En la evocadora Edad Media, con sus arcos y la música aflautada para crear ambiente, la amante del futuro rey, Inés de Castro, está a sus cosas de enamorada cuando tres maromos armados hasta las cejas entran en su torre y le dan muerte. Porque su amor es peligroso para el rey, que es muy malo. ¡Ay qué disgusto!
El príncipe, loco de dolor por el vil asesinato de su amada, le declara la guerra a su padre. Porque el pueblo merece un rey como él, (no porque tuviera prisa, si no porque quería venganza). En la guerra, muere el rey malvado y asesino. El príncipe, que carga todavía con la pena, asciende al trono en un gran clamor de alegría y jolgorio. ¡Qué bien todo!
Y entonces, decide vengar la memoria de su amada de forma definitiva, haciendo que toda la Corte jure obediencia a ambos enamorados. El pequeño inconveniente de que ella esté muerta se solventa sacando su cuerpo (o lo que quede de él) y colocándolo junto al nuevo rey en el salón del trono. Uno a uno, todos los miembros de la Corte, juraron lealtad a la reina muerta, a su cadáver. ¡Joder qué estómago! Así, la venganza del príncipe herido de amor estaba completa: su amada era reina. ¡Ay qué romántico!
Y hasta aquí el cuento. Vamos con la realidad.
Inés de Castro: de damita a «amiga entrañable» del príncipe
En 1320 (1), Inés de Castro nació en Ourense, región fronteriza al norte de la península entre el entonces reino de Castilla y Portugal. Dado su estatus, (2) como hija ilegítima de un noble gallego, lo más probable es que acabase como dama de compañía, se casara, echara al mundo algún hijo y poco más. Y en principio, seguía el guion.
En 1341 (3), ya era dama de compañía de Constanza Manuel. ¿Quién es Constanza? Además de su prima, era la hija de don Juan Manuel, al que todos recordamos de la clase de Lengua en la E.S.O., (4) y la prometida de Pedro, el heredero de Portugal. (5) Así que allá que se fueron.
La cuestión es que cuando Pedro e Inés se conocieron, se gustaron mucho. Tanto que empezaron una relación, a pesar de que él esté casado ya con Constanza.
Perdón, un inciso. Vamos a llamar a las cosas por su nombre: Inés era la amante de Pedro. Nada de «amiga del príncipe/ amiga entrañable…» ni patrañas similares.
En 1345, murió Constanza, dejando un hijo que sería en teoría el heredero (6). Fue entonces cuando la relación de Pedro e Inés se consolidó. De hecho, se casaron con obispo y todo, nueve años después. (7)
En la Corte portuguesa, el que no sabía lo que había es porque no lo quería saber. Y no pasa nada. Porque el problema con Inés no era la relación con Pedro, que, recordemos, era el príncipe heredero. El problema es que Inés no era una amante cualquiera.
La gran familia
Inés procedía de una noble familia gallega, pero tenía vínculos con la corona de Portugal anteriores a su relación con el príncipe.
Su padre, Pedro Fernández de Castro, prácticamente se había criado con la nobleza portuguesa (8). Cuando volvió a Galicia, recibió patrimonio de su madre y otros territorios de parte del obispo y del arzobispo de Lugo, Juan Arias y fray Berenguel de Landoira, mientras su poder en la corte de Castilla aumentaba (9). En la década de 1330, su poder en Castilla era indiscutible, participando en campañas militares junto al rey Alfonso XI de Castilla, hasta el sitio de Gibraltar. Al morir, sus territorios pasaron a su hijo mayor, Fernán Ruiz de Castro. Pero sus hijos ilegítimos no es que se quedaran con las manos vacías (10).
Respira hondo, porque se viene un pequeño jaleo. Con tantos Pedros a la vez, estudiar periodos así puede ser un martirio, pero hay que tenerlo todo en cuenta, porque al final esto es el trasfondo de toda la historia.
Los herederos: Inés de Castro y sus hermanos
Por un lado está su hermana Juana, señora de Ponferrada y Orduña (11), a lo que se añadía Dueñas, que recibió como dote al casarse con Pedro I de Castilla (12), aunque el matrimonio solo duró un día (13).
Luego está un hermano Alvar Pérez de Castro, (14) conde de Arraiolos en Portugal, donde alcanzó el cargo de condestable. Su vida transcurrió en las Cortes de Portugal y Castilla, (15) pero sería en el primero donde haría carrera política, basada en operaciones militares contra Castilla. Cuando murió Inés, continuó al lado de Pedro y luego junto a su hijo Fernando, que heredaría el trono como Fernando III. En el contexto de la guerra civil castellana (16), luchó junto a Portugal, llegando aceptar interceder para darle a Pedro de Portugal la corona del de Castilla.
Pero el que se llevó el lote grande de herencia fue el primogénito de su padre: Fernán Ruiz de Castro. (17) En 1354 se unió a los rebeldes castellanos y se estiman varias razones: el feo que le hizo Pedro I de Castilla a su hermana Juana aunque también puede que le gustase una hija de Alfonso XI y Leonor de Guzmán, (18) con la que se casó. (19) Sea lo que sea, el caso es que tomó partido por los Trastámara en la guerra en Castilla, aunque tampoco duró mucho porque a la vez que combatía junto a Pedro I de Portugal por el asesinato de su hermana, también lo hacía junto a su tocayo (Pedro I de Castilla) en casa. Que era polifacético el chaval.
Los líos de familia no cesan
Al morir Pedro I de Castilla en Montiel (20), Fernán se retiró a Galicia, donde intentó mantener la resistencia petrista, hasta que fue derrotado y huyó a Portugal. La firma de la paz incluía su destierro de la península, (21) así que se marchó a Inglaterra, donde falleció.
Pero es que la cosa no acaba aquí. De hecho, hay que remontarse a unas décadas antes de que naciera la propia Inés. Y es que, además de hija ilegítima de un poderoso noble gallego emparentado con la familia real castellana, era sobrina de Alfonso Sánchez, un bastardo del rey Dionís, padre del rey Alfonso IV de Portugal. (22) Parece que hay muchos bastardos pululando por aquí, pero esto no es nada nuevo. Las casas reales europeas en la Edad Media tenían bastardos para regalar; algunos incluso llegaban al trono. (23)
Las precuelas
Ahora que tenemos buena parte de los personajes de esta historia más o menos fichados, nos vamos un par de generaciones atrás. Sí, es un poco lioso, pero cuando nos lo ponen en una serie, nos lo comemos y lo entendemos sin problemas, pero no hay que esperar a que hagan una serie de cada follón histórico.
Este además tiene su importancia, porque luego nos vienen en San Valentín con historias como la de Inés de Castro, sin contar todo lo que había detrás.
Sin más dilación, vamos a hablar del pariente portugués de Inés: Alfonso Sánchez, casado con Teresa Martins Tello, tía de Inés (24). Alfonso Sánchez de Alburquerque (25), hijo ilegítimo del rey Dionís de Portugal (26) y Aldonça Rodríguez de Telha, dama noble de la región del Minho. Fue legitimado en 1304 (27).
Amplió y consolidó su patrimonio económico y relaciones políticas a través de su matrimonio con Teresa, hija a su vez de una hija ilegítima de Sancho IV de Castilla (28). Las crónicas de la época ya situaban a este señor como el hijo favorito de Dionís y le acusan de malmeter contra el infante Alfonso (futuro Alfonso IV de Portugal) (29).
Una guerra, un destierro… ¡Que el ritmo no pare!
Dionís llevó a cabo una política centralizadora que restó poder a la nobleza (30). ¿Y qué pasa cuando la nobleza se sabe fuerte y no le gusta que le quiten pastel? Que se lía parda. Los últimos años del reinado de Dionís estuvieron marcados por una guerra civil, que terminó regular para Alfonso, ya que fue desterrado (31). Se retiró a la corte de Alfonso XI de Castilla, y le fueron confiscadas sus posesiones en Portugal (32).
Este hombre, en lugar de quedarse ya tranquilo en su castillo en Alburquerque, empezó a atacar con apoyo de tropas castellanas, regiones portuguesas hasta que fue derrotado (33). El ejército de su hermano Alfonso IV invadió los terrenos que tenía en Castilla y firmaron la paz en 1326. Parece que las cosas se calmaron a partir de ahí entre los dos (34).
¡Por mi hija ma-to!
La paz incluyó un matrimonio: el del rey Alfonso XI de Castilla con María, hija del rey de Portugal (35). Aquello no acabaría bien, pero con lo que nos tenemos que quedar por ahora es que este pacto dejaba soltera y sin novio coronado a Constanza, que había estado prometida a Alfonso XI de Castilla. Sí, esa Constanza… (36). Pero, ¡ojo cuidao! Que de ahí a dejar que la ex prometida se casara con cualquiera, ni de broma.
Y es que el matrimonio de Constanza con Pedro se vio venir desde 1336 (37). Alfonso XI de Castilla se mosqueó, porque no quería que la chica pasara por Castilla hasta Portugal, porque (no olvidemos) estaba de broncas con su señor padre (Juan Manuel). Así que tocó guerra entre Castilla y Portugal. Se prolongó hasta 1338. La paz se firmó en Sevilla el año siguiente, y la boda se celebró (esta vez sí) en Lisboa en 1340 (38).
La importancia de la nobleza para gobernar
Aquí hay que tener en cuenta que la monarquía por ahora necesita del poder de la nobleza, hasta el punto de que sin los nobles es casi imposible gobernar. Y los nobles lo saben, por lo que no les temblaba el pulso en tirar de revuelta cuando querían algo. (39). – Hay más cosillas sobre la monarquía medieval aquí -.
Don Juan Manuel estaba resentido con el rey castellano (40), por lo que monta una coalición contra él que resulta especialmente peligrosa, porque cuenta con el apoyo de Alfonso IV de Portugal, con la excusa de que a su hija la están ninguneando. (41) Se han juntado el hambre con las ganas de comer.
¡Nos vamos de boda!
Recapitulemos. La paz entre Castilla y Portugal incluye el matrimonio de Constanza y el heredero, Pedro. Y, como dije al principio, eso no acabó bien. (42)
Recapitulemos. Constanza ha muerto después de tener un hijo, que supuestamente sucedería a Pedro. Pero éste se casó con Inés “en secreto”, y tuvo hijos también. (43)
Y aquí ya sí tenemos un marrón. Porque quizás nos pensamos que la sucesión en la monarquía es algo cerrado y estático, tan sencillo como que sucede el primogénito y no hay más que hablar; pero el futuro del heredero legítimo no estaba claro nunca. Ser príncipe no hacía inmune a la mortalidad infantil. A las causas naturales, se añadían los intereses de la nobleza, que formaba sus grupitos de poder en torno a un hijo u otro del rey. (44)
De ahí venían las luchas internas de poder entre un grupito y otro, que en algunos casos terminaban en una auténtica guerra civil y en cambio de dinastía, como en la vecina Castilla, donde también había salseo a cuenta de los hijos del rey con su novia. (45)
Y en éstas, llegamos a 1355.
El asesinato de Inés de Castro
La boda “secreta” de Pedro e Inés y la existencia de sus hijos ponían al príncipe Fernando en una situación cuanto menos delicada. La sucesión en el primogénito legítimo no estaba segura. Recordemos que el propio rey Alfonso de Portugal había tenido que enfrentarse a sus hermanos bastardos. (46)
A esto hay que añadir la formación de un partido a favor no tanto de Inés, como de su familia. (47) El rey consideró que podía poner en peligro la independencia del reino de Portugal, (48) así que optó por eliminar la amenaza, llevándose a Inés por delante. (49)
La ejecutaron tres miembros de la Corte. (50) Fue degollada en la residencia donde vivía con Pedro y sus cuatro hijos, en Coimbra, finca que posteriormente fue bautizado como Quinta das Lagrimas. (51) Esto sí que es empezar el año con mal pie.
¡Guerra!
Pedro en cuanto se enteró de lo ocurrido, se cabreó, como es normal. Apoyado por sus hombres, entre ellos los hermanos de Inés, (52) se levantó en armas contra su padre y dirigió un levantamiento popular. (53)
Pedro I, ya como rey, (54); ajustició a dos de los asesinos de Inés. Su sucesor siguió siendo el hijo nacido de su matrimonio con Constanza. Declaró oficial el matrimonio con Inés, que pasaba así a ser reina póstuma de Portugal. (55)
Y colorín colorado, el cuento de Inés de Castro se ha acabado
Queda muy peliculero eso de desenterrar un cadáver para plantarlo en la sala del trono y hacer a toda la Corte jurarle lealtad a una muerta; pero tiene pinta de que no ocurrió. (56) Aunque lo que sí pasó fue que sus restos fueron trasladados al monasterio de Santa Maria de Alcobaça (57), donde siguen actualmente, en una tumba cuya construcción fue supervisada por el propio Pedro, por lo que se tiene como el retrato más fiel de Inés. (58) Murió él también en 1367, le enterraron junto a ella, le sucedió el hijo que tuvo con Constanza y aquí no ha pasado nada.
La literatura, ya desde el siglo XIV, se interesó por la figura de Inés, con obras que la retrataban no ya como personaje, sino incluso como fantasma. (59) Aquí se armó el mito.
La historia de Inés de Castro se suele recordar en la efeméride del asesinato, y hasta hace poco tiempo se seguía vendiendo como si fuera el clímax trágico de una telenovela, reduciéndola a una amante del príncipe; cuando basta analizar un poco más la historia y su realidad, para descubrir que era mucho más que eso. Como muchas mujeres antes y después, su historia ha quedado eclipsada por la leyenda.
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