Porque los reyes nunca gobernaron sin sus reinas: Isabel de Portugal

Isabel de Portugal, retratada por Tiziano. Fuente

No son pocas las mujeres que han tenido un papel fundamental en la historia de España y que, sin embargo, no han sido reconocidas como debieran o sencillamente han sido pasto de las llamas del olvido; son auténticas reinas consortes que, permaneciendo en la sombra, fueron de gran ayuda para los monarcas castellanos. Es así como hoy quiero presentar la figura de Isabel de Portugal, esposa del Rey español y Emperador del Sacro Imperio, Carlos V. Aquella que retrató el mismo Tiziano, mujer a quien la historiografía no ha prestado la atención que debiera, tal vez eclipsada por la magnitud de su esposo, el Emperador. Y es que de todos es sabido que Carlos V, además de sentarse en el trono de las Españas con las encomiendas que ello conllevaba, estuvo inmerso en multitud de asuntos europeos relacionados con la Corona Imperial, lo que le obligó a delegar el gobierno castellano-aragonés en una serie de personas que consideraba preparadas. En otras palabras, mientras el Emperador se encontraba en el Sacro Imperio luchando contra los protestantes o en la Península Itálica guerreando contra franceses, dejó a personalidades como su esposa Isabel, y posteriormente a su hijo Felipe, para que hicieran frente a cuanto concernía a los reinos españoles (1).

Era un veinticuatro de octubre del año de 1503 en Lisboa. En la corte de la Casa de Avis, dinastía reinante en Portugal, había nacido una chiquilla. Su padre era Manuel I, Rey de Portugal, y su madre María de Castilla, hija de los Reyes Católicos; en efecto, Isabel desde niña entendió que procedía de la realeza y a la misma estaba destinada. Es por ello que Isabel recibe una educación en latín y música, así como una profunda fe católica heredada de su madre y de su abuela materna, hasta que es prometida en matrimonio con 22 años de edad.

Paralelamente, en la corte castellana, la Corona recaía, desde 1516, en Carlos I de Habsburgo, hijo de Felipe el Hermoso y Juana de Castilla, y por tanto nieto del Emperador Maximiliano I y de los Reyes Católicos. Cuando Carlos, ya coronado Rey de las Españas, decide unirse en matrimonio a una dama, pone varias opciones sobre la mesa, aunque “el nombre de su prima Isabel siempre estuvo en el tablero de las negociaciones” (2).

Es así como, después de las negociaciones previas entre las casas reales y tras la necesaria bula papal, que autorizara al Emperador para poder casarse con la que era su prima hermana, Carlos e Isabel se conocerían y unirían en matrimonio en Sevilla. Era el año de 1526 cuando se celebraron las nupcias en los Reales Alcázares de la ciudad hispalense, para ir a pasar a Granada la primera etapa de su matrimonio, donde quedó por testigo el Palacio de Carlos V. Historiadores como Alvar Ezquerra afirman que Carlos V se casó por dinero y por tener a una buena regente en España; no debemos desechar esta afirmación, pero la realidad es que a lo que fue un matrimonio de conveniencia le habría de seguir una verdadera relación de afecto entre los cónyuges, un verdadero amor del cual nacería Felipe II. Y podemos considerar que este amor fue real teniendo en cuenta que Carlos V jamás tuvo hijos ilegítimos en matrimonio, a pesar de sus largas expediciones por el solar europeo; cronistas de la época como Alonso de Santa Cruz (3) afirman que, desde el momento de las nupcias, el Emperador cayó enamorado de la bella joven, un amor pleno desde el primer momento y que habría de durar lo que la vida de Isabel, como afirma Fernández Álvarez.

Emperador y Emperatriz, por Tiziano. Fuente: http://sevilla.abc.es/tv/series/20151026/sevi-boda-emperador-carlos-sevilla-201510251117.html
Emperador y Emperatriz, por Tiziano. Fuente.

Siendo francos, podemos decir que, en la gobernación de la naciente España (4) del siglo XVI, Isabel «le sacó las castañas del fuego al Rey». Siempre se ha afirmado que Carlos fue más Quinto que Primero, más emperador que rey; esto es, que estuvo mucho más inmiscuido en los asuntos del Imperio que en sus súbditos castellano-aragoneses. Por tanto, y como ya hemos afirmado más arriba, mientras que el Emperador pasaba largos períodos temporales viajando por Europa, combatiendo con franceses o tratando con protestantes, no era sino su esposa Isabel quien se había de hacer cargo del gobierno castellano.

