Alrededor del s. VIII, un grupo de griegos se arriesgó a viajar por los mares. Los vientos les llevaron hacia el Mar Negro, al que ellos llamaron Ponto Euxino, o “mar hospitalario”. Allí fundaron colonias (que no perfumes) y entraron en contacto con un grupo al que llamaban “ordeñadores de yeguas y comedores de cuajada” (1). Es un grupo que nosotros llamaremos “escitas”. Pero, ¿quiénes eran?
Orígenes de los escitas
Los escitas que se asentaron alrededor del Mar Negro proceden de las extensas estepas de Siberia y Mongolia. Era una comunidad nómada que pronto vio que los caballos molaban mucho e iban de lujo para recorrer aquel territorio tan llano y vasto. El caballo, así, pasó a ser un animal importantísimo en su cultura y ellos se convirtieron en grandes jinetes.
Aunque nosotros hablemos de escitas, este nombre, en realidad, era con el que se referían los griegos a los jinetes de la estepa del Mar Negro. Aparecen otros nombres más antiguos, como los cimerios o los masagetas. Todos ellos tenían aspectos en común, entre el que destaca el más característico: el uso del arco a lomos del caballo (2).
Los grandes viajes escitas
Alrededor del primer milenio antes de Cristo se conformó una élite guerrera que se encargaba de liderar a su comunidad. En ese momento comenzaron a moverse de un lado a otro y la equitación se convirtió en su forma de vida. Estos líderes pronto se volvieron ambiciosos, comenzaron a querer más y más (¿y quién no?), así que decidieron que era el momento de extender su influencia.
Esos que antes hemos llamado cimerios pasaron a ocupar la estepa póntica después de haber recorrido miles de kilómetros. En su nuevo hogar, se dedicaron al pastoreo y a la doma de caballos, siendo posiblemente el primer pueblo en hacerlo. Pronto aparecieron los escitas, más guerreros, que les pidieron amablemente con espadas y arcos que se marcharan y se quedaron con su territorio (3). A los cimerios no les quedó otra que irse a Asia Menor, mientras que los escitas se quedaron tranquilamente en un lugar que en poco tiempo sería visitado por los griegos.
Escitas por el mundo
El territorio que se quedaron los escitas venía lleno de ventajas. Por un lado, un montón de grano para comer y por otro, los griegos, que tenían cosas chulas para vender. ¿Y a quién no le gusta tener cosas chulas?
Pues al parecer a un grupo de escitas no, porque se las piraron para el sur y allí se aliaron con los mesopotámicos, a veces con Asiria, otras con Babilonia… (4). Vaya, lo que se dice “arrimarse al sol que más calienta”. Allí estuvieron mucho tiempo (Heródoto dice que veintiocho años, pero puede que fueran muchos más).
Después de aquel tiempo, el rey medo Ciaxares les dio una buena patada en el trasero y los mandó a tomar viento. Cuando quisieron volver a su tierra, se encontraron con que sus mujeres (a las que seguramente le habían dicho que “iban a por tabaco”) se habían acostado con sus esclavos. De esos esclavos había nacido una generación de jóvenes cabreados. Jóvenes que tenían ganas de guerra, y guerra les dieron.
Los escitas que acababan de llegar dejaron las armas, pero no para rendirse. Cogieron las fustas de sus caballos y repartieron latigazos a diestro y siniestro hasta que lograron demostrar quién mandaba allí (5). Si es que hablando se entiende la gente.
Escitas – Señores de la guerra, del caballo y del arco
Ya hemos visto que los simpáticos escitas no eran muy pacifistas que se diga y estaban metidos en muchos embrollos. Algunos lo achacan a la necesidad de conquistar tierras y apoderarse de los recursos naturales de los otros cuando hay demasiada gente a la que alimentar o cuando el clima está regular (6).
Hemos dicho que a los escitas les molaban los caballos. Pues bien, básicamente en esto basaban su ejército: en la caballería con un arco chiquitito (de 80cm, aunque podía variar). ¿Se te vienen a la cabeza los mongoles disparando flechas mientras cabalgan? Pues sí, era algo así. El que el arco fuera pequeño no debe engañarnos porque se calcula que podía lanzar flechas a una distancia de nada más y nada menos que medio kilómetro y más (7). Se protegían con escudos y corazas de escamas (8) También protegían a sus monturas para que no recibieran daño. Tanto capricho les tenían a estos animales que incluso se enterraban con ellos. Se han encontrado tumbas que contienen hasta… ¡catorce caballos! (9)
También tenían espadas y dagas, por supuesto. También lanzas y jabalinas de hasta dos metros de largo, pero también las había hasta de tres, que bien lanzadas eran capaces de matar a un enemigo hasta a treinta metros de distancia. Había hachas tipo sagaris (10) y mazas (11). Vamos, que… mejor no hacerlos enfadar, por si las moscas.
Una cosa destacable en cuanto al ejército escita es que toda la población adulta luchaba en las campañas. ¡Incluso las mujeres! (12) Nadie se escapaba del servicio militar, nada de excusas.
Continuará…
Como ves, a lo largo de la historia ha habido infinidad de sociedades, todas con sus características y, podríamos decir, que hasta su “personalidad” propia. Y, como el mundo no es estático, tampoco lo es la gente que vive en él. Los escitas viajaron mucho hasta encontrar un lugar adecuado, presionados por el aumento demográfico, los cambios climáticos y la ambición personal. Esta movilidad poblacional no fue pacífica, y este ejemplo se repetirá incansablemente a lo largo de la historia. Las sociedades van y vienen, se sustituyen unas a otras como un ciclo natural que provoca cambios importantes a la larga.
Sin embargo, aunque fueran tan belicosos, los escitas tenían una sociedad, una cultura y un arte bastante sofisticado. Si quieres saber más sobre ellos, espera: ¡vendrán más escitas!
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