En ninguna época histórica ha sido fácil ser mujer. Ha sido definida como “útero con piernas” o incluso “varón defectuoso”; además de ser considerada una pecadora que tenía y atraía todos los males de la humanidad; imperfecta física y biológicamente.
Sin embargo, a lo largo de los últimos siglos, hubo varones y mujeres que defendieron la excelencia de la mujer y su capacidad para desarrollar las artes y las ciencias destinadas, teóricamente, a los varones. Pero, en tiempo de las luces, cuando los cambios sociales, políticos y culturales estaban dando una pequeña ventaja a las mujeres y parecía que todo iba viento en popa, volvieron las tinieblas con más fuerza que nunca… Otra burbuja que explota… ¡Oye, parece que las cosas no pueden salir nunca bien!. A comienzos de la Edad Contemporánea, las mujeres volvían a perder los pocos derechos que habían conseguido y a ser de nuevo consideradas jurídicamente como un ser dependiente, débil y menor de edad. Además, su situación fue empeorando con la Revolución Industrial, ya que su trabajo, por otro lado como el de todo obrero, era precario y el abuso constante, particularmente hacia ellas…. Al final acabaron peor que estaban…
Esta situación provocó que una serie de pensadores alzaran la voz en contra la desafortunada situación de las mujeres y del proletariado. Una de las pensadoras más destacadas de su tiempo fue la filósofa francesa Flora Tristán, que le echó narices al asunto y se remangó las faldas para decirle a más de uno cuatro verdades.
Flora no tuvo una vida fácil. El matrimonio de sus padres fue considerado ilegal: su madre era francesa y su padre español, no cumplieron con lo necesario para legalizarlo y la pobre no pudo recibir su herencia… ya por entonces estaba el Ministerio de Hacienda echando mano a las herencias para remendar la crisis, que crisis ha habido siempre… Supo desde muy joven y en primera persona lo que era la pobreza, el rechazo social por ser paria (1), la falta de medios para tener una educación aceptable y verse obligada a trabajar como obrera durante todo el día; sin embargo, la dureza de su vida y las constantes penurias que sufrió, sirvieron para forjar a la filósofa, pensadora, feminista, socialista y defensora del proletariado que fue en los últimos años de su vida.
Pronto, Flora se dio cuenta de que su problema no era tan solo pertenecer a un determinado estrato social, sino particularmente ser mujer, con todas las desventajas sociales, políticas, culturales y jurídicas que conllevaba en su momento. Su formación fue insuficiente, aunque sus inquietudes intelectuales, su voracidad como lectora de autores socialistas y románticos, sus contactos con intelectuales de su tiempo y su experiencia personal, dieron lugar a una serie de publicaciones consideradas actualmente como obras maestras; pues aunque el sistema intentó impedirlo, no pudieron parar a esta mujer luchadora.
Comenzó escribiendo sobre el relato de su vida y las penurias de su experiencia como mujer, criticando la sociedad de su tiempo (2). Sería varios años después cuando se forma la filósofa y feminista moderna que fue y que conocemos gracias a algunos otros libros en los que muestra la situación real del proletariado: un grupo sin derechos, con un sueldo muy bajo, que trabajaban jornadas de más de catorce horas al día y que vivían una situación social de extrema pobreza… Suena mal pero parece que vamos por el mismo camino ¡y sin frenos! Finalmente escribe La unión obrera donde defendió que los trabajadores debían recibir educación -tanto niños como adultos-, tener un sueldo digno, derechos y una jornada laboral más reducida, además de zonas de descanso para los obreros y guarderías en las fábricas; para poder llevar a cabo dichas reformas, los obreros debían de estar unidos independientemente del país en el que trabajaran… ¡Casi suena comunista! Como el tío Sam se entere…
Estas propuestas pudieron servir de inspiración para un joven alemán llamado Karl Marx, contemporáneo de Flora y que vagó por las mismas ciudades que ella pudiendo conocerla o al menos escuchar hablar de ella y de su obra y en ese caso algo se le pudo pegar. De ser cierta la hipótesis podríamos considerar a Flora Tristán como precursora del futuro movimiento marxista.
Pero Flora, no contenta con defender a los obreros (parece que tenía tiempo libre), también defendió a las mujeres. Está considerada como una de las primeras feministas modernas (3). Plasmó sus ideas sobre los derechos de la mujer en su libro La emancipación de la mujer que fue un grito por la igualdad entre hombres y mujeres, la educación de la mujer o el divorcio, y en contra de la explotación femenina en las fábricas; que no se le olvidaba que era una mujer y encima pobre, oye.
Su afición viajera le llevó a visitar las fábricas de varias ciudades francesas durante cinco meses y hablar públicamente a los obreros para que unieran sus fuerzas para mejorar su situación laboral. Al principio fue un fracaso, pero poco a poco fue teniendo éxito y llegó a ser considerada como una mujer peligrosa para la seguridad de país. Además, viajó a diversos países europeos e incluso cruzó el charco hasta Perú, donde no acabaron de arraigar sus libros, que fueron quemados en las plazas como si se trataran de libros de brujería de los que la Inquisición se llevaba por delante para hacer sus fogatas de campamento.
Finalmente, en pleno apogeo de su lucha a favor del proletariado y de la mujer, enferma de tifus agravado por su agotamiento crónico (esta mujer es que no paraba), murió con tan solo 41 años. Su influencia en el movimiento obrero, siendo la principal inspiración del lema «Proletariados del mundo, uníos» y en el feminismo socialista fue notable. Sin ella no hubieran sido posibles los cambios sociales y políticos que se dieron a lo largo de los siglos XIX y XX.
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