Es a partir de la lectura de las cartas cruzadas entre Isabel y Carlos como podemos conocer esta compleja relación entre el Emperador y la Emperatriz. Carlos siempre tiene una triple intencionalidad en sus cartas a Isabel: pedir dinero a los señores castellanos para sufragar sus gastos de guerra en Europa a través de la intercesión de su esposa; ordenar a esta desde el extranjero cómo actuar en la corte, e informarla de los asuntos del Imperio para que fuera portavoz en España.

A la misma vez, también se deduce por estas cartas lo que Isabel enuncia a su esposo: la Emperatriz constantemente le pide que vuelva a Castilla, que se abstenga de participar en tantas guerras europeas, y que preste más atención a los problemas de los reinos españoles. Pero sobre todo, Isabel alude en sus cartas a lo fundamental de “la conservación, paz y defensa de estos reinos” (4): en primer lugar, Isabel le afirma que la guerra está en el Mediterráneo, donde los turcos siguen amenazando el sur del Reino,  por ello le informa de la necesidad de luchar en el sur de la Península Ibérica; y es que a principios del XVI parece seguir viva esa vieja idea medieval de reconquista. En segundo lugar, la Emperatriz es consciente de la imposibilidad de seguir enviando suministros a los tercios para las guerras europeas de Carlos, máxime en un momento en que no llega ya tanto oro del Nuevo Mundo y las arcas castellanas se encuentran en déficit. De todo ello avisa Isabel a su esposo temiendo por la situación de sus reinos.

En cualquier caso, la joven y bella Isabel de Portugal muere en 1539, cuando solo contaba con treinta y seis años de edad. Se ha especulado mucho sobre las causas de su muerte pero, en definitiva, parte de la historiografía coincide en que lo que llevó a este prematuro fallecimiento, no fue sino la tristeza y soledad ante las largas ausencias del Rey, así como el esfuerzo que tuvo que hacer para dirigir una política que le vino muy grande. A la muerte de Isabel, quien había sido verdadera alter ego del Emperador, éste nombró a su hijo Felipe para ocupar el puesto que había ostentado la madre en la Corte; así sería hasta que Carlos V abdicara en él. Isabel fue, en definitiva, la verdadera gobernadora de los Reinos Españoles, aunque no podemos hablar de ella como Reina, debido a que este título lo ostentaba desde su discutida demencia Juana «la Loca». Pero de ésta mejor hablamos otro día.


Referencias y bibliografía

Referencias

(1) Por «españoles» entedemos en este texto, relativos a las coronas de Castilla y Aragón, y aquellos reinos y territorios bajo control del emperador y rey Carlos V.

(2) Ferrer, 2013.

(3) Fernández, 2015: p. 337

(4) El concepto de «España» es usado aquí para hacer referencia a los reinos gobernados por la monarquía hispánica, algunos de los cuales conformarían posteriormente  la nación- estado española. 

(5) Jover, 1963: p. 197

 


Bibliografía

  • Jover Zamora, J.M., 1959, «Reino, frontera y guerra en el horizonte político de la emperatriz Isabel» en VI Congreso de Historia de la Corona de Aragón, Dirección General de Relaciones Culturales, Madrid..
  • Jover Zamora, J. M., 1963, Carlos V y los Españoles, Ediciones Rialp S.A, Madrid.
  • Alvar Ezquerra, A.,  2012, La Emperatriz. Isabel y Carlos V, amor y gobierno en la corte española del Renacimiento, La Esfera de los Libros, Madrid.
  • Fernández Álvarez, M., 2015, Carlos V, el César y el Hombre, Espasa, Barcelona.
  • Ferrer, S., 2013, «La emperatriz solitaria, Isabel de Portugal (1503-1539)» en Mujeres en la Historia, disponible en: http://www.mujeresenlahistoria.com/2013/04/la-emperatriz-solitaria-isabel-de.html [1 de marzo de 2016]

 

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