Para presentar a Clodoveo I os pondré primero en situación. Era el feliz siglo V y el opresor Imperio romano estaba en decadencia. Diferentes tribus rebasaban los límites creados por dicho Imperio. Y, dentro de lo que se podía, se establecían en los diferentes territorios, para empezar desde cero. En efecto, las invasiones se realizaban por doquier. Y personajes como nuestro protagonista, Clodoveo I rey de los francos, aprovecharán estos momentos de inestabilidad para establecer una dinastía, que serán el núcleo medieval para el nacimiento de las monarquías.
Roma, aliada forzosa para asentarse en el territorio
El escenario de nuestra historia se centra en la Galia (1).
Es importante destacar que esta zona había sido relativamente importante en el dominio romano. No solo por los lazos de las diferentes tribus antes de la propia romanización, sino en el paso, sobre todo, de materiales.
Si quieres saber cómo Roma dominó un territorio tan amplio y se ganó a las élites locales…
Dicho esto, la apropiación del territorio ya era algo particular en la zona. Sí, los francos llegaron y se asentaron, sin decir nada, en el territorio. Más o menos, por la zona del norte de Francia y parte de Bélgica. Claro, a Roma no le gustó esto. Pero gracias a un acuerdo (2), los francos pudieron campar a sus anchas en el territorio. Es así como los merovingios -una dinastía franca que se asentó en este territorio y provenía de los territorios germánicos- iniciaron su andadura por estos lares. Pero, ¿quién fue el que dio verdaderamente importancia a esta dinastía?
Clodoveo I, rey merovingio. El nacimiento de una leyenda
Antes de la llegada de Clodoveo I, otros merovingios (3) asentaron las bases del Feino franco. Sin embargo, hasta la llegada de Clodoveo I no hubo una unión dentro del propio pueblo.
¿Y cómo lo consiguió? Pues bien, con tan solo 15 años Clodoveo I tenía un objetivo en mente: unificar bajo una misma autoridad a los francos. Primero, mediante un mayor respeto e influencia sobre los otros pueblos germanos (4). Segundo, y por último, dejando a los francos como único poder en Francia. ¡Les dio bien por saco a los burgundios y a los visigodos (5)! Mirad a Clodoveo I, ¡tan jovenzuelo y logrando cosas que tú, a esa edad, ni habrías pensado!
¿Recordáis el acuerdo anterior con Roma? Pues ya no lo quería. O, mejor dicho, no le importaba. No es que no le interesara una alianza con Roma, es que directamente era un juguete roto y no le servía para nada. A partir de este momento, Clodoveo I obtuvo una serie de éxitos. En parte por sus dotes militares y talento, y en parte por la aproximación al mundo católico.
Clodoveo I y el catolicismo: un pacto necesario para el futuro Reino franco
Así es, la irrupción de los francos (6) tuvo una influencia bestial en la zona. Una vez perdido el poder de Roma, los católicos necesitaban protección en su territorio. Juguemos a la estrategia: los francos acababan de llegar al poder y necesitaban mantenerse, por lo que los católicos, muy listos, se ofrecieron para aconsejarles (7). Tú necesitas protección, una cosa lleva a la otra y… ¡tachán! Yo te protejo con mis ejércitos, tú me apoyas para afianzar mi poder y, de paso, me convierto al catolicismo. Un pack en toda regla.
La influencia católica fue tal, que nuestro protagonista se casó con Clotilde. Esta era una mujer que buscó, sin descanso, la conversión al catolicismo de Clodoveo I y del Reino franco. Cabe aclarar que Clodoveo I era arriano. Los arrianos eran unos cristianos «especiales», que creían que Jesús no era divino del todo. Tan ardua fue la labor de Clotilde en la conversión de Clodoveo I, ¡que fue nombrada santa (8)!
Como Clodoveo I necesitaba ayuda «divina» (9) -vamos, que o se bautizaba o se quedaba sin apoyos- tuvo que hacer un montón de contactos entre la Iglesia y la aristocracia galorromana. Así, no solo se bautizó, sino que también consiguió la conversión al catolicismo de buena parte de su ejército y de la aristocracia. ¡Los francos ya eran católicos!
Te masacro y luego expío mis pecados… cosas del rey de los francos
«Limpiando los pecados», eso tuvieron que pensar las gentes del exterior. Pues la zona gala no se conocía precisamente por su amabilidad hacia el resto de los pueblos. Así que, ya sabéis: una conversión al catolicismo, una defensa a ultranza de la fe católica y todo lo anterior, inmoral, se va al traste, ¡un 3×1!
Así que, con esta justificación religiosa, primero acabó con los burgundios, y después con los visigodos (10). Después ya se confesaría, no os preocupéis. De esta manera, Clodoveo I controló la Galia sin ningún tipo de oposición. En definitiva, Clodoveo I había conseguido en veinte años consolidar todo el poder en la Galia.
El asunto de la repartición del territorio. Problemas a la vista
Todo, absolutamente todo, llega a su fin. Prueba de ello es la pequeña campaña que hizo Clodoveo I para asegurar el control de su familia en el trono, matando a todo aquel que se opusiera o fuera una amenaza. Vamos, que les dio de leches hasta a otros caudillos francos, con tal de que su dinastía merovingia siguiese cortando el bacalao.
A pesar de esto, Clodoveo I murió (11) sin poder asentar a su pueblo bajo una autoridad. A su muerte, se repartió el territorio entre sus cuatros hijos (12), que pudieron mantener los territorios heredados de su padre. Aunque, no nos engañemos, el reparto fue casi un desastre. Pero lograron mantener la hegemonía porque sus enemigos, tanto en el exterior como en el interior, eran muy débiles.
¿Objetivo cumplido?
¿Realmente consiguió Clodoveo I lo que se propuso? El objetivo inicial de Clodoveo I, la unificación del territorio su dinastía, no se pudo cumplir. Sin embargo, no fue un fracaso. Él plantó una semilla, que tiempo después terminaría germinando. Algo que otros personajes como Julio César también hicieron en su contexto.
En definitiva, Clodoveo I realizó una campaña táctica de pactos entre pueblos y, sobre todo, con el catolicismo, para asegurar su dominio. Al igual que fijó la residencia real en París, pretendiendo sentar su Estado sobre unas bases muy distintas a las que habían tenido sus predecesores. La semilla merovingia estaba sembrada, y con ella, el inicio de la monarquía francesa.
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