A lo largo de la Historia se ha insistido en la idea de que un artista necesitaba de una musa para llevar a cabo su obra. Durante el siglo XIX [1], esta creencia seguĂa tan en boga como el primer dĂa de su apariciĂłn. Sin embargo, tambiĂ©n fue una Ă©poca que provocarĂa el cambio de ese status quo [2]. Entre este grupo de disidentes se encontraban las modelos de artistas que decidieron que les quedaba mejor la actividad que la pasividad, querĂan ser mujeres artistas y no solo modelos.
¿Qué era una musa?
«Ella permanece siempre anónima. Ella es la herramienta con la que el artista trabaja, no obstante, es la inspiración de una obra maestra, y es la causa directa de enriquecer al pintor o al escultor.»
Audrey Munson, modelo y actriz estadounidense. [3]
Las musas durante el siglo XIX solĂan ser modelos que posaban para el pintor o escultor, el cual, si la inspiraciĂłn lo reclamaba, solicitaba que posara desnuda.
Ante la duda, estaba retratando a una ninfa o a alguna diosa, quienes, por razones obvias, no necesitaban llevar mundanales ropas. Si se ponĂan histĂłricos, siempre podĂan acudir a los harenes o los mercados de esclavas.
La mayorĂa de estas modelos eran jĂłvenes de clase baja o que trabajaban en burdeles. Cobraban poco (aunque en cĂrculos homologados, más que sus colegas varones), rara vez se las nombraba y ser reconocidas no era precisamente algo que buscasen. No es casual que la reputaciĂłn de aquellas que no procedĂan del prostĂbulo acabase en entredicho; cuando el artista de turno desechaba a su musa para buscarse una nueva, las opciones de empleo eran más bien limitadas.
Hay que tener en cuenta que durante el siglo XIX la inmensa mayorĂa de los artistas tenĂan una extensa formaciĂłn tĂ©cnica. Lo que les permitiĂł a algunos deshacerse del concepto de musa y centrarse en la modelo de carne y hueso.
TambiĂ©n era una Ă©poca en la que se hacĂa muchĂsimo hincapiĂ© en pintar del natural, de ahĂ que no pudiesen prescindir de quienes posaban para ellos, hombres y mujeres «por igual».
Al otro lado de la modelo
Posar por posar no estaba mal visto, sobre todo si se trataba del retrato de una figura ilustre o «una declaración de estado o un rito de iniciación» de alguna burguesa (Lathers, 2001) .
De todas formas, las modelos que nos ocupan no estaban en condición de colgar un lienzo en su desmantelada habitación. Algunas de ellas, no obstante, se dieron cuenta de que eran más que un mero trozo de carne excusado como inspiración. Estas mujeres pasaban de ser musas o fetiches eróticos, y lo que pidieron a cambio de posar era que se les enseñase la técnica.
Cabe recordar que la tĂ©cnica, el conocimiento, el saber hacer, habĂa estado generalmente vetado a las mujeres, salvo contadas excepciones [4]. Ya fuese por cuestiones machistas o econĂłmicas, las mujeres en general no podĂan acceder a las enseñanzas especializadas o superiores. Aquellas que se lo podĂan permitir, o se apuntaban a academias privadas donde el plan de estudios para alumnas suprimĂa las clases de anatomĂa [5] –y con ello el potencial de recibir contratos de peso– o tenĂan tutores privados, que aĂşn les enseñaban menos, no era un camino fácil para las mujeres artistas.
Entre las modelos, que no las estudiantes, se encontraban Elizabeth Siddal y Suzanne Valadon.
Lizzie Siddal, la rosa inglesa
Elizabeth “Lizzie” Siddal ha pasado a la historia como la quintaesencia de la mujer prerrafaelista [6].
Fue modelo de la mayorĂa de los miembros de la hermandad. Walter Deverell la descubriĂł. William Holman Hunt y Sir John Everett Millais la pintaron (Ofelia es su cuadro más reconocido). Dante Gabriel Rossetti, se convertirĂa en su tutor artĂstico y marido.
John Ruskin, el crĂtico de arte influencer de la Ă©poca, desempeñó el papel de patrĂłn. Sin embargo, a pesar de su apoyo, la condiciĂłn de Lizzie por ser mujer pesaba más que su calidad como artista y la sociedad victoriana se lo hizo saber. A dĂa de hoy se llamarĂa social bullying. En el siglo XIX era ajo y agua.
MuriĂł con 32 años al ingerir «accidentalmente» una sobredosis de láudano, acceso al que tenĂa debido a su precaria salud.
Suzanne Valadon, la gata francesa
Suzanne, a la que pusieron Marie-ClĂ©mentine al nacer, comenzĂł como modelo a la edad de quince años. Entre otros, posĂł para ThĂ©ophile Steinlen, Pierre-Auguste Renoir y Henri de Toulouse-Lautrec quien, mientras se la tiraba, le cambiarĂa el nombre con el que pasĂł a la historia.
Suzanne fue una mujer ambiciosa e inteligente que, ya puesta a que la des-encorsetaran, iba a elegir cuándo y cómo.
Para empezar, aprendió el oficio de la pintura a través de su trabajo como modelo. Edgar Degas fue uno de los artistas que más la valoró y respetó como artista. Le compraba obras y mantuvieron una sólida amistad hasta la muerte del pintor.
La vida de ella merecerĂa un capĂtulo aparte. Fue trapecista de circo. Con dieciocho años tuvo un hijo, Maurice Utrillo. Se casĂł con un corredor de bolsa, se divorciĂł de Ă©l. Se casĂł con un amigo de su hijo, AndrĂ© Utter, quien se convirtiĂł en el agente de ella y de su hijo. Tras veinte años de matrimonio y una carrera artĂstica entrelazada, se divorciaron.
Cuatro años despuĂ©s, en 1938, Suzanne morĂa a la edad de 70 años. Entre los amigos que atendieron el funeral se encontraban Pablo Picasso, George Braque y AndrĂ© Derain.
Cabe destacar que Valadon fue la primera pintora admitida en la Société Nationale des Beaux-Arts en 1894 [7].
Artistas sin musas, mujeres artistas
Algo en comĂşn que tuvieron estas mujeres artistas es que su representaciĂłn de la mujer no era idealizada. A diferencia de la mirada de sus colegas coetáneos, que no tenĂan problema en pasar de la modelo a la musa y viceversa, del imaginario erĂłtico al ideal divino, las artistas no tenĂan miedo de retratar a la mujer tal y como era: un ser viviente, que existe y es parte del mundanal mundo.
Durante siglo XIX, se acuñó el tĂ©rmino “nueva mujer” para referirse a un fenĂłmeno en el cual las mujeres habĂan decidido tomar un papel más activo en la sociedad de la que eran indudablemente parte y en el ámbito laboral al que querĂan acceder, le pesase a quien le pesase.
Este nuevo sentir, gestado a lo largo de años, creó una actitud que se tradujo en que algunas mujeres decidiesen despojarse de la etiqueta pasiva de musa y modelo y quisieran ser mujeres artistas. Tomaron las riendas, o los pinceles y cinceles, y se convirtieron en la parte creativa de la ecuación. La voz, la mirada, el legado.
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