Todos conocemos la historia de amor entre Isabel de Portugal y Carlos I de España y V de Alemania. Un amor que duró más allá de la muerte, la unión de dos almas gemelas por toda la eternidad, bla, bla, bla. ¿No os huele todo esto un poco a cuerno quemado? Los más escépticos se verán reconfortados al saber que hubo otra mujer que apareció en la última etapa de la vida de Carlos V. Esta mujer tuvo más repercusión en su vida de lo que se pueda pensar, por eso no es raro preguntarse si el verdadero amor del emperador no fue… (redoble de tambores) Bárbara Blomberg.
¿Quién fue esta descarada?
No lancemos a Bárbara a los pies de los caballos sin conocerla. Esta jovencita pertenecía a la burguesía alemana y su vida transcurría como la de cualquier otra hija de un comerciante acomodado (1): asistía a clases de canto y se cultivaba en las diferentes artes. Hermosa y de carácter alegre; era un buen partido. Su vida transcurría sin más hasta que ocurrió algo que cambió su destino y la introdujo por la puerta grande en los libros de Historia. Ese algo fue el Emperador.
Carlos V: una vida de catastróficas desdichas
¡Esperad! Retrocedamos un poco y recordemos el drama que vivió el Emperador, digno de película de los domingos de Antena 3. Isabel de Portugal murió al dar a luz a su séptimo hijo, que también falleció. Este fatal acontecimiento sumió a Carlos V en una enorme tristeza. Es cierto que antes de su matrimonio (2) Carlos V tuvo diferentes amantes (3), que le dieron varios hijos bastardos (menudo pieza estaba hecho), pero nunca tuvo ninguna mientras estuvo casado. Su enlace fue un poco acelerado y su luna de miel bastante sonada. Por decirlo de una manera suave y sutil: la pareja era activa y pasional (vamos, que no paraban). Estos datos han llegado a nuestros días gracias a las cartas que le mandaba Carlos V a su tía Margarita (¡bendita correspondencia!) (4).
Una relación muy fértil
Dejemos de lado la vida sexual del Emperador (lo siento por los más morbosos) y volvamos a nuestra historia. Después de Isabel, parecía imposible que Carlos encontrara a otra persona que pudiera ocupar su lugar. Por suerte, todavía le quedaba por vivir una última pasión que se encargaría de curarle ese corazón «partío«.
Carlos se encontraba en Ratisbona para acudir a la Dieta imperial (5) con los príncipes alemanes. Bárbara conoció al Emperador en una celebración y fue amor a primera vista. Carlos quedó fascinado y, sinceramente, no se le puede culpar. ¿Quién no se quedaría prendado de una jovencita (6) que cantaba como los ángeles? Hasta aquí (sin tener en cuenta que el amante de Bárbara era el Emperador), todo es muy normal. Tras una serie de tórridos encuentros esta relación dio sus frutos. No penséis que fue un fruto cualquiera, porque el resultado de esta unión fue nada más y nada menos que el nacimiento del Héroe de Lepanto, don Juan de Austria, hijo bastardo que Carlos V sí acabaría reconociendo.
Problemas en el paraíso
A primera vista se podría pensar que esta historia acabaría con final feliz. Una burguesa encandila al Emperador y acaban teniendo un niño. ¡Maravilloso! Sin embargo, toca poner la nota de amargura a esta historia (id sacando los pañuelos). A los quince meses de edad, el pequeño fue separado de su madre y después de unos años, Bárbara contrajo matrimonio. ¿Se atrevió Carlos V a volver a casarse? Lamento quitaros la ilusión, pero no. Bárbara se casó con Jerónimo Píramo Kegel, quien era tutor de Jeromín (7) (el futuro don Juan de Austria). Esta historia tiene más giros que un culebrón venezolano.
¿Y ahora qué? Bárbara está con otro, en Bruselas y sin su niño. La historia ha dado un vuelco y ahora la desgraciada es la mujer (menuda novedad). ¿Qué más le puede pasar? Agarraos, amigos, que ahora vienen curvas. Bárbara enviudó (8) y, la verdad, la viudedad no le sentó nada mal. Se tomó al pie de la letra eso del carpe diem. Sus contemporáneos llegaron a tildarla hasta de libertina (oh là là). El mismísimo duque de Alba, hasta el moño de Bárbara, escribió al hijo de esta para que la sacara de Bruselas. Don Juan de Austria se encontraba en una situación complicada. Optaba al cargo de gobernador de los Países Bajos, pero la fama y los escándalos de su madre le perjudicaban y podían dinamitar su futuro. Madre e hijo charlaron y tras recibir una buena regañina, Bárbara decidió embarcarse hacia España.
La tournée de Bárbara
El primer destino de la Madama (como se conocía a Bárbara Blomberg en Cantabria), nada más llegar a la península ibérica, fue un convento (9) (todo un clásico). Allí permaneció hasta que su hijo falleció. La vida de clausura no estaba hecha para Bárbara, así que tras la muerte de su hijo decidió salir de allí echando leches (10). Cual compañía de cómicos, deambuló de un lado para otro hasta que al final se quedó con uno de sus hijos (11). ¿Quién le iba a decir que tras dar tantas vueltas al final acabaría teniendo una familia?
Abajo el telón
Lamentablemente, Bárbara murió (12), pero no ocurrió lo mismo con su historia. Bárbara no fue un simple rollo de una noche; esta mujer fue la madre de don Juan de Austria. Si su relación con Carlos V la introdujo en la historia de España, ser la madre del Héroe de Lepanto le garantizó su paso a la posteridad.
No podemos saber lo que pasaba por la cabeza de Carlos, pero con los datos que tenemos, sí podemos resolver la cuestión que planteábamos al principio. ¿Quiso Carlos V a Bárbara Blomberg? Obviamente fue una mujer importante para él, dado que acabó reconociendo al hijo que ambos tuvieron en común. Además, supuso un soplo de aire fresco para el Emperador, por lo que podemos afirmar que llegó a apreciarla. Si no hubiera aparecido en su vida, puede que Carlos no hubiera llegado a recuperarse nunca de la muerte de su esposa. ¿Amó a Bárbara igual que a Isabel? No os dejéis llevar por la trama «culebronesca» de esta historia, porque a pesar de la fama de mujeriego que tuvo Carlos, solamente amó a una mujer, y esa fue Isabel de Portugal. Parecía imposible, pero sí hay historias de amor reales en la Monarquía.
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