Juana de Castilla, ¿la Loca?

Ordeno y mando que cada vez que la dicha princesa, mi hija, no esté en mis reinos […] o estando no quisiera o no pudiera ocuparse del gobierno de los reinos […] en dichos casos el rey, mi señor, administre, rija y gobierne los mis mencionados reinos y, que tenga la administración y gobierno por la dicha Princesa, hasta que el infante Carlos, mi nieto, […], haya cumplido veinte años. 

Testamento de Isabel la Católica. (1)

Cuando el doce de abril de 1555 moría en Tordesillas la reina Juana, después de un cautiverio de cincuenta años, pocos recordaban ya la desdichada figura de esta mujer acosada por la demencia, y su faceta no era sino una mezcla de historia y leyenda. Lejos quedaban en las memorias aquellas historias que se contaban sobre una reina viuda, que había recorrido Castilla junto al cadáver de su bello esposo, al que se negaba a dar sepultura por amor.

Juana de Castilla con 18 años
La bella infanta Juana, a sus 18 años, retratada por Juan de Flandes. Fuente: Linea Serpentina

Retrocedamos en el tiempo. Corría el año de 1479 cuando la reina Isabel la Católica daba a luz a su tercera hija en Toledo, a la que dieron por nombre Juana. Nadie podía imaginar que aquella inteligente y hermosa joven de cabellos rubios y tez clara, aún sin mostrar signo alguno de demencia, habría de ser calificada años más tarde como “la reina loca”. Y mucho menos habría de esperarlo quien sería su esposo, Felipe de Habsburgo, heredero al trono del Sacro Imperio; aunque es cierto que esto no fue sino un matrimonio estratégico, la realidad es que de él habría de surgir un amor obsesivo por parte de la joven. Un amor que acabaría traduciéndose en demencia ante un esposo que le respondió con infidelidades y falta de atención (2). Las muertes de sus hermanos Juan e Isabel, así como la de su sobrino Miguel, llevarían a Juana al trono de Castilla; en esos momentos residía en Flandes junto su esposo, sin haber alcanzado los treinta años, y nadie en la corte dudaba de su salud mental, a pesar de los trastornos que ocasionalmente sufría, heredados posiblemente de su abuela Isabel.

Aquí entramos en el debate. ¿Realmente estaba Juana loca? Ciertos historiadores han sostenido últimamente que la locura de la reina no fue sino una conspiración política y masculina; puesto que Juana suponía un obstáculo para que Felipe o Fernando reinaran en Castilla, lo mejor para ambos sería inhabilitarla. (3) Así afirman que Juana primero habría estado sometida a la obediencia a su marido, quien la habría alejado de la corona de Castilla pero, a la muerte de este, sería su padre el que, bajo el argumento de proteger a una pobre hija demente, la habría alejado de la corte. (4) En otras palabras, obediencia y protección fueron dos excusas que vinieron como anillo al dedo para un yerno y un suegro que no vieron en Juana sino un obstáculo para gobernar ellos mismos. Luego su hijo Carlos aprovecharía lo argumentado para mantener a su madre al margen del gobierno.

Pero, contra esto, lo más razonable es pensar que verdaderamente Juana era incapaz de reinar, aunque probablemente su locura no llegara al exceso que las fuentes nos narran. En este aspecto, es la propia madre de Juana, la reina Isabel, la primera en poner en duda el estado de su hija cuando, en su testamento la establecía como heredera, disponiendo que «si no quiera o no pueda entender en la gobernación» , sería su padre Fernando el sucesor. «Todo el mundo sabía que las cosas en el matrimonio con Felipe de Habsburgo andaban mal, pero sólo la reina y sus consejeros íntimos tenían constancia de que la princesa de Asturias estaba loca» (5). Y es que, cuando madre e hija pasaron juntas unos meses en 1503, en el intento de Isabel la Católica por preparar a su hija como futura reina de Castilla, ésta no respondió más que con deseos de retornar a Flandes junto a su esposo. Isabel, cuya salud quedó deteriorada tras el sufrimiento por su hija en estos meses, entendió aquí que Juana era incapaz de gobernar.

