La historia de la guerra de Troya nos la han contado tantas veces que más o menos nos la sabemos. Que si Helena se va con Paris, un troyano guapo que te cagas. Deja a su marido griego; que se rebota y va con su hermano y un montón de colegas a armarla a casa de Paris: el palacio real de Troya. Que ya podían haber elegido el escondite mejor…
Tras un asedio de diez años y la muerte del príncipe troyano Héctor, de Aquiles y su novio Patroclo, además de un montón de indocumentados de ambos bandos, el rey de Ítaca, Odiseo, idea un plan por el que tomar Troya de una puñetera vez. Que está muy harto de estar allí en vez de en su palacio de Ítaca, donde ha dejado a una esposa muy solicitada (1). Se esconden en el interior de un caballo enorme de madera (2), los troyanos se creen que es un regalo de paz, lo meten en la ciudad y cuando están durmiendo la mona se encuentran al invasor poniéndoles todo patas arriba. ¡Eso sí que era un regalo a mala idea y no el souvenir hortera que te trajo la suegra!
La manzana de la discordia y la Guerra de Troya
Seguro que habéis escuchado esta expresión un montón de veces y os habéis preguntado de dónde viene. Pues bien, su origen es también el origen de la guerra de Troya. Al menos según el mito…
Estaban Hera, Atenea y Afrodita a sus cosas de diosas del Olimpo cuando les llega Eris cabreadísima porque le habían hecho el feo de no invitarla a una boda (3). Eris va a dejar un regalo: una manzana de oro con la inscripción “a la más bella de las diosas”. Pero como no pone nombre, las tres la quieren y se la tienen que jugar. Y se van a ver primero a Zeus, que le tienen más a mano. Éste decide pasarle el marrón a Paris, príncipe de Troya, una próspera ciudad muy bien colocada. (4)
El juicio de Paris
Paris se encuentra con las tres diosas y Hermes, que va de mensajero. Tras la campaña de cada una (5), dice que la más bella es Afrodita, que le promete una novia. Y no una cualquiera: Helena, una espartana hija de Zeus (6). La pega, que está casada con Menelao, rey de Esparta (7) y hermano de Agamenón, que es el rey de los aqueos. (8) Se ve venir un conflicto internacional por la tontería que Afrodita no incluyó en su programa electoral.
Llegó a Esparta una embajada de Troya, en la que venía Paris. Y Afrodita cumplió con su palabra: se encontró con Helena y se enamoraron. Y con Menelao fuera, de funeral. Cuando volvió, se encontró que la mujer le había dejado y que le faltaban tesoros. (9) ¡Y ya tenemos el lío montao!
Esta versión es la que nos conocemos todos y, en teoría, se lo debemos a un tal Homero.
El autor: ser o no ser, he aquí la cuestión
En cuanto a la vida de Homero, todo son teorías. Hay hasta 8 biografías suyas anteriores a la época imperial romana. (10) De hecho, según una, ni siquiera se llamaría Homero, sino Melesígenes. (11) Sería después, al quedarse ciego, cuando empezaría a ser conocido como Homero, que viene a ser un mote debido a su ceguera. (12)
Pero, por otra parte, es posible que ni existiera. Dado que “Homero” no era un nombre, sino un mote, (13) que no hay una única versión sobre su procedencia (14) y que no hay una fecha concreta en la que aparezcan los versos por los que hablamos de él; (15) sirve para al menos sospechar que detrás de “Homero” hubiera más de una persona.
Así que tenemos un autor que en realidad es desconocido, con una historia mítica que se venía contando desde siglos antes.
La cosa va bien.
La (posible) realidad de todo esto
Troya, como hemos dicho, está en una posición muy buena, que le asegura el control del comercio marítimo (16). Esto a los micénicos (17) no les gustaba, porque preferían tenerlo ellos. El desarrollo de las rutas comerciales continentales y el control de los Dardanelos había enriquecido la ciudad de Troya, que alcanza un gran desarrollo durante la Edad del Bronce. (18)
Por otra parte, hay nueve Troyas (19). De ellas, la que mejor nos encaja con el mito en cuestión sería la conocida como Troya VII (20).
El salto del mito a la realidad
Pegamos un salto en el tiempo y nos vamos a Rusia en el siglo XIX. Allí tenemos a otro personaje clave en esta historia: Johann L.H.J. Schlieman (21).
Condenadamente millonario, apasionado por la Historia, traza un paralelo con Pompeya: si Plinio el Joven relata la erupción y desaparición de la ciudad con tanto detalle, ¿quién dice que no puede pasar lo mismo con Troya?
En 1869, con su doctorado en Arqueología, su fortuna amasada durante su actividad empresarial y después de vender sus negocios; y la obra de Homero como mapa, se fue a buscar Troya. (22) Y recala en Hissarlik (Turquía), donde ya habían excavado antes otros arqueólogos sin resultados.
Tras unos años en los que solo apareció cerámica, en 1873, descubrió el llamado “tesoro de Príamo” y en una de las jarras “las joyas de Helena” (23), que suena mejor que “Tesoro A”. Se había desviado bastante en la cronología y ahora se sabe que el joyerío apareció en un nivel inferior, y por tanto más antiguo, del que nos encaja para el culebrón (24); pero en ese momento, a Schlieman le bastó para darlo por bueno.
Dejó Troya a un colaborador y se fue a por los del otro bando: Micenas (25). Micenas ya había dado qué hablar: la famosa “puerta de las leonas” (26) ya se conocía, además de la muralla y la llamada “tumba de Atreo” que, al igual que el joyerío troyano, se había asignado a Atreo por la misma técnica que las joyas aparecidas en Troya: iba bien. Más que suficiente para intuir que había mucho que rascar en la ciudadela.
Schlieman no se alejó mucho de la puerta de las leonas. De hecho, a apenas 10 metros, encontró una losa similar a una lápida. Además de una máscara funeraria, había algunas tumbas. Se flipó tanto que escribió al rey Jorge I de Grecia diciendo que había encontrado la máscara de Agamenón, que estaba en su sepulcro, junto con el de la princesa troyana Casandra y Eurimedón (27). Pero nada más lejos, porque no estaban identificadas como tal, que ya que entierras a un personaje ilustre, ¡qué menos que poner su nombre por todas partes! Además, por las características se puede decir que las tumbas serían de la élite, pero de ahí a que fueran las del cuento, va un trecho. (28)
Ni Casandra, ni Agamenón, ni aqueo que lo fundó. Son tumbas, sí, pero su única relación con Troya es que a Schlieman se le fue la mano otra vez con la cronología (29). Vamos, que se ponía a cavar y hasta que no veía sustancia no paraba.
¡A otro con ese cuento!
Así que ni Helena, ni caballo gigante de madera, ni Aquiles ni ná… Ni amor. Las guerras siempre son por control de territorio y de recursos. Dicho de otra manera: poder y riquezas. Las causas elevadas y nobles quedan para los mitos o la propaganda; porque en realidad éstas son cosas que nunca le importan a quien golpea primero.
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