerra había dejado las arcas tocadas y los caudales que provenían de América mermaron brutalmente (11). Así que los gobiernos lo tenían jodido y la inestabilidad de estos primeros seis años de reinado hizo desfilar a treinta ministros distintos. Además, la impotencia y la incapacidad abundaban en la camarilla que rodeaba a un monarca que se dedicaba a ir de juerga con sus amigotes. El crédito del absolutismo se fue agotando y el rey no ayudaba mucho a gobernar, ya que alentaba conspiraciones y destituía a ministros sin motivos aparentes (12).
Los liberales mandan al carajo al absolutismo: el germen del Trienio Liberal
¿Qué hacían los liberales mientras tanto? Sin posibilidades de llegar al poder por vías legales, se dedicaron a montar pronunciamientos para intentar tomar el poder por la fuerza. Ninguno lo consiguió. En septiembre de 1814 dio el pistoletazo de salida el pronunciamiento de Espoz y Mina (13). Le siguió el de Porlier (14) en 1815. En 1817, un general fue ejecutado por alentar desórdenes en Mallorca y puso la guinda al pastel una insurrección fallida en Valencia (15). Otra cosa no, pero insistentes eran los liberales. Y quién la sigue la consigue.
En enero de 1820, la tropa que tenía que embarcar para restablecer el orden en las colonias se sublevó en Cabezas de San Juan al mando del general Riego (16). Al principio, nadie le hizo caso y casi se come una mierda. Pero cuando todo parecía perdido, su insurrección provocó réplicas por todo el país. Fernando VII, creyéndose perdido, transigió con los principios liberales y juró la Constitución que había abolido años atrás (17). Se demostraba la desvergüenza y el pragmatismo del monarca (adelantado a los políticos de nuestro tiempo): cualquier infamia con tal de mantenerse en la poltrona. Y así, dio comienzo el Trienio Liberal.
Un amor liberal de verano
Por fin se produjo el milagro: ¡el liberalismo al poder! La revolución de 1820 se instaló en el poder sin violencia y amnistiando con buena fe a los absolutistas rendidos. Ahora sí, se empezaron a llevar a la práctica las medidas de Cádiz: desamortización eclesiástica, disolución de órdenes religiosas, libertad de prensa… (18). Todo eran rosas, derechos y un futuro dorado. Pero pronto se demostró que los liberales no tenían experiencia de mando ni contaban con los apoyos suficientes para desactivar el sistema absolutista. He aquí el motivo de que el Trienio Liberal tuviese tan corta vida.
Por un lado, tenían que lidiar con la Iglesia y los estamentos privilegiados, que enseguida comenzaron a hacer la vida imposible al gobierno liberal, financiando partidas de guerrilleros absolutistas (19). Por otro lado, los mismos liberales estaban divididos en distintas tendencias (una más moderada y otra más radical), que se entorpecían mutuamente. Todo esto dio espacio para que el rey llevase a cabo una política obstruccionista contra la acción del gobierno (20). Fernando VII no se limitó sólo a agitar el avispero, sino que, en secreto, suplicó a la Santa Alianza (21) que tomase cartas en el asunto. El Trienio Liberal tenía los días contados. ¡Joder, mira que llegaba a ser porculero el Fernandito!
El fin del Trienio Liberal y el retorno… del absolutismo
¿Qué hizo que las potencias absolutistas europeas se fijaran en España? Pues se ve que la fiebre revolucionaria de 1820 era contagiosa y otros países, como Nápoles, Piamonte, Portugal o Grecia, también decidieron poner fin al absolutismo y aprobar constituciones liberales (22). El Trienio Liberal español «se pegaba». Por ello, la Santa Alianza pasó a percibir a España como una amenaza revolucionaria internacional. Así que, a finales de 1822, los absolutistas europeos enviaron notas al gobierno español para que devolviese el poder total al rey. Moderados y exaltados liberales rechazaron la oferta al unísono y los europeos se dieron cuenta que no podrían tumbar el liberalismo español sin intervención militar (23).
En abril de 1823, la Santa Alianza envió un ejército a restaurar el absolutismo en España. Otra vez, tropas francesas cruzaron los Pirineos. Eran los famosos Cien Mil Hijos de San Luis (24), que ni eran tantos ni tan santos. Pero esta vez no hubo resistencia: los militares se rindieron a las primeras de cambio, la Iglesia se guardó mucho de soliviantar al pueblo contra los nuevos invasores y los campesinos, cansados de la inacción del gobierno, no hicieron nada. Fernando VII volvió a gobernar como un sátrapa y los liberales (los que pudieron) hicieron las maletas camino al exilio (25). Adiós al Trienio Liberal.
El absolutismo contraataca
El absolutismo volvía a estar en el poder. Fernando no olvidó las angustias pasadas en la revolución liberal y, pese a los consejos de sus colegas europeos de adoptar una política “moderada”, instauró un gobierno ultra, que dio rienda suelta a una dura represión del liberalismo (por ejemplo, se ejecutó al general Riego). La limpieza de liberales continuó por todas las ramas de la administración y se pasaron cuentas con parte del ejército. La Inquisición volvió al ruedo, pero con las competencias un poco más recortadas, para intentar contentar a los europeos (26).
La única semilla liberal que resistió fue la que, por motivos prácticos y muy a su pesar, el rey permitió seguir en sus cargos de segunda fila, al comprobar que los ministros más afines a su pensamiento eran unos ineptos. Esta apertura, aunque muy tímida, le granjeó la enemistad de los más carcas e intransigentes, que se fueron agrupando alrededor del hermano menor del rey, el infante don Carlos (ganándose así el nombre de carlistas) (27).
Así pues, durante los últimos tiempos de su reinado, Fernando VII vivió dividido entre el miedo a un nuevo levantamiento de los traidores liberales y la consciencia de que era necesario continuar con el reformismo moderado de los políticos liberaloides, los únicos capaces de hacer que funcionase bien la maquinaria del Estado (28).
El Trienio Liberal: primer fiasco progresista
La primera oportunidad de poner en práctica las reformas políticas de carácter liberal planteadas en Cádiz fue poco más que un gatillazo épico. Los liberales españoles tenían poca experiencia y quisieron transformar la sociedad sin perjudicar los intereses establecidos, ni azuzar el fuego de las pasiones de las masas. Tanto mareo les dejó sin capacidad de acción y apoyos. El Trienio Liberal no duró ni tres años. Pero la semilla liberal estaba plantada y, a pesar de sus muchos detractores, el liberalismo en España se abriría camino lentamente a lo largo de los siglos XIX y XX.
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