Es de entender que este testamento no gustara a Felipe el Hermoso, quien quedaba relegado a un papel no solo de mero consorte de su esposa como reina, sino de esposo de una reina que no gobernaba, un simple cortesano a disposición de su suegro el rey. Lo cierto es que Juana había sido casada con un príncipe que en ningún momento mostró afecto alguno por su esposa, y que no veía en ella más que la posibilidad de sentarse en el trono de la Monarquía Católica.  La segunda prueba de su incapacidad para gobernar: cuando su padre y esposo firmaron el Tratado de Villafáfila, por el que entre ellos se repartirían el poder de Castilla sin tenerla en cuenta, la reina no mostró atención alguna (6). Se dio cuenta de que su esposo y padre querían manejarla pero no parecía importarle, como si eso de gobernar no fuera con ella. Pero, cuando el enfrentamiento entre suegro y yerno por el trono de Castilla podía estar al borde de una guerra, Felipe el Hermoso fue sorprendido por una muerte súbita e inesperada (curiosamente, mientras hacía deporte). A la locura de Juana, agravada por el desatino que sentía en un amor no correspondido, se sumaba el dolor de la muerte del hermoso marido. Podemos imaginar cómo sentó este trance a una reina que vivía por y para el amor por su esposo pues «Mientras estuvo enfermo, la reina no se separó de su lado. Presa de profundo dolor, o por ya no sentir qué es el dolor, no derramó ni una sola lágrima» (7).

Juana la loca
Juana, ante el féretro de su esposo, retratada por Pradilla. Fuente: De Dia y De Noche

Y aquí comenzaba un viaje que llevaría a Juana hasta su prisión de por vida en Tordesillas. Fallecidos su madre y su esposo, y con su padre combatiendo en Nápoles, la reina Loca, con veintiséis años quedaba sola al frente del trono más poderoso de la Europa de su tiempo. Sus actuaciones no dejarían lugar a duda entre sus súbditos castellanos de su incapacidad para gobernar. «Vivirá ya enajenada, abandonada en el vestir y en el comer, prefiriendo la soledad y las tinieblas» (8). Es el claro ejemplo de una mujer que vive en la apatía, desentendida de sus labores como reina, mientras que el reino estaba en alarma ante la posible expansión de una anarquía. Y así lo apreciamos en la correspondencia de los cortesanos que rogaban a Fernando su vuelta a Castilla ante el miedo que sentían por el devenir de su reino, como la carta que Cisneros remitió a Fernando, al que calificaba como el único soberano capaz de poner orden. Todo esto prueba la incapacidad de Juana, que se negaba a tratar los asuntos estatales. Sin embargo, estos deseos de la vuelta del rey también revelan una desconfianza hacia el gobierno de una mujer en solitario (9).

Ante las peticiones de su retorno, ¿qué encontró Fernando a su vuelta a Castilla? Imaginemos: un cortejo fúnebre de guardias con antorchas que preceden a una reina enlutada, junto al carruaje que porta el cadáver de su esposo, seguidos de clérigos que entonan cantos fúnebres. La oscura comitiva habría de recorrer las villas y lugares de Castilla la Vieja en pleno frío invierno, portando el cadáver embalsamado de un hombre al que su esposa se negaba a sepultar. Este macabro viaje, que tenía en Granada su fin (donde la reina pretendía sepultar finalmente a su esposo), acabó cuando su padre Fernando regresó de Italia y, sabiendo de la situación psíquica de su hija, decidió internarla en el Palacio de Tordesillas.

Juana y su hija, cautivas en Tordesillas
Juana y su hija, cautivas en Tordesillas. Pintura de Pradilla. Fuente: Wikipedia

Aquí comienza otra etapa de la vida de Juana, la del encierro, primero por su padre y luego por su hijo Carlos, a merced de guardianes que la mantenían al margen de la política. Nadie imaginaba que Tordesillas habría de convertirse en su prisión hasta su muerte, cincuenta años después. Una última prueba que elimina la hipótesis de una conspiración masculina contra Juana es el afecto que su familia le mostró durante su estancia en Tordesillas (sí, donde tuvo lugar el famoso Tratado de reparto de América): las continuas visitas de sus hijos y nietos que, convencidos de su demencia, pasaban junto a ella los días y que intentaban hacerle ir a misa o confesar con el fin de salvar su alma.

Por todo ello sostengo que sí, Juana de Castilla era en efecto incapaz de gobernar; distinto es que su demencia fuera aprovechada y exagerada por quienes querían privarla del poder. Lo cierto es que debemos preguntarnos a qué hace referencia el estado de locura desde la perspectiva de esta época: si a lo que hoy consideremos realmente demencia, o a una depresión con síntomas de autismo, exagerada por quienes la calificaron como «la reina loca».


Referencias y bibliografía

Referencias

(1) Archivo General de Simancas, Patronato Real, Sing. PTR, LEG. 30, DOC. 2, 1504- 10 de octubre.

(2) En realidad es de todos sabido que la infidelidad es común entre los monarcas en la Edad Media y Moderna. No caigamos en el error considerar a Juana como esa “loca de amor” que se pretendió crear en el Romanticismo. Juana no enloqueció por la falta de atención de su esposo, pero sí que es cierto que ese amor obsesivo y los celos fueron un factor importante para agravar su demencia.

(3) Redworth, 2015, p. 82.

(4) Aram, 2001, p. 163.

(5) Suárez, 1992, p. 82.

(6) Por el Tratado de Villafáfila, Felipe de Habsburgo tendría el derecho a reinar en Castilla, pero compartiría con su suegro (cuya autoridad quedaba limitada a Aragón) los derechos coloniales de las Indias.

(7) Fernández, 1994, p. 120.

(8) Fernández, 1994, p. 126.

(9) Aram, 2001, pp. 167-168.


Bibliografía

  • Aram, B., 2001, «La reina Juana. Gobierno, piedad y dinastía», Marcial Pons Historia, Madrid.
  • Fernández Álvarez, M., 1994, Juana la Loca 1479-1555, Diputación Provincial Palencia- La Olmeda, Palencia.
  • Redworth, G., 2015, «Un destino truncado, Juana la Loca», National Geographic, nº. 140, pp. 78-89.
  • Suárez, L., 1992, «Análisis del Testamento de Isabel la Católica», Cuadernos de Historia Moderna, nº 13, pp. 81-89.
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6 COMENTARIOS

  1. Creo q el hecho de no tener la capacidad para reinar como lo hizo su madre no significaba q estuviera loca tal vez sólo pensaba en el desamor y la humillación era muy joven para irse tan lejos a un país con costumbres distintas y en un papel de moneda de cambio q fue para sus padres son cosas demasiado fuertes para saber manejar y lo q supongo es q tenía una depresión tremenda a tal grado de no importarle ni lo q fuera de ella

  2. No estoy para nada de acuerdo con tu artículo. Juana la loca fue una mujer maltratada psicológicamente y físicamente por su marido. Abandonada por todos en un país extranjero donde no le permitían ver a nadie de su país. Fue alejada de sus hijos salvo de Catalina.
    Juana presenta los síntomas propios de una mujer maltratada que no ha podido hacer frente a su matratador que es lo que era felipe el hermoso.
    Cuando estuvo cautiva en tordesillas tanto ella como su hija Catalina fueron maltratadas por las personas que debían sevirlas.
    Su vida ni fue bucólica ni fácil, fue humillada, abandonada,y engañada. Ya que a todos incluyendo su hijo Carlos que coreinaba! Con ella les venía muy bien que estuviera encerrada. Y lo único que hizo por su hijo fue no traicionar a Carlos cuando el levantamiento comunero.

    • En primer lugar gracias por leerme. Respeto y valoro enormemente tu opinión, pero no la comparto.
      Para empezar, decir que ni Juana fue esa «loca de amor» que los autores de la era Romántica quisieron pintarnos; Juana no enloqueció de amor, y ya su madre notó prontamente sus extravíos mentales. Ni Felipe el Hermoso fue ese horrible tirano que igualmente creó el Romanticismo y que recientemente nos mostraba la serie «Isabel» [y esto lo digo siguiendo al profesor J. M. Calderón]. Es cierto que Felipe le fue infiel continuamente [costumbre, por otro lado, común en todos los monarcas de su época], y que la mantuvo aislada de su familia, pero no se ha aclarado hasta qué punto fue ese cruel maltratador. Ojo, que no estoy salvando al padre del Emperador; simplemente digo que sus malos usos han sido tremendamente exagerados.
      En cuanto a esas corrientes feministas que se obstinan en afirmar que Juana no estaba loca, sino que sus síntomas son propios de una mujer maltratada, son totalmente falsos. Ello lo demuestran investigaciones médicas que, analizando dichos síntomas, han llevado a doctores a exponer que la enfermedad de la Reina fueron crisis maníaco-depresivas con principios de autismo, como escribía A. Alvar Ezquerra en «La Emperatriz», y que probablemente hubiera heredado de su abuela Isabel.
      Finalmente, en cuanto a su estancia en Tordesillas, no te puedo responder en unas pocas líneas, pero el gran historiador M. Fernández Álvarez realiza un interesante estudio exponiendo el trato que la Reina recibió de sus cuidadores -que no carceleros-, y de las continuas visitas de sus familiares preocupados por su salud.
      Como ves, argumento mi explicación en fundamentos sólidos afirmados por historiadores de la Real Academia de la Historia. Tengo claro que, como intuía en su testamento Isabel la Católica, Juana de Castilla era realmente incapaz de gobernar. Aún así, nuevamente muchísimas gracias por leerme, y espero mi artículo haya sido de tu interés. 😉

    • estoy de acuerdo contigo Esther, y hay opiniones de historiadores serios tanto en un sentido como en otro. He leido lo de las visitas pero también he leído que le partieron la columna vertebral y la dejaron en silla de ruedas en Tordesillas y que la confinaban a una habitación sin ventanas hasta que nació Catalina que le abrieron un ventanuco para que la niña viera a los iños jugar en la calle. Pienso sinceramente que pudo estar loca finalmente, pero que fué víctima de un padre ambicioso un marido crápula y unos carceleros.