Memoria de arcilla

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El día se presenta oscuro y tenebroso. Con las primeras luces del amanecer, que apenas permiten distinguir el bulto de las cosas, Adalgís acude al trabajo, tras solo un trago de agua y sin haber comido nada. Vestido con los restos harapientos de una túnica sin otro color que el de la suciedad. Ahora tendrá que trabajar todo el día para recibir un cuenco de gachas como cena.

Ojalá hiciera frío en lugar del habitual calor abrasador del sol, pero sabe que es una esperanza vana. Al avanzar el día el sol se mostrará capaz de calcinar las piezas de barro extendidas en la era abierta del tejar, antes incluso de meterlas a horno, y aplastará el vigor de hombres y animales.

No hay día bueno para un esclavo.

Su primera tarea de hoy consiste en amasar una cantidad de arcilla con agua, a base de
pisotearla con los pies desnudos en una artesa, como caminando sin avanzar ni salir de la menguada superficie. Cuando la masa esté lista para moldear, el maestro Josef se hará cargo de ella, mientras él pasará a la siguiente artesa y continuará caminando hacia ningún sitio. Así hasta que se muera el día.

O él mismo, si tiene suerte.

-¡Anda más deprisa, esclavo, o llegarás pronto a un lugar donde no querrías ir! -impreca el
maestro de obras, Josef. Es un acicate rutinario, sin más, pero Adalgís percibe nerviosismo en su voz y su actitud. Por cierto debe tener prisa por conformar las tejas necesarias para la conclusión del techo de la iglesia, ya terminada en todo lo demás. Pero se diría que hay algo más que le preocupa.-¿Qué está pasando aquí? -Josef ha descubierto una cosa que no le gusta- ¡Has echado más agua a la masa para que te sea más fácil la tarea! ¡Sabes de sobra que si queda demasiado líquida puede hacer imposible el moldeo!

Se acerca al montón de arcilla cruda. Extrae de entre sus ropas algo parecido a un puñal de hoja bastante ancha, y señala una porción mediante un corte profundo.

-Separa esa parte de arcilla que he marcado y échala en la artesa -ordena al aprendiz que le acompaña-. La práctica te llevará a conocer el estado de la masa para poder moldear, y cuidarte de los trucos de los esclavos.

Se vuelve hacia Adalgís.

-¡Y a ti haré que te azoten en lugar de darte cena. Así escarmentarás! -dice, apuntándole con el puñal, que después oculta entre sus ropas. Adalgís observa atentamente donde lo esconde, y lo mira ceñudo mientras se aleja.

La consagración de la iglesia está prevista para fecha próxima, y el rey, Recesvinto, en persona vendrá hoy a comprobar el estado de las obras. Es notorio su gran interés por la construcción del templo, por cumplir a una promesa suya que hizo después de curarse de sus dolencias por virtud de las aguas del manantial cercano, cuando se detuvo en su viaje de vuelta a Toledo, tras derrotar al rebelde Froya.

Aquella decisión fue también la causa de que él, Adalgís, fuera destinado a la obra como esclavo, en lugar de continuar viaje en calidad de prisionero de guerra hacia un ignoto destino, quizá una ejecución pública y ejemplar. No podía decir lo que hubiese preferido.

La iglesia se erige muy cerca del manantial milagroso, en terreno un poco más elevado, hecha toda ella con piedra de sillería para darle solidez. El levantamiento está concluido y los canteros se han marchado a otros lugares. Solo permanecen allí el maestro Josef con algunos de sus aprendices y unos cuantos esclavos, entre ellos el propio Adalgís, con el fin de terminar el tejado.

Josef, que antes se llamaba Akiva, es de etnia judía, pero se ha hecho bautizar por evitar los efectos de las leyes represivas contra las herejías que el rey impulsa con ardor. La casualidad de estar disponible en el momento oportuno, así como su merecida fama en el oficio, se ajustaron a los requisitos de Recesvinto, que deseaba erigir la iglesia de la mejor manera posible, utilizando los materiales de más calidad y los oficiales más expertos y de mayor prestigio.

Resulta irónico que alguien a quién Adalgís considera converso con falsedad construya un
templo para gloria de su recién adoptada religión. Hay rumores de que Josef continúa en secreto con las prácticas de su fe anterior, y aún más, que quizá sea el cabecilla de un grupo de falsos conversos recalcitrantes que se reúnen en secreto y es posible que conspiren en busca de recobrar la antigua libertad de religión.

Adalgís piensa que un grupo tal de gente podría llegar a cualquier extremo, llevados por el
fanatismo. Si la conjura fuera cierta era muy posible que aprovecharan alguna ocasión propicia, que quizá se presentase durante esta visita, y atentasen contra el rey.

Eso le disgustaría sobremanera, porque la tarea de acabar con Recesvinto la querría reservada para él mismo.

Nacido godo libre, se vio reducido a esclavo por haber luchado por Froya contra Recesvinto.

Y por perder la guerra, claro. De otra manera, los honores y dignidades, poder y riqueza
habrían llovido sobre él. Que diferente.

Pero el tiempo no vuelve atrás. No es posible corregir las equivocaciones. No se pueden reforzar los aciertos. Aunque el presente sea malo, o pésimo, hay que sufrirlo como venga.

Pero aún se pueden hacer planes, poco realistas es cierto, para que el futuro se torne más satisfactorio. Incluyendo el posible final del viaje por este mundo. Ansiaba la venganza hasta el extremo ofrecer su propia vida si fuera necesario, con tal de acabar con la de Recesvinto. Pero necesitaría algún arma, y no veía la forma de conseguirla. Había palas metálicas y otras herramientas en el tejar, pero espátulas, cuchillos o instrumentos pequeños que pudieran adaptarse como arma, si dispusiera de tiempo para ello, estaban fuera de su alcance, bien guardadas en la cabaña del maestro de obra.

No olvida el cuchillo que oculta Josef. Si se presentara la oportunidad quizá pudiera arrebatárselo en el último momento, y hacer buen uso de él a continuación.

Esta consideración le ayuda a dominar sus pensamientos erráticos y mantener la fuerza de
ánimo necesario y resistir la desolación. La esperanza es lo único que les queda a los miserables.

La oportunidad soñada podría presentarse hoy. Durante la visita seguramente llevarán a Recesvinto al tejar a fin de comprobar que los materiales finales están preparados para su pronta instalación, y Josef le acompañará, trayendo consigo el oculto cuchillo. Un acto así requiere proximidad, y no podría conseguirla en otra ocasión, por causa de su condición de esclavo. Tendrá que ser ahora, o nunca. Y, por su alma que lo intentará, a sabiendas de que, fracase o tenga éxito, la escolta del rey lo matará. La muerte será liberadora, y resultará dulce si logra acabar con el tirano que lo ha reducido a esta desdicha.

Mientras tanto, sigue caminando hacia ningún sitio con las piernas hundidas en el barro rojizo hasta casi la rodilla. Quizá algo de su propia sangre contribuye al color de la masa. Las llagas abundan en toda la parte mojada porque la humedad debilita la piel, que no tiene oportunidad de secarse y encallecer. El dolor es tan continuo que ya no lo nota; en realidad apenas tiene sensibilidad en las piernas.

Horas después, Adalgís pisotea la cuarta masada. El sol ha cogido toda su fuerza y los objetos que lo reciben directamente se calientan hasta quemar. La propia masa de arcilla está bastante caldeada, lo que constituye un tormento añadido. Tiene todo el cuerpo sudoroso, los harapos que lo cubren empapados hasta gotear continuamente sobre el amasijo. La parte menos mojada son las piernas, enterradas en el barro hasta la rodilla.

Se escuchan voces y se percibe un cierto revuelo en la entrada del tejar, fuera de la vista de Adalgís. Sin duda, Recesvinto ha llegado y todos los que no están sujetos a una tarea como él, se afanan en parecer ocupados y eficientes al tiempo que procuran hacerse notar. Puede imaginar al maestro Josef presentándose ante el rey. La reverencia podría llegar a tocar el suelo, si no fuera porque la panza le impide doblarse tanto. El muy hipócrita.

Algo más tarde aparecen en el tejar. Recesvinto no está preocupado por la marcha de la obra, confía en el buen hacer y los conocimientos del maestro, pero quiere asegurarse de que el trabajo progresa de forma adecuada para que la ceremonia de consagración se realice de acuerdo con lo previsto. Llegan ellos dos solos, porque los caballeros del séquito se han quedado atrás, seguramente admirando la arquitectura del edificio.

-… tampoco habrá problema en disponer a tiempo de las tejas necesarias para concluir la
techumbre -parlotea nervioso el maestro de obra-. Como podréis ver, las últimas se están
fabricando ahora, y colocarlas será un juego de niños que se resolverá en pocos días.

Avanzan por la era del tejar, donde hay extendidas docenas de piezas, secándose al sol en
espera de ser horneadas. En su deambular se acercan a la artesa donde Adalgís sigue amasando barro. Los contempla de soslayo, agonizando por no tener un arma con la que cumplir su última tarea que culmine y justifique su paso por el mundo. ¡Si tan solo Josef se acercase más a él! Podría saltar sobre él y quitarle el cuchillo, para después ejecutar a Recesvinto con toda la rapidez que pudiera, pero están demasiado lejos.

El rey se siente confiado pues no sospecha que allí dentro haya enemigos. Camina tranquilo mientras examina el material preparado. De súbito, el rey pisa sobre una zona demasiado húmeda y resbala. Cae de bruces pero tiene tiempo de apoyar la mano izquierda en el terreno cubierto de arcilla y evita dar con sus huesos en el suelo. Queda recostado con la espalda hacia arriba y la mano derecha debajo del cuerpo, indefenso.

Como si cayera un rayo sobre el tejar, En un instante, Josef reconoce que la situación propicia es única, con el rey indefenso y la escolta lejos y desprevenida. Sabiendo que la costará la vida, actúa por el bien de sus hermanos de religión. Saca el puñal de entre sus ropas y se dispone a clavarlo en la espalda de Recesvinto.

-Dios te ha puesto en mis manos, tirano gentil. Yo debo hacer lo que mi verdadero pueblo
espera de mí.

Adalgís reconoce la situación más rápido que el mismo rayo. Los reflejos le han salvado la
vida en muchas batallas y ahora se mueve de forma instintiva por la práctica obtenida en sus años de guerra.

Como el trueno que sigue al rayo, salta de la artesa, con las piernas cubiertas de barro rojizo a manera de calzas, y corre por el suelo sin parar mientes en que los trozos de arcilla seca desparramados por todas partes le hieren en las plantas de los pies.

En cuatro trancos llega hasta donde Josef ya asesta una puñalada mortal sobre la espalda de Recesvinto.

Con un salto felino, alcanza a detener el brazo ejecutor a muy poca distancia del cuerpo caído en el suelo.

Pero no con intención salvarle la vida, sino porque lo quiere suyo. Será él quién haga justicia y nadie le privará de su derecho a la venganza.

Los dos contendientes forcejean. Adalgís sujeta la muñeca de Josef y pretende quitarle el
puñal para ser él quién lo use, pero este lo tiene bien asido. El maestro es fuerte y mucho más ágil de lo que su gordura haría creer. En uno de los empujones de la contienda, el puñal penetra en el vientre de Adalgís, que se detiene y cesa de luchar. Cae de rodillas, dominado por el dolor mientras la sangre fluye en gran cantidad por la herida. Josef queda liberado de su traba y se apresta a repetir el intento.

Pero los segundos transcurridos en la refriega han bastado para que Recesvinto se recupere, se ponga en pie y empuñe su espada. El puñal no puede hacer nada frente una ella, sobre todo si la esgrime un brazo fuerte y bien entrenado. Antes de que Josef pueda siquiera pensar en huir, queda ensartado como un ave en un espetón y, cuando cae al suelo, un feroz tajo en el cuello hace rodar su cabeza por el barro.

Los caballeros que acompañan al rey llegan ahora con grandes aspavientos. Recesvinto les
mira ceñudo mientras considera la posibilidad de continuar la matanza. Por fin, envaina su espada y contempla la situación.

Adalgís sangra por su herida de forma incontenible y la debilidad se apodera de sus miembros. Su cuerpo se vence hacia delante y su mano izquierda que busca apoyo en la tierra, cae por azar sobre la que ha dejado antes la del rey, lo que la hace más profunda y notable. Sin fuerzas para sostenerse, rueda a un lado y yace sobre el terreno, mientras un velo opaco empieza a anular sus sentidos. La luz es engullida por la oscuridad. Los sonidos le llegan cada vez más débiles. El cuerpo ya no le duele.

-Este esclavo ha salvado mi vida, mientras que vosotros no estabais en vuestro lugar debido cuando se os necesitó -dice Recesvinto acusador-. Es una lástima que muera ahora y no pueda recibir el premio que merece, la libertad.

Irónico. Lo que Adalgís pretendía no era que el rey sobreviviese, sino ser el ejecutor, y el
único premio que esperaba era la propia aniquilación.

-Advierto -continúa Recesvinto- que su mano izquierda ha caído sobre la huella que dejó la mía. Es como un símbolo de hermandad. Quiero que esta señal se preserve y sea colocada en…


Autor/a: Clayton